Читать книгу 10 experiencias en Psicología Organizacional - Gustavo Giorgi - Страница 8
Introducción
ОглавлениеNadie sabe por qué cosas de la vida uno empieza queriendo algo y después se da cuenta cuando lo tiene que eso no era. Algo así me pasó al momento de elegir la carrera de psicología.
Recuerdo que tenía 12 años y, sumergido en la pileta del Club Banco Provincial, al que íbamos con mis amigos todos los días, se me ocurrió que estudiar el cerebro humano sería una buena idea. Pero como siempre fui muy impresionable, medicina no era la mejor opción. Ahí apareció la idea de convertirme en un profesional de la salud mental desde otro lugar. Desde un lugar más oral diríamos.
Así fue que en el año 1996, y luego de que mi familia pudiese sortear un par de obstáculos económicos, comencé mi carrera en la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Rosario.
Mi ilusión y expectativa máxima era atender pacientes. ¡Oh, el diván, la pipa y las intelecciones sofisticadas!
Y las materias confirmaban mucho mi elección. Me sentía a gusto entre la filosofía socrática; los sueños y las histéricas de Freud y más adelante, acercarme al genio de Lacan. Este último, probablemente uno de los autores más crípticos y enigmáticos del Siglo XX. Él, se me ofrecía como el Libro de las Verdades. Eso oculto a lo que si uno accede, le permitirá domeñar los misterios del pensamiento humano…
Cursando el cuarto de los seis años que implica la carrera, un amigo me da la oportunidad de comenzar a trabajar junto a él en su negocio familiar: una cochera con lavadero en el centro de Rosario. Conociendo mis necesidades (Julieta, mi hija, estaba por nacer) lo acepté presuroso.
Sin lugar a dudas que este hecho, más que sumergirme me hundió en la lógica del empleo. Piénsese que mis experiencias laborales previas eran nulas. Y perteneciendo a una familia de clase media, de golpe verme enjuagando barro de los coches, fue todo un impacto.
Recuerdo que en más de una oportunidad, mientras agarraba con fuerza la manguera del compresor para que no se me escapara, pensaba en qué diría mi abuelo si me viese haciendo eso. Y las opciones que se me venían a la cabeza eran 2. Una, estaría orgulloso de mí. Y la otra: “Hubiese preferido que sólo estudiases, querido”. Vale la aclaración que mi abuelo siempre fue un referente para mí, en tanto, además de haberlo querido mucho, fue el primer entrepreneur[1] que conocí. Al día de hoy, no tengo una clara respuesta de qué hubiera dicho; pero sí estoy seguro que el saldo de aprendizaje que me dejó tal ocupación, aún lo sigo aprovechando. Y creo que lo haré de por vida.
Yendo a esa época, durante muchas mañanas lluviosas en las que las tareas escaseaban justamente por tales condiciones climáticas, debatíamos con Diego (compañero de facultad, también) respecto de la teoría lacaniana y nuestra futura inserción como psicólogos.
Y nuestras posiciones eran casi tan variables como la meteorología misma. A veces, parecíamos los mismísimos escuderos de Lacan. Otras, lo defenestrábamos por ser un erudito que no aportaba nada a la clínica, y por ende, tampoco era útil para paliar el sufrimiento humano.
Graciosos resultaban ciertos dichos de esa época. Por ejemplo: “Yo, para ser panelista de TV, tengo que cobrar un montón de plata”[2] o bien algunas referencias al caso del Hombre de los Lobos[3] para explicar algunos de nuestros padeceres. Y también citábamos mucho a Dora[4], cuando se trataba de dar cuenta de algún fallido encuentro amoroso con una mujer.
Más allá de estos debates de un vuelo intelectual tan elevado como antipráctico, lo más jugoso de mi experiencia en el lavadero fue el primer contacto directo con la relación de dependencia, lo que implicaba entre otras cosas el hecho de tener que lidiar con mis jefes, compañeros y con los usuarios. Respecto de estos últimos, a decir verdad en esa etapa nuestra competencia en “Orientación al Cliente” dejaba mucho que desear. Los lavados eran francamente mejorables si bien, hay que reconocerlo, lográbamos cordiales vínculos con aquellos que nos confiaban su coche.
Sin lugar a dudas que para poder luego hablar de todas las consecuencias que tiene el trabajo en sentido amplio, resulta indispensable haber experimentado varias de sus implicancias. Es decir, hoy en día cuando doy capacitaciones o diseño alguna estrategia de cambio para una empresa, tengo muchos elementos que me permiten pensar en el impacto que tendrá en quienes se desempeñan en ella. Creo que resulta clave para dedicarse a las actividades de consultoría no sólo un bagaje teórico que permita operar; sino también una experiencia de vida que sitúe tales contenidos en la realidad[5].
Luego de dos años de desempeño en el lavadero, decido regresar a la ciudad de Santa Fe, y a posteriori de un año de viajar dos días por semana a Rosario, finalmente obtengo mi título. A partir de allí, comienzo a transitar los caminos de todo profesional recién graduado.
Así fue que en simultáneo era psicólogo concurrente en el área Salud Mental del Hospital Cullen[6]; atendía pacientes en una clínica, en mi consultorio particular; y también gracias a un amigo inicio mi actividad en Human Touch®.
Con el transcurso del tiempo, cierto tedio en la práctica clínica se volvía más frecuente. Me cuestionaba el hecho de que varios pacientes “Me aburrían”. Que la gente real es menos espectacular y sus casos no tienen la luminosidad ni el interés que los libros ofrecían. Mi estantería estaba frágil. Ya no había pipa ni intelecciones sofisticadas. Estar a cargo de un diván era como un trabajo cualquiera. Eso me decía mi analista de esa época…
Y yo, que siempre me consideré un idealista, pretendía más. Me resultaba muy difícil pensar en un trabajo que fuese nada más que eso. Que no brindase las condiciones suficientes para que uno se apasione y para que todas las semanas uno deba cambiar su rutina. Necesitaba, precisamente, algo que cambie. Algo desafiante. Algo verdaderamente motivador.
Y en esos tiempos, estaba dando mis primeros pasos en las actividades de consultoría. Ellas me mostraron un horizonte atractivo. Un horizonte con infinitas posibilidades. Con libertad para pensar y con muchos riesgos por asumir, también. Riesgos económicos y teóricos.
Mi formación referida al trabajo en organizaciones era mínima. La Facultad de Rosario tiene una clara orientación clínica por lo que mis conocimientos eran débiles. Sólo contaba con muchas ganas y bastante personalidad temeraria.
Hay algo así como un orden cronológico en lo que sigue, yendo de mis primeros abordajes, muy intuitivos, hasta los recientes, que supongo y quiero creer más cercanos a lo profesional. De esta forma verán desandar los pasos iniciales de un principiante que se asustó con el efecto de algunas dinámicas grupales; el placer de hilvanar algunos conceptos teóricos, articulándolos con la intervención; el hallazgo de conocimiento en colaboradores con débil formación educativa; el fallido ejemplo en una cadena de supermercados; la saludable visión a futuro de una entidad bancaria; los riesgos de involucrarse demasiado en una empresa familiar; la nostalgia de un pasado idealizado que traba los cambios; y de lo positivo y sorprendente que es capaz de percibir la nómina del personal de una compañía cuando se le quita incertidumbre.
Y quizás sea aquella personalidad temeraria citada arriba la que me anima a escribir este libro. Transmitir mi experiencia como psicólogo organizacional es una apuesta. Implica exponer algunos casos de éxito y otros que no tanto. Me interesa relatar no solamente las victorias, sino también todas aquellas circunstancias que me permitieron aprender y mejorar mi manera de trabajar.
En este libro encontrarán historias reales. Y aunque los nombres y otras características hayan sido cambiados a los fines de mantener la confidencialidad, mi objetivo es que los lectores puedan comprender qué caminos tomar. Y qué otros conviene no hacerlo nunca.
También me dirijo a los empresarios, muchos de los cuales oficiaron como mis maestros, sin quererlo. Aquellos que con su ejemplo me revelaron ideas y nuevos pensamientos.
Todo eso con el simple pero pretencioso objetivo de acompañar a aquellos que se dediquen a esta enigmática y fascinante actividad que implica el liderazgo y la gestión de empresas y sus colaboradores.
[1] L'Encyclopédie define el término entrepreneur como: "Se dice por lo general del que se encarga de una obra: se dice un emprendedor de manufacturas, un emprendedor de construcciones, un manufacturador, un albañil contratista." En términos actuales, es el sinónimo de emprendedor.
[2] Durante un año fui panelista de un programa de interés general emitido en un canal de aire, que por estar fuera de las señales de cable, era visto prácticamente solo por mi hermano y diez personas más, según mi cálculo. Obviamente que lo hice absolutamente ad honorem.
[3] Había ciertas frases de tono algo escatológico que nos causaban mucha risa en este texto, y que no sería pertinente comentar aquí. Para explicarlo brevemente, este es el caso princeps que ayuda a comprender la Neurosis Obsesiva. Y con Diego siempre nos autodiagnosticamos esta estructura psíquica. Para los interesados dicho caso puede leerse en Obras completas de Sigmund Freud. «De la historia de una neurosis infantil» (Caso del «Hombre de los lobos»).
[4] En realidad, los encuentros a los que aludo eran de él y no míos, ya que por ese entonces yo vivía en pareja, lo que me impedía cualquier affaire. El caso puede encontrase en Obras completas de Sigmund Freud «Fragmento de análisis de un caso de histeria» (Caso «Dora»).
[5] Uno de los principales problemas que observo en este rubro es la enorme oferta de pensadores extranjeros, en su mayoría estadounidenses. Los mismos hablan desde su práctica, lo que es valioso para ser tomado bajo dichas coordenadas. Es decir, trabajar en consultoría en Argentina es muy distinto a hacerlo en Estados Unidos. Y si bien contamos con prestigiosos autores latinoamericanos, no abundan aquellos que cuenten sus reales y específicas formas y métodos de trabajo.
[6] Es el Hospital General que atiende todas las emergencias de la ciudad de Santa Fe.