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Luego que llegaron a Branchidas, hizo Aristódico la consulta en nombre de todos: —«¡Oh numen sagrado! Refugióse a nuestra ciudad el lidio Páctyas, huyendo de una muerte violenta. Los persas le reclaman ahora, y mandan a los Cymanos que se le entreguen. Nosotros, por más que temernos el poder de los persas, no nos hemos atrevido a poner en sus manos a un hombre que se acogió a nuestro amparo, hasta que sepamos de vos claramente cuál es el partido que debemos seguir.» El oráculo, del mismo modo que la primera vez, respondió que Páctyas fuese entregado a los persas. Entonces Aristódico imaginó este ardid: Se puso a dar vueltas por el templo, y a echar de sus nidos a todos los gorriones y demás pájaros que encontraba. Dícese que fue interrumpido en esta operación por una voz que, saliendo del santuario mismo, le dijo: —«¿Cómo te atreves, hombre malvado y sacrílego, a sacar de mi templo a los que han buscado en él un asilo? —¿Y será justo, respondió Aristódico sin turbarse, que vos, sagrado numen, miréis con tal esmero por vuestros refugiados, y mandéis que los Cymanos abandonemos al nuestro y lo entreguemos a los persas? —Sí, lo mando, replicó la voz, para que por esa impiedad perezcáis cuanto antes, y no volváis otra vez a solicitar mis oráculos sobre la entrega de los que se han acogido a vuestra protección.»

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