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No quisieron los naturales de Quío vender a los focenses las islas llamadas Enusas, recelosos de que en manos de sus huéspedes viniesen a ser un grande emporio, y quedasen ellos excluidos de las ventajas del comercio. Viendo esto los focenses, determinaron navegar a Córcega, por dos motivos: el uno porque veinte años antes, en virtud de un oráculo, habían fundado allí una colonia, en una ciudad llamada Alalia; y el otro por haber ya muerto su bienhechor Arganthonio. Embarcados para Córcega, lo primero que hicieron fue dirigirse a Focea, donde pasaron a cuchillo la guarnición de los persas, a la cual Hárpago había confiado la defensa de la ciudad. Dado este golpe de mano, se ligaron mutuamente con el solemne voto de no Abandonarse en el viaje, pronunciando mil imprecaciones contra el que faltase a él, y echando después al mar una gran masa de hierro, hicieron un juramento de no volver otra vez a Focea si primero aquella misma masa no aparecía nadando sobre el agua. Sin embargo, al emprender la navegación, más de la mitad de ellos no pudieron resistir al deseo de su ciudad y a la ternura y compasión que les inspiraba la memoria de los sitios y costumbres de la patria, y faltando a lo prometido y jurado, volvieron las proas hacia Focea. Pero los otros, fieles a su juramento, salieron de las islas Enusas y navegaron para Córcega.

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