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1. EL CONTEXTO HISTÓRICO

DE EL ORIGEN DEL HOMBRE DE DARWIN

Janet Browne

Janet Browne es Aramont Professor en el History of Science Department, Harvard University.

Darwin publicó El origen del hombre y la selección en relación al sexo en 1871 como una importante contribución al debate victoriano sobre los orígenes evolutivos de la humanidad. Gran parte de ese debate comenzó tras la publicación de El origen de las especies en 1859; sin embargo, Darwin había excluido deliberadamente a los seres humanos de esta obra. El origen del hombre incluye su larga investigación sobre los orígenes animales de las características humanas y varias teorías nuevas importantes, como la selección sexual. La teoría de la selección sexual constituye el núcleo de su propuesta de explicación de la diversificación de las razas humanas. Se analizan los motivos de su publicación y se sitúa el libro en el contexto social contemporáneo del siglo XIX.

La principal conclusión a la que se llega en este libro, es decir, que el hombre desciende de alguna forma de organización inferior, será, lamento pensarlo, muy desagradable para muchos. Pero apenas caben dudas de que descendamos de bárbaros.

DARWIN, Descent

En The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex (Descent a partir de ahora), Charles Darwin se ocupó de lo que denominó «el problema más elevado e interesante para el naturalista». Publicado por primera vez en inglés, en Londres, en las primeras semanas de 1871, Descent fue una exposición exhaustiva de la teoría de la evolución de Darwin aplicada a los seres humanos: en ella describió lo que sabía sobre los orígenes animales del hombre, las características físicas de los distintos pueblos, la aparición del lenguaje y el sentido moral, las relaciones entre los sexos en los animales y en los seres humanos, y un sinfín de temas similares que desdibujaban los límites entre nosotros y el mundo animal. Su objetivo era demostrar que los seres humanos habían evolucionado gradualmente a partir de los animales y que las diferencias eran solo de grado y no de tipo. Sus conclusiones eran audaces:

Hemos de reconocer, según me parece, que el hombre, con todas sus nobles cualidades, con la simpatía que siente por los más envilecidos, con la benevolencia que extiende no solo a los demás hombres sino al más insignificante de los seres vivos, con su intelecto divino, que ha penetrado en los movimientos y la constitución del sistema solar… Con todas esas capacidades enaltecidas, el hombre todavía lleva en su estructura corporal el sello indeleble de su humilde origen (Darwin, 1877a: 619).

Ha sido un largo proceso el que ha llevado a Darwin a este punto. Doce años antes, en Origin of Species (Origin a partir de ahora), había escrito con cautela que, si se aceptaban sus opiniones, «se iluminarían los orígenes del hombre y su historia» (Darwin, 1859: 488). En realidad, había mantenido deliberadamente a los seres humanos fuera de Origin: desde el principio de sus investigaciones había reconocido que el tema pondría en peligro cualquier consideración tranquila de su argumento. Aunque en Gran Bretaña un número cada vez mayor de personas rechazaban la verdad literal de la historia bíblica del origen, todavía había suficientes creyentes como para que Darwin fuera cauto con lo que escribía (Lightman, 1987). La propia definición de la humanidad en Occidente se basaba en la antigua creencia en la existencia de un sentido moral especial otorgado a los seres humanos por el creador divino. Los acalorados debates que siguieron a la publicación de Origin se centraron explícitamente en la cuestión de los orígenes humanos y el papel creador de una fuerza divina (Bowler, 2007; Livingston, 2001). La controversia fue tan agitada y destemplada como Darwin había temido, aunque se había asegurado de que no se mencionara a la humanidad en el texto.1

¿Por qué, entonces, Darwin decidió finalmente escribir un libro como Descent? Los archivos indican que estaba profundamente interesado en toda la cuestión de los orígenes y la diversificación humana desde la época del viaje del Beagle, 1831-1836 (Hodge y Radick, 2009; Barlow, 1958).2 En ese viaje se encontró con muchos grupos indígenas diferentes y se preguntó sobre las relaciones de estos con su propia sociedad británica. Incluso antes del viaje, expresó su ardiente apoyo a los movimientos antiesclavistas que se estaban organizando en Gran Bretaña, ya que sentía que todos los seres humanos son iguales bajo la piel (Desmond y Moore, 2009). Creía claramente que el ser humano era una parte esencial del mundo natural y que debía incluirse en cualquier interpretación de los orígenes que elaborara; sin embargo, excluyó deliberadamente a los humanos en su Origin (1859). Durante la década de 1860 hubo una serie de factores que contribuyeron a que cambiara de opinión. Principalmente, Darwin se dio cuenta de que aumentaba la influencia de las historias alternativas. El evolucionismo creativo del duque de Argyll estaba ganando terreno en el Reino Unido. Principles of Biology de Herbert Spencer y sus Essays: Scientific, Political and Speculative integraban conceptos evolutivos seculares con ideas políticas y sociales reformistas que ya resultaban atractivas para sus contemporáneos. Ernst Haeckel se ocupaba de describir la ancestralidad de los simios a sus lectores alemanes. El libro anónimo de Robert Chambers sobre la transmutación, Vestiges of the Natural History of Creation, publicado por primera vez en 1844, seguía circulando ampliamente, incluyendo ahora varias traducciones a idiomas europeos (Greene, 1959).

Así mismo, los científicos más cercanos a Darwin empezaban a publicar sus propias opiniones sobre la evolución de la humanidad: Charles Lyell, Thomas Henry Huxley y Alfred Russel Wallace elaboraron cada uno de ellos importantes estudios que desarrollaban diferentes aspectos de la ascendencia humana. En 1863, Charles Lyell publicó Antiquity of Man, donde exponía la historia geológica humana. Hasta entonces, la escasez de artefactos humanos tempranos, como los de sílex trabajados y herramientas, había sugerido que la humanidad era muy reciente en términos geológicos. La suposición común era que los seres humanos solo aparecieron cuando la Tierra llegó a su estado moderno, lo que se suponía que era después del periodo glacial –o para aquellos que creían en el diluvio bíblico, en el momento en que las aguas se retiraron–. Lyell hizo retroceder el origen de los seres humanos más allá de esta línea divisoria acuosa, hacia el pasado geológico profundo. Aunque apenas había restos fósiles humanos que estudiar, fue el primer libro importante después de Origin que sacudió la visión contemporánea de la humanidad.

Evidence as to Man’s Place in Nature, de Thomas Henry Huxley, se publicó unas semanas después del libro de Lyell. Huxley no adoptó totalmente las ideas de Darwin, pero defendió con entusiasmo el derecho de este a proponer explicaciones naturalistas del mundo viviente. En este breve y polémico libro, demostró que la humanidad debe, por motivos biológicos, ser clasificada con los simios. Los lectores comprendieron este punto, pero no necesariamente lo aceptaron. Un crítico observó secamente: «Todavía no estamos obligados a ir a cuatro patas con el profesor Huxley».

Poco después llegó Alfred Russel Wallace, que había formulado de forma independiente el principio de la evolución por selección natural. En la década de 1860, Wallace escribió dos artículos convincentes sobre la evolución humana. En el primero, sostenía que la selección natural era la fuerza principal en la transformación de los simios en personas. En el segundo artículo, publicado en 1869 en la revista Quarterly Review, dio marcha atrás y declaró que la selección natural parecía insuficiente para explicar el origen de las extraordinarias capacidades mentales de la humanidad. Estaba de acuerdo con Darwin en que la selección natural empujó a nuestros ancestros simios al umbral de la humanidad, pero dedujo que en ese momento la evolución física se detuvo y el poder de la mente humana tomó el relevo. Esta siguió avanzando, argumentaba, a medida que los imperativos culturales cambiaban y se desarrollaban.

Darwin quedó muy sorprendido. «Espero que no haya asesinado del todo al hijo suyo y mío», exclamó sorprendido a Wallace.3 Fue en parte la alarma de ver el artículo de Wallace lo que le animó a expresar íntegramente sus propias opiniones en Descent. No podía estar de acuerdo con Wallace en que una fuerza externa –Wallace creía que era un poder espiritual– nos había convertido en lo que somos.

Tal vez parecía haber llegado el momento de finalizar su investigación sobre la humanidad y hacerla pública. Había acumulado un gran archivo de información desde su viaje en el Beagle. Además, ahora podía recurrir a las investigaciones de destacados anatomistas y antropólogos favorables a una visión secular y biológica de la humanidad, como Ernst Haeckel, Pierre Paul Broca, Jean Louis Armand de Quatrefages, Édouard Claparède y Carl Vogt, y podía consultar a colegas científicos como Francis Galton, John Lubbock y Edward B. Tylor. Su inmensa red de corresponsales –generada durante los años de Origin– pudo ayudar a localizar especialistas que le guiaran en áreas relativamente desconocidas, como los probables inicios del lenguaje humano. Al final del proceso, incluso pidió a su hija Henrietta, de 28 años, que actuara como correctora editorial, corrigiendo sus errores gramaticales y ayudando a la claridad del texto. Pronto Darwin reunió tanto material que se sintió obligado a reservar parte de él para otro libro. Este material adicional se refería a la expresión de las emociones en los animales y los seres humanos, y se publicó en 1872, un año después que Descent, con el título de The Expression of the Emotions in Man and Animals. Estos dos libros constituyen los análisis más importantes de Darwin sobre la evolución y la biología de la humanidad.

EL LIBRO DESCENT OF MAN

A su manera, Descent puede considerarse como la mitad que le faltaba a Origin. Fue escrito con el mismo estilo personal que Origin, con la misma claridad, la misma modestia cortés, los mismos montones inagotables de pruebas y el mismo racionalismo explícito. Y aunque el formato parece ahora arcaico; la información, decididamente anticuada, y los puntos de vista sociales, pasados de moda, los argumentos centrales han conservado su poder para inspirar y estimular. Hay atisbos fascinantes de la comprensión de Darwin sobre la base biológica de las jerarquías raciales victorianas y las relaciones de género. El término «evolución», utilizado por primera vez en su sentido moderno, aparece en la página 2 del volumen 1. Darwin también utilizó la expresión «supervivencia del más adaptado», que adoptó de Herbert Spencer en 1868. Hay que reconocer que el contenido de Descent es mucho más complejo de entender que los argumentos de Origin. No obstante, el primero es una publicación excepcional que marca un hito en la historia de la humanidad y que proporciona una gran visión de la profundidad y la escala de la revolución del pensamiento generada por la teoría evolutiva.

El libro se imprimió en dos volúmenes y fue publicado por John Murray, la empresa londinense que había editado antes Origin. Se publicaron 2.500 ejemplares en las primeras semanas de 1871 (Freeman, 1977). Ese mismo año aparecieron otras tres tiradas, con lo que el número de ejemplares disponibles para los lectores ascendió a 8.000. Darwin introdujo pequeños cambios en el texto en cada reimpresión. Para los bibliófilos, hay algunas variantes interesantes. El propio ejemplar de Darwin, por ejemplo, estaba listo en diciembre de 1870 y tiene esa fecha impresa en su portada. En 1874 se publicó una segunda edición con correcciones y enmiendas. En 1877, los editores ingleses declararon haber publicado un total de 11.000 ejemplares. La empresa estadounidense D. Appleton and Co. publicó simultáneamente Descent en Nueva York en 1871, e igualó las ediciones inglesas. En Europa, la guerra franco-prusiana parecía entorpecer cualquier perspectiva de ediciones y traducciones en lenguas extranjeras; sin embargo, sorprendentemente en vista de la situación política, especialmente durante el asedio de París y los terribles acontecimientos en torno a la Comuna, el libro de Darwin fue traducido al neerlandés, francés, alemán, ruso e italiano en 1871, y al sueco, polaco y danés poco después, lo que evidencia la fortaleza de los colegas europeos de Darwin y el interés general por los asuntos evolutivos.

El texto era extenso y, a ojos actuales, serpenteante y verboso. Estaba dividido en dos partes. En la primera, Darwin quiso relacionar a animales y seres humanos lo más estrechamente posible. Comenzó describiendo los numerosos rasgos anatómicos incontrovertiblemente comunes a ambos. Luego dio paso a las facultades mentales, afirmando con decisión que «no existe diferencia fundamental entre el hombre y los mamíferos superiores en sus facultades mentales» (Darwin, 1871, vol. 1: 35). Después presentó observaciones sobre la cognición animal, desde caballos que conocían el camino a casa hasta hormigas que defendían su propiedad, chimpancés que utilizaban ramitas como herramientas, pájaros jardineros que admiraban la belleza de sus nidos y gatos y perros caseros que aparentemente soñaban con conejos mientras dormían. El carácter doméstico de las observaciones de Darwin en este ámbito, las grandes dosis de antropomorfismo voluntario, inspiraron a Frances Power Cobbe a llamarlas «estos cuentos de hadas de la ciencia» en una reseña publicada en 1872. Estas anécdotas sobre la actividad mental de los animales probablemente sirvieron para ablandar a los lectores antes de enfrentarse al choque de ver a los simios en su árbol genealógico.

Tras ello, Darwin pasaba a tratar el lenguaje, la religión y el sentido moral de la humanidad. El poder del habla era obviamente crucial, ya que la posesión de lenguaje era esencial para todas las definiciones contemporáneas de ser humano y en aquella época se suponía que representaba una barrera insuperable entre los animales y los humanos. Darwin quería rebatir en particular la opinión generalizada de que la capacidad de hablar era un don especial de Dios para los humanos. El gran lingüista y erudito Friedrich Max Müller lo había dicho en la revista Nature en 1870. Darwin llegó a creer que la capacidad de hablar surgió de manera muy diferente, de forma gradual a partir de las vocalizaciones sociales de los simios y se desarrolló en las primeras sociedades humanas mediante la imitación de sonidos naturales.

También se atrevió a proponer que la creencia religiosa no era, en última instancia, más que un impulso primitivo de otorgar una causa externa a acontecimientos naturales que, de otro modo, serían inexplicables. Al principio, los sueños humanos podrían haber dado lugar a la idea de espíritus, como sugirió el antropólogo Tylor, o al animismo, en el que las plantas y los animales parecen estar imbuidos de fuerzas externas. Darwin sugirió que estas creencias podían convertirse fácilmente en una convicción sobre la existencia de uno o varios dioses que dirigían los asuntos humanos. Propuso que, a medida que las sociedades avanzaban en la civilización, los valores éticos se habían vinculado a esas ideas. De forma audaz, comparó la devoción religiosa con el «amor de un perro por su amo».

Desde la religión no había más que un pequeño paso hacia el mundo moral. Darwin sostenía que los valores humanos superiores, como la moral, surgieron y se extendieron solo a medida que la civilización humana progresaba. Sugirió que valores como el deber, la abnegación, la virtud, el altruismo y el humanitarismo se adquirieron bastante tarde en la historia de la humanidad y no por igual en todas las tribus o grupos. Algunas sociedades mostraban estas cualidades más que otras, señalaba; y es evidente que pensaba que había habido un progreso paulatino del sentimiento moral desde las primeras sociedades «bárbaras», como la Antigua Grecia o Roma, hasta el mundo civilizado de la Inglaterra del siglo XIX que él habitaba. De este modo, mantuvo, en el imaginario de sus lectores, a las clases medias inglesas como representantes de todo lo mejor de la cultura del siglo XIX. Los valores morales más elevados eran, para él, evidentemente los valores de su propia clase y nación.

También en la primera parte, Darwin habló de los posibles intermediarios entre el mono y el hombre, y trazó (de palabra) un árbol genealógico provisional que sobre todo se apoyaba en datos de colegas evolucionistas como Haeckel y Huxley. En realidad, a Darwin le resultaba difícil insertar a los humanos un árbol evolutivo real. Aunque para entonces había algunos fragmentos de cráneos neandertales disponibles para su estudio en museos europeos, aún no se había confirmado de forma concluyente que procedieran de ancestros de los humanos. Darwin remontó los humanos a los monos del Viejo Mundo, afirmando que la especie humana debió divergir del tronco original de los monos mucho antes que los simios antropoides, probablemente en un punto cercano a las formas de Lemuridae, ahora extintas. Además, reconoció a los grandes simios como los parientes más cercanos de la humanidad. Para la segunda edición de Descent pidió a Huxley que llenara este vacío con un ensayo actualizado sobre los hallazgos fósiles. Darwin solo podía adivinar las posibles razones por las que los ancestros de los humanos abandonaron los árboles, perdieron su recubrimiento de pelo y se volvieron bípedos. Se basó en los trabajos de Haeckel en este campo para hacer retroceder la línea de los primates a través de los marsupiales, los monotremas, los reptiles, los anfibios y los peces, hasta llegar a las ascidias, abuelas de todos ellos.

Los primeros antepasados del hombre tuvieron que haber estado cubiertos de pelo, y ambos sexos tenían barba; sus orejas eran probablemente puntiagudas, y capaces de movimiento, y su cuerpo estaba provisto de cola, que poseía los músculos correspondientes. […] Entonces el pie era prensil, a juzgar por la condición del dedo gordo del pie en el feto; y no hay duda de que nuestros progenitores eran de hábitos arborícolas y frecuentaban una tierra cálida y forestada. Los machos poseían grandes dientes caninos, que les servían como armas formidables (Darwin, 1877a: 160-161).

SELECCIÓN SEXUAL Y SOCIEDAD

En la segunda parte se expone la idea de Darwin sobre la selección sexual. Aunque hoy en día se entiende sobre todo como una característica del comportamiento durante el apareamiento de los animales, Darwin creía que esta teoría era su contribución especial para entender la evolución de la humanidad. Hoy parece curioso que una parte tan grande del libro estuviera dedicada a su cuidadosa exégesis de esta forma de selección. Sin embargo, afirmaba que era una fuerza importante en la diversificación de los seres humanos en lo que se consideraban razas separadas. «No pretendo afirmar que la selección sexual explique todas las diferencias entre las razas», escribió. Sin embargo, estaba seguro de que era «el principal agente en la formación de las razas del hombre». La selección sexual era «el medio más poderoso para cambiar las razas del hombre que conozco».4

Se trata de una idea que había estado alimentando durante muchas décadas, pero que fue llevada a su máxima sofisticación en Descent (Richards, 2017; Campbell, 2006; Cronin, 1991). Postuló que todos los animales, incluidos los humanos, poseen muchos rasgos insignificantes que se desarrollan y permanecen en una población únicamente porque contribuyen al éxito reproductivo. Estos rasgos son heredables (según Darwin), pero no tienen ningún valor directo de adaptación o supervivencia. El ejemplo de libro de texto es el del pavo real macho, que desarrolla grandes plumas en la cola para mejorar sus posibilidades en el juego de apareamiento, aunque esas mismas plumas impiden activamente su capacidad para volar y escapar de los depredadores. La hembra del pavo real, argumentó Darwin, se siente atraída por las plumas grandes y vistosas y, si puede, elegirá al compañero más glamuroso y así transmitirá sus características a la siguiente generación. Se trata de un sistema, subrayó, que depende de la elección individual más que del valor de la supervivencia. Dedicó casi un tercio del libro a establecer la existencia de la selección sexual en aves, mamíferos e insectos. Sostenía que, en los animales, la elección de la pareja estaba determinada por la hembra: la pava hacía la elección. Cuando llegó a los seres humanos, invirtió la propuesta e insistió en que los hombres eran los que elegían.

Era una idea importante. Darwin utilizó la selección sexual para explicar la divergencia de los primeros humanos en los grupos raciales descritos por los antropólogos físicos de su época. La preferencia por determinados colores de piel era, para él, un buen ejemplo de ello. Sugirió que los primeros hombres elegían a las mujeres como compañeras según ideas locales de belleza. El color de la piel de toda una población cambiaría gradualmente como consecuencia de esto. «Los hombres más fuertes y vigorosos […] habrían sido capaces generalmente de seleccionar a las mujeres más atractivas [y] tendrían más éxito a la hora de criar un mayor número promedio de descendientes» (Darwin, 1877a: 595). Las distintas sociedades tendrían ideas diferentes sobre lo que constituye el atractivo y, por lo tanto, los rasgos físicos de los distintos grupos divergirían gradualmente a través de la selección sexual únicamente.

Estas opiniones se vieron reforzadas al insistir en que la selección sexual no se limitaba a atributos físicos como el pelo o el color. Según Darwin, la selección sexual entre los humanos también afectaría a rasgos mentales como la inteligencia, el amor maternal, la valentía, el altruismo, la obediencia y el «ingenio» de una población determinada; es decir, la elección humana incidiría en los instintos animales básicos y los empujaría en direcciones particulares.

Aquí nos encontramos con las ideas burguesas de Darwin sobre las jerarquías sociales y las diferencias de género entre los seres humanos. Por ejemplo, creía que la selección sexual potenciaba la superioridad masculina en todo el mundo. En las primeras sociedades humanas, las necesidades de supervivencia, argumentaba, harían que los hombres fueran físicamente más fuertes que las mujeres y que la inteligencia y las facultades mentales masculinas mejoraran más que las de las mujeres. Para él, era lógico que, en las sociedades civilizadas, los hombres, debido a sus capacidades intelectuales y empresariales bien desarrolladas, gobernaran el orden social (Richards, 1997).

Pero evitar a los enemigos o atacarlos con éxito, capturar animales salvajes y construir armas, requiere la ayuda de facultades mentales superiores, a saber, observación, razón, invención o imaginación. Estas diversas facultades se habrían puesto así continuamente a prueba y se habrían seleccionado durante el estado adulto. […] Así, el hombre ha terminado por ser superior a la mujer (Darwin, 1877a: 564-565).

De este modo, convirtió la cultura humana en una extensión de la biología y vio en toda sociedad humana una base «natural» para la primacía del varón. Tras su publicación, las primeras feministas y sufragistas atacaron duramente esta doctrina, pues consideraban que la biología naturalizaba a las mujeres a un papel secundario y sumiso. De hecho, muchos médicos suponían que el cerebro de las mujeres era más pequeño que el de los hombres y, en consecuencia, estaban ansiosos por adoptar la sugerencia de Darwin de que las mujeres estaban menos desarrolladas evolutivamente. Para ellos, la función «natural» de las mujeres era reproducirse, no pensar. Durante varias décadas, los hombres de la profesión médica pensaron que el cuerpo femenino era especialmente propenso a los trastornos si se le negaban las funciones reproductivas. Algo de esta creencia puede rastrearse hasta los años cincuenta aproximadamente.

En Descent, Darwin también concretó sus ideas sobre el progreso humano y la civilización. Su introducción a la segunda edición de 1874 explicaba su significado. La jerarquía racial, tal como la veía Darwin, iba desde las tribus más primitivas de la humanidad hasta las más civilizadas. Y había surgido a través de la competencia, la selección y la conquista. Las tribus con poca o ninguna cultura (determinada por los europeos) eran susceptibles de ser invadidas por poblaciones más audaces o sofisticadas. «Todo lo que sabemos acerca de los salvajes, o podemos inferir por sus tradiciones o monumentos antiguos […] demuestra que desde los tiempos más remotos las tribus que han tenido éxito han sustituido a otras tribus» (Darwin, 1877a: 128). Darwin estaba seguro de que muchos de los pueblos que él llamaba primitivos acabarían siendo invadidos y destruidos por razas más avanzadas como la europea, en particular los aborígenes de Tasmania, Australia y Nueva Zelanda. Se trataba de la aplicación de la gran ley de «la conservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida». Su énfasis fijó la noción de raza en términos biológicamente deterministas, reforzando las ideas contemporáneas de una jerarquía racial inherente.

DESCENT EN EL CONTEXTO VICTORIANO

Estas palabras se integraban fácilmente en la ideología coetánea del imperio. El concepto de selección natural aplicado a la humanidad en Descent parecía reivindicar las duras y continuas luchas por el territorio, el sometimiento de las poblaciones indígenas y la expresión del poder político a escala internacional. De hecho, formulado de tal modo, este concepto era un claro reflejo de la nación competitiva e industrializada en la que vivía. No es de extrañar que, a su vez, sus opiniones parecieran corroborar los principales compromisos políticos y económicos de su época. El éxito de los europeos blancos en la conquista y el asentamiento en Tasmania, por ejemplo, parecía hacer «natural» el exterminio a gran escala de los pueblos originarios. La conquista se consideraba una parte necesaria del progreso imperial.

En parte por el respaldo de Darwin y en parte por los influyentes escritos de otros autores, estas opiniones apoyaron el extendido imperialismo de principios del siglo XX. La doctrina de Herbert Spencer de «la supervivencia del más fuerte», tal como la utilizaron Darwin, Wallace y otros, en Descent y otras obras, se convirtió en una frase popular en el desarrollo del darwinismo social (Hawkins, 1997). Incrustado en poderosas distinciones de clase, raza y género, el darwinismo social utilizó las ideas imperantes de competencia y conquista para apuntalar las políticas sociales y económicas. La frase de Spencer «la supervivencia del más fuerte» era muy adecuada para fomentar la expansión económica capitalista, la rápida adaptación a las circunstancias y la colonización. Karl Pearson, un comprometido biólogo darwiniano afincado en Londres, lo expresó con crudeza en 1900. Dijo que nadie debería lamentar que «una raza capaz y robusta de hombres blancos sustituya a una tribu de piel oscura que no puede utilizar su tierra para el pleno beneficio de la humanidad, ni contribuir con su cuota al acervo común del conocimiento humano» (Pearson, 1900: 360).

Es bien sabido que las ideas de Darwin –aunque transformadas por la cultura popular– fueron acogidas por muchos empresarios y fabricantes industriales. A finales del siglo XIX fueron puestas en práctica por los empresarios, filántropos y magnates de los negocios que dirigieron el desarrollo de la industria norteamericana, por ejemplo, J. D. Rockefeller o el magnate del ferrocarril James J. Hill, que utilizaron «la supervivencia del más fuerte» como lema motivador. En su opinión, la empresa más fuerte y eficiente dominaría naturalmente el mercado y estimularía el progreso económico a mayor escala. Otros, como Andrew Carnegie, escocés emigrado que amasó una gran fortuna y pasó el resto de su vida regalándola, veneraban a Herbert Spencer. Estos planteamientos estaban fuertemente sesgados hacia la derecha política. Pocos de estos pensadores creían en el socialismo o en el apoyo estatal a los pobres. Se suponía que un estado del bienestar o una industria subvencionada fomentarían la ociosidad y permitirían que un número creciente de personas o empresas no aptas sobrevivieran, socavando así el progreso económico y la salud nacional, un resurgimiento de las ideas originales de Thomas Robert Malthus sobre los límites naturales de la población, que ahora se vertieron de nuevo en el pensamiento económico con un respaldo totalmente biológico proporcionado por Darwin.

Varias de las observaciones de Darwin en Descent también reflejan las preocupaciones que pronto se manifestaron en el movimiento eugenésico. Darwin temía que lo que él llamaba los miembros «mejores» de la sociedad corrieran el peligro de ser superados numéricamente por los «no aptos». En esta última categoría Darwin incluía a los hombres y mujeres de la calle, los enfermos, los discapacitados físicos, los indigentes, los alcohólicos y los perturbados mentales. Señaló que la ayuda médica y el apoyo financiero a través de empresas de caridad a los enfermos y los pobres iban en contra del principio fundamental de la selección natural. Sin embargo, sugirió que era la característica de un país verdaderamente civilizado ayudar a los enfermos y a los débiles.

En estos pasajes, Darwin se anticipó a algunos de los problemas que su primo Francis Galton intentaría paliar con el movimiento eugenésico. Galton fue un entusiasta converso a las teorías de Darwin y no dudó en aplicar el concepto de selección natural a las poblaciones humanas. Los «no aptos», como lo expresó Galton, tendían a ser más fecundos que los miembros superiores de la sociedad. Hizo una campaña incansable para reducir las tasas de reproducción entre lo que él categorizaba como los elementos más pobres, irresponsables, enfermos y despilfarradores de la sociedad. Recomendó que los «hombres más dotados» tuvieran hijos y transmitieran sus atributos a la siguiente generación. Galton no promovió el encarcelamiento o la esterilización, como finalmente se hizo en Estados Unidos, ni concibió la posibilidad de un exterminio a gran escala de todo un pueblo, como ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial, pero fue un destacado defensor de tomar el desarrollo humano en nuestras manos y de la necesidad de contrarrestar el probable deterioro de la raza humana.5 Aunque Descent difícilmente puede explicar todos los estereotipos raciales, el fervor nacionalista y los prejuicios duramente expresados en los siguientes años, no se puede negar el impacto de esta obra al proporcionar un respaldo biológico a las nociones de superioridad racial, las limitaciones reproductivas, las diferencias de género y las distinciones de clase (Kevles, 1985). La historia demuestra que Descent fue un factor muy importante en el surgimiento del darwinismo social y la eugenesia, con todas sus terribles consecuencias.

CONSECUENCIAS

Los estudiosos coinciden hoy en día en que Descent ofreció un relato naturalista de gran alcance sobre los orígenes humanos. Aun así, pocos lectores del siglo XIX querían situar a los seres humanos exactamente al mismo nivel que las bestias. La crítica en general se opuso. Harper’s Weekly se quejó de que «el Sr. Darwin insiste en presentar a Jocko casi como uno de nosotros». Un crítico anónimo de The World, una revista literaria de Nueva York, dijo que «el Sr. Darwin, como el resto de su escuela atea, evidentemente rechaza con desprecio la idea de un Dios espiritual que crea y sostiene el universo». The Truth Seeker calificó el libro de «precipitado» y «fantasioso». Otro autor, del Catholic Tablet, explicó que los seres humanos poseían racionalidad, una «facultad perfectamente distinta de cualquier otra que se encuentre en los brutos». El London Times deploró la publicación del libro, diciendo que

es difícil ver cómo, según la hipótesis del Sr. Darwin, es posible atribuir al hombre otra inmortalidad u otra existencia espiritual, que la que poseen los brutos […] Plantear [estas opiniones] sobre la base de pruebas tan incompletas, de una investigación tan superficial, de argumentos tan hipotéticos como los que hemos expuesto, es más que anticientífico: es imprudente.

Un corresponsal de The Guardian lo resumió apelando a la evidencia directa de la Biblia: «Las Sagradas Escrituras consideran claramente la creación del hombre como una clase de acciones totalmente distinta de la de los seres inferiores».

Otros, sin embargo, aplaudieron la profundidad de los conocimientos, la sinceridad y la racionalidad de Darwin. Las cuestiones sobre la frontera entre el animal y el hombre, el alma humana y el origen divino de la moral humana habían sido temas de debate desde la Antigüedad. La contribución de Darwin a la resolución de estas cuestiones comenzó con Origin y culminó con Descent. Inmediatamente después de su publicación, en 1872, en un primer artículo sobre «Darwinismo y divinidad» escrito en respuesta a Descent, el intelectual (y padre de la novelista Virginia Woolf) Leslie Stephen (1872) habló en nombre de muchos de la generación venidera al preguntar: «¿Qué diferencia puede suponer para mí el hecho de haber nacido de un simio o de un ángel?». A ojos de Stephen, Descent expresaba un nuevo e importante sentimiento de que la ciencia era el lugar donde buscar respuestas sobre los orígenes humanos. El libro obligaba a explorar las implicaciones de la propia noción de lo que significaba ser humano. En Francia, Alemania, Italia, España, los Países Bajos, Escandinavia, Rusia y América del Norte, y progresivamente en todo el mundo, llegando hasta China y Japón en la década de 1880, personas de toda condición social reposicionaron esta controvertida cuestión dentro de sus propios contextos culturales. Estas respuestas, que ilustran la diversidad cultural del siglo XIX, nos recuerdan que la introducción de nuevas ideas rara vez es sencilla y que las historias de la ciencia del pasado han implicado muchas formas diversas de publicación, muchos públicos distintos, muchos idiomas diferentes y un intenso esfuerzo personal, así como el poder duradero de las propias ideas.

1. La vida y la época de Darwin han sido descritas de manera completa en Browne (1995 y 2002).

2. Dos páginas web que constituyen una fuente muy valiosa son Darwin Correspondence Project (<http://www.darwinproject.ac.uk/>) y The Complete Work of Charles Darwin Online (<http://darwin-online.org.uk/>).

3. Darwin a A. R. Wallace, 27 de marzo [de 1869], en Darwin Correspondence Project, carta n.º DCP-LETT-6684.

4. Darwin a A. R. Wallace, 28 [de mayo de 1864], en Darwin Correspondence Project, carta n.º DCP-LETT-4510.

5. Discutido más recientemente en Chaplin y McMahon (2016).

Iluminando la evolución humana

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