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Los protagonistas: Robert Fitz Roy, Charles Darwin y los fueguinos
ОглавлениеMuchos años después, un Darwin ya anciano reflexiona acerca del viaje en el Beagle en su autobiografía:
[H]a sido con mucho el acontecimiento más importante de mi vida y ha determinado toda mi carrera […] le debo a esa travesía la primera educación o educación real de mi mente; me vi obligado a prestar gran atención a diversas ramas de la historia natural y gracias a eso perfeccioné mi capacidad de observación, aunque siempre había estado bastante desarrollada […] Hoy día, lo que más vivamente me viene a la memoria es el esplendor de la vegetación de los trópicos; aunque la sensación de sublimidad que excitaron en mí los grandes desiertos de la Patagonia y las montañas cubiertas de bosques de la Tierra del Fuego ha dejado una impresión indeleble en mi mente. La vista de un salvaje desnudo en su tierra natal es algo que no se puede olvidar nunca.5 (Darwin, 1892 [1997: 65])
Charles R. Darwin, hijo y nieto de médicos, nació el 12 de febrero de 1809 en Shrewsbury (Inglaterra) y murió, víctima de una cardiopatía, el 19 de abril de 1882. Provenía de una acomodada familia y a los dieciséis años fue enviado por su padre a estudiar medicina a la Universidad de Edimburgo, junto con su hermano Erasmus. Luego de dos años en Edimburgo, su padre se enteró del desinterés de Charles por la medicina y decidió enviarlo a realizar la carrera eclesiástica a Cambridge. Tampoco allí encontró su vocación. No obstante, y al igual que le había ocurrido en Edimburgo, Darwin estableció gran cantidad de contactos, sobre todo con geólogos y botánicos. Como sentía gran afición por las ciencias naturales, el profesor John S. Henslow lo instó a estudiar geología con Adam Sedgwick.
Era habitual que las expediciones contaran con un naturalista, es decir, alguien encargado de recoger muestras de plantas y animales desconocidos y realizar observaciones geológicas. Ese puesto correspondía, por una tradición de la Armada británica, al cirujano de la nave que, en el caso del Beagle, era Robert McCormick, quien también estaba interesado y preparado para el puesto y la tarea de recolección de especies biológicas y cuestiones geológicas. Pero el capitán Fitz Roy no lo consideró la persona adecuada, quizá por su carácter reacio a aceptar órdenes, quizá por su origen irlandés. Sin embargo, lo más probable es que, como bien señala Stephen Jay Gould, dada la tradición de los capitanes de no relacionarse con sus subordinados (salvo para cuestiones estrictamente referidas al barco y la travesía) y el temor a estar varios años aislado –luego de la traumática experiencia de Stokes en el viaje anterior–, Fitz Roy haya querido designar un supernumerario que, aunque se tratase de un desconocido para él, perteneciera a su misma clase social. Por ello, le pidió al profesor Henslow que le recomendara a alguien,6 y este le nombró a Darwin quien, ante el ofrecimiento, aceptó condicionadamente. Pidió tener libertad para alejarse del derrotero de la expedición cuando quisiera (cosa que hizo repetidas veces y por períodos bastante prolongados) y que se le permitiera hacerse cargo de sus gastos de alimentación. Fitz Roy aceptó y, poco antes de zarpar, Darwin escribe en una carta entusiasmada desde Devonport el 17 de noviembre de 1831:
Todos aquellos que están a la medida de opinar, dicen que se trata de una de las travesías más grandiosas que jamás se hayan emprendido. Estamos equipados a lo grande […] en definitiva, todo es tan próspero como el ingenio humano puede hacerlo. (Darwin, 1892 [1997: 268])
Puede asegurarse que en su viaje, además del libro de Humboldt (Personal Narrative of Travels to the Equinoctial Regions of America), Darwin llevó la Biblia y el recién aparecido primer tomo de los Principios de geología de Charles Lyell, que proponía una nueva visión de los cambios geológicos del planeta (conocida como “uniformitarismo”) y que influyó fuertemente en él. Lyell afirmaba que las características geológicas del planeta son el producto de un lento y continuo proceso en el cual intervienen causas que operan en forma constante y no, como sostenían los catastrofistas, a partir de grandes y esporádicos cataclismos. Además, en oposición a la mayoría de los naturalistas de su época, sostenía que la edad del planeta se remontaba a varios millones de años.
El Darwin que parte en el Beagle es apenas un joven lúcido e inquieto de veintidós años, con una gran afición por la vida al aire libre y las cabalgatas, y que no imaginaba en absoluto el papel central que tendría en la historia de las ciencias y en la cultura occidental en general. Sin embargo, en el Diario, que termina de redactar para su publicación a la vuelta, describe con una proverbial meticulosidad no solo lo que era incumbencia de un naturalista en la época (la biología, la geografía y la geología de la zona), sino que también aporta consideraciones antropológicas y sociológicas sobre los habitantes de las regiones visitadas con una agudeza y lucidez más propias de un profesional avezado que de un joven inquieto. Muestran su enorme capacidad analítica y de observación, al tiempo que una gran creatividad conceptual para ensayar hipótesis plausibles. Pero aún no era el Darwin que publicó dos décadas más tarde uno de los principales libros del siglo XIX: On the Origin of Species by Means of natural Selection or the Preservation of the favored Races in the Struggle for Life (conocido más comúnmente como El origen de las especies; en adelante El origen). Es más, aunque resulta discutible el lugar y la ocasión de inspiración de cualquier teoría científica, al menos en el sentido heroico y fundacional que, a veces, se le quiere dar, el eureka de la evolución es bastante posterior al regreso a Londres. Más allá de chovinismos cientificistas menores de argentinos, chilenos y ecuatorianos acerca del privilegio del lugar y momento preciso en que a Darwin le surge su peligrosa idea y de que algunos hallazgos en Punta Alta (al sur de la provincia de Buenos Aires), en la cordillera de los Andes, en la Patagonia y en las Galápagos ocupan un lugar destacado en el posterior rompecabezas de la evolución, lo cierto es que Darwin tardó varios años en anudar su teoría. Más adelante volveremos sobre esto.
Otro de nuestros protagonistas es el capitán Robert Fitz Roy (también se lo suele encontrar escrito “FitzRoy” o “Fitz-Roy”). Había nacido en Suffolk, Inglaterra, en 1805, de modo que, aunque algo mayor que Darwin, solo tenía veintiún años al inicio del primer viaje de la expedición y veintiséis al iniciar el segundo. Pertenecía a la aristocracia inglesa tanto por parte de padre como por parte de madre, y a los trece años ingresó en la Marina Real Británica. Fue un experto en observaciones meteorológicas y, por sus estudios hidrográficos a bordo del Beagle, fue premiado con una medalla de oro por la Royal Geographical Society y también ocupó el cargo de gobernador de Nueva Zelanda entre 1843 y 1845. Era un hombre muy religioso y tenía en muy alta estima el rol que los misioneros podrían desempeñar para “civilizar” a los aborígenes de distintas zonas del planeta, es decir, para que pudieran ascender desde su estado de salvaje al grado de la civilización (europea).
Vale la pena una breve digresión aquí porque es relevante para comprender en buena medida cuál fue una de las motivaciones de Fitz Roy al llevar a los fueguinos a Inglaterra. En un olvidado artículo de 1836, en coautoría con Darwin,7 intenta rebatir el argumento negativo sobre los misioneros cristianos que había reflotado el explorador ruso Otto von Kotzebue y según el cual esos misioneros habrían destruido culturas nativas bajo el pretexto de llevar el progreso de la civilización e incluso disfrazando la expansión colonial europea. En el artículo mencionado se resalta la labor de los misioneros mejorando el “estado moral” en Tahití:
No he visto en ninguna otra parte del mundo comunidad más ordenada, pacífica e inofensiva. Todo el mundo parecía ansioso por complacer, risueño y feliz por propia naturaleza. Mostraban respeto por los misioneros, y una absoluta buena voluntad hacia ellos […] y aquellos parecían plenamente merecedores de tales sentimientos. (Citado por Gould, 1993 [2006: 329])
Descartando que esa condición surja de la propia cultura de los tahitianos que, antes de la llegada de los misioneros, tenían costumbres y hábitos “reñidos con la moral y la civilización”, afirma:
En líneas generales, pienso que el estado de la moralidad y de la religión en Tahití es muy estimable […] Los sacrificios humanos, las guerras más sangrientas, el parricidio y el infanticidio, el poder de los cultos idólatras, y un sistema impregnado de una lujuria sin parangón en los anales del mundo; todo ello ha sido abolido. La hipocresía, el libertinaje, la intemperancia, se han visto muy reducidos gracias a la introducción del cristianismo. (Citado por Gould, 1993 [2006: 330])
Era una idea bastante extendida desde mediados del siglo XVIII (luego volveremos sobre ello en el capítulo 5) y tendría como consecuencia práctica facilitar las relaciones comerciales y el asentamiento de europeos en sus territorios.
Esa clase de mentalidad de carácter humanitario en apariencia, impensable hoy en cualquier mente desprejuiciada, satisfacía en cierta medida los intereses políticos y comerciales de los gobiernos colonialistas europeos que financiaban o costeaban los viajes de exploración a diversas regiones del mundo. (García González y Puig Samper, 2018: 76)
Esta convicción sobre la inferioridad de algunos grupos humanos y su creencia en que la educación cristiana permitiría revertirla explican en buena medida el esfuerzo desarrollado por Fitz Roy en torno a los tres fueguinos; pero la mencionada crítica de von Kotzebue acerca de las misiones volverá también a aparecer una y otra vez, y no será una cuestión menor en el desarrollo de los trágicos sucesos que veremos.
Por su parte, el conocimiento disponible acerca de los nativos de la Patagonia, los otros protagonistas de esta historia, era bastante relevante y detallado. Fitz Roy reproduce en el apéndice extractos del diario de Antonio de Viedma (publicado en 1783), que le llega de don Pedro de Angelis a través de sir Woodbine Parish,8 diplomático británico en Buenos Aires entre 1825 y 1832. Viedma describe muy minuciosamente las costumbres, las idiosincrasias y los aspectos físicos, vestimentas, creencias y rituales de los nativos de la Patagonia. También apela a descripciones tomadas de Thomas Falkner,9 y el mismo Fitz Roy desarrolla sus propios puntos de vista a lo largo de tres capítulos del tomo II de Narrative, incluyendo descripciones de los nativos, distribución geográfica y etnias. Asegura que la información fue obtenida “principalmente de los nativos que fueron a Inglaterra en el Beagle; y del señor Low, que ha visto más de ellos en su propio país que cualquier otra persona” (Narrative, t. II: 129). Los reportes disponibles tienen algunos errores propios de la carencia de herramientas conceptuales y científicas disponibles, los prejuicios vigentes, las diferencias idiomáticas e idiosincrásicas, pero son de una minuciosidad asombrosa.
Hoy se supone que en esa época (antes de las epidemias y las matanzas que los diezmaron) habría habido unas diez mil personas en la zona de la actual Tierra del Fuego, islas vecinas y costas del estrecho de Magallanes, divididos en cuatro grupos con lenguas y costumbres diferentes. Dos de esos grupos (los yámanas, también conocidos como yaganes, y los alacalufes) eran canoeros; los otros dos grupos (los selk’nam, también llamados onas, y los haush) no eran navegantes y cazaban guanacos.
1. La bibliografía sobre Darwin y los viajeros por la Argentina se encuentra relevada exhaustivamente en Santos Gómez (1983).
2. Quien ya tenía experiencia previa, pues había realizado cuatro viajes para relevar las costas australianas entre 1817 y 1821.
3. En el capítulo II del tomo II de los Narrative se transcribe el extenso y detalladísimo memorándum con las instrucciones que la Oficina Hidrográfica asignó a Fitz Roy.
4. Luego de abandonar definitivamente el actual territorio argentino, la expedición se dirigió al norte por el océano Pacífico y, durante una estadía en Santiago de Chile, Darwin cruzó los Andes y llegó hasta la actual provincia de Mendoza, donde estuvo varios días. En ocasión de pasar una noche en Luján de Cuyo relata haber sido atacado por gran cantidad de vinchucas. Eso alimentó la versión, nunca confirmada, de que Darwin habría fallecido como consecuencia de la enfermedad de Chagas provocada por el parásito Trypanosoma cruzi transmitido por las mencionadas vinchucas.
5. Todos los resaltados en bastardilla en las citas que aparecen a lo largo del presente libro son míos, salvo expresa indicación en contrario.
6. Ver el interesante artículo de Gruber (1969) en el que da cuenta de la conflictiva relación entre Darwin y McCormick.
7. Curiosamente, el primer artículo firmado por Darwin. Según Gould (1993), muy probablemente haya sido escrito mayormente por Fitz Roy a pesar de la firma conjunta.
8. Woodbine Parish (1796-1882) fue encargado de negocios en Buenos Aires entre 1825 y 1832. Firmó un tratado de amistad, comercio y navegación entre Gran Bretaña y Argentina en 1825. Alternaba su trabajo diplomático con la investigación en paleontología y geología. Publicó, en 1839, Buenos Ayres and the Provinces of Rio de la Plata, y mantuvo una larga amistad y abundante correspondencia con Darwin.
9. Thomas Falkner (1702-1784), a veces citado como Tomas Falconer, fue un sacerdote jesuita misionero que recopiló mucha información sobre nativos, flora, fauna y geografía del actual territorio argentino, donde vivió durante cuarenta años.