Читать книгу La estabilidad del contrato social en Chile - Guillermo Larraín - Страница 10
ОглавлениеCapítulo I
La economía y la sociedad del Chile democrático
No podría estar más orgulloso del increíble progreso que hicimos juntos durante mi presidencia. (…) pero si corriera hoy, no correría la misma carrera ni tendría la misma plataforma que en 2008. El mundo es diferente.
Barack Obama, abril del 2020
Cualquier construcción de calidad, en particular si se trata de la construcción de una nueva institucionalidad, debe partir por un buen estudio del terreno en el cual se instalará la edificación. Es necesario ser precisos. En Chile hay cosas que están mal, pero muchas otras están bien. Es necesario identificarlas para que la nueva estructura fortalezca lo bueno y corrija lo malo.
Pinto Santa Cruz (1958) hizo famosa la teoría de que, entonces, el sistema político era más desarrollado que el económico. Las demandas distributivas que surgían de aquel no podían ser satisfechas por la economía y ello generaba presiones que lesionaban el crecimiento. Larraín (2005) plantea que la dictadura tuvo el efecto inverso: desarrolló el sistema económico por sobre el político. Esto fue ratificado en Atria et al. (2013), quien señala que, al analizar la política, la sociedad y la economía, el orden de gravedad de los problemas era precisamente ese.
La política desgraciadamente ya explotó: la aprobación presidencial llegó a mínimos históricos del 6% en enero del 2020, el prestigio de las instituciones democráticas continúa su descenso y el proceso constituyente comenzó con un rotundo éxito del Apruebo en el plebiscito del 25 de octubre, precisamente porque el sistema político no fue capaz de reformarse oportunamente.
Esta explosión de la política ha tenido otro efecto: ha consolidado una mayor autonomía de “lo social”, lo que era impensable en la época de Pinto. En su libro casi no hay sociedad: todo era político. Tal como discutimos en este libro, estas tres esferas son cada vez más autónomas pero interactúan y se afectan mutuamente. Un buen sistema institucional debe reconocer esa autonomía e interacción. Chile debe avanzar hacia un sistema que reconozca este fenómeno de simultanea autonomía y dependencia entre economía, política y sociedad.
El desempeño económico de Chile ha sido destacable no solo respecto del resto del mundo, sino también respecto de su propia historia. Sin embargo, ello ha ocurrido en una etapa en que la sociedad ha desarrollado patologías preocupantes. Entre ambos fenómenos hay una relación de causalidad. La lógica económica indica que la satisfacción de necesidades se realiza mediante un pago, y quien no paga queda marginado del consumo. Se promueve la competencia por sobre la cooperación, el individualismo por sobre la acción colectiva. En el mercado cada persona puede expresar sus preferencias y opiniones en función de su capacidad de generar ingresos más que por el hecho de ser ciudadano. Cuando esta lógica se universaliza, los individuos y la sociedad se atrofian. Esto es lo que ha pasado en Chile.
A los sectores de izquierda hay que recordarles que esta constatación no significa que haya que tirar la economía por la ventana. La satisfacción de necesidades materiales es ineludible para llevar una vida personal y comunitaria exitosa. Y la capacidad de la economía chilena de generar más bienes y servicios ha crecido de manera sustancial. Mantener tal capacidad de crecer es medular para el desarrollo de Chile.
La derecha, por su parte, debe entender que para que la economía sea sustentable se requiere una sociedad sana. El estándar de “sanidad” no la define un grupo de iluminados, sino los propios ciudadanos. Usualmente ello conlleva la aplicación de criterios de distribución de bienes y servicios públicos distintos al que espontáneamente busca la economía. Por lo tanto, dichos criterios, en general, distorsionan el funcionamiento de los mercados. Sin embargo, mientras se genere valor social, en ese mundo plagado de distorsiones, el resultado termina por ser positivo.
La fortaleza de la economía: Chile en perspectiva
Desde el punto de vista del crecimiento de la economía, de la disponibilidad de bienes y servicios, en los últimos 30 años Chile ha tenido un desempeño sobresaliente en comparación con el resto del mundo. Aun cuando es imperfecta, la variable que mejor capta esto es el nivel del ingreso per cápita.1
Utilizaremos como fuente de información la enorme base de datos recolectada durante toda su vida por el economista británico Angus Maddison. Esta contiene las mejores estimaciones de ingreso per cápita para todos los países del mundo con series que en algunos casos comienzan con observaciones puntuales en 1300, que es el caso del norte de Italia. En el caso de Chile, la serie comienza en 1870.
Los gráficos que siguen muestran el ingreso per cápita de Chile como porcentaje del ingreso de una serie de otros países. Es decir, graficamos la siguiente variable:
Supongamos que el país “j” es Francia. Como se ve en el gráfico 1, salvo los períodos de guerra, este cociente ha estado bajo 1. Esto quiere decir que en períodos de paz, Chile es más pobre que Francia. Cuando el indicador está por arriba de 1, como ha sido el caso en el siglo XIX y comienzos del siglo XX respecto de Portugal, eso indica que Chile era más rico que ese país.
Los países con los cuales haremos la comparación (la lista de países “j”) son:
•América Latina: Argentina, Brasil, Colombia, México, Perú y Uruguay.
•Europa “latina”: Francia, España, Portugal e Italia.
•Europa del norte: Alemania, Holanda, Suecia, Noruega, Suiza.
•Anglosajones: Reino Unido, Inglaterra, Canadá, Australia, Nueva Zelandia.
•Asia: Japón, Corea del Sur y Taiwán.
El primer gráfico muestra la situación del PIB de Chile en relación con un grupo diverso de países. Este gráfico nos permite identificar cuatro fases del desarrollo relativo de Chile desde 1870 hasta nuestros días y que, con matices propios de cada experiencia, son fases que se replican en casi todos los países de referencia. Los períodos de las dos guerras mundiales alteran las posiciones relativas de cada país. No haremos un análisis específico de cada caso porque lo que nos interesa son las tendencias económicas en tiempos de paz.
Las cuatro fases son las siguientes:
1.1870-1930, “estabilidad relativa”. Durante el siglo XIX, Chile tenía niveles de ingreso superiores a España y dicho diferencial fue ampliándose a favor de Chile hasta 1900, aproximadamente; luego se redujo. Con Francia, el diferencial fue estable a favor de Francia. Estados Unidos y Nueva Zelandia han tenido persistentemente un ingreso superior al chileno. Con cierta volatilidad, en este período hubo una cierta “estabilidad relativa” en el ranking de ingreso de los países.
2.1930-1975, “decadencia”. Todos estos países empezaron a crecer más rápido que Chile y, por lo tanto, el nivel relativo de ingreso de Chile empezó a bajar consistentemente. Es una fase que podríamos denominar de “decadencia”. Todos aquellos países que en siglo XIX tenían ingresos inferiores a Chile, nos superaron desde finales de los años 60.
3.1975-1988, “contención”. La decadencia de Chile se ralentizó y eventualmente se detuvo durante la dictadura. Chile no ganó posiciones relativas sobre estos países durante este período, solo se contuvo su caída.
4.1989-2010, “recuperación”. Se observa una clara y sistemática alza del ingreso relativo de Chile respecto de los países de la muestra.
Gráfico I.1. Fases del desarrollo de Chile
Fuente: Larraín, G. (2020), “Una mirada racionalmente optimista del proceso constituyente”, Mirada fen, marzo.
La fase 1, en el siglo XIX, es la época de gloria de la economía chilena. En 1850, en el Annuaire de Deux Mondes, un almanaque publicado por una editorial francesa, decía: “Chile es uno de los países más apacibles de toda la América del Sur (…) donde la existencia aparece en las condiciones más regulares y las más favorables. (…) Podemos explicar este fenómeno por la sabiduría de sus instituciones, por la feliz apropiación del régimen adoptado (…) estas explicaciones no son totalmente conclusivas, porque Chile se encuentra, en definitiva, sometido a las mismas influencias y disolventes que las otras repúblicas americanas —tradiciones coloniales, inexperiencia de libertad política y de trabajo”. El comercio entre Europa y California u Oceanía pasaba regularmente por Valparaíso, lo que transformó a esa ciudad en un polo de desarrollo global e hizo que Chile dispusiera de la mayor flota mercante de América del Sur. Es a esta época a la que se refiere nostálgicamente en 1900 Enrique Mac Iver en su “Discurso sobre la crisis moral de la República”.
En la segunda parte de esta primera etapa ocurren dos eventos importantes para Chile. A nivel interno, en 1891 Chile adoptó un mal llamado régimen parlamentario, el cual hizo que los gobiernos duraran menos que antes y hubiera gran inestabilidad política. A nivel internacional, el descubrimiento en 1914 del salitre sintético generó en Chile una crisis productiva de la cual no se pudo recuperar.2 A esto se refiere Francisco Antonio Encina en su libro Nuestra inferioridad económica.
La fase 2, “decadencia”, tiene como antecedente la aparición de la llamada “cuestión social”, con la fundación de la Federación Obrera de Chile en 1909 y, en 1912, con la fundación del Partido Obrero Socialista de Luis Emilio Recabarren, antecedente directo del Partido Comunista. La cuestión social generó, como en todo Occidente, tensiones políticas redistributivas mayores. La respuesta a este fenómeno coincidió con un mal ambiente internacional derivado de las sucesivas guerras mundiales y la gran crisis de 1929. En 1924 la crisis en Chile es de talla mayor y se produce el golpe de Estado, que alejará del poder al Presidente Arturo Alessandri Palma por seis meses, a la vuelta de los cuales se aprobará una nueva Constitución, la de 1925.
Todo esto, más las inestabilidades producidas por la Gran Depresión de 1930 y luego la II Guerra Mundial, derivó en que se adopten, a nivel de las políticas económicas, una estrategia de crecimiento orientada a la sustitución de importaciones, por la industrialización forzada, el desarrollo del rol empresarial del Estado y la inestabilidad macroeconómica. Esta es la fase de la larga decadencia que señala Pinto en Chile, un caso de desarrollo frustrado.
La fase 3 o de “contención” corresponde al período dictatorial, donde varias reformas macroeconómicas se llevaron a cabo, en particular la apertura comercial. Esta reforma venía siendo discutida desde 1950, por ejemplo en el libro de Jorge Ahumada En vez de la miseria, cuyo programa de trabajo inspiró al gobierno de Eduardo Frei Montalva. En aquel entonces, Frei intentó reducir los aranceles, disminuir las barreras paraarancelarias y mejorar la institucionalidad de fijación de las sobretasas. Los éxitos fueron parciales. La oposición desde el mundo empresarial y la izquierda imposibilitaron avanzar más. De hecho, desde 1968 el proceso de apertura se revirtió. La dictadura de Pinochet, en los hechos, logró abrir la economía al comercio exterior, eliminando casi todas las barreras no tarifarias y reduciendo unilateralmente los aranceles. La apertura económica, apalancándose en el desarrollo del sector financiero, en parte favorecido por la reforma de pensiones, logró detener la caída relativa en el PIB de Chile respecto de los países de referencia.
La fase 4, la de recuperación coincide precisamente con el retorno a la democracia. La mezcla de una economía abierta con estabilidad política y social, además de las sucesivas reformas que promovían el desarrollo económico, resultaron en un proceso sostenido de convergencia de Chile con todo el mundo desarrollado.
El gráfico I.2 muestra a Chile en función de los países de la Europa latina. Puede apreciarse que en el siglo XIX, Chile tenía un ingreso per cápita superior al de España y Portugal e incluso Italia. Solo Francia, salvo en los períodos de guerras mundiales, ha tenido ingresos consistentemente superiores al chileno. Las cuatro fases descritas anteriormente se aprecian con mucha claridad.
Gráfico I.2. Ingreso per cápita de Chile respecto de Europa “latina”
Fuente: elaboración propia a partir de Maddison (2018).
El gráfico I.3 muestra el mismo cuociente, pero esta vez los países de la comparación son de Europa del Norte. Aunque a niveles distintos, las cuatro fases antes señaladas se repiten nuevamente. Desde la perspectiva de este libro, se aprecia que el período democrático reciente es aquel en el cual sin ambigüedad alguna Chile inició un proceso de convergencia.
Gráfico I.3. Ingreso per cápita de Chile respecto de Europa del Norte
Fuente: elaboración propia a partir de Maddison (2018).
La historia del gráfico I.4 es nuevamente similar, solo que Chile siempre ha estado por debajo del nivel de ingreso per cápita de los países anglosajones. Aquí las fases 1, 2 y 3 son menos claras, pero sí es evidente el proceso de convergencia iniciado con el retorno a la democracia.
Gráfico I.4. Ingreso per cápita de Chile respecto de países anglosajones
Fuente: elaboración propia a partir de Maddison (2018).
Las cuatro fases antes mencionadas son claras también si nos comparamos con Japón en el gráfico I.5. En el siglo XIX, Chile tenía el doble del ingreso per cápita de Japón y era aún más rico que Corea, Malasia o Taiwán. Japón, con su exitoso proceso de industrialización y con la sola interrupción de la II Guerra Mundial, inició su convergencia hacia Chile que se logró en los años 50. La fase 4 nuevamente aparece nítidamente, con un sostenido proceso de convergencia esta vez a la inversa, de Chile hacia Japón.
El caso de Corea, Malasia y Taiwán, por tomar otros países asiáticos, son algo distintos. Se trataba de países muy pobres en el siglo XIX, los más pobres de los que hemos analizado aquí. La fase de decadencia de Chile coincide con que esos países adoptaron una política de crecimiento basado en exportaciones intensivas de mano de obra barata que detonó un período de alto crecimiento, el cual ha durado más de medio siglo. La fase de recuperación de Chile es clara respecto de Malasia; sin embargo, no lo es en comparación con Corea y Taiwán, países que siempre han crecido al menos a la misma velocidad de Chile.
Gráfico I.5. Ingreso per cápita de Chile respecto de países asiáticos
Fuente: elaboración propia a partir de Madddison (2018).
Hemos dejado la comparación con América Latina para el final, porque respecto de estos países, salvo México, no hay cuatro fases sino cinco. La fase 4 es idéntica a la que ya hemos discutido: el crecimiento relativo del ingreso per cápita de Chile respecto de todos los países de la muestra. Si en los años 80 Chile estaba por debajo del ingreso per cápita de Argentina, México y Uruguay, en los 90 se transformó en el país de mayor nivel de ingreso per cápita de la región.
Pero aparece una quinta fase en el caso latinoamericano, que corresponde al proceso que Argentina, Brasil, Colombia y Perú inician durante los años 2000 de convergencia hacia Chile. Es interesante destacar que, en parte, esta reversión de la fase 4 se debe a que estos países del continente abrieron sus economías. Esto es evidente en el caso de Colombia y Perú, menos obvio para Argentina y Brasil, aunque comparado con lo que esos países tenían en los años 80, existe un proceso de apertura.
Gráfico I.6. Ingreso per cápita de Chile respecto de América Latina
Fuente: elaboración propia a partir de Maddison (2018).
Algo hay que preservar: Tres fuentes históricas del desarrollo
Es claro que algo pasó en Chile en los años 80 y 90, algo que detuvo primero y terminó después con prácticamente un siglo de decadencia, un siglo de “desarrollo frustrado”, como diría Aníbal Pinto.
En Larraín (2005), se descomponen las reformas realizadas desde 1976 en adelante en tres áreas:
1. La apertura comercial. En 1974 existía una enorme varianza en los aranceles, cuyo promedio alcanzaba a 105%.3 A eso había que agregar una larga lista de restricciones no arancelarias al comercio exterior. Entre 1974 y 1976, se redujo la varianza y minimizaron las barreras no arancelarias. Hacia 1979, los aranceles eran homogéneos en 12% y había desaparecido una buena parte de las barreras paraarancelarias. Esto permitió que desde mediados de los 80 —y con un alto costo de ajuste, graficado en una disminución del empleo global de más de 20%—, el país se especializara en los productos en los cuales tenía ventaja comparativa. Esto se produjo por dos vías. Una, mediante una masiva reasignación de plantas existentes en sectores en decadencia hacia sectores en expansión. Dos, mediante el ingreso de nuevas plantas, de tamaño menor.
Esta apertura fue inicialmente unilateral, pero desde 1991 en adelante se convirtió en una política de integración comercial pactada que tuvo gran éxito. Desde 2000 en adelante, además, se ha ido produciendo una sistemática pero gradual integración a los mercados de capital.
2. Se logró estabilizar la economía. Si entre 1900 y 1970 el crecimiento per cápita fue de 1,5% al año, entre 1980 y 2014 fue de 3,2%. Pero además de eso, la volatilidad del crecimiento cayó sustancialmente: pasamos de una desviación estándar del crecimiento de 8,8% a una de 4,4% en los mismos períodos. Y si medimos la magnitud del cambio estructural operado por la inflación, vemos que para los períodos 1930-1970 y 1980-2014, la inflación promedio bajó de 19% al año a un 9,9%; y su volatilidad cayó estrepitosamente. Si consideramos el período desde 2001 en adelante, cuando se adopta el actual esquema de metas de inflación, los números son aún más impresionantes: la inflación promedio anual ha sido de 3,2% y la desviación estándar de solo 1,7%. El impacto positivo sobre la acumulación de capital humano y capital físico ha sido sustancial.
3. La tercera reforma consistió en el relativo desistimiento del Estado de intervenir directamente en la economía en tanto productor, salvo algunas áreas específicas como minería, banca y televisión. Esto se hizo mediante vastos programas de privatizaciones que duraron hasta los años 2000, y se extendió al área de las concesiones de infraestructura, lo que dura hasta nuestros días. Lo más controversial en esta materia ha sido la transferencia a privados de responsabilidades públicas tradicionales, en especial pensiones y salud.
Chile, fértil provincia señala que de estas tres macro áreas de reforma, solo la tercera es imputable íntegramente a la dictadura pinochetista, en el sentido de que no hay rastros en el debate intelectual previo al golpe de Estado de que se analizaran las privatizaciones como una alternativa de desarrollo. Ahora, incluso dentro de esta tercera área, la necesidad de una reforma de pensiones que evitara los abusos asociados al clientelismo y el comportamiento oportunista ya la señaló Aníbal Pinto en 1958, y en 1967 el Presidente Frei Montalva intentó crear el “Fondo de Capitalización de los Trabajadores”.
Las otras dos áreas de reformas (apertura comercial y la estabilidad macro) eran objetivos largamente añorados por buena parte del espectro político, en particular en la centroizquierda. Chile, fértil provincia argumenta que ello es claro en el primer intento de reforma económica moderna que, escarbando en la historia, se encuentra antes de la misión Klein & Saks —que es la enseñanza tradicional en las escuelas de economía en Chile—, sino en la denominada “gestión Frei” de 1954 y que tuvo como protagonistas impensados a Carlos Altamirano, Aníbal Pinto, Jorge Ahumada y al propio Eduardo Frei Montalva.
4. Chile frente al espejo (retrovisor). Díaz, Lüders y Wagner (2007) recopilaron, en la misma lógica de Maddison y usando una metodología similar, datos sectoriales y macroeconómicos de Chile desde 1810 en adelante. Esta información la hemos actualizado usando los datos de crecimiento de la Información Histórica del Banco Central de Chile y estimaciones de crecimiento de la población de la Organización de Naciones Unidas. El cuadro siguiente muestra, para las cuatro fases identificadas, el crecimiento y la inflación promedio del período y la volatilidad de ambas variables, medidas por la desviación estándar.
Cuadro I.1. Macroeconomía de Chile: 1870-2018
Fuente: elaboración propia basado en UC (2018), Banco Central (2019).
El cuadro I.1 es bastante elocuente: el crecimiento per cápita promedio desde 1870 hasta fines de los 80 era inferior al 1,8% por año, mientras que desde 1990 en adelante el crecimiento prácticamente se duplicó. Ello amerita una nota destacada. Pero esto va más allá porque la volatilidad del crecimiento se redujo prácticamente un 66%. No solo Chile ha crecido desde 1990 en adelante al doble de su tasa histórica, sino que también es mucho más estable. Hasta 1990, era común que hubiera grandes recesiones en nuestro país. Como parámetro, recordemos que en los últimos 30 años, desde el retorno a la democracia, ha habido dos recesiones en que el PIB cayó un 0,8% en 1998 y 1,0% en 2008. Pues bien, entre 1900 y 1990 hubo 19 años en los cuales el PIB cayó más de 2% en el año, 13 años en que el PIB cayó más de 5% en el año y nueve años en los cuales el PIB cayó más de 10%.
El bienestar que esta mayor estabilidad trajo fue enorme.
Una visión alternativa al problema de la inestabilidad es la inflación. En el siglo XIX Chile era conocido por ser un país de alta inflación. Se escribían libros sobre el problema inflacionario chileno, por ejemplo Fetter (1928). En las fases 2 y 3, la inflación fue creciente hasta 1974. Luego del ajuste macroeconómico, la dictadura solo estabilizó la inflación en 23,6% al año. Este número refleja bien la política inflacionaria durante todo el período. La inflación en 1989, último año de gestión íntegra de los militares, la inflación fue 21,4%. En democracia la inflación se redujo y, nuevamente, su volatilidad cayó de manera espectacular.
Es decir, el período desde la vuelta a la democracia ha coincidido con el mayor crecimiento y la menor inflación de la historia.
El mayor crecimiento per cápita promedio, la menor inflación y la mayor estabilidad macroeconómica han tenido impactos significativos sobre la calidad de vida de los chilenos. No vamos a detallarlos aquí, pero el lector interesado puede ver, por ejemplo, La paradoja aparente, de Patricio Meller.
Desconfianza y compromiso: El frágil contrato social en 2019
Siguiendo la racionalidad desplegada anteriormente, el problema institucional de Chile no se entiende desde una lógica utilitarista. Según esta, la mayor abundancia de bienes y servicios que toda la población goza en Chile debiera conducirnos a una mayor paz social. Pero no es así.
Si uno compara la situación de Chile, usando la Encuesta Mundial de Valores,4 con otros países de ingreso medio-alto o alto, como Alemania, Australia, Estados Unidos, España y Uruguay, cinco características lo distinguen.
Lo primero es la valoración —casi un 60% de aprobación— del crecimiento económico. Encuestas paralelas, como las del Centro de Estudios Públicos, ratifican que la población valora el progreso económico, pero con dos características. Por un lado, la gente asocia ese progreso como producto de su propio esfuerzo y, por otro, en general piensa que su situación económica personal es superior a la situación del país en su conjunto.
La segunda característica chilena es el bajo y decreciente nivel de
confianza interpersonal.5 A la pregunta “¿Se puede confiar en la mayoría de las personas?”, un 12% contestó que sí en 2010-2014, mientras que entre 1989 y 2005 la cifra era de 22%. También contrasta con el alto porcentaje de personas que contesta afirmativo en países desarrollados: 45% en Alemania, 51% en Australia, 66% en Holanda. En Uruguay, un 14% señala que se puede confiar en el resto. Sobre la confianza en gente que uno conoce por primera vez, el 26% de las respuestas en Chile señala que no se puede confiar en quien uno conoce por primera vez. Eso se compara con un 18% en Alemania, 12% en Australia, España y Holanda. Solo Uruguay supera a Chile con un 40%. De entre la gente que señala que hay que ser muy cuidadoso al momento de confiar en una persona cualquiera, en Chile un 13% señala que se puede confiar completamente en el vecino, comparado con 10% en Alemania, 9% en Holanda o 3% en Australia.
Una tercera característica se refiere a la creciente desconfianza en las instituciones, en particular los tres poderes del Estado. La desconfianza en el Congreso en Chile alcanza al 29%, comparado con 18% en Australia, 12% en Holanda o 9% en Alemania. Lo más preocupante es que esta desconfianza en el Congreso era de 8% al retornar a la democracia, y luego se ha situado permanentemente sobre el 20%. Tanto el bajo nivel actual de confianza como la tendencia decreciente se dan en los partidos políticos.
Peor: la desconfianza en el Poder Ejecutivo alcanza a un 25%, comparado con un 19% en Australia, 13% en Holanda o 10% en Alemania. Solo España supera a Chile. La desconfianza con los funcionarios públicos en Chile llega al 21%, comparado con 16% en España, 9% en Holanda, 8% en Australia y 6% en Alemania. Respecto de la policía, el 9% desconfía en Chile, comparado con 4% en Alemania, 3% en Holanda y 2% en Australia. Salvo en el caso de la policía (en la que la desconfianza venía cayendo hasta 2014), el Poder Ejecutivo en todas estas dimensiones mostraba un deterioro en la confianza ciudadana.
En cuanto al Poder Judicial, la desconfianza en los tribunales en Chile asciende a un 24%, superando a Uruguay con 17%, España con 14% o Australia con 7%. Esta desconfianza en los tribunales viene al alza desde el regreso de la democracia.
Esta alta y creciente desconfianza en las instituciones democráticas convive con un alto apoyo a la democracia como sistema de gobierno. El 90% de los entrevistados cree que el sistema democrático es bueno o muy bueno, comparado con un 87% en Australia, 81% en Holanda u 80% en Estados Unidos. Pareciera, entonces, que los chilenos apoyan el sistema democrático, pero son críticos de cómo funciona.
Esto sirve como prólogo para una cuarta característica que se da en nuestro país: el alto nivel de activismo cívico. Entre 2010 y 2014, la cantidad de personas que no asistió a ningún tipo de manifestación pacífica fue de solo 12% en Chile, comparado con un 62% en Alemania o 31% en España. Por el contrario, quienes participaron más de tres veces en manifestaciones pacíficas en Chile alcanzaron el 27%, comparado con un 2% en Alemania y 17% en Uruguay. Sobre la participación en “actos de boicot”, si bien quienes nunca lo han hecho en Chile (45%) es similar a Alemania (49%), los que han hecho boicot más de tres veces llega al 20% en Chile, comparado con 16% en Australia o 7% en Estados Unidos. En términos de agitación laboral, la cantidad de personas que ha participado más tres veces en huelgas en Chile alcanza a 24%, comparado con 13% en Australia, 3% en Alemania y 0% en Holanda. Según el Informe Anual de Huelgas Laborales desarrollado por el Centro de Estudios de Conflictos y Cohesión Social (COES), el número de huelgas extralegales ha subido persistentemente desde 2011, y en 2016 llegó a su máximo histórico.
La quinta característica es que estas personas desconfiadas de sus conciudadanos y las instituciones que los rigen, esas personas con un relativamente alto nivel de activismo político, evalúan mejor su entorno personal comparado con su evaluación del país. Esta es una característica bastante persistente en Chile, y que fue identificada en el primer Informe de Desarrollo Humano del PNUD, el año 1998.6
El Centro de Estudios Públicos incorporó también esta pregunta en sus encuestas y es sistemático que las personas evalúan mejor su entorno que el país. A la pregunta de ¿cómo es su situación personal comparado con el país?, sistemáticamente se responde que uno está bien, el país mal. Lo mismo ocurre con preguntas de evaluación individual en relación con las genéricas (por ejemplo, sobre el abuso de “mi banco” se compara con el de “los bancos”, si “uno ha sido víctima de actos de corrupción” comparado con “el nivel de corrupción” en Chile).
Estas cinco características se pueden sintetizar de la siguiente manera: del lado más positivo, en Chile la valoración del crecimiento económico es importante, un 60% en promedio entre 1989 y 2014. Esto es más alto que en los países de referencia. Dicho crecimiento, sin embargo, es cuestionado en dos sentidos. Por un lado, existe la percepción de que en Chile, mucho más que en los otros países, se quisiera que este fuera más “humano” y donde “las ideas contaran más que el dinero”. Por otro lado, está la discrepancia entre cuánto mejora el país y cuánto mejora la persona misma.
Un segundo elemento es que los chilenos quieren más democracia y no menos. Pero las instituciones que rigen la democracia actual son objeto de desconfianza. Esto afecta tanto al Poder Ejecutivo como al Legislativo y Judicial. El nivel actual de desconfianza en las instituciones es alto para los estándares internacionales relevantes, pero lo que es preocupante es que la desconfianza ha crecido en el tiempo. Esa desconfianza probablemente explique que los canales de participación formales se han desintermediado, lo que se refleja en un alto nivel de activismo cívico.
Con los tres poderes del Estado sometidos a altos niveles de desconfianza y con una alta convocatoria para canalizar los conflictos por afuera de los canales formales, es difícil negar que no existe un problema institucional profundo. Y si hay que caracterizar dicho problema, lo más acertado es que las instituciones sufren de crecientes niveles de deslegitimidad. El proceso constituyente detonado con el plebiscito de octubre de 2020 es un mecanismo razonable para enfrentar este problema.
Una cuarta fuente del contrato social
Quizá un “éxito” de la dictadura fue hacernos pensar que todo comenzó en 1973 y que todo lo ocurrido antes es irrelevante, que no merecía reconocimiento, pues antes imperaba la irracionalidad. Claro, la dictadura desde muy temprano se autoimpuso una agenda de reformar el país, una agenda constituyente. Es evidente que hizo reformas que marcaron al país, pero nunca entendió bien cuán flexible y cuánta inercia tiene el marco institucional. La razón es que la dictadura pensó que lo relevante es el marco de las instituciones formales, desconociendo las creencias, las convenciones, la historia, la cultura. Claro, cuando el poder está concentrado de manera tan extrema, se corre el riesgo de pensar que porque puede cambiar las instituciones formales, las informales le seguirán. Ello es solo parcialmente cierto, porque en las instituciones informales hay más inercia de la que uno cree. Las creencias, la historia, las utopías, no ceden fácilmente.
Hay tres fuentes originarias del modelo de desarrollo chileno y que implícitamente se han mencionado aquí (Larraín, 2005). Por un lado, la más antigua es la herencia de la discusión de 1954 entre Aníbal Pinto y Jorge Ahumada, un socialista y un democratacristiano; ese debate inspiró dos de los más importantes libros de la segunda mitad del siglo XX, cuyos ecos llegaron incluso al gobierno de Eduardo Frei Montalva, en particular entre 1964 y 1967. A su vez, está la herencia de la dictadura y sus reformas, algunas de corte neoliberal, como las reformas a la seguridad social, y otras no necesariamente, como la apertura comercial. Finalmente está la herencia de la Concertación y sus reformas de inclusión social y estabilidad macroeconómica. Todas ellas, en distinto grado, tienen un espacio de reconocimiento institucional que fue, con idas y venidas, aceptado por todos los sectores.
Pero hemos relegado una cuarta fuente de inspiración de nuestro contrato social que yo mismo desestimé años atrás y que, querámoslo o no, existe. La explosión social de 2019 la ha dejado en evidencia: la experiencia de la Unidad Popular y el testimonio de Salvador Allende. Uno puede levantar reparos a la gestión de ese gobierno, desde su desmedida ambición programática en circunstancias que solo contaba con algo más de 1/3 de los votos, hasta la cuestionable gestión gubernamental y el caos social y político que no se puede reducir solo al boicot norteamericano. Sin embargo, fue un gobierno importante para una cantidad demasiado significativa de chilenos. En particular, lo fue para un número mayor al mínimo necesario para desestabilizar el contrato social.
Es imperativo que el debate sobre esta cuarta fuente de nuestro contrato social lo enfrentemos con mirada de Estado. Guste o no, la herencia de la Unidad Popular, pero en particular de Allende mismo, está ahí. Chile no estará en paz mientras no logre aceptar como parte de ese contrato social lo que denominaremos instituciones informales asociadas a ese gobierno.
Es útil recordar algunas cosas antiguas y otras no tanto. Primero, en las elecciones de marzo de 1973, Allende obtuvo un 42,75% de los votos. En 1973, en medio de una polarización creciente, había un segmento grande de la ciudadanía que apoyaba a Allende. Segundo, la cultura importa y los principales y más reconocidos referentes culturales de Chile entre los años 1970 y hasta finales de 1990 fueron en su minuto partidarios de ese gobierno. Muchos lo son todavía. Esa parte de Chile requiere reconocimiento y dignidad. Tercero, las injusticias asociadas a 17 años de violaciones a los derechos humanos en dictadura dejan huellas en la sociedad. Esas situaciones repulsivas resisten el paso del tiempo, se transmiten naturalmente de generación en generación. La primera generación post Golpe
creció con el recuerdo de la represión, pero la segunda generación, la actual, ante la represión del gobierno de Piñera respondió con un elocuente: “Se equivocaron de generación: no tenemos miedo”.
En cuarto lugar, y creo que es lo políticamente más fuerte, está la advertencia del propio Allende en su sereno y hermoso discurso de radio Magallanes ese 11 de septiembre de 1973 a las 9:10 a.m.:
Ante estos hechos, solo me cabe decirle a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo.
(…)
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano. Tengo la certeza de que, por lo menos, habrá una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.
Allende se suicidó horas después de esta alocución. La fuerza de estas palabras es tal que dudo que ellas no resuenen hoy en la memoria de una porción no menor de la población en Chile, probablemente la más movilizada.
Aunque no nos demos cuenta, es improbable que este mensaje no sea hoy un elemento constituyente de nuestro carácter nacional. Es demasiado poderoso. Claro, obviamente, mensajes de este tipo no unen. Forzosamente habrá gente que lo rechace. Pero entender esa reacción visceral no la justifica. En una mirada de Estado, este discurso es objetivamente importante. Tiene una dignidad a la cual nuestro contrato social debe dar un espacio institucional. No hay por qué estar de acuerdo con Allende, solo reconocer que es un gran discurso que nos marca como Nación. Es un discurso de una envergadura tal, que debemos tratarlo al nivel de “I have a dream”, de Martin Luther King, o “I am prepared to die”, de Nelson Mandela.
Chile no podrá recuperar la tranquilidad social y, por lo tanto, su capacidad de crecimiento y progreso, mientras no encontremos una forma de reconocer constructivamente esta cuarta fuente de inspiración del Chile actual.