Читать книгу Para mi biografía - Héctor Adolfo Vargas Ruiz - Страница 31

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4. MIS DIFICULTADES

Con estos últimos sucesos, la desocupación era casi general y la miseria catastrófica. Pero un día, a mediados del año cuarenta y nueve, me encontré con Evangelista Rodríguez, ex-compañero, quien, al comentar nuestra precaria situación, al calor de un tinto, me invitó muy ingenuamente a que fuéramos a las dependencias del detectivismo a llenar unos formularios, para solicitar el ingreso a esa institución, invitación que acepté sólo por no decepcionarlo, pues yo intuía que allí nos podían tender una trampa, lo que así sucedió. A Evangelista no le dieron el anunciado formulario, pero lo mandaron volver al día siguiente. Tres días más tarde, los periódicos de la capital registraban el hallazgo de un hombre muerto en el Salto de Tequendama, bárbaramente mutilado y sin rostro, cuya identificación sólo fue posible por algunos documentos hallados en la hora del levantamiento del cadáver. Así que Evangelista siguió el mismo suplicio del Doctor Uriel Zapata, quien días antes había corrido la misma suerte y en el mismo sitio. Si de estos dos crímenes macabros se deduce la inseguridad reinante en todo el país, entonces la vida se hacía por demás angustiosa, porque a la inseguridad se le agregaba el desempleo y comenzaba el hacinamiento humano en las ciudades. Así que para subsistir había que ingeniarse muchas cosas.

Al Tequendama

Desde los altos de Tena

se divisa el Tequendama

y allá en el fondo del río

parece que alguien me llama.

Y en la columna de niebla

que sube por la cañada

parece que se aproxima

la imagen de mi adorada.

Dime, Tequendama cruel

que guardas tantos secretos,

¿qué más te contó la ingrata

y en dónde encuentro sus restos?

Mira que, aunque muerta esté,

siempre sigue siendo mía

desde que la conocí

en La Mesa de Juan Díaz.

Si puedes hablar con ella,

dile que es deseo mío

ser su eterno compañero

allá en el fondo del río.

Un día cualquiera me encontré en un céntrico sector de la capital con un viejo músico de la Guardia de Honor y entre tinto y charla este viejo amigo me contó que en su casa guardaba como vieja chatarra unas pistolas y revólveres incompletos que ya le estorbaban y, entonces, al manifestarle mi interés por verle su guardado, me llevó a su casa, me mostró lo que en realidad era un revoltijo de piezas de armas deterioradas y entrando en negociación las adquirí por la fantástica suma de treinta pesos ($30.oo). En ese mismo instante me trasladé a un taller de armería que quedaba contiguo al Palacio de Nariño por la carrera octava y, armando piezas, el armero logró cotejarme dos pistolas y siete revólveres que, arreglados y niquelados, me salieron a razón de treinta pesos cada uno y, así, de la noche a la mañana, me convertí en comerciante de armas, pues el negocio me resultó tan jugoso que cada vejete lo vendía a quinientos pesos ($500,oo). Así marchaba mi negocio, hasta cuando la Policía me cogió por sorpresa, me decomisó mi mercancía, me condujo a la cárcel, me multó y, desde entonces, quedé en la mira de las autoridades por traficante de armas.

Con la moral por el suelo y sin recursos económicos, me interesé por una invitación radial que la Dirección de la Policía hacía a los reservistas, para que acudieran a la Escuela General Santander a concursar para el ingreso a la Policía Militar, una nueva organización, tal vez con el propósito de borrar la imagen de la Policía Chulavita, y hacia allí me encaminé, porque no tenía más carta que jugar y me sonó la flauta, porque a los pocos días ingresé al curso con 700 hombres más, de donde salimos la gran mayoría con destino a Bucaramanga. Una vez instalado allí, el Comandante, con hojas de servicio en mano, en la distribución que hizo del personal, me destinó a la Secretaría del Comando, en donde me mantenía en permanente contacto con toda la oficialidad.

Aroma de Pomarrosa Bambuco

Estrofa 1

Aroma de pomarrosa

transpiras de tus encantos

y de tu boca sabrosa (bis)

asoma el fuego a tus labios.

Estrofa 2

La luz de tus grandes ojos

vuelve diáfanas las noches

para saciar mis antojos (bis)

y amarte con gran derroche.

Dos opulentas magnolias

me hacen volver a ser niño

para sentirme en la gloria (bis)

bajo tu suave corpiño.

De hormiga santandereana

formáronse tus caderas

y por esbelta y lozana (bis)

está en ti mi vida entera.

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