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Big Cyndi estaba atendiendo la recepción cuando Myron llegó a las oficinas de MB SportsReps. Tenían una ubicación de primera, en pleno centro de Park Avenue. El edificio Lock-Horne había sido propiedad de la familia de Win desde que el gran-gran-gran-etcétera abuelo Horne (¿o era Lockwood?) había derrumbado una tienda india y comenzado a construirlo. Myron le alquilaba el espacio a Win con un gran descuento. A cambio Win se encargaba de todas las finanzas de los clientes de Myron. El arreglo era una ganga para Myron. Con el prestigio de la dirección y la capacidad de garantizar a sus clientes los servicios financieros del casi legendario Windsor-Horne Lockwood III, MB SportsReps tenía un aire de legitimidad que pocas compañías pequeñas podían proclamar.

MB SportsReps estaba en el piso doce. Un ascensor se abría a la recepción. Mucha clase. Los teléfonos sonaban. Big Cyndi puso a las personas en espera y lo miró. Se veía incluso más ridícula de lo habitual. No era tarea fácil. En primer lugar, los muebles eran demasiado pequeños para ella, y las patas de la mesa bailaban sobre sus rodillas como algo que puede sucederle a un padre cuando visita el parvulario de su hijo. En segundo lugar, aún no se había lavado ni cambiado desde la noche anterior. En otra situación, Myron el empresario, siempre consciente de la imagen, hubiese hecho un comentario, pero ahora no le pareció un momento apropiado o seguro.

—La prensa está apelando a todos los trucos para llegar hasta aquí, señor Bolitar —Big Cyndi siempre lo llamaba señor Bolitar. Le gustaban las formalidades—. Dos de ellos incluso han fingido ser posibles clientes que provenían de las primeras divisiones de los institutos.

Myron casi no se sorprendió.

—Dile al guardia del vestíbulo que esté muy alerta.

—También están llamando un montón de clientes. Están preocupados.

—Pásamelos. Líbrate de todos los demás.

—Sí, señor Bolitar. —Como si quisiese saludar a un oficial. Big Cyndi le entregó una pila de papeles azules—. Éstas son las llamadas de los clientes de esta mañana.

Él comenzó a repasar la pila.

—Para su información —continuó Big Cyndi—, les dijimos a todos que se había ido por uno o dos días. Después una semana o dos. Luego comenzamos a inventarnos emergencias: problemas familiares, ayudar a un cliente enfermo, esa clase de cosas. Pero algunos de los clientes se cansaron de las excusas.

Myron asintió.

—¿Tienes una lista de los que nos han dejado?

Big Cyndi ya la tenía en la mano. Se la dio, y él se dirigió hacia su despacho.

—¿Señor Bolitar?

Él se volvió.

—¿Sí?

—¿Estará bien Esperanza?

De nuevo aquella voz diminuta y distante que desmentía su tamaño, como si la enorme forma que tenía delante se hubiese tragado a un niño y estuviese pidiendo ayuda.

—Sí, Big Cyndi. Estará bien.

—¿Usted la ayudará, verdad? ¿Pese a que ella no quiere que lo haga?

Myron hizo un medio gesto de asentimiento. No pareció satisfacerla, así que agregó:

—Sí.

—Bien, señor Bolitar. Es lo correcto y se debe hacer.

Él no tenía nada que añadir, así que entró en su oficina. Myron no había estado en MB en seis semanas. Extraño. Había trabajado tanto y tan fuerte para construir MB SportsReps —M de Myron, B de Bolitar, un nombre con gancho, ¿no?— y ahora la había abandonado. Como si nada. Abandonado su negocio. Sus clientes. Y a Esperanza.

Habían acabado las reformas —habían cortado una parte de la sala de reuniones y la recepción para que Esperanza pudiese tener su propio despacho—, pero la nueva habitación continuaba sin acabarse. Por lo tanto, Esperanza había estado utilizando su despacho. Se sentó a su mesa y de inmediato el teléfono comenzó a sonar. No le hizo caso durante unos segundos, la mirada puesta en la pared de clientes, con las fotos de todos los atletas en acción que MB representaba. Se fijó en la imagen de Clu Haid. Clu estaba en la base del lanzador, inclinado hacia delante, a punto de estirarse, la mejilla abultada con la bola de tabaco de mascar, mirando una señal que sólo él veía.

—¿Qué has hecho esta vez, Clu? —preguntó en voz alta.

La foto no le respondió, algo que probablemente era bueno. Pero continuó mirando. Había sacado a Clu de tantos líos a lo largo de los años que no pudo dejar de preguntarse: ¿si no me hubiese largado al Caribe, habría sido capaz de sacar a Clu de éste también?

Una introspección inútil: uno de los muchos talentos de Myron.

Big Cyndi lo llamó.

—¿Señor Bolitar?

—Sí.

—Sé que me dijo que sólo le pasase a los clientes, pero Sophie Mayor está al teléfono.

Sophie Mayor era la nueva propietaria de los Yankees.

—Pásamela.

Oyó un clic y dijo «Hola».

—Myron, Dios mío. ¿Qué demonios está pasando?

Sophie Mayor no era muy dada a los prolegómenos corteses.

—Todavía estoy tratando de aclararme.

—Creen que su secretaria mató a Clu.

—Esperanza es mi socia —le corrigió él aunque no tenía claro por qué—. Ella no mató a nadie.

—Estoy aquí con Jared. —Jared era su hijo, y el «cogerente general» de los Yankees; co significa comparte el título con alguien que sabe lo que hace porque él recibió el empleo por nepotismo. Jared significa nacido después de 1973—. Tenemos que decirle algo a la prensa.

—No estoy seguro de cómo puedo ayudar, señora Mayor.

—Me dijo que Clu lo había superado, Myron.

Él no dijo nada.

—Las drogas, las bebidas, las fiestas, los problemas —continuó Sophie Mayor—. Dijo que todo había quedado atrás.

Estaba a punto de defenderse pero se lo pensó mejor.

—Creo que lo mejor será hablar de esto en persona —dijo Myron.

—Jared y yo estamos de viaje con el equipo. Ahora mismo estamos en Cleveland. Volvemos a casa esta noche.

—¿Qué tal entonces mañana por la mañana?

—Estaremos en el estadio —respondió ella—. A las once.

—Allí estaré.

Myron colgó el teléfono. Big Cyndi le pasó de inmediato la llamada de un cliente.

—Aquí Myron.

—¿Dónde demonios has estado?

Era Marty Towey, un defensor de los Viking. Myron respiró hondo y soltó una frase medio preparada: estaba de vuelta, las cosas iban muy bien, no te preocupes, el dinero entra a raudales, tengo un contrato aquí mismo, muy ocupado buscando nuevos patrocinadores, bla, bla, bla. Vaselina. Vaselina.

Marty era duro de pelar.

—Maldita sea, Myron. Escogí MB porque no quería que me atendiesen los subalternos. Quería tratar con el gran jefe. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—Claro, Marty.

—Esperanza es bonita y todo eso. Pero no eres tú. Te contraté a ti. ¿Lo entiendes?

—Ya he vuelto, Marty. Todo irá bien, te lo prometo. Escucha, estaréis en la ciudad dentro de un par de semanas, ¿no?

—Jugamos contra los Jets dentro de dos semanas.

—Bien. Me encontraré contigo en el partido y después nos iremos a cenar juntos.

Cuando Myron colgó, se dio cuenta de que había desatendido tanto los asuntos de los clientes que ni siquiera sabía si Marty estaba jugando en el nivel All-Pro, o si sólo lo tenían en el banquillo a la espera de traspasarlo. Diablos, tendría que ponerse al día.

Las llamadas fueron más o menos por el estilo durante las dos horas siguientes. La mayoría de los clientes se calmaron. Algunos permanecieron sin decidirse. Nadie más le abandonó. No había arreglado nada, pero había conseguido reducir la sangría a un goteo serio.

Big Cyndi llamó y abrió la puerta del despacho.

—Problemas, señor Bolitar.

Un desagradable, aunque no desconocido, olor comenzó a emanar desde la puerta.

—¿Qué demonios…? —comenzó Myron.

—Apártese, nena.

La voz áspera sonó detrás de Big Cyndi. Myron intentó ver quién era, pero Big Cyndi le tapaba la línea de visión como un eclipse solar. Por fin se apartó, y los mismos dos policías de paisano del juzgado se apresuraron a entrar. El más grande tenía unos cincuenta y tantos, los ojos somnolientos, harto del mundo y una de aquellas caras que parecían sin afeitar incluso después de afeitarse. Vestía una trinchera con las mangas que apenas si le llegaban a los codos y zapatos que tenían más rozaduras que una pelota de béisbol de Gaylord Perry. El tipo más bajo era joven y realmente feo. Su rostro le recordó una foto ampliada de un piojo. Vestía un traje gris claro con chaleco —la prenda informal de Sears para el representante de la ley— y una de aquellas corbatas Looney Tunes que gritaba 1992.

El terrible olor comenzó a penetrar por las paredes.

—La orden —dijo el grandullón. No mascaba un puro, pero tendría que haberlo hecho—. Antes que me diga que estamos fuera de nuestra jurisdicción, aún trabajamos con Michael Chapman, en Manhattan Norte. Llámelo si tiene un problema. Ahora fuera de la silla, gilipollas, así podemos revisar este lugar.

Myron arrugó la nariz.

—Jesús, ¿cuál de ustedes usa la colonia?

Piojo le dirigió una mirada rápida a su compañero. La mirada decía: «Eh, aceptaré que me disparen por este tipo, pero no voy a aceptar la culpa del pestazo». Comprensible.

—Escúcheme, listillo —continuó el grandullón—. Mi nombre es detective Winters…

—¿De verdad? ¿Su mamá le puso Detective?

Apenas un suspiro.

—… y éste es el detective Martínez. Apártese de ahí, atontado.

El olor comenzaba a afectarle.

—Joder, Winters, tiene que dejar de pedirle colonia prestada a los asistentes de vuelo.

—Siga con lo suyo, chistoso.

—De verdad, ¿en la etiqueta pone usar en abundancia?

—Es un auténtico comediante, Bolitar. Hay tantos graciosos como usted en la trena que es una pena que no televisen Sing Sing.

—Creía que ya habían registrado el lugar.

—Lo hicimos. Ahora hemos vuelto para buscar los libros de contabilidad.

Myron señaló a Piojo.

—¿No puede hacerlo él solo?

—¿Qué?

—Nunca conseguiré quitar el olor de aquí.

Winter sacó un par de guantes de látex; eran para no estropear cualquier posible huella digital. Se los colocó con mucha alharaca, incluso movió los dedos, y sonrió.

Myron le guiñó un ojo.

—¿Quiere que me agache y me sujete los tobillos?

—No.

—Joder, con lo que necesito una cita.

¿Quiere chinchar a un poli? Utilice el humor gay. Myron aún no había conocido a ningún poli que no fuese completamente homofóbico.

—Le vamos a hacer pedazos este lugar, gracioso —dijo Winters.

—Lo dudo —replicó Myron.

—¿Ah sí?

Myron se levantó, buscó en el archivador detrás de él.

—Eh, no puede tocar nada de aquí dentro.

Myron no le hizo caso, sacó una cámara de vídeo pequeña.

—Sólo para llevar un registro de lo que hacen, agente. En el actual clima de falsas acusaciones de corrupción policial, no queremos ningún malentendido. —Myron puso en marcha la cámara y enfocó al grandullón—. ¿Verdad?

—No —dijo el grandullón, con la mirada fija en la cámara—. No queremos ningún malentendido.

Myron mantuvo el ojo en el visor.

—La cámara capta su verdadera esencia, detective. Estoy seguro de que si vemos la filmación incluso podríamos oler su colonia.

Piojo ocultó una sonrisa.

—Por favor, quítese de nuestro camino, señor Bolitar —dijo Winters.

—Por supuesto. Cooperación es mi segundo nombre.

Comenzaron la búsqueda, que consistió básicamente en coger todos los documentos a los que pudieron echar mano, meterlos en cajas y llevárselos. Las manos enguantadas lo tocaron todo, y Myron sintió como si le tocasen a él. Intentó parecer inocente —a saber qué significaba eso—, pero no podía evitar sentirse nervioso. La culpa es una cosa curiosa. Tenía muy claro que no había nada irregular en los expedientes, pero no obstante se sentía a la defensiva.

Myron le dio la cámara de vídeo a Big Cyndi y comenzó a llamar a los clientes que habían dejado MB. La mayoría no cogió el teléfono. Los pocos que lo hicieron intentaron desviar la conversación. Myron se mostró amable, convencido que pasarse de agresivo sería contraproducente. Sólo les dijo que estaba de regreso y que le gustaría mucho hablar con ellos lo antes posible. Un montón de ejem y ajás de aquellos que hablaron con él. Nada inesperado. Recuperar su confianza llevaría tiempo.

Los polis acabaron y se marcharon sin ni siquiera decir adiós. Vaya modales. Big Cyndi y Myron observaron cómo se cerraban las puertas del ascensor.

—Esto va a ser muy difícil —dijo Myron.

—¿Qué?

—Trabajar sin los archivos.

Big Cyndi abrió el bolso y le mostró los discos.

—Está todo aquí.

—¿Todo?

—Sí.

—Las cartas y la correspondencia, vale, pero necesito los contratos…

—Todo —repitió ella—. Compré un escáner y escaneé todos los documentos del despacho. Hay una copia de seguridad en una caja en el CitiBank. Actualizo los discos cada semana. Por si se produce un incendio o cualquier otra emergencia.

Esta vez, cuando sonrió, el encogimiento de Myron apenas si fue perceptible.

—Big Cyndi, eres una mujer sorprendente.

Era difícil saberlo debajo de la máscara de lápices de cera fundida, pero casi le pareció que se sonrojaba.

Sonó el intercomunicador. Big Cyndi atendió el teléfono.

—¿Sí? —Pausa. Luego su voz se hizo grave—. Sí, hágala subir.

Colgó.

—¿Quién es?

—Bonnie Haid quiere verle.

Big Cyndi hizo entrar a la viuda Haid a su despacho. Myron estaba de pie detrás de la mesa, sin saber qué hacer. Esperó a que hiciese el primer movimiento, pero no lo hizo. Bonnie Haid se había dejado crecer el pelo, y, por un momento, se sintió de nuevo en Duke. Clu y Bonnie sentados en un sofá en el sótano de la casa de estudiantes, con otro barril de cerveza detrás de ellos, el brazo de Clu sobre el hombro de ella, vestida con una sudadera gris, las piernas recogidas debajo de las nalgas.

Tragó saliva y se movió hacia Bonnie. Ella dio un paso atrás y cerró los ojos. Levantó una mano para detenerle como si creyese que no podría soportar el dolor de su intimidad. Myron permaneció donde estaba.

—Lo siento —dijo Myron.

—Gracias.

Permanecieron así, dos bailarines que esperan a que comience la música.

—¿Puedo sentarme? —preguntó Bonnie.

—Por supuesto.

Ella se sentó. Myron titubeó y después decidió volver a sentarse a su mesa.

—¿Cuándo has regresado? —preguntó Bonnie.

—Anoche. No supe lo de Clu hasta entonces. Lamento no haber estado aquí por ti.

Bonnie ladeó la cabeza.

—¿Por qué?

—¿Perdón?

—¿Por qué lamentas no haber estado aquí? ¿Qué podrías haber hecho?

Myron se encogió de hombros.

—Quizás ayudar.

—¿Ayudar cómo?

Bolitar se volvió a encoger de hombros, abrió los brazos.

—No sé qué decir, Bonnie. Estoy perdido.

Ella lo miró por un momento, desafiante. Después bajó los ojos.

—Sólo me estoy descargando con cualquiera que tenga delante —dijo—. No me hagas caso.

—No me importa; descárgate.

Bonnie casi consiguió sonreír.

—Eres un buen tipo, Myron. Siempre lo fuiste. Incluso en Duke había algo en ti que era, no lo sé, quizá noble.

—¿Noble?

—Suena ridículo, ¿verdad?

—Mucho —asintió Myron—. ¿Cómo están los chicos?

Ella se encogió de hombros.

—Timmy tiene dieciocho meses, o sea que no se da cuenta de nada. Charly tiene cuatro años, y ahora está bastante confuso. Mis padres cuidan de ellos.

—No quiero continuar sonando como un mal cliché —dijo Myron—, pero si hay algo que pueda hacer…

—Una cosa.

—Di.

—Háblame del arresto.

Myron se aclaró la garganta.

—¿Qué pasa con el arresto?

—Me he encontrado con Esperanza unas cuantas veces a lo largo de los años. Supongo que me resulta difícil creer que ella matase a Clu.

—No lo hizo.

Bonnie entrecerró un poco los ojos.

—¿Por qué estas tan seguro?

—Conozco a Esperanza.

—¿Eso es todo?

Él asintió.

—Por ahora.

—¿Has hablado con ella?

—Sí.

—¿Y?

—No puedo entrar en detalles —sobre todo porque no conocía ninguno; Myron casi agradecía que Esperanza no le hubiese dicho nada—, pero ella no lo hizo.

—¿Qué pasa con todas las pruebas que encontró la policía?

—Todavía no puedo responder a eso, Bonnie. Pero Esperanza es inocente. Encontraremos al verdadero asesino.

—Pareces muy seguro.

—Lo estoy.

Guardaron silencio. Myron esperó, mientras pensaba en cómo abordarlo. Había preguntas que necesitaba hacer, pero esta mujer acababa de perder a su marido. Había que caminar con cuidado ante el riesgo de tropezar con una mina terrestre emocional.

—Voy a hurgar en el asesinato —dijo Myron.

Ella parecía confusa.

—¿Qué quieres decir con hurgar?

—Investigar.

—Pero si eres un agente deportivo.

—También tengo algo de experiencia en ese ramo.

Ella le observó.

—¿Win también?

—Sí.

La viuda asintió como si de pronto todo tuviese sentido.

—Win me aterra.

—Es sólo porque estás cuerda.

—¿Ahora vas a intentar descubrir quién mató a Clu?

—Sí.

—Comprendo —asintió Bonnie. Se removió en el asiento—. Dime una cosa, Myron.

—Lo que sea.

—¿Cuál es tu prioridad en este asunto: encontrar al asesino o liberar a Esperanza?

—Es la misma cosa.

—¿Y si no lo es? ¿Y si te enteras de que Esperanza le mató?

Tiempo de mentir.

—Entonces será castigada.

Bonnie comenzó a sonreír como si pudiese ver la verdad.

—Buena suerte —dijo.

Myron apoyó un tobillo en la rodilla. «Ahora tranquilo,» pensó.

—¿Puedo preguntarte algo?

Ella se encogió de hombros.

—Claro.

Suave, suave.

—No pretendo faltarte al respeto, Bonnie. No pregunto esto por ser un entrometido…

—La sutileza nunca ha sido tu fuerte, Myron. Haz la pregunta de una vez.

—¿Tú y Clu teníais problemas?

Una sonrisa triste.

—¿No los hemos tenido siempre?

—Oí que esta vez era algo más serio.

Bonnie cruzó los brazos debajo de los senos.

—Vaya, vaya. No hace ni un día que has vuelto y ya te has enterado de tantas cosas. Trabajas rápido, Myron.

—Clu se lo mencionó a Win. ¿Le habías pedido el divorcio?

—Sí.

Ninguna vacilación.

—¿Puedes decirme qué pasó?

En la distancia, el fax comenzó con su chirrido infernal. El teléfono continuó sonando. Myron sabía que no los interrumpirían. Big Cyndi había trabajado durante años como gorila en un bar sadomasoquista; cuando la situación lo requería podía ser tan agradable como un rinoceronte rabioso con un grave problema de hemorroides. Bueno, en realidad podía serlo también cuando la situación no lo requería.

—¿Por qué quieres saberlo? —preguntó Bonnie.

—Porque Esperanza no le mató.

—Se está convirtiendo en algo así como un mantra para ti, Myron. Si lo repites una y otra vez te lo acabas creyendo, ¿no?

—Yo lo creo.

—¿Y?

—Si ella no le mató, alguien lo hizo.

Bonnie lo miró.

—Si ella no le mató, alguien lo hizo —repitió. Pausa—. Antes no estabas alardeando. De verdad tienes experiencia en esto.

—Sólo estoy intentando descubrir quién le mató.

—¿Preguntando por nuestro matrimonio?

—Preguntando por cualquier cosa turbulenta en su vida.

—¿Turbulenta? —La viuda soltó una carcajada—. Estamos hablando de Clu, Myron. Todo era turbulento. Lo difícil era encontrar un momento de calma.

—¿Cuánto tiempo llevabais juntos? —preguntó Myron.

—Ya sabes la respuesta.

La sabía. Primer año en Duke. Bonnie había bajado al sótano de la casa de estudiantes vestida con un suéter con un monograma, un collar de perlas y una preciosa cola de caballo. Myron y Clu se ocupaban del barril de cerveza. A Myron le gustaba trabajar con el barril porque le mantenía tan ocupado que no bebía mucho. No vayan a hacerse una idea errónea. Myron bebía. Casi era un requisito en la vida universitaria de aquellos días. Pero nunca había sido un buen bebedor. Siempre parecía perderse aquel punto de diversión, aquel zumbido entre la sobriedad y la vomitera. Era casi inexistente para él. Algo en sus ancestros, suponía. Le había ayudado en los últimos meses. Antes de escaparse con Terese, Myron había intentado el viejo sistema de ahogar las penas. Pero, seamos sinceros, por lo general vomitaba antes de llegar al olvido.

Una bonita manera de prevenir el abuso del alcohol.

En cualquier caso, el encuentro de Clu y Bonnie había sido muy simple. Bonnie entró. Clu apartó la mirada del barril y fue como si el capitán Marvel lo hubiese paralizado con un rayo. «Caray», murmuró Clu, la cerveza se derramaba en un suelo tan empapado que los ratones a menudo se quedaban pegados y se ahogaban. Entonces Clu saltó por encima de la barra, fue tambaleante hacia Bonnie, hincó una rodilla en tierra, y se le declaró. Tres años más tarde formalizaron su compromiso.

—Entonces, después de todos estos años, ¿qué ha ocurrido?

Bonnie bajó la mirada.

—No tiene nada que ver con el asesinato.

—Es probable que así sea, pero necesito tener una imagen completa de su vida, encontrar un hilo para tirar…

—Gilipolleces, Myron. Te digo que no tiene nada que ver con el asesinato, ¿vale? Déjalo ya.

Él se pasó la lengua por los labios, cruzó las manos, las puso sobre la mesa.

—En el pasado tú le habías echado por alguna otra mujer.

—Nada de una mujer. Mujeres. En plural.

—¿Es lo que pasó de nuevo esta vez?

—Había jurado apartarse de las mujeres. Me prometió que no habría ninguna más.

—¿Quebrantó su promesa?

Bonnie no respondió.

—¿Cómo se llamaba?

—Nunca lo supe —respondió con voz suave.

—¿Pero había alguien más?

De nuevo no respondió. No era necesario. Myron intentó ponerse en su piel de abogado por un momento. Que Clu tuviese una aventura era una cosa muy positiva para la defensa de Esperanza. Cuantos más motivos encontrabas, más dudas razonables podías crear. ¿La novia lo había matado porque él quería continuar junto a su esposa? ¿Lo había hecho Bonnie llevada por los celos? Después estaba lo del dinero desaparecido. ¿La novia y/o Bonnie lo sabían? ¿No podía ser otro motivo añadido para el asesinato? Sí, a Hester Crimstein le gustaría. Lanzas suficientes posibilidades en un juicio, enturbias las aguas todo lo posible, y la absolución es casi del todo inevitable. Era una ecuación sencilla: confusión equivale a duda razonable, que equivale a veredicto favorable.

—Había tenido aventuras antes, Bonnie, ¿por qué era diferente esta vez?

—Dame un descanso, Myron, ¿vale? Clu ni siquiera está enterrado.

Él se apartó.

—Lo siento.

Bonnie desvió la mirada. Su pecho se alzaba y descendía, su voz luchaba por mantenerse firme.

—Sé que sólo intentas ayudar —dijo—. Pero todo esto del divorcio… ahora mismo duele demasiado.

—Lo comprendo.

—Si tienes más preguntas…

—Oí que Clu no pasó el análisis de dopaje.

Era demasiado para dejarlo estar.

—Sólo sé lo que leí en los periódicos.

—Clu le dijo a Win que estaba trucado.

—¿Qué?

—Clu afirmó que estaba limpio. ¿Tú qué crees?

—Creo que Clu era un desastre maravilloso. Ambos lo sabemos.

—¿Entonces estaba consumiendo de nuevo?

—No lo sé. —Ella tragó saliva y cruzó una mirada con Myron—. Hacía semanas que no le veía.

—¿Y antes?

—En realidad, parecía limpio. Pero siempre era bueno en ocultarlo. ¿Recuerdas aquella intervención que intentamos hace tres años?

Myron asintió.

—Todos lloramos. Le rogamos que lo dejase. Por fin Clu también se derrumbó. Lloró como un bebé, dijo que estaba dispuesto a dar un giro en su vida. Dos días más tarde sobornó a un guardia y se escapó de la rehabilitación.

—¿Entonces crees que sólo estaba enmascarando los síntomas?

—Bien podría ser. Era muy bueno haciéndolo. —Titubeó—. Pero no lo creo.

—¿Por qué no?

—No lo sé. Quizás es sólo una ilusión, pero en realidad creo que esta vez estaba limpio. En el pasado siempre acababas descubriendo cómo simulaba la normalidad. Interpretaba un papel para mí o los chicos. Pero esta vez parecía más decidido. Como si supiese que este cambio era su última oportunidad para comenzar de nuevo. Trabajó como nunca le había visto hacerlo en nada. Creía que también lo estaba superando. Pero algo tuvo que echarle atrás…

La voz de Bonnie se apagó, y ahora sus ojos estaban cargados con lágrimas. Sin duda se estaba preguntando si no había sido ella aquel empujón, si de verdad Clu había estado limpio y ella le había echado de casa y le había metido de nuevo en el mundo de sus adicciones. Myron casi le dijo que no se culpase a sí misma, pero tuvo el buen sentido de callarse el manido tópico.

—Clu siempre necesitaba alguien u otra cosa —prosiguió ella—. Era la persona más dependiente que he conocido.

Myron asintió, dispuesto a alentarla.

—Al principio aquello me resultó atractivo, que me necesitase tanto. Pero al final resultó agotador. —Bonnie lo miró—. ¿Cuántas veces tuvieron que sacarle las castañas del fuego?

—Demasiadas —admitió Myron.

—Hay algo que me pregunto, Myron. —Se irguió un poco en la silla, ahora con los ojos más claros—. Me pregunto si entre todos no le hicimos un flaco favor. Quizá si no hubiésemos estado allí para salvarlo, tal vez podría haber cambiado. Si le hubiese echado hace años, a lo mejor hubiese tenido que corregirse y sobrevivir a todo esto.

Myron no dijo nada, sin molestarse en señalar la contradicción inherente en sus palabras: le había echado y él había acabado muerto.

—¿Sabías lo de los doscientos mil dólares? —preguntó Myron.

—Me enteré por boca de la policía.

—¿Tienes alguna idea de dónde pueden estar?

—No.

—¿O por qué pudo necesitarlos?

—No.

Ahora su voz sonaba muy distante, su mirada perdida por encima del hombro de Myron.

—¿Crees que era para drogas?

—Los periódicos dijeron que dio positivo en heroína —dijo Bonnie.

—Eso tengo entendido.

—Sería algo nuevo en Clu. Sé que es una adicción muy cara, pero doscientos mil dólares parecen excesivos.

Myron asintió.

—¿Tenía algún problema?

Bonnie lo miró.

—Me refiero además de los habituales. ¿Usureros, deudas de juego o algo por el estilo?

—Supongo que es posible.

—Pero no lo sabes.

Bonnie sacudió la cabeza, con la mirada aún perdida.

—¿Sabes en qué estoy pensando?

—¿En qué?

—En su primer año de profesional. La clase A con los Bisontes de Nueva Inglaterra. Inmediatamente después de que negociases su contrato. ¿Lo recuerdas?

Myron asintió.

—Una vez más, me pregunto...

—¿Te preguntas qué?

—Aquélla fue la primera vez que nos unimos todos para salvarle el culo.

Una llamada telefónica a medianoche. Myron saliendo del sueño para atender el teléfono. Clu llorando, casi incoherente. Había estado en el coche con Bonnie y con su viejo compañero de habitación en Duke, Billy Lee Palms, el receptor de los Bisontes. Conducía borracho, para ser más preciso. Había estrellado el coche contra una farola. Las heridas de Billy Lee eran menores, pero habían tenido que llevar a Bonnie al hospital. Clu, sin un rasguño, había sido arrestado, obviamente. Myron había tenido que salir pitando a Massachusetts occidental, con un montón de pasta en la mano.

—Lo recuerdo —dijo Myron.

—Tú acababas de conseguirle un patrocinio de aquella gran empresa lechera. Conducir borracho ya era bastante malo, pero si a eso le sumas un herido, bueno, podía ser destruido. Pero nosotros nos cuidamos de él. Se pagó a las personas adecuadas. Billy Lee y yo declaramos que una camioneta nos había cerrado el paso. Lo salvamos. Ahora me pregunto si hicimos lo correcto. Quizá si Clu hubiese pagado el precio entonces, quizás hubiese ido a la cárcel en lugar de caer en…

—No hubiese ido a la cárcel, Bonnie. Posiblemente le hubiesen quitado el carnet de conducir y lo hubiesen condenado a realizar servicios comunitarios por un tiempo.

—Vete tú a saber. La vida es cuestión de olas, como cuando tiras una piedra en un estanque, Myron. Algunos filósofos creen que todo lo que hacemos cambia el mundo para siempre. Incluso los actos más sencillos. Como salir de casa cinco minutos más tarde, o tomar una ruta diferente para ir al trabajo; lo cambia todo para el resto de tu vida. No me lo creo del todo, pero cuando se trata de cosas importantes, no sé, veo que las ondas perduran. O quizá comenzó antes de aquello. Cuando era un niño. La primera vez que comprendió que podía lanzar una esfera blanca con una velocidad sorprendente, la gente le trataba de una forma especial. Tal vez nosotros sólo continuamos el condicionamiento de aquel día. O lo llevamos a un nivel adulto. Clu aprendió que siempre habría alguien para salvarlo. Y lo hicimos. Aquella noche lo salvamos, y después vinieron las acusaciones de asalto, y el comportamiento obsceno y los análisis de dopaje fracasados y todo el resto.

—¿Crees que el asesinato fue un resultado inevitable?

—¿Tú no?

—No —respondió Myron—. Creo que la persona que le disparó tres veces es la responsable.

—La vida pocas veces es tan sencilla, Myron.

—Pero el asesinato lo es generalmente. Al final alguien le disparó. Fue así como murió. No murió porque le ayudamos a salir de algunos excesos autodestructivos. Alguien lo asesinó. Y esa persona, no tú, yo o los que se preocupaban por él, tiene la culpa.

Ella lo pensó por un momento.

—Quizá tengas razón.

Pero no parecía convencida.

—¿Sabes por qué Clu le pegó a Esperanza?

Bonnie negó con la cabeza.

—La policía también me lo preguntó. No sé. Quizás iba colocado.

—¿Se ponía violento cuando estaba colocado?

—No. Pero suena como si hubiese estado muy presionado. Quizá sólo se sentía frustrado porque ella no podía decirle dónde estabas.

Otra oleada de culpa. Esperó que desapareciese.

—¿A quién más podría haber acudido, Bonnie?

—¿A qué te refieres?

—Dijiste que necesitaba ayuda. Yo no estaba. Tú no hablabas con él. ¿Entonces a quién podía acudir?

Ella se lo pensó.

—No estoy segura.

—¿Algún amigo, compañero de equipo?

—No lo sé.

—¿Qué tal Billy Lee Palms?

Ella se encogió de hombros como si dijese no lo sé.

Myron lanzó unas cuantas preguntas más, pero no consiguió nada importante. Al cabo de un rato, Bonnie consultó la hora.

—Tengo que volver con los chicos —dijo.

Él asintió, se levantó de la silla. Esta vez, ella no lo detuvo. Myron la abrazó y Bonnie le devolvió el abrazo, sujetándolo con fuerza.

—Hazme un favor —dijo Bonnie.

—Di.

—Salva a tu amiga. Comprendo por qué necesitas hacerlo. Y no quiero que vaya a la cárcel por algo que no hizo. Pero después déjalo estar.

Myron se apartó un poco.

—No te entiendo.

—Como dije antes, eres un tipo noble.

Pensó en la familia Slaughter y en cómo había acabado; algo dentro de él volvió a ser aplastado de nuevo.

—La universidad queda muy atrás ya —dijo Myron con voz suave.

—No has cambiado.

—Te sorprenderías.

—Todavía necesitas justicia, los finales limpios y hacer lo correcto.

Myron no dijo nada.

—Clu no te lo puede dar —señaló Bonnie—. No era un hombre noble.

—No merecía ser asesinado.

Bonnie apoyó una mano en su brazo.

—Salva a tu amiga, Myron. Luego deja marchar a Clu.

El último detalle

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