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De la orientación inconsciente hacia el daño de sí
ОглавлениеDice Sigmund Freud que el
[…] automaltrato, que generalmente tiene la estructura de un acting-out en aquellos casos en que no se propone una completa autodestrucción como finalidad, sino más bien un llamado al Otro, no tiene en nuestro estado de civilización actual más remedio que ocultarse detrás de la casualidad o manifestarse imitando el comienzo de una enfermedad espontánea. Antiguamente era signo usual de un duelo y podía ser expresión de ideas de piedad y renunciamiento al mundo. (6)
No son pocos los seres humanos en quienes, por distintos medios, se evidencia una tendencia a la autodestrucción, manifestando cierto furor contra la propia integridad y la propia vida, un cierto desprecio del cuidado de sí y el empecinamiento compulsivo en hábitos de vida nada saludables. Esta tendencia inconsciente a la autodestrucción –que, por cierto, contradice la idea del cuidado de la vida como valor fundamental– aprovecha momentos de debilitamiento existencial y alguna culpa inconsciente que empuja hacia el autocastigo, para ponerse en escena bajo la forma del daño.
Los daños autoinflingidos comúnmente son una transacción entre el impulso autodestructivo “y las fuerzas que aún actúan contra él. También en los casos en que se llega al suicidio ha existido anteriormente, durante largo tiempo, dicha inclinación, con menor o mayor fuerza o como tendencia inconsciente y reprimida”. (7) O sea que no se suicida sino aquel en quien ha existido una fuerte inclinación autodestructiva; de ahí que, al momento de llevarse a cabo el pasaje al acto suicida, es seguro que ya se habrán producido distintos movimientos orientados contra sí mismo de un modo real o simbólico.
Tanto la intención inconsciente de suicidarse como la intención consciente “escoge su tiempo, sus medios y su ocasión”. (8) Son numerosos los casos de desgracias que parecen casuales o debidas a la mala suerte; por ejemplo, accidentes automovilísticos o peatonales, tropiezos en la calle que producen caídas con graves daños en el cuerpo, heridas causadas a sí mismo o a otros por estar limpiando un arma de fuego o jugando con ella. Esto suele suceder en el ejército y en las casas de familia en donde imprudentemente se dejan armas al alcance de los niños. En estos casos, los lejanos pueden interpretar el acto como algo accidental, pero algunos de los cercanos pueden llegar a reconocer íntimamente que las circunstancias en que ocurrió “justifican una sospecha de suicidio [o de homicidio o intento de homicidio] inconscientemente tolerado”. (9)
Inspirados en el texto de Freud Contribuciones al simposio sobre el suicidio, (10) podemos afirmar que los suicidios infantiles y juveniles los podemos encontrar en cualquier nivel educativo –en la escuela primaria, en la secundaria, en la universidad, en las instituciones técnicas– y también en las empresas, como sucedió en 2005 en France Télécom, en París, donde 24 personas se suicidaron en las oficinas de la empresa, pero ya había sucedido también en la Renault, en la Peugeot y en la Educación Nacional. (11)
La interpretación de Freud hace más de 108 años sobre los suicidios de los escolares es la siguiente: “que el colegio reemplaza ante sus educandos aquellos traumas que otros adolescentes experimentan en sus particulares condiciones de vida”. (12) En la actualidad, en algunos niños, sobre todo en aquellos que son tímidos, temerosos, que por habitarlos cierta cobardía viven con miedo de todo, y por no ser osados y despiertos fácilmente experimentan exclusión y rechazo, y suelen ser asediados y sometidos a diversas humillaciones por sus camaradas. Estas circunstancias de maltrato y violencia escolar pueden llegar a convertirse en detonantes de suicidio.
A propósito del suicidio de los trabajadores de France Télécom, dice el filósofo Bernard Henri Lévy que “un suicidio es un misterio. Por supuesto que nada es más azaroso, peligroso, incluso odioso, que querer interpretar, a posteriori, actos a menudo sin palabras y que eligen, en esos casos, ocultarse tras su propio secreto”. (13)
El suicidio de un ser humano, se lleve a cabo individual o colectivamente, es un misterio sin solución, algo frente a lo cual no hay vacuna que funcione. Cada vez que se trata de una epidemia en donde está involucrada la subjetividad, el modelo epidemiológico para explicarla e intervenirla se queda muy corto, pues ataca la causa objetiva y deja intacta la causa subjetiva, que nunca es univoca, sino múltiple y variable. La variable desconocida del suicidio exige ser despejada de manera muy cauta, nadie tiene la solución con respecto al mismo, y habrá que pensar detenidamente qué posibilidades hay de prevenirlo tanto a nivel subjetivo como familiar, social, educativo, e incluso empresarial. Nada de lo que se diga del suicidio logrará despejar el misterio inefable que alberga.
Con respecto a la cuestión preventiva, Freud señala que una institución educativa –agreguemos también la institución familiar–,
[…] ha de cumplir algo más que abstenerse simplemente de impulsar a los jóvenes al suicidio: ha de infundirles el placer de vivir y ofréceles apoyo y asidero en un periodo de su vida en el cual las condiciones de su desarrollo lo obligan a soltar los vínculos con el hogar paterno. (14)
Hay dos recomendaciones que hace Freud a la escuela, en el texto que se acaba de citar, para prevenir el suicidio en los niños y adolescentes: que les infunda a sus alumnos el placer de vivir y les ofrezca asidero, es decir, puntos de anclaje. Mientras asisten a las aulas de clase, suele producirse, en la actualidad, algo que a niños y adolescentes los confronta: que se encuentran en trance de soltar sus vínculos paternos, quedando el niño en cierto desamparo a nivel simbólico. Dado que estos vínculos se sueltan en nuestro tiempo cada vez más rápido, la responsabilidad de la escuela, y con ello de sus educadores, se vuelve más grande.
Las identificaciones simbólicas que ofrecen los padres como sostén suelen entrar, desde la secundaria, en un proceso inevitable de caída estrepitosa, pues dejan de servirle para responder a los enigmas referidos al sexo y a las incertidumbres subjetivas relacionadas con el deseo, cuestión que, al dejar al adolescente sin brújula, hace que este caiga tanto más fuertemente cuanto más débil sea a nivel psíquico, asunto que se constituye en el momento propicio para la entrada del adolescente en distintas modalidades de sufrimiento subjetivo, en donde lo “personal, íntimo, indecible, inconfesable […]” (15) viene a incidir, de manera forzosa, en las decisiones que en ese momento tome con respecto a su vida.
Las identificaciones a los significantes amo familiares y sociales suelen aflojarse con la entrada en la pubertad e incluso desde antes, y con ello el futuro adolescente queda sin una orientación que le sirva de soporte simbólico, siendo ahí donde queda al borde de caer en un vacío que lo conduce a elecciones que pueden ser letales. Las posibilidades de contrarrestar elecciones del adolescente que pueden conducirlo a lo peor para sí, para la familia y la sociedad son cada vez más precarias en nuestro medio, pues las ofertas sublimatorias por parte del Estado que nos rige son mínimas: se prefiere invertir más en seguridad policial, que en seguridad humana.
Otro elemento que Freud introduce en el texto citado con respecto al colegio y que es importante evocar, porque hoy más que nunca tiene vigencia, consiste en que queda muy a la zaga de cumplir la misión de inculcar el placer de vivir y el amor por la vida, pues en lugar de inventar estrategias para educar en esta dirección, se ofrece educación para todos y de la peor calidad. El Estado les exige a los docentes de primaria y secundaria implementar programas de intervención y prevención contra los males de la sociedad actual: consumo de droga, violencia intrafamiliar, violencia escolar, criminalidad y suicidio, como si la escuela fuera una panacea que tiene en sus aulas el remedio contra todas las enfermedades del vínculo social. Entre tanto, la mayoría de los docentes, sobre todo los que trabajan en colegios públicos, se quejan, se agotan, se enferman física y psíquicamente, se sienten impotentes, desencantados de su profesión, pasando a transmitir a los estudiantes más su depresión, falta de entusiasmo y frustración, que un amor al saber que esperan les sea supuesto por los muchachos.
No son pocos los docentes que dicen vivir aburridos, estresados, angustiados, y que desencadenan enfermedades psicosomáticas o, como hoy se dice, “autoinmunes”. Esto suele ser atribuido a la presión a la que viven sometidos por parte de las autoridades educativas, y también a la decepción de su profesión, debido a lo poco que es valorada. Es desesperanzador el desgano generalizado de los profesores, la desidia de los escolares, su actitud desafiante y a veces violenta, sin contar los usuales improperios de los padres, e incluso las amenazas de actores armados cuando la labor es desempeñada en barrios populares o en regiones en donde las bandas delincuenciales ejercen un poder alterno al del Estado.
El fenómeno de la falta de solidaridad entre los profesores y compañeros de trabajo de una misma institución educativa o empresa, es otra cuestión que se ha vuelto común y cada vez se agudiza más con la evaluación del desempeño. La evaluación se presta, por ejemplo, para arreglo de cuentas por celos, envidia, rivalidades y anhelo de poder. Las formas de presión a las que en la actualidad están sometidos los docentes y los empleados de empresas son diversas. No conozco estadísticas sobre los niveles de suicidios en los docentes colombianos ni en aquellos que se ocupan de atender institucionalmente los problemas de salud mental, pero hay suicidios, adicción al alcoholismo, a la droga y al consumo de antidepresivos y ansiolíticos, hay desencadenamientos de psicosis y de neurosis, no pocas urgencias subjetivas y acting-out. A este nivel tenemos no pocos casos de sujetos que se sirven de su profesión de docentes –igual que no pocos religiosos– para poner en acto sus rasgos perversos con los alumnos, que puede ser un modo de suicidarse profesionalmente, en caso de ser denunciados y declarados responsables de violencia sexual o de acoso.
Por su parte, los asalariados, algunos de los cuales llegan hasta el suicidio, como acontenció con los de France Télécom, aparte de en muchos casos no contar con estabilidad laboral, también están sometidos a distintas formas de presión, por ejemplo, el acoso laboral, el acoso sexual, el miedo a perder el empleo, que no era tan evidente antes como lo es ahora. Se ha vuelto imprescindible, en el universo de la empresa, la instauración de un discurso gerencial que abarca “una cultura de la evaluación”, sobre la que distintos autores han “advertido, […], que se trataba, literalmente, de una cultura de la muerte y para la muerte”. (16) Dentro de este fanatismo de la evaluación, puesta al servicio del imperativo de la producción, que domina hoy en todas partes en donde se desarrolle una actividad que por encima de cualquier consideración humana deberá aportar plusvalía, no se juega más a la vida en ningún lado, sino a la muerte, pues el imperativo de la producción impone una inhumanidad absoluta, como sucedería con cualquier imperativo de tipo teocrático.
Dice Lévy que se ha producido una caída estrepitosa
[…] de los sistemas de solidaridad que, en otros tiempos, hacían de almohadilla y que esta ideología de la evaluación, es decir la de las competencias individuales, es decir, la del cada uno a lo suyo y la del camina o revienta, ha desbastado metódicamente: ¿cuántos obreros desmoralizados, debilitados, desfallecidos eran protegidos antiguamente por los compañeros?, […], ¿cuántos empleados, hasta hace unos años, han estado a punto de abandonar pero se han mantenido a toda costa en el circuito gracias a una cadena de amistad y de ayuda mutua?, todo eso ha volado en pedazos […]. (17)
Dado que se ha impuesto el individualismo del cada uno por su lado y del “sálvese quien pueda”, y esto se ha vuelto más fuerte que valores como la lealtad con el compañero, con el jefe inmediato y viceversa, pues cada uno busca salvar su pellejo a como dé lugar y obtener una evaluación alta de rendimiento a costa de lo que sea, muy poco en el orden de la solidaridad y de la amistad con lealtad nos queda actualmente en la era de la depresión, la angustia, la guerra, el crimen y el suicidio.
Lo que queda hoy como resto de la competencia desencadenada por el fanatismo de la evaluación es un profundo sentimiento de soledad, un cansancio crónico, la falta de disfrute del trabajo asalariado y cierta desesperanza que enferma psíquica y físicamente, y evoca la búsqueda de la muerte por algún medio. Algunos estarán pensando que soy demasiado apocalíptico, que las cosas no hay que llevarlas a extremos tan desesperanzadores, pero tratándose del abordaje de la pregunta por el pasaje al acto y el daño de sí, creo que no puede ser de otro modo. En este capítulo, la pregunta no es por cómo cada uno puede ser feliz, ni por cómo amar la vida y el trabajo para nunca buscar dañarse a sí mismo, sino que se trata de mostrar por qué un ser hablante, único ser que se suicida, busca el daño de sí por distintos medios y haciendo uso de diversas estrategias subjetivas.
Ahora bien, no siempre quienes se suicidan tienen antecedentes de depresión, melancolía o hastío de vivir. Esos “24 desesperados de France Télécom no eran ni particularmente vulnerables, ni oficialmente deprimidos, ni notoriamente desgraciados en su familia, en sus hogares, o en el amor”. (18) No parecía entonces haber entre ellos, por ejemplo, melancólicos; no se sabe cuántos estaban tomando medicamentos psiquiátricos o tranquilizantes, cuestión muy común hoy entre los franceses y cada vez más entre nosotros, pues cualquier malestar se quiere resolver químicamente.
La mayoría de jóvenes suicidas o que matan a otros jóvenes en un colegio, es común que después se suiciden o se hagan matar, y en el mejor de los casos detener, pues no tienen un plan de fuga concebido de antemano, como sí sucede con los terroristas que cometen un atentado o con integrantes de grupos armados o bandas delincuenciales que realizan una masacre. La mayoría de esos jóvenes han sido medicados por distintas razones, y además han amenazado o hecho varios llamados de auxilio a la familia, a los amigos, a la pareja, a la sociedad, sin ser escuchados, en el sentido del desciframiento de lo que están advirtiendo.
En el caso de France Télécom, los empleados no eligieron tirarse por la ventana, como suelen hacerlo los franceses, ni desde un piso alto, como no pocos lo llevan a cabo en todas partes del mundo; tampoco se subieron a un puente, ni se tiraron al tren, ni decidieron ahorcarse en algún lugar solitario, ni en un hotel de mala muerte –como muchos lo hacen–, o en el dormitorio con la puerta cerrada, como lo hizo un adolescente en Medellín que se colgó dentro del clóset de su cuarto y la madre no se dio por enterada cuando escuchó movimientos, pues como el joven era drogadicto y en la noche solía hacer ruido en su cuarto, ella, cansada ya de esto, pensó que se trataba de lo mismo de siempre y decidió no averiguar qué estaba pasando.
Esos trabajadores eligieron matarse en su oficina,
[…] matarse pues, literalmente, en el trabajo, ondear el propio cadáver delante de su empresario y hacerle así un último y envenenado regalo, inmolarse sobre el altar de una entidad colectiva a la que se le ha consagrado una gran parte de la existencia y que se ha convertido, para él, en un monstruo nuevo y frío que, como los dioses de Anatole France, están sedientos de la sangre de sus adeptos. (19)
Una modalidad de suicidio como la evocada,
[…] hace que el mensaje sea bastante nuevo y que, en algunos casos, cuando el suicida deja una carta, sea lo bastante explícito y claro como para que nos tomemos la molestia y terminemos de una vez de hacer la política del avestruz. (20)
Cuando catástrofes como la anotada suceden, lo peor sería asumirlas
[…] como formando parte de los riesgos del oficio o, más horrible todavía, ahogarlo en las estadísticas de la “mortalidad nacional” tan absurdas como indecentes. Desdeñar el espejo en el que nos reflejan, sería matar otra vez a los muertos de France Télécom. (21)
Estos suicidas dan cuenta de la desesperación que implica trabajar bajo presión, no sin incertidumbre, sabiendo que hay un ojo vigilante que exige rendir, a veces de manera caprichosa. Los ejecutivos de una empresa como France Télécom, en 2013 convertida en Orange y considerada entre las más grandes de Europa, por hacer valer como imperativo categórico la exigencia del rendimiento sin preguntarse por los límites de lo humano, generaron un ambiente laboral tan toxico, que seguramente se convirtió, para cada empleado, en una tortura llegar cada día a trabajar. El acoso laboral del que eran objeto, al parecer se volvió un ensañamiento tal, que condujo a cada empleado a un grado de división subjetiva tan fuerte, que en medio de la desesperación decidieron tomar venganza contra la empresa atacándose colectivamente a sí mismos. Optaron por dejarse caer colectivamente, acción que tiene la particularidad de estar dirigida al Otro omnipotente, caprichoso y sordo. Ese suicidio colectivo dio de qué hablar y condujo hasta los tribunales franceses a varios de los ejecutivos de la empresa. Por razones que desconocemos, en lugar de los empleados ponerse en posición de hacer hablar en un lugar adecuado lo que estaban padeciendo como síntoma, prefirieron actuar y darle lugar a la emergencia de la parte autodestructiva que nos habita.
Como dice Byung-Chul Han:
Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema. En esto consiste la especial inteligencia del régimen neoliberal […] En el régimen neoliberal de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta autoagresividad no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo. (22)