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La economía mundo y los imperios en la historia urbana del Caribe

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Desde planos teóricos diferentes, diversos autores han enfatizado las diferencias de los proyectos colonialistas tempranos —que entraron a América a través del Caribe e hicieron de esta zona un área predilecta de experimentación— y las maneras como el desarrollo capitalista europeo condicionó estas modalidades.

D. W. Meining (1986), en un estudio histórico monumental, ha explicado la existencia de dos procesos de colonización europea en América, sustancialmente diferentes y frecuentemente enfrentados:

-El primero de ellos tuvo como punto de partida el eje Lisboa/Sevilla y se desplazó hacia el suroeste. Se organizó a través de una ruta comercial desde cada metrópoli, con la célebre Carrera de las Indias como avenida emblemática. “Una ruta única, [escribe Meining refiriéndose a la flota española] desde un único puerto conectado a dos portales americanos […] un eje marítimo de un enorme sistema imperial que afirmaba derechos territoriales exclusivos sobre la mayor parte del mundo americano” (Meining, 1986: 55).

-El segundo se incubó en el nordeste europeo (norte de Portugal, la Vascongada, la Rochelle, Bretaña, Normandía, Países Bajos). A diferencia del anterior, fue “[…] un comercio abierto protagonizado por infinidad de empresarios desde numerosos puertos locales […]” (Meining, 1986: 56) y que daría lugar a otra forma de colonización ensayada preferentemente en Norteamérica y en lo que los españoles consideraban “las islas inútiles” del Caribe. Aunque al calor de esta dinámica se generaron algunos intensos procesos de asentamientos poblacionales, se trató de una tendencia que priorizaba (o tuvo que contentarse con) los pontones comerciales y productivos dispersos a los grandes asentamientos contiguos, lo que creó un patrón geopolítico altamente fragmentado.

Algo similar nos dice Wallerstein (1999) cuando analizaba la formación de un sistema mundial “…que posee límites, estructuras, grupos miembros, reglas de legitimación y coherencia… (y) su vida resulta de las fuerzas conflictivas que lo mantienen unido por tensión, y lo desgarran…” (490, T I). El Caribe fue, por tanto, un lugar clave de confrontación y articulación de las dos maneras de expansión europea en los inicios de la mundialización capitalista: los sistemas imperiales y la economía/mundo.

Mientras que los primeros —típicos de la colonización ibérica— se basaban en un Estado emprendedor que imponía estructuras políticas jurídicamente definidas, los segundos buscaban la creación de espacios económicos que pudieran prescindir de, y erigirse sobre, la estructura política, haciendo posible: “…incrementar el flujo de excedentes desde los estratos inferiores a los superiores, de la periferia al centro, de la mayoría a la minoría, eliminando el despilfarro de una superestructura política excesivamente engorrosa” (: 21, T II).

Se trata de una aproximación muy sugerente para nuestro análisis y que permite calibrar el significado, por ejemplo, de la presencia holandesa en el Caribe “…más parecida a sus predecesores mediterráneos de Venecia y Génova que a sus rivales ibéricos del Atlántico” (Meining, 1986: 63). Según Arrighi y Silver (2001) fue una expansión que suplantaba la lógica “territorialista” por otra estrictamente capitalista, que priorizaba las ganancias y buscaba reducir los costos de las aventuras imperiales. En consecuencia su principal hazaña caribeña no fue el tedioso asedio de San Juan —que destruyó media ciudad y con ella la biblioteca insuperable del Obispo Balbuena—, sino la captura de la flota española en la bahía cubana de Matanzas, que los holandeses eternizaron en monedas alegóricas y en canciones infantiles.

Las ciudades que aquí estudiamos se ubicaron en los contornos de ambas modalidades colonialistas, que es decir de dos maneras de apreciar la lógica de la mundialización en ciernes. Y en consecuencia, no es posible explicar sus historias sin recurrir a la noción de intermediación urbana tal y como la han explicado Jean Claude Bolay (2003) y sus colaboradores de la Escuela Politécnica Federal de Lausana.[1]

Lo singular aquí es que estas ciudades se irán colocando de formas diferentes en relación con la economía/mundo en expansión y los imperios a la defensiva, lo cual generaba otras tensiones respecto a cómo intermediaban sus relaciones con sus entornos regionales y con sus propios espacios nacionales. Sus intermediaciones, por tanto, revisten siempre una particular cualidad fronteriza, de contacto y separación, de espacios, escalas y sujetos diferentes.

Según los excluidos de Tordesillas, iban ocupando espacios vacíos (lo que estaría aderezado por otras motivaciones políticas, ideológicas y religiosas que escapan al objetivo de este estudio). Esta frontera colonial cruzó la propia región, dando lugar a la postre a uno de los mosaicos culturales más intensos del planeta. E inevitablemente también de patrones urbanos que iban desde las suntuosas y reglamentadas ciudades españolas hasta los más discretos asentamientos ingleses, marcados por la frugalidad de espacios y construcciones como cuño indeleble del esquema absentista que predominó en sus entramados económicos.

Las postrimerías del siglo XIX marcaron un punto de viraje con la entrada en escena de los Estados Unidos y su consideración de la zona como un traspatio vital para su propia existencia. El utillaje hegemónico norteamericano ha incluido todo tipo de recursos, incluyendo dolorosas intervenciones militares, pero, aun cuando haya prescindido de estas últimas, siempre han tenido un alto contenido geopolítico y de seguridad. Ello marca esta presencia con un sello imperialista innegable y ha conferido al antimperialismo una buena cotización en el mercado político alternativo. Es probable que la experiencia más consistente en este sentido lo siga siendo el proceso político cubano iniciado con la revolución de 1959, y su expresión urbana más elocuente el contrapunteo fronterizo entre La Habana y Miami.

Esta condición fronteriza que ha caracterizado a la región es una variable de vital importancia para analizar la emergencia y desarrollo de las tres ciudades históricas del Caribe Hispánico que aquí analizamos —Santo Domingo, San Juan y La Habana— así como de Miami. En una situación u otra, las maneras como estas ciudades ejercieron sus intermediaciones en torno a esta condición fronteriza es vital para entender los derroteros seguidos por cada una.

Una idea central de este libro es que la capacidad para colocarse en y administrar los lugares de paso de las fronteras que las circundan —y en particular esa gran frontera difusa entre “imperio” y economía mundial— ha sido la clave del apogeo efímero de Santo Domingo en la primera mitad del siglo XVI, pero también de los éxitos de La Habana por casi tres siglos y de Miami en la actualidad. Y por contraste, también ha sido una condición para explicar la existencia mediocre de San Juan y su incapacidad actual —a pesar de sus notables ventajas competitivas— para ocupar un lugar mayor en la intermediación regional.

Ciudades en el Caribe

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