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La curiosa lógica sindical argentina

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Siempre recuerdo las historias de mi abuelo. Hijo de inmigrantes italianos. Piamonteses para ser más precisos. Como tal, su férrea cultura del sacrificio lo llevó a trabajar de muchas cosas. Durante su infancia en un campo, cerca de Felicia, [19] y de adulto desde viajante de comercio, policía, bombero… hasta propietario de una fábrica de mosaicos.

Era la época de Perón. De la segunda presidencia. Me decía: “La primera fue buena. Yo estaba afiliado al partido… Pero la segunda…”. En esos tiempos, además de tener un cargo diríamos, jerárquico, en el Cuerpo de Bomberos, también comenzó con su fábrica.

Caminaba todos los días unas cuarenta cuadras desde su casa hasta su empresa (en términos actuales, una MiPyME). No más de cuatro o cinco empleados y él, que hacía las veces de patrón, operario, administrativo, gerente, jefe de compras y etc. etc.

Si a alguien esta imagen le supone la de aquel cerdo capitalista ilustrado por Marx, como aquel que obtiene un gozo inconmensurable por contar dinero en su despacho, lejos está de la realidad. La foto era más bien la de una persona con su emprendimiento al hombro. Sobre sus hombros.

El asunto es que en una noche de verano, típica de Santa Fe, en la que nos sentábamos en la vereda y él me contaba sus historias, cada tanto recordaba esa época. Y lo que contaba tenía como un sabor medio agridulce. Por un lado, estaba claro que me quería dejar sus enseñanzas. Pero completas. No contaba solo las ganadas, sino también lo que había en medio de cada cosa. Lo que costaba.

Así, entre anécdotas de incendios. De cómo pararse delante de una pared en llamas para no salir lastimado. O de “Cómo se había perdido la formación del bombero” por ahí incrustaba sus vivencias como empresario. Y me contaba que al principio, todo iba bien, pero un día, de golpe, empezaron a enfermársele los empleados. Y se le enfermaban sin causa aparente, claro. La medicina laboral no había sido inventada aún.

Los obreros no venían. Entonces, él los suplía. Y qué cosas, no... También tuvo un par de juicios laborales, en general ganados por los operarios y pagados medio como se podían y un poco en forma ladina, siguiendo los consejos de un abogado conocido de la familia.

Conclusión, la fábrica terminó fundida. Y no porque los mosaicos eran malos. Tampoco por errores en la entrega. En términos actuales, la calidad se ajustaba a las necesidades de los clientes en todos los aspectos. Pero lo que acabó con el emprendimiento fue la presión sindical.

Vamos al punto: El sindicalismo argentino tiene su propia lógica. Rara, eso sí. Pero la tiene.

A los fines de intentar explicarla, tomaré a John Von Neumann, creador de la Teoría de los Juegos. [20] Mi intención es servirme de uno de estos juegos, el dilema del prisionero, [21] para graficar la lógica del sindicalismo nacional.

Este juego consiste en que dos personas son prisioneras por un supuesto hecho ilícito. A ambas, una vez encerradas en celdas distintas y sin chance de comunicarse entre sí, el oficial de policía les dicta las opciones: “Usted puede decir que el otro fue el culpable o callar”. a cada una le corresponden ciertas consecuencias. A saber.

a. “En el primer caso, si usted decide culpar a su compañero y él hace lo mismo, es decir, dice que fue usted, a los dos le caben 5 años de prisión.

b. Si el otro nada dice, usted sale liberado y su compañero purgará10 años en prisión.

c. En cambio, si usted opta por quedarse callado y su compañero hace lo contrario será él quien salga liberado y usted padecerá los 10 años preso.

d. Y en el caso de que ambos se queden callados, purgarán una condena de 6 meses cada uno”.

Lo que el juego enseña, mediante una simple suma matemática, es que la mejor opción para los dos sería la de permanecer en silencio. Justamente porque la suma de 6 meses más 6 meses arroja un año; mientras que las demás van de 5 a 10 años.

Esta arrojada apuesta al todos ganan implica que solo la lógica colec-tiva garantiza la satisfacción general. Pero esto exige un renunciamiento. No el sacrificio piamontés del dejar el cuero, pero sí abandonar algo de lo puramente pulsional. Del alcance obsceno de los propios deseos por sobre los demás.

El juego enseña que la tentación de delatar a otro, “total en el peor de los casos me trago 5 años”, con la ilusión de salir libre inmediatamente lleva a la explosión del sistema. Al no juego. Al todos pierden. [22]

Es justamente en este punto en donde parecen estar ancladas las acciones del sindicalismo argentino, que cada tanto negocia con el poder de turno desapareciendo así de la escena y no defendiendo los derechos de los trabajadores, y en otros momentos gozando de un poder desproporcionado. Estéril. La afrenta del pujar sin sentido y sin medida para alcanzar quién sabe qué cosa. Su excusa: defender el trabajo. La realidad: una presión insostenible para las empresas.

No existe compañía en la actualidad que no muestre el impacto de lo antedicho. Sueldos solapados, en los que el colaborador percibe mayor salario que el jefe; o bien titulares de empresas que, hartos de soportar tal presión, con la subsiguiente insostenibilidad del negocio, eligen el cierre. Nuevamente, cero para todos.

Recapitulando: “Nunca des por sentado que aquellos que no tienen autoridad, carecen de poder”.

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