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1. Introducción

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Han sido tópicos recurrentes de la historiografía el destacar la guerra de Arauco y la condición marginal y de frontera del espacio colonial de Chile como ejes constitutivos de una experiencia histórica particular19. Enfatizando, según los casos, las especificidades del desarrollo institucional, de las dinámicas y jerarquías sociales o de las modalidades de ocupación del territorio, estos escritos han vuelto una y otra vez sobre la impronta de lo bélico y de la pobreza. Estas marcas se fijaron tempranamente, durante las primeras décadas del dominio hispano en estos territorios, en la propia cultura colonial en formación. Al decir del capitán Alonso González de Nájera (¿?-1614), esta condición se asentaba incluso en la naturaleza misma del territorio. En su Desengaño y reparo de la Guerra del Reino de Chile, escrito hacia 1614, podemos leer:

Si las provincias de Chile fueran llanas, por belicosos que fueran sus defensores, mil Chiles hubieran allanado a Su Magestad sus leales vasallos, a quien tanta sangre y vidas cuesta un solo Chile, por lo que su fortaleza favorece a sus naturales, los cuales son en aquella guerra, por causa de sus montes, como el mar de Flandes, que cuanta tierra le van ganando los industriosos flamencos muchos años a poder de diques, argines o reparos con increíble costa o trabajo, la torna a él a cobrar con mil daños en un día que sale de madre (32).

El diagnóstico de Nájera ponía al centro la ineficacia del ingenio desplegado por los conquistadores ante las características del territorio de Chile. Naturaleza, cultura y devenir histórico quedaban así íntimamente imbricados.

Visto desde este cariz, puede resultar comprensible la reiteración en la bibliografía crítica de otra idea: una que apunta al atraso intelectual y cultural de Chile. Máxima y elocuente expresión de este atraso sería la inexistencia de una imprenta en la gobernación colonial capaz de poner en contacto obras y lectores y de constituir, por esa vía, una opinión pública y una sociedad racional y letrada20.

Tensionando estos planteamientos, hemos abordado el desafío de escribir una introducción histórica al volumen colonial de esta Historia crítica de la literatura chilena a partir de la asunción –ampliamente reconocida en la bibliografía contemporánea que trata sobre textos, lectores y escrituras– de que impreso, ideas y cultura no son sinónimos y que los procesos de producción simbólica que involucran a la letra desbordan y resignifican dichos términos.

En esta introducción hemos propuesto una argumentación que articula espacios, actores y prácticas de escritura y lectura. Los tres ejes señalados permiten establecer un contexto que sitúa las coordenadas de la organización política, económica y social desde los sujetos que las encarnan, representan y ponen en práctica, y que las pone en diálogo con un marco espacial que no solo alude a las tradicionales cuestiones de fronteras político-geográficas o político-armadas, sino que pone el asunto del espacio construido como una clave fundamental de la comprensión de las acciones de los sujetos y como objeto que es sustancial a la conformación misma de eso que hoy llamamos Chile. Específicamente para el caso «chileno», este es un tema crucial en la definición de las relaciones con la metrópoli, los financiamientos y los apoyos por la inestabilidad que impone a la política imperial la llamada Guerra de Arauco. Dicho tópico cruza, como lo ha señalado Lucía Invernizzi, «los trabajos y los días» de los conquistadores y de sus descendientes, en sus experiencias y sus discursos (1990). De esta forma, podemos dar cuenta de la relación existente entre los temas que permiten organizar una lectura del periodo y del lugar, y las llamadas «fuentes», en su doble dimensión de «documentos» y de «textos» que pueden ser objetos de análisis e interpretaciones importantes sobre el periodo y sus actores.

Clave resulta, en tal sentido, una revisión de la inserción de Chile en un contexto mayor. Sometido a las reglas comunes de la cristiandad occidental y del dominio hispano en América, las experiencias históricas que marcan a sus habitantes están a la vez tensionadas por dinámicas mundializadas, regionales y locales que particularizan y otorgan características específicas a dichas experiencias. Chile fue un margen significativo, un borde que resultaba central al dominio colonial hispanoamericano.

En este contexto, la fijación y circulación de saberes, así como las relaciones de poder –incluyendo las que se organizan en torno a la cultura escrita– permiten identificar y situar a los sujetos en la compleja trama de la constitución de sus identidades.

Hemos articulado el argumento de este capítulo en dos grandes periodos que tienen como pivote los años en torno a 1655. Un hito central en este recorte lo constituye, evidentemente, el levantamiento general mapuche iniciado en 1655 durante el criticado gobierno de Antonio de Acuña y Cabrera (que se extendió de 1650 a 1666). Significativos en otros planos del proceso histórico son la ocupación holandesa de Valdivia en 1643 bajo el mando de Elías Herckmans; la publicación en Roma de la Histórica Relación del Reino de Chile del padre Alonso de Ovalle en 1646; el terremoto que destruyó la ciudad de Santiago en 1647; y el terremoto y salida de mar de 1657 que arruinó Concepción. Como se verá en el texto, este punto de inflexión también es desbordado por las dinámicas analizadas.

Historia crítica de la literatura chilena

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