Читать книгу Para mi biografía - Héctor Adolfo Vargas Ruiz - Страница 30

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Luego, la rasquiñita de las aventuras me indujo a renunciar a ese nuevo cargo para enrumbarme hacia el Viejo Caldas adonde ya se encontraba radicada mi madre, quien había quedado viuda nuevamente y sin recursos económicos, pues el único capital que heredó de mi padrastro fue el de cinco hijas, todas menores de edad. Entonces, localizados en Armenia, mi primera preocupación fue la de salir a buscar trabajo para convertirme en jefe de hogar; pero sucede que en aquella región la más fácil fuente de empleo era la recolección de café y yo, hasta entonces, no conocía ni sabía qué era una mata de café. Así que hube de dirigirme hacia Manizales que, por ser la ciudad capital, debía ofrecer muchas otras perspectivas. Entonces, recorriendo sus empinadas calles, al abrirme paso por entre un tumulto de gente joven, alcancé a entender que se trataba de un enganche para la Policía Departamental y como mi suerte ya estaba echada para ser policía por secula seculorum, no me demoré mucho en recibir un formulario para entregarlo luego con los datos personales y en un tiempo no mayor de ocho días fui destinado a prestar mis servicios en la ciudad de Pereira. Por ser tan próximas las dos ciudades, Pereira y Armenia, se me facilitaba el transporte para llevarle ayuda económica a mi familia.

Pero la situación se iba haciendo cada vez más pesada por cuanto el único que producía era yo, así que, cumpliendo mis veintiún años y olvidándome del lejano intento de mi degollamiento por la ambición de mi exigua herencia, la vendí a un pariente cercano, a la vez que renunciaba al cargo que tenía para radicarme en Armenia y montar allí un negocio con participación de toda la familia. Realizado este propósito, todo marchaba más o menos bien, porque en el hotel que adquirí hubo ocupación para todos y algo de bonanza económica; pero un día inesperado sucedió algo que echó por tierra el noble propósito de mantener la unidad familiar. El cuatro de julio, día en que estaba cumpliendo mis veintidós años, me llegó una citación de una Inspección de Policía con presentación inmediata. Acatando la orden, no tardé en presentarme ante el Inspector y mi sorpresa fue desconcertante al ver que quien me demandaba era mi mamá.

-Su mamá lo demanda, –me dijo el Inspector- porque el negocio que usted tiene demanda mucho trabajo y ni ella ni sus hermanas se sienten capaces de ayudárselo a administrar; que lo que ella desea es que usted busque empleados para su negocio, pero que se obligue a pasarle dinero suficiente para su subsistencia y la de sus hijas.-

El impacto que me produjo semejante despropósito fue demoledor. En ese momento rememoré todo lo que el sino adverso me había deparado desde mi nacimiento: la prematura muerte de mi joven padre, el abandono a que fui condenado por la nuevas nupcias de mi madre, el despilfarro de los bienes hereditarios y la consiguiente ruina, el intento de mi degollamiento por parte de mi madre y, en este caso, la afrenta ante un funcionario de la Policía, lo que me hizo tomar la inmediata y radical decisión de entregarle al Inspector las llaves del establecimiento, con la autorización de darle posesión sin reserva alguna de todo lo que hubiera de puertas para adentro a mi Señora Madre y al instante tomé un bus que me condujo a Ibagué, lugar donde pasé el resto del día de mi cumpleaños en medio de una congoja que por poco me conduce al suicidio.

El Misterioso Artista

Se arriscó el sombrero y se alisó el bigote

y de un vistazo escrutó el ambiente;

templó las cuerdas de su viejo tiple

y el ánimo templó con aguardiente.

Carraspeó fuerte y preparó garganta;

revisó el cinto y encontró el trinquete

y así, seguro y con cara alegre,

veíase romántico y valiente.

Los circundantes de la vieja tienda

brindaban por la vida y la alegría

y ansiaban de su voz y de su tiple

música, entonación y poesía.

Se oyeron luego, desgranando arpegios,

cuerdas y voz en trova enamorada

que, cual dardo, surcaban el espacio

buscando el corazón de su adorada.

Mezcla de sentimiento y alegría,

la fiesta en histeria se convierte

y el misterioso artista en un instante

de un trinquetazo sorprendió a La Muerte.

Al día siguiente, llegué a Bogotá a buscar consuelo entre mi parentela y a ver qué más sorpresas me deparaba el destino. Habrían transcurrido unos veinte días después de mi arribo a Bogotá, cuando me encontré frente a frente con una dama muy encopetada y de una elegancia admirable, pero que ante el impacto momentáneo no la podía ubicar en el lugar donde la había conocido antes y fue ella quien se adelantó a saludarme por mi nombre con un acento de auténtica antioqueña. Repuesto de tamaña confusión, la saludé por su nombre de pila, tras de un emocionado abrazo: -¡Amelia Reyes!-. Amelia era una campesina sutana de una rara y embrujadora hermosura, unos pocos años mayor de mí, a quien los mancebos del pueblo asechaban con locura. Por esa razón, la muchacha se marchó para Bogotá por la vía de Chiquinquirá, sin saber leer ni escribir y sin saber tampoco del destino que le esperaba. Así que cuando el tren terminó su recorrido en la estación de la Sabana y Amelia se disponía a salir, alguien le tendió la mano con algo de cortesía para ayudarla a bajar de esa hilera larga de casas sobre ruedas de hierro. Entonces, era una pareja de recién casados de origen antioqueño que al interrogarla por su procedencia y la razón de su viaje, ahí mismo quedó contratada para el servicio doméstico y la mucha ocupación, pero no en Bogotá, sino en Medellín, adonde viajaron inmediatamente después.

Amelia captó con una impresionante rapidez tanto el dialecto como la elegancia en el vestir, adornado todo esto con una locuacidad de auténtica paisa. Su estadía en Medellín con la familia Arango, apellido de sus patrones, no duró más de un año, pues regresó a Bogotá bien ataviada, no sólo con la ropa y las fantasías que le habían regalado los Arango, sino que trajo también su apellido, precedido por el sugestivo nombre de Nena. Por supuesto, en aquel momento en que nos reconocimos, me dijo al oído:

-Yo soy la Nena Arango de Salazar Ferro. ¿Conoces a Daniel? Él es el comandante de La Guardia de Cundinamarca y en este momento me debe estar esperando en el despacho del Gobernador Parmenio Cárdenas, con quien mantenemos una inmensa amistad. Si quieres, te invito a que me acompañes y antes te presento con ellos.-

En aquel instante pensé lo bien que me podría ir con tan ocasional encuentro, si lo que acababa de oír era cierto o, por el contrario, era esto producto de alguna rara locura; así que, a poco trecho, hicimos presencia en la sala de espera donde se hallaban muchas personas y la recepcionista en el acto se incorporó para darle la bienvenida a la Señora Nena y para hacerle compañía en su entrada al despacho.

El saludo de la Nena con el Gobernador fue de estrecho abrazo, con un tuteo muy desabrochado y con el Comandante Salazar Ferro el saludo con beso fue el correspondiente a dos enamorados. El tema de orden público entre el Gobernador y el Comandante fue suspendido abruptamente para darle prioridad al debate sobre la fiesta de gala que debía tener lugar en los próximos días con motivo de la presentación en la sociedad bogotana de la Señora Nena Arango de Salazar Ferro. Entretanto, la Nena se anticipó a presentarme ante los dos personajes como un pariente pobre y calavera que no sabía qué hacer con él, de donde nació la conveniencia de mandarme a hacer curso a la G. de C., Guardia de Cundinamarca,

-…porque lo que el Gobierno se propone es conformar una fuerza pública de entera confianza.-

Para lo cual, quedé nuevamente incorporado a la Policía, sin decir ni pío, porque el hambre acosaba. Luego esto fue el resultado de aquel feliz encuentro con mi ‘paisa’ paisana, la Nena Arango de Salazar Ferro.

Conforme con mi suerte, volví nuevamente con mi fusil terciado y el bolillo a discreción hasta cuando llegó “El Nueve de Abril”, luctuosa fecha en que no sabía qué hacer con bolillo y fusil ante el magnicidio que frustró a Colombia de ver triunfante “La Restauración Moral de la República“. Desde aquel instante, la Policía distinguida con el remoquete de “nueve abrileña” de inmediato fue reemplazada por la Policía Chulavita, con la que el Gobierno de turno implantó la modalidad de genocidio, el corte de franela, la castración y el despojo violento de las propiedades muebles e inmuebles a lo largo y ancho del país.

Laureanito Parodia de El Pescador Guabina Cesáreo Rocha Castilla y Patrocinio Díaz

Estrofa 1

Laureanito del alma, vente a Palacio, yo te convido

pa’ entregarte el Gobierno y así zafarme ya de este lío.

Allí cantas tus trinos enternecidos de son muy quedo,

que contra liberales es la consigna de “Sangre y Fuego”.

Estrofa 2

No vas a España y te posesiono

de ese trono que anhelas pa’ gobernarlo nosotros solos.

No te me escapes, que, muy discreto, mataré liberales

para cumplirte lo que prometo.

Estrofa 3

Laureanito, sordito, Alzatico, Chepito, ya tus ideas

las llevamos muy dentro e implantaremos sea como sea:

desconocemos las vías legales,

porque nuestra consigna es acabar con los liberales.

No nos importa el ser ya justos,

porque estos liberales, ¿pa’ qué negarlo?

siempre son muchos.

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