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PREFACIO

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JACQUES-ALAIN MILLER

Este libro hará época, y no será únicamente por su título. Busquen en Google «el inconsciente del niño», no van a encontrar nada, fuera de fórmulas aproximadas. Hagan la misma experiencia en Amazon y obtendrán el mismo resultado. Nadie hasta Hélène Bonnaud había puesto a un libro el título en cuestión.

Hay una razón para ello. Y es que los psicoanalistas no están muy seguros de que los niños tengan un inconsciente digno de tal nombre. No hay inconsciente sin represión. Ahora bien, la represión comienza con el periodo llamado «de latencia». Después, es seguro que hay inconsciente. Hasta ese momento, se duda de ello.

Hélène Bonnaud tiene otra noción del inconsciente, que le viene de Lacan, de su análisis y de sus controles conmigo, de su práctica con los niños. Es el inconsciente real, el inconsciente como imposible de soportar. Están las formaciones del inconsciente, que se descifran, que producen sentido. Pero está también lo que hace agujero, lo que está de más, lo que hace tropmatisme o troumatisme.1 La defensa, como decía Freud, no tiene la estructura de una represión. Está antes que ella. El parlêtre se encuentra directamente allí, crudamente, confrontado a lo real, sin interposición del significante —que es cataplasma, ungüento, medicamento—. El delirio, decía Freud, es un intento de curación. ¿Cómo molestar la defensa? Esta es la cuestión mayor que la práctica plantea a una analista.

Para muchos, la defensa está fuera de su alcance. Incluso ni la perciben, no saben que existe, no conocen del inconsciente más que lo simbólico; incluso, para los más zoquetes, lo imaginario. Hélène se refiere a ella constantemente. En el niño, sucede que se interviene cuando la defensa no ha cristalizado todavía. Tal situación ofrece una oportunidad que hay que aprovechar. El sujeto sale aplastado de su encuentro con el lenguaje, sepultado bajo el significante que lo colma. Él renace, born again, del llamado hecho a un segundo significante. Ahí está entre dos, reprimido, deslizándose, ek-sistant, sujeto barrado y que se barra. Si el analista consigue hacerse este segundo significante, consigue milagros con el niño.

Todas las culturas prevén procesos destinados a hacer nacer o renacer al sujeto por la imposición de un significante suplementario. Para ello, se grava, se corta, se agujerea, se suturan trozos de cuerpo: circuncisión, bautismo, infibulación, etc. Más tarde, es el Bar y la Bat Mitzvah, la comunión solemne, todo tipo de ritos de iniciación. Están los de los francmasones, los de la mafia, están los sacramentos. Son siempre tejemanejes, remilgos, chanchullos con el significante. El significado no está muy claro, pero justamente eso se percibe con más facilidad.

La iniciación es lo contrario de las Luces. Todo reposa en la tradición, que se sacraliza. Porque durante siglos se pasaron de mano en mano significantes de los que no se comprendía nada. ¿Debería venerar esto? ¡Ah! Non possumus. Volteriano soy, como se ve, aunque puedan decirme que adoro lo absurdo. Yo respeto, que ya es mucho. Es decir que guardo mis distancias. No me imagino que la risa sea suficiente para vencer a los ídolos, que vi restablecidos después de la Gran Revolución. Soy volteriano pero no de la edad de Voltaire: de la de Stendhal, más sabio para haber visto el retorno en lo real de lo que fue forcluido de lo simbólico —Dios, la monarquía, la aristocracia—. La descristianización de Francia no resultó ser exactamente un éxito. La de Rusia tampoco. No hablemos ya de la desconfucianización de China. En cuanto a lo volteriano de la edad de Flaubert, que es el señor Homais, me resulta vomitivo.

Volvamos al niño. Alrededor del «matrimonio para todos»,2 nombre ridículo, es el choeur des pleureuses: «¡El niño —dicen ellos—, el interés del niño! ¡Ataque a la filiación! ¡Vergonzosa mercantilización de los cuerpos!». No estamos hablando de la misma historia del mundo. ¿Dónde están ellas cuando se las necesita, estas asociaciones que reclaman indemnizar a los descendientes de los esclavos? El comercio de los seres humanos es también algo más viejo que la humanidad. El primer vínculo social es el amo y el esclavo. Jean-Jacques señala el inicio de la sociedad civil a partir del enunciado: Esto es mío. Pero este esto no era un cercado, era el cuerpo del otro. Pues es a partir de su cuerpo como se les atrapa a ustedes, señores míos.

Ojeaba hace algunos días un libro que celebraba en el Congreso de Viena la refundación de Europa, como pudo hacer en otro tiempo Harold Nicolson. Siendo todo lo stendhaliano que soy, odiando a Metternich y a Spitzberg, admito que la concepción del equilibro de los poderes tiene algo de grandeza; un Kissinger hace de ello el alfa y el omega de la gran política. Pero estos grandes tratados establecidos a partir de ruinas formidables, de Westfalia o de Berlín, esenciales en efecto para nuestra civilización, consistían en hacer un corte en la carne de los pueblos y distribuirlos sin pedirles su opinión. Esto no fue diferente en París, en 1919. Observemos a Clémenceau, Lloyd George y Wilson, trío siniestro y estúpido tal y como se demuestra en el libro notable de Margaret MacMillan, París, 1919. Seis meses que cambiaron el mundo. Es a partir del comercio de los pueblos que durante siglos se construyó el orden de Europa. Pero basta con que se hable de PMA y de GPA para que se clame contra la mercantilización de los cuerpos.

«El hombre nació libre, y por doquier se encuentra sujeto con cadenas». Nada más falso que esto. El hombre nació con cadenas. Es prisionero del lenguaje, y su estatuto primero es el de ser objeto. Causa de deseo de sus padres, si tiene suerte. Si no, desecho de sus goces. Hoy, los progenitores por venir comienzan por un estudio de costes antes de ponerse a la labor de producir un ser humano. Si la natalidad francesa es próspera se debe en parte a las sensatas disposiciones del legislador. La política es de entrada una regulación de las poblaciones, «biopolítica», dice Foucault muy acertadamente.

El Baby Business está en su apogeo. Este es el título del libro de Debora L. Spar, subtitulado Cómo el dinero, la ciencia y la política condicionan el negocio de la infertilidad. Hombres y mujeres políticos, lo peor sería que ustedes cerrasen los ojos para continuar soñando en un mundo ideal en el que papá pespuntea y mamá cose.* Sepan dirigir una mirada valiente sobre lo real. Solamente entonces tendrán la oportunidad de actuar por las libertades.

Bangor, 15 de marzo de 2013

El inconsciente del niño

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