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El precio y el valor de la ciencia


Supe que lo sencillo no es lo necio,que no hay que confundir valor y precio.

J. M. Serrat

Afirmar que el mundo contemporáneo está moldeado por una sofisticada tecnología es aseverar lo obvio. Afirmar que esta tecnología es un subproducto de la investigación básica es mucho menos evidente.

Todos los sistemas de producción de la energía que mueven al mundo (sea energía hidroeléctrica, solar, nuclear) y los equipos médicos que indagan el interior de nuestros cuerpos (la nanotecnología, la manipulación genética, la industria de las telecomunicaciones, internet, las computadoras, hornos de microondas) dependen de la comprensión de leyes fundamentales de la naturaleza.

La tecnología es un producto colateral y deseable de la ciencia. Sin embargo, en general, la motivación de los científicos a la hora de escudriñar en las leyes naturales no es la eventual aplicación práctica o tecnológica, sino más bien el placer de descubrir el funcionamiento oculto de la realidad. La naturaleza nos propone enigmas y el ser humano es un reconocedor y un descifrador de enigmas.

James Clerk Maxwell buscaba develar la estructura de los campos electromagnéticos, y sus ecuaciones sugerían que una corriente oscilante emite ondas de radio. Este fue el inicio de la radiodifusión.

La generación de jóvenes físicos que desentrañaron los entresijos del mundo cuántico no sospechaban que las leyes que descubrían harían posible la existencia de las computadoras, los celulares, el láser, entre muchos otros productos tecnológicos.

Paul Dirac buscaba averiguar el comportamiento de un electrón a altas velocidades, y la ecuación que lo describía permitió predecir la antimateria. Luego la tecnología fabricó los tomógrafos de emisión de positrones para conocer sobre nuestros órganos.

Albert Einstein no pensó en ninguna aplicación práctica de su teoría de la gravedad, pero el sistema GPS funciona gracias a una sofisticada predicción de su teoría acerca del comportamiento del tiempo en campos gravitacionales.

Parodiando la famosa expresión l’art pour l’art de comienzos del siglo xix, la actitud general de los científicos se condensa en la frase «la ciencia por la ciencia misma», por la aventura intelectual de hackear los códigos de la naturaleza, y no por la eventual utilidad que pueda tener.

Es cierto que hay áreas de la ciencia más cercanas a las aplicaciones que otras. Estudiar la superconductividad a temperatura ambiente promete más usos prácticos que la presunta teoría cuántica de la gravitación, pero los caminos de la ciencia son curiosos y nunca se sabe si de una teoría muy abstracta pueden derivarse tecnologías valiosas.

¿Que la ciencia es costosa? Sí, los grandes experimentos para explorar el mundo subatómico o el universo requieren una tecnología de punta, muy sofisticada, que es dispendiosa. Además, hay que pagar a científicos, ingenieros, computistas y técnicos, todos de altos niveles de formación. Por eso muchas veces se dan colaboraciones entre varios países y con participación de muchos centros de investigación. La ciencia actual resulta costosa, pero es valiosa. Basta con recordar algunos hechos.

El telescopio espacial Hubble tuvo un precio menor a 3000 millones, pero nos regaló una nueva mirada al universo y ha producido cerca de 5000 millones de artículos científicos. En cambio, 4 años de la guerra de Irak costaron 120 veces más que el Hubble y han originado más de 100.000 muertos.

La máquina más compleja jamás construida por la humanidad, el acelerador de partículas LHC, costó 13.000 millones de dólares, desde su fabricación hasta cuando se descubrió el bosón de Higgs. Eso es lo que vale aproximadamente un solo portaaviones.

El detector LIGO, que reveló las ondas gravitacionales en septiembre de 2015, tuvo un costo de 620 millones de dólares en 20 años, mientras que un submarino nuclear cuesta 20 veces más.

¿La ciencia es costosa? Así es, pero sabemos que la ignorancia lo es mucho más. Conocer la estructura de la materia y la historia del universo es comprender mejor nuestra relación con él y no morir en el intento. Y, a decir verdad, esto no resulta tan caro.


Astronomía al aire III

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