Читать книгу Los almirantes Blanco y Cochrane - Gustavo Jordán Astaburuaga - Страница 12

Оглавление

CAPÍTULO III

Curaumilla, el Primer Combate Naval

De forma paralela a la guerra terrestre, con su giro decisivo en Maipú, en el mar el esfuerzo bélico patriota también se hacía presente, con el otorgamiento de patentes de corso y grandes esfuerzos por crear una fuerza naval. No es este el espacio más adecuado para reseñar la gestación de la Marina de Chile hasta la primera campaña de la Escuadra, ya historiada por otros autores de diversas generaciones,62 aunque es forzoso siquiera mencionar sus hitos clave, primeramente entre las victorias terrestres de Chacabuco y Maipú.

Ya se ha mencionado al bergantín Águila, capturado a los españoles al recalar en Valparaíso, el 26 de febrero de 1817, como la primera unidad incorporada a la naciente Marina, al que se agregó, por un tiempo, el Rambler, mercante fletado y armado en guerra. Fue puesto al frente de esta flotilla quien sería también el primer Comandante de Marina provisorio, el oficial de origen francés, Juan José Tortel, y si bien sus primeras acciones fueron auspiciosas, con algunas capturas de buques mercantes, esta fuerza aún era insuficiente para enfrentar la situación más inmediata: el bloqueo español, como ya se ha anticipado en el Capítulo II.

En efecto, el 13 de julio de 1817 la fragata Venganza y el bergantín Pezuela, procedentes ambos del Callao, se presentaban en Valparaíso, y si bien se retiraron el día 16, retornaron el bloqueo el 10 de agosto. Tras una nueva retirada y una ausencia de un mes, dicha fragata retornó para restablecer el bloqueo; esta vez, y gracias al sistema de relevos de unidades, este se haría más constante y se prolongaría hasta entrado 1818.

Con la adquisición de los primeros buques para la naciente Marina se evidenció la necesidad de crear una estructura de apoyo en tierra, así como una orgánica. El 22 de octubre de 1817 se había creado la Comandancia de Marina; el 13 de noviembre se había dictado el primer reglamento provisorio y el 5 de diciembre se creaba un Arsenal. Aún faltaba lo principal: una fuerza a flote, una Escuadra digna del nombre de tal. Para ello habría que esperar al año siguiente, pero llegado el momento, esta se formaría con una notable rapidez.

El primer combate y el primer héroe

Mientras en el frente terrestre la segunda expedición española al mando del General Osorio había desembarcado en Talcahuano el 5 de enero de 1818, y al llegar el mes de marzo marchaba rumbo al norte, con Santiago como objetivo, la situación estratégica naval no era menos preocupante para los patriotas. En efecto, en el mar los españoles también tenían la iniciativa estratégica, al mantener el bloqueo del puerto de Valparaíso. Este había sido reanudado en enero de 1818, es decir, en paralelo al desembarco de la expedición Osorio, por parte de la fragata Venganza, la corbeta Veloz y los bergantines Pezuela y Potrillo.

Algunos pocos buques mercantes de países neutrales conseguían forzarlo y, en tanto, los españoles se veían obligados a relevar sus buques en vista del desgaste que esta tediosa labor implicaba, aparejado, además, al brote casi inevitable de enfermedades a bordo como el escorbuto. Para los patriotas era imperativo romper el bloqueo, puesto que Valparaíso era el principal puerto de que disponían, el más cercano a la capital, y, además, era vital normalizar su funcionamiento, tanto para revitalizar la economía y el comercio como para recibir los armamentos, buques y demás pertrechos que demandaba el esfuerzo bélico en curso. Por las mismas razones, solo que opuestas, los españoles perseveraron en esta estrategia, en paralelo a la iniciativa que mantenían las fuerzas de Osorio en tierra, y el 3 de marzo de 1818 la fragata Esmeralda reemplazó a la Venganza y los otros buques, salvo el Pezuela, se retiraron al Callao.

El Comandante de la Esmeralda, Capitán de Fragata Luis de Coig y Sansón (1768-1840) era uno de los pocos jefes navales españoles realmente destacados y competentes de las guerras de Independencia hispanoamericanas. Desde el comienzo de su carrera en la Armada española había tenido una activa vida de servicio, tanto en aguas europeas como americanas. En el Caribe; tras la invasión de Napoleón a España había sido destinado a tierra, y combatió en la batalla de Bailén del 19 de julio de 1808, por cuya actuación fue condecorado. De vuelta en el servicio naval, en 1818 era ya un experimentado Comandante y se le había asignado el mando de la fragata Esmeralda en junio de 1815; con ella cumplió comisiones en puertos del norte de África, para luego ser destinado a la costa oeste de América, zarpando el 6 de mayo de 1817 rumbo al Callao.63

Dos días después del relevo de buques españoles, es decir, el 5 de marzo de 1818, la fragata Windham, un mercante armado de la Compañía Inglesa de las Indias Orientales o “inchiman” (deformación de “indiaman”), al decir de los españoles, conseguía burlar a los bloqueadores y fondear el ancla en el puerto de Valparaíso. Lejos de haber recalado a latitudes tan lejanas por un inocente viaje comercial, este buque había sido enviado por el agente al servicio de Chile, José Antonio Álvarez Condarco, con el fin de ser ofrecido a la venta al Gobierno. Llegaba con un armamento de 34 cañones y una tripulación de 192 hombres.

El 4 de abril de 1818, es decir, un día antes de la batalla de Maipú, se concretaba la adquisición de la Windham por parte del Gobierno chileno, gracias a un préstamo otorgado por los comerciantes de Valparaíso; esta fragata sería rebautizada Lautaro y de inmediato se inició su alistamiento para zarpar. Comenzaban así a ajustarse las piezas para un próximo drama en el mar.


Fragata británica de la misma clase de la Lautaro. Grabado sobre un dibujo de E. W. Cooke, Londres, 1828, reproducido en el libro El Poder Naval y la Independencia de Chile, de Donald E. Worcester.

En efecto, tras la decisiva victoria terrestre en Maipú, los patriotas se sintieron con un nuevo impulso para seguir combatiendo a los españoles, esta vez en el mar. En un principio se pensó destinar a la Lautaro a la guerra de corso, pero se priorizó el intentar romper el bloqueo a Valparaíso por las razones ya expuestas, y por el cierto debilitamiento que había experimentado la fuerza bloqueadora, lo que hacía más viable intentar batirla. Además, debe tenerse presente que ya había un cierto número de corsarios operando con patentes otorgadas por el Gobierno.

Completado su armamento de manera medianamente homogénea de 34 a 44 cañones, tenía una oficialidad –extranjera– experimentada, y una tripulación que, asimismo, podría considerarse con una eficiencia solo satisfactoria, de dispar experiencia, compuesta tanto de experimentados marinos extranjeros como de inexpertos chilenos. El Segundo Comandante, el Teniente británico Joseph Argent Turner, había recalado con la fragata desde la India, y el resto de la oficialidad tenía el mismo origen; en cuanto a la tripulación, ahora quedaba conformada por 100 extranjeros y 250 chilenos según lo afirma el militar también británico William Miller, Capitán de artillería, al mando de la guarnición de Infantería de Marina embarcada.64

Faltaba todavía un elemento fundamental: un buen Comandante. ¿Cómo procurarse uno? No se le podía hallar en la nueva y aún endeble estructura naval chilena; entonces, ¿dónde buscarlo? La solución fue la que estaba en uso en la época: una reunión de los capitanes de buques surtos en la bahía, simpatizantes de la causa patriota, donde se propuso a la persona que se estimó adecuada. El elegido fue el ex oficial de la Royal Navy, de origen irlandés, George O’Brien, de quien se tienen datos muy escasos.65 Se sabe que se desempeñaba como marino mercante en naves de cabotaje en la costa del Pacífico Sur, tras haber sido expulsado de la Royal Navy, por problemas disciplinarios, lo cual no le impediría aprovechar la oportunidad para prestar de nuevo sus servicios a la corona.

Puesto que se encontraba en Valparaíso en 1814, sirvió a las órdenes del Comodoro británico James Hillyar en el combate que libraron el 28 de marzo de dicho año los buques bajo su mando, la fragata HMS Phoebe y la corbeta HMS Cherub, contra la fragata estadounidense USS Essex, a la salida de este puerto, en el contexto de la Guerra Anglo - Norteamericana de 1812-1814, combatiendo a bordo de la primera. En los años siguientes, O´Brien siguió viviendo en Valparaíso hasta que surgió una nueva oportunidad, esta vez de luchar bajo una nueva bandera, de un país, Chile, que estaba naciendo.

Comenzaba así a planificarse el primer combate naval en la historia del Chile independiente, que resultaría ser un encuentro típico de la época, esto es, un duelo singular entre dos fragatas. Un tipo de enfrentamiento que había dado lugar a numerosos episodios de heroísmo y encarnizamiento durante las Guerras Napoleónicas y la citada Guerra Anglo - Norteamericana, incluyendo el propio combate de Valparaíso donde O’Brien había tomado parte.

Había que intentar forzar el enfrentamiento, evitando la posibilidad de que el enemigo lo rehuyera, y también debía procurarse, naturalmente, obtener una situación táctica lo más favorable posible, que eventualmente favoreciera la captura de la Esmeralda. Para ello se recurrió a un peculiar ardid, aunque por lo demás muy en el espíritu de los recursos empleados en la época. Sucedía que por aquellos días se hallaba en Valparaíso la fragata de guerra británica HMS Amphion, que periódicamente salía a ponerse al habla con los buques bloqueadores, de manera que su presencia se había vuelto familiar para los españoles.

A partir de ello, el Gobernador de Valparaíso, Coronel Francisco Calderón y el Comandante de Marina Juan José Tortel, concibieron la idea de disfrazar a la Lautaro para que se asemejase lo más posible a la fragata británica; así, personal del nuevo Arsenal pintó su casco con el mismo esquema de colores, y se arregló su arboladura de forma asimismo similar. El Comandante de la HMS Amphion, simpatizante de la causa patriota, no hizo mayores cuestionamientos de lo que incluso un historiador naval chileno considera una “burda imitación”.66

También debía ser británica la insignia enarbolada por la fragata de O’Brien al zarpar del puerto, a las 14:00 horas del 26 de abril de 1818, de acuerdo a las instrucciones recibidas. No zarpó el bergantín Águila junto a él como era el plan primitivo, sin duda porque parte de su tripulación había sido trasbordada para reforzar a la de la primera.67

Siguiendo dichas instrucciones,68 O´Brien zarpó y navegó a rumbo de interceptación para dar caza a la fragata Esmeralda, con el objeto de intentar abordarla. Para ello debía dividir a su tripulación y tropa en tres partidas de abordaje: una al mando del Segundo Comandante, Teniente Turner; otra al mando del Capitán Miller, y una de reserva bajo las órdenes del propio O’Brien.

Así la Lautaro navegaba rumbo a la punta de Curaumilla, hacia el primer combate naval de la Guerra de Independencia librado en aguas chilenas. Siguiendo las instrucciones superiores, buscaba el enfrentamiento, asumiendo por primera vez en esta campaña naval un auténtico riesgo, ya que lo que estaba en juego podía llegar a ser muy relevante. Si tenía éxito podía terminar con el bloqueo español, haciendo que el flujo comercial y de pertrechos se facilitase enormemente para la causa patriota; asimismo, si lograba hundir o capturar a la fragata enemiga, ello significaría el cambio en la correlación de fuerzas en el teatro de operaciones, además de significar un enorme aliciente moral para los patriotas.

Por el contrario, si la fragata chilena era hundida o capturada, el golpe material y moral sería igualmente importante, y hubiera significado un claro retroceso en el esfuerzo chileno por crear una Marina de Guerra. Dado el número reducido de unidades con que se contaba o que venían en camino, un buque como este era una pieza fundamental. Por lo tanto, el Comandante O’Brien tenía una misión que era análoga en su importancia y delicadeza, a la que le sería encomendada a Blanco Encalada al mando de la Escuadra Nacional, casi exactamente seis meses más tarde.

El Capitán Miller describe del siguiente modo el pie en que se hallaban su oficialidad y tripulación en aquellos momentos en que se dirigía al combate:

“Esta fragata estaba gobernada principalmente por ingleses; su tripulación se componía de cien marineros extranjeros y doscientos cincuenta chilenos, cuya mayoría no se había embarcado nunca. Los chilenos deseaban tanto hacer este servicio, que muchos se arrojaron a nado para ir a la fragata. Así que tan diversa, pero entusiasta tripulación se reunió a bordo, levaron ancla y dieron la vela en un estado no correspondiente para batirse con éxito, en un período inmediato. Los europeos acababan de recibir dinero en abundancia, y a pesar de ser muy aficionados, eran los menos borrachos de la tripulación, mientras que apenas había un oficial de marina que pudiese mandar una maniobra en español. Sin embargo, diez horas después de su salida se batió, y bien, la fragata Lautaro”.69

En torno a las 04:00 horas del día 27 fue divisada por la Esmeralda, que se hallaba cerca de la punta de Curaumilla. El buque español maniobró para colocarse en facha para esperar a la Lautaro, de manera que, aparentemente, el plan estaba funcionando bien, y a cierta distancia la fragata chilena había logrado ser confundida con la HMS Amphion. Tanto así que O’Brien pudo acercarse y caer por la aleta de barlovento de su objetivo para abordarlo; al estar a tiro de pistola, dispuso izar “súbitamente” el pabellón chileno, afirmándolo con un cañonazo. Apenas terminó esta operación cuando la Lautaro recibió una descarga cerrada de artillería de la fragata de Coig.

Este último ya había ordenado zafarrancho de combate como medida preventiva, enviándole señales de hacer lo mismo al Pezuela. Relata el Comandante español que hacía rato tenía claro que la fragata que enarbolaba pabellón británico buscaba acercarse, “pero fue de manera que, dirigiendo su proa al portalón, me dio a entender siniestras intenciones, por lo cual mandé arribar y descargar el trinquete, no teniendo efecto lo último, gritando al mismo tiempo con la bocina, a que contestó confusamente, continuando desde entonces con su proa sobre mi aleta y ya muy cerca de abordarme con su bauprés”.70

Prosigue el parte del Comandante Coig:

“Éste izaba una bandera al tope de mesana, antes de arriar la inglesa, la que me pareció insurgente, por cuya razón mandé hacer fuego, y ella, orzando cuanto le fue posible sin bracear su aparejo, me abordó por la mesa de guarnición de mesana de babor, haciéndome un fuego horroroso de cañón, obús, pedrero y esmeril, de que tenía carronada su borda y cofas, como asimismo de fusilería, presentando más de 200 hombres de abordaje”.71

Los artilleros de escaso entrenamiento, así como los soldados de marina de Miller, sin duda estaban efectuando un promisorio debut. La colisión entre ambos buques se había dado de tal forma que la Lautaro no se hallaba en la mejor posición para que su dotación saltara al abordaje del buque español. Así lo deja anotado el Capitán Miller, “la primera intención del Capitán O’Brien era haberse puesto sobre el costado, pero habiendo variado de opinión, se corrió sobre la cuarta de popa. El bauprés de la Lautaro cortó el aparejo de mesana del enemigo, y lo dejó colgando de un modo tan incómodo para abordar, que sólo O’Brien con treinta hombres pudieron saltar a la Esmeralda”.72

De hecho, pese a que el Comandante de esta vio abundante gente dispuesta a pasar a su buque, lo cierto es que el número de tripulantes de la Lautaro que efectivamente pudo saltar al abordaje fue reducido por el corto tiempo que ambos buques permanecieron en contacto. En esto el Teniente Turner, coincide con Miller, y así lo expone en su parte oficial:

“El Comandante O’Brien se propuso desde luego dar un abordaje al enemigo, como lo verificó, saltando él mismo con 25 hombres sobre la cubierta de la Esmeralda; pero como en aquel momento se desatracaron ambos buques, no fue posible hacer pasar el resto de la gente destinada a esta empresa”.73


Fragata chilena Lautaro, al mando del Comandante George O’Brien, atacando a los buques españoles que bloquean Valparaíso, 27 de marzo de 1818. Reproducción de una ilustración de la época de autor desconocido, de origen probablemente inglés, conservada en el Museo Marítimo Nacional de Valparaíso. Archivo Histórico de la Armada, Repositorio Digital.

En el bando opuesto, el Comandante Coig de la Esmeralda afirma, como ya se ha dicho, que la fragata chilena estaba “presentando 200 hombres de abordaje”, aunque sin precisar si todos ellos pasaron efectivamente a su buque. Solo añade enseguida que: “en este caso, yo tuve que retirarme bajo cubierta, viendo que lo había verificado la gente de batería, del alcázar, castillo y maniobra, después de haber hecho sólo una descarga; no teniendo ya con qué resistir al enemigo, que había saltado sobre cubierta, empecé a hacer fuego de trabuco y pistolas por la boca de escotilla”.74 Más adelante en ese mismo parte asegura que los asaltantes ascendían a sesenta.

Lo que sí parece estar claro es que la rapidez del asalto influyó más que el número de asaltantes. Cambiando nuevamente el relato al bando patriota, el Capitán y futuro General Miller destaca la eficacia de sus hombres:

“Los soldados de marina sostuvieron un vivo fuego desde el castillo de proa de la Lautaro, que causó una pérdida considerable a la tripulación de la Esmeralda, la cual sorprendida y aterrada al ver ya abordada la fragata huyó al entrepuente, y los que habían entrado en ella arriaron la bandera”.75

Por su parte, el Teniente Turner corrobora el arrío de la bandera, y asegura que “con todo esto, nuestros pocos marineros fueron bastantes para hacer arriar en la fragata española la bandera, con que había insultado nuestras costas”. Tanto así que en seguida, advirtiendo que el bergantín Pezuela intentaba escapar, y como viese que la bandera de la Esmeralda estaba arriada, se contentó con enviar un bote con 18 hombres a reforzar los 25 que la habían abordado, y se dirigió sobre el bergantín, “que no pudiendo resistir nuestros fuegos arrió también inmediatamente su pabellón”.76

Sin duda que esta acción fue un exceso de confianza que traicionó el criterio de quien estaba en ese momento al mando de la Lautaro. En vez de consolidar la presa que parecía capturada, pecó de ambicioso al querer capturar los dos buques bloqueadores sin estar absolutamente seguro de la situación a bordo de la Esmeralda, ni de la suerte que corrían sus hombres y su Comandante O’Brien. Y Miller acota: “desgraciadamente a nadie se le ocurrió impedir el que se separasen los dos buques amarrándolos, o inutilizar la fragata apresada cortando las cuerdas de la rueda del timón y arriando las vergas de gavia: un golpe de mar separó las dos fragatas”.77 Entonces vino el momento fatal: Turner se disponía a capturar el Pezuela, cuando vio que la enseña española era nuevamente izada a bordo de la Esmeralda; al advertir, además, que aún no llegaba junto a esta el bote con los refuerzos para la partida de abordaje, debió volver sobre la fragata enemiga.

¿Qué sucedía a bordo de ésta, entretanto? ¿Cuál era la suerte de George O’Brien? Sucedía que los españoles habían recobrado bríos, siendo determinante la energía del Comandante Coig. Retoma éste su relato:

“Yo con mis oficiales de todas clases, comenzamos a arengar a la gente, que se hallaba toda reunida en la batería, para que tomase las armas que habían quedado en la cámara, con intención de defender las escotillas y de desalojar a los enemigos; entonces, aquellos reanimados del terror que al principio les había sobrecogido, por un accidente tan imprevisto, llenos de mayor valor y entusiasmo, empezaron a causarles daños con los tiros y armas que acertaban por las escotillas y claros del combés, en cuya situación permanecimos cerca de tres cuartos de hora”.78

De ser relativamente exacto este lapso, se trataría de un combate extremadamente encarnizado y cruento, aún para los estándares de lo que solían ser estos combates por abordaje en la época, que en la práctica pasaban a ser de enfrentamientos navales a virtuales “melées” de infantería con arma blanca, sobre la superficie del buque abordado. Sea 25 o 60 el número de atacantes chilenos, lo cierto es que pronto se vieron en inferioridad numérica ante los españoles que, reorganizados, tenían también la ventaja de dispararles desde las escotillas; en estas circunstancias fue que cayó el Comandante O’Brien, que al ser mortalmente herido habría gritado: “¡No la abandonéis, muchachos, la fragata es nuestra!”. Tal vez poco antes o poco después de su muerte, los españoles izaron nuevamente su bandera.

O’Brien con su sacrificio había sentado un precedente. En efecto, en estricto rigor había desobedecido las instrucciones ya mencionadas, que le ordenaban permanecer con la partida de abordaje de reserva y, por el contrario, había encabezado el asalto de la primera partida, que debía encabezar el Teniente Turner quien, como hemos visto, quedó al mando de la Lautaro. Se sabía ya de su carácter impetuoso que al parecer le había costado su carrera en la Royal Navy, pero al mismo tiempo no debe dejar de reconocerse su gran valor, que tuvo la virtud de alentar a los suyos y desconcertar al enemigo en los primeros momentos.

Por lo demás, pese al desacato de su acto, era práctica común que los comandantes encabezasen abordajes, como lo había hecho el propio Cochrane en la captura de la fragata española Gamo y lo haría en la captura de la misma fragata Esmeralda, posteriormente, en el Callao, el 5 de noviembre de 1820. Otro tanto haría el Comandante Prat en 1879 en Iquique, en uno de los últimos combates con abordaje de la historia naval. En épocas posteriores, George O’Brien, primer héroe naval chileno, ha pasado a un relativo olvido, salvo en círculos de estudiosos, y asimismo, su nombre ha sido dado a algunas unidades de la Armada; no puede decirse necesariamente que con su inmolación sentara escuela, aunque sí dejó un precedente para el futuro.

Volvamos al Teniente Turner, que ahora se veía por la fuerza de los hechos como Comandante de la Lautaro, pero cuya situación pasaba a ser de triunfante a angustiosa. Su informe prosigue así:

“Volví luego sobre la fragata, advirtiendo, que aún no había llegado a ella el bote enviado con el refuerzo, y después de muchas diligencias inútiles para abordarla por segunda vez conseguí poner el bauprés de la Lautaro sobre su popa; pero la muerte del Comandante O’Brien, y el haberse acabado las municiones que llevaron los 25 abordados primeros, fueron las causas de no haber servido este abordaje para otra cosa, que de recoger a bordo a estos valientes marineros. En este estado resolví hacer algunas descargas a la fragata antes de emprender nuevo abordaje y sostuve con ellos un vivo fuego con las miras de proa, haciéndole inmenso daño”.79

Siguiendo el contrapunto, el reporte de Luis Coig calza con el de su enemigo, y ambos se complementan. En efecto, el Comandante español señala que este segundo abordaje fue por la aleta de estribor o de sotavento, en el momento en que la marinería chilena había empezado a replegarse, “sobre el alcázar los que se hallaban en el castillo o pasamanos, huyendo del estrago que les causaban nuestros fuegos, decididos todos a penetrarnos a un tiempo por las escotillas, de suerte que, arrollándolos sobre el coronamiento de popa, tan lejos de verificarlo, trataron de reembarcarse los que restaban con vida, de los cuales la mayor parte cayeron al mar”.80

El Comandante de la Esmeralda también coincide con el parte del Teniente Turner, al reconocer que la artillería de la Lautaro le había puesto en apuros:

“Luego que me vi sobre cubierta, traté de apagar el fuego que se había prendido en la obra muerta de la aleta de babor, del alcázar, del jardín y de mi cámara, ocurriendo al mismo tiempo al castillo a dar disposiciones para largar toda vela posible, con el fin de separarme del buque enemigo, para remediar mis averías y ponerme en estado de batirme nuevamente; y aunque tenía cortados muchos cabos principales, como drizas, brazas y escotines, logré en breve, por la actividad de mi gente, marear gavias mayores y juanetes, quedando a la hora libre de sus fuegos, pues no había cesado de batirme a metralla con sus miras, que eran de grueso calibre, y algunas veces con la batería”.81

Por su parte, el Teniente Turner, afirma que los daños fueron notables: “una gran parte del costado la tenía ya reducida a esqueleto; la proa casi deshecha y la cámara incendiada”; pero entonces, señala, que el bergantín Pezuela enarboló de nuevo su enseña, y comenzó a perseguir el bote con la partida de abordaje de refuerzo, “siéndome ya preciso ponerme en facha para recoger a aquella gente”. Por ello, asegura, ambos buques enemigos pudieron darse a la fuga, y que aunque procuró darles caza con todo el velamen no pudo conseguirlo, “y tuve al fin que ponerme en facha para reparar los daños que había recibido”.82

En tanto, la Esmeralda, que había perdido contacto con el Pezuela, también tenía como prioridad reparar los daños sufridos, lo que presuponía alejarse del peligro que significaba la Lautaro. En cuanto las condiciones del viento la favorecieron, Coig gobernó rumbo hacia el sur, fondeando al abrigo de la isla Quiriquina, en Talcahuano, el 30 de abril. Para ese entonces, afirma este oficial, solo contaba con 260 hombres de tripulación, de los cuales “la mayoría eran noveles y sentenciados, además de muertos, heridos y enfermos”.83 Sus pérdidas declaradas ascendían a solo tres muertos y 28 heridos, en tanto que calculaba que la Lautaro había perdido de 80 a 100 hombres, “pues casi todos los que abordaron perecieron”; de ellos, 20 habían caído sobre la cubierta de la Esmeralda y casi todos ellos “eran ingleses o angloamericanos e igualmente el oficial que, por la marca de la camisa, manifestaba serlo; también se halló uno de ellos con la casaca del regimiento número 66 inglés, vestuario que se advirtió en algunos que estaban sobre el castillo del buque enemigo”.84

La Inmolación de O’Brien, ¿Victoria o Derrota?

Desde el atardecer del 26 de abril la población y autoridades de Valparaíso habían vivido una angustiosa expectación, acrecentada por el comienzo del combate al amanecer del día siguiente, cuyo ruido se podía escuchar a distancia, pese a que estaba fuera del alcance y ángulo de visión de la población, además de la neblina, que dificultaba la visibilidad. Por lo tanto, solo cabía la espera y paciencia, que se prolongó excesivamente, hasta el día 29, cuando recaló la Lautaro, averiada y con una presa, que no era la Esmeralda, sino un buque mercante.

¿Qué había sucedido entre el final del encuentro del 27 y el regreso a Valparaíso? Lo veremos pronto, pero antes cabe preguntarse si este primer combate naval en regla fue una victoria o una derrota.

Un marco para una breve discusión nos lo dejó el Teniente Turner en un documento donde hace sus descargos, exponiendo las causas de por qué no se pudo capturar la Esmeralda como sigue:

“1. Que habiendo recibido a bordo pocas horas antes de dar la vela, a más de ciento cuarenta hombres, no acostumbrados a ejercicios de mar, y que hablaban un idioma que los oficiales del navío no entendían, y no habiendo lugar por la falta o escasez de tiempo para arreglar nada, y ejercitarlos en los puestos que debían ocupar, lejos de auxiliar de un modo, que hubiese asegurado la empresa y según se debía esperar de su buena disposición y natural valor, si éstos hubiesen sido dirigidos por una disciplina regular, tan sólo causaron desorden y confusión.

2. Que habiendo atacado la fuerza enemiga solamente 15 horas después de zarpar de la bahía de Valparaíso, era este tiempo demasiado corto para establecer el orden y disciplina necesarios para atacar una fuerza superior.

3. La desgraciada circunstancia de haber perdido a nuestro intrépido Comandante O’Brien”.85

Argumentación, por lo que se ve, simple pero contundente, donde queda de manifiesto que con la premura de las circunstancias, el nivel de entrenamiento del personal no podía ser bueno, pese al valor demostrado. En eso era clave el liderazgo, y si O’Brien había logrado crear el suyo, su prematura muerte fue un factor disgregador. En cuanto al Teniente Turner, ya ha quedado expuesto el reproche a su exceso de confianza en el momento más decisivo que resultó ser fatal; en vez de distraerse con la captura del bergantín Pezuela, debió asegurar la captura de la Esmeralda, apoyando al trozo o partida de abordaje que ya estaba luchando a bordo de esta.

Los analistas navales de la posteridad han encontrado, fuera del heroísmo demostrado, pocas enseñanzas en este combate, salvo que se cometió el error de dividir el objetivo, “y por eso no se encontró la victoria sino moralmente”.86

Por otro lado, no puede dejar de reconocerse a Turner la presencia de ánimo para asumir el mando de la Lautaro y no solo eso, ya que intentó reanudar la persecución de la fragata española. En cuanto a ésta y al Pezuela, simplemente se retiraron. Las razones pueden ser atendibles y no obedecer solo al combate, sino también al desgaste del largo tiempo pasado en la mar y en el bloqueo, atrición que seguramente estaba llegando a un límite al momento de producirse el enfrentamiento con la fragata Lautaro. La conducta del Comandante Luis de Coig, de sobreponerse al abordaje, repelerlo, evitar la captura de su buque y conducirlo fuera del alcance enemigo ciertamente era la correcta, y mereció justos elogios de sus superiores.87


Retrato de George O´Brien de autor anónimo, Sala Bergantín Águila, Club Naval. Archivo Histórico de la Armada, Repositorio Digital.

Pero el hecho más relevante es que los patriotas quedaron dueños del mar. La Armada española abandonó el bloqueo de Valparaíso y nunca más volvería a reestablecerlo. Más aún, es un hecho que a partir del combate de Curaumilla los marinos hispanos perdieron toda iniciativa en el teatro de operaciones del Pacífico Sur, adoptando una actitud defensiva, como se irá demostrando a lo largo de las siguientes páginas.

En otro aspecto, el sacrificio de O’Brien fue clave como ejemplo para forjar un carácter en la naciente Marina de Chile. Pero, además, y en analogía con lo hecho por Prat seis décadas más tarde, no fue mero material para discursos o poesías, sino que tuvo un efecto práctico: la pérdida de iniciativa estratégica española. Quien corrobora esto con especial énfasis no es otro que el General O’Higgins, quien expone así el resultado del Combate Naval de Curaumilla en sus recuerdos:

“La consecuencia inevitable del control del océano así obtenido fue la desaparición de la Escuadra española de la costa de Chile y aunque O’Brien no vivió para entregar a Chile la Escuadra española como intentaba hacerlo, alcanzó lo suficiente para darle a la Escuadra Nacional la determinación para mantener el imperio que tan galantemente había ganado. Con su sangre liberó la larga costa de Chile de un bloqueo que habría destruido el comercio del país y sin el cual no habría existido una Marina. Por lo tanto, al levantar el bloqueo O’Brien dio al comercio buques y marineros y lo que es de más valor: dio un noble ejemplo que no sólo ha producido un fuerte efecto nacional en la actual generación y que debe continuar ejerciendo una permanente y saludable influencia en las generaciones que aún no han nacido. Nunca, después del combate de Valparaíso, los buques españoles se atrevieron a presentar combate a los buques chilenos”.88

Tratándose de un personaje como George O’Brien, cuyo recuerdo se ha ido diluyendo en el tiempo, resulta significativa la alta consideración en la que le tenía O´Higgins. En las conversaciones con su secretario durante sus años de exilio en el Perú, responde afirmativamente a la pregunta sobre si el combate del 27 de abril de 1818 tenía más importancia de la que comúnmente se le atribuía:

“Chacabuco y Maipú fueron grandes triunfos e igual fue el librado en la cubierta de la Esmeralda y con ellos, los soldados y marinos de Chile siempre sabrán que han de probar ser invencibles y que las libertades de su país serán mantenidas e inviolables aunque el resto del mundo se lance contra ellos. Bajo estas impresiones y tan pronto como las circunstancias financieras del país lo permitirían, pensaba yo erigir en la Punta Valparaíso un magnífico faro que se llamara O’Brien y la punta se llamará Punta Lautaro. Espero en un futuro no muy distante quién gobierne Chile dé comienzo a esta orgullosa y útil obra nacional”.89

Y ante la pregunta de si él consideraba a O’Brien como uno de los grandes héroes de Chile, respondía también con una afirmación rotunda y con detallado conocimiento de causa:

“Me parece que lo es. No sólo mandó en el primer combate entre un buque de guerra chileno y uno español sino también se ganó en él nada menos que un imperio. Era ese el que dominaba el mar de un tercio del globo, un hecho que no ha sido reconocido de ningún otro modo y hasta se ha tratado de robar al valiente O’Brien de la gloria, como se ha robado a su viuda de las ganancias de su industria, aunque estos ruines ataques han sido completamente rebatidos por su adversario el Comandante de la Esmeralda. Esta admisión que no deja ni una sombra de duda en identificar el individuo cuyas habilidades, coraje y sacrificios obtuvieron para Chile el control del Pacífico. No lo digo yo, lo dice el Capitán Coig y Sansón de la Esmeralda. Lo mismo dice el despacho del Teniente Turner que tomó el mando de la Lautaro después de la muerte de O’Brien”.90

En suma, pese a ser este un combate singular entre dos fragatas, dada la correlación de fuerzas en dicho teatro de operaciones, sus consecuencias fueron estratégicas, teniendo un efecto relevante en el desarrollo de las operaciones navales en los meses y años posteriores.


Navío británico Thames, gemelo del Cumberland, rebautizado San Martín. Grabado sobre un dibujo de E. W. Cooke, Londres, 1828, reproducido en el libro. El Poder Naval y la Independencia de Chile, de Donald E. Worcester.

Habíamos anticipado que la fragata Lautaro, al regresar a Valparaíso el 29 de abril de 1818, lo había hecho con un mercante capturado. Se trataba del bergantín español San Miguel, procedente de Talcahuano y con destino al Callao, que llevaba a bordo a dos hombres de negocios de gran fortuna, simpatizantes de la causa realista, y que habían aportado recursos para la misma. Resultaron ser un verdadero regalo del cielo para los patriotas. Llevados a la presencia del propio Director Supremo O’Higgins, este los conminó a pagar una contribución en la forma de un fuerte rescate por su liberación, el que pudo obtener con rapidez gracias a su enérgica actitud, con la que consiguió aterrorizar a los cautivos. De inmediato, este monto fue utilizado para pagar lo que quedaba adeudado de los préstamos otorgados al gobierno por la compra de la propia fragata Lautaro.91

De esta manera, casi anecdótica, puede decirse que dicho buque terminó de pagarse a sí mismo, aunque no se puede olvidar que el precio también fue en sangre.

En las semanas que siguieron al combate de Curaumilla, y con el mar momentáneamente despejado de buques enemigos prosiguió el crecimiento de la aún pequeña Marina de Chile, a un ritmo que se iba acelerando.

El 22 de mayo de 1818 arribaba a Valparaíso el navío mercante Cumberland (1.350 toneladas, 44 cañones), enviado desde Londres por gestiones del eficaz agente de Chile, José Antonio Álvarez Condarco, al mando del Capitán William Wilkinson. A fines de junio se concretó su compra por parte del Gobierno chileno y, tal y como había sucedido con la Lautaro, su Comandante y oficiales pasaron al servicio naval chileno. El Cumberland fue rebautizado San Martín, y pasó a ser el buque capital de la Escuadra que iba tomando forma.

El 23 de mayo, es decir, al día siguiente del anterior fondeaba en Valparaíso la corbeta Coquimbo (450 toneladas, 20 cañones), de propiedad de comerciantes privados que originalmente la habían adquirido para destinarla al corso, aunque posteriormente decidieron venderla al Gobierno. Posteriormente, el 14 de julio, se le cambió el nombre por el de Chacabuco.

Recapitulando, el poderío naval chileno hacia finales de junio de 1818, al momento de asumir Blanco Encalada la Comandancia General de Marina consistía en el navío San Martín, la fragata Lautaro, la corbeta Coquimbo y el bergantín Águila. También podía contarse con el mercante armado Perla, pero se dudaba de su capacidad para desempeñarse como buque de guerra, y finalmente no fue utilizado como tal. Por lo tanto era una fuerza que, como podrá deducir el lector, a la luz de su experiencia aún escasa y de lo reciente de dos de sus incorporaciones, era heterogénea en su valer material y la preparación de su personal. Completar y elevar el nivel de entrenamiento de las dotaciones y prepararlas para operar en forma coordinada sería uno de los principales desafíos de Blanco Encalada.

Los almirantes Blanco y Cochrane

Подняться наверх