Читать книгу Para mi biografía - Héctor Adolfo Vargas Ruiz - Страница 22
ОглавлениеPasaba un día cualquiera muy cerca del edificio Liévano (Alcaldía de Bogotá) y la curiosidad me llevó a preguntar por la larga cola que se formaba. Un señor me contestó que se trataba de un enganche para ir a trabajar en las diferentes obras de la ciudad, próximas a iniciarse con motivo del Cuarto Centenario de la Fundación de Bogotá. Luego me incorporé a la fila y poco rato después quedé incluido en la planilla de obreros con destino a la carretera circunvalar. Los pagos eran puntuales en las primeras semanas, pero en las siguientes no llegaban sino disculpas pidiendo paciencia, mientras el Gobierno giraba los dineros, hasta que se supo que el contratista había desaparecido, llevándose todo el dinero adeudado, así que volví a quedar sin trabajo y sin recursos.
Bien sabido es que vivir en “La Perseverancia” es vivir en el centro de la ciudad; luego bajar de la carrera quinta, donde yo me alojaba, al parque de San Martín o de Bavaria no demandaba sino un par de minutos. De pronto, en una fecha que se me escapa de la memoria, el radio a alto volumen anunciaba la gran revista militar que para ese día estaba programada con la asistencia del Presidente López y su sucesor Eduardo Santos. Por supuesto, el entusiasmo fue un contagio general, y, en el acto, me encaminé hacia la carrera séptima con la esperanza de poder transportarme al sitio anunciado; pero el trasporte era imposible y por ese “imposible” me salvé de figurar entre el sinnúmero de muertos que dejó ese aviador loco que quiso hacer una proeza, no se sabe si por coger al vuelo una bandera o por matar a las dos figuras del Gobierno y la política.
Amanecer Boyacense Bambuco
Estrofa 1
Dime, niña de alpargatas,
linda cara de lucero,
la de blusa descotada,
tú, la del rosario al cuello
con ese Cristo de plata
que bendice tus dos senos.
Estrofa 2
¿Qué andas haciendo solita
tan temprano en el potrero
sin hacer caso al rocío
que hace perlas en tu pelo?
si para ver tu hermosura
se ha despejado hasta el cielo.
Dame pues la gracia, niña,
de ser yo tu compañero
y, si a ordeñar te han mandado,
te ayudaré con esmero,
pues, mientras la vaca ordeñas,
yo cuidaré del ternero.
Dime, campesina hermosa,
que llevas rosario al cuello
con ese Cristo de plata
que bendice tus dos senos,
¿por qué no me das la gracia
de ser yo tu compañero?