Читать книгу Capítulo Noventa - Herminio Milovich - Страница 13
ОглавлениеSÍNTESIS
En este, el número noventa, cuando abro los ojos, como si fuera un espejismo de astillas dispersas en la memoria, los iré fragmentando con el hilo de mi existencia.
Hoy siento la vida como una irrepetible aventura
A veces rendido, he caído desde lo alto de mi soberbia, hacia las llamas de la humillación.
En otras, llevado por la creencia en la Aceptación, por las noches he dormido abrazado a una oración. Para renacer asombrado, en el inexplorado e incógnito amanecer de cada día
En la puerta de cada sueño he esperado un resplandor.
Cada capítulo acaecido, ha sido solo un tramo en esta historia, escrita momento a momentos, sin orden histórico.
“He leído este escrito, releído una y otras veces, corregido, reemplazando frases, y en cada borrador siguen surgiendo correcciones
Desde ahora para hacerlo imprimir, lo que he garabateado quedará determinado...”
En algunos espacios, se presentaron, causalidades, “bisagras”, que me abrieron puertas impensadas, y que al transponerlas, fueron premoniciones, que imprimieron cambios transcendentales durante el trascurso de mi destino.
Ya están idas las pulsaciones del arrebato juvenil, ¿acaso se puede inspirar el aire ya expirado?...
¿Se pueden revivir, lo pasado tal como fueran entonces? NO...ni con las manos, ni con los actos, ni con las palabras.
Tan solo con los sentimientos exhalamos emociones.
La vida, viene con nosotros desde el principio de la íntima gestación, nueve meses antes de nacer.
Para calificarme sobre lo que he vivido, solo fue haber dejado transitar noventa años en el tiempo.
Asumo que debo retornar al inicio; al primer mamar de la vida. Desde el pezón de mi madre. Quien no conoce su pasado no puede orientar su futuro.
Escarbaré con uñas el astillado cristal de mis recuerdos.
Ahora más viejo y más pequeño, cuando creo poseer las repuestas, aparecen más y más preguntas.
Todas vienen a mí al mismo tiempo, y al final del camino convergen indivisos los sueños cumplidos, los incumplidos y las congojas.
He escrito en los capítulos muchas verdades y dejado en blanco omisiones
...” las que siempre quedarán en lo más íntimo a correr el velo.”
En el soplo final que me convertirá en eternidad, surgirán los enigmas de mi existencia.
Ocultos en intima clausura, cavilo recuerdos, en los que no quiero pensar
A veces los pensamientos son tan poderosos que lastiman el ego....
Todo comenzó en un mes de piscis...un seis de marzo del año mil novecientos treinta.
*****
Mi madre me dio a luz.
Ahora como añoso árbol he dejado de crecer.
Mis retoños, hijos y nietos ya han florecido a lo ancho y a lo largo del país.
Ya mis débiles ramas, trepadas al leño de los tiempos pasados, no evalúan las distancias, ni los dolores, ni las injurias, porque que ya no afectan, las he confrontado.
Las experiencias enseñaron, primero a perdonarme a mí mismo.
Y después a los otros, y con toda humildad pedir perdón por mis errores... sin guardar rencores.
Despues de lo vivido he aprendido a odiar, si... odiar las mentiras.
Tengo profunda creencia en Dios. Soy cristiano.
Todo es dualidad: la vida y la muerte; el dolor y el goce; la enfermedad y la cura, el amor y el rencor
Ahora convertido en un anónimo personaje porteño, uno más de los sin rumbo, fui llevado hacia lo que, creía sería la última etapa de un viaje equivocado.
¿En realidad razonaba? ¿Encontraría luz en mis tinieblas, quemando nostalgias que vagaban en el absoluto? ¿Al no poder examinar el futuro, encontraría el camino hacia mi paz interior? ...no, no lo sabía.
Mi madre al ver la cama vacía, estaría inocentemente pensando que regresaría al amanecer.
En mi vida he recibido muchas bendiciones, las de mi madre fue sin duda la mayor. ¡Como agradecer a Dios su existencia. Su prudencia. Su tesón, su dulzura, su energía y su inmensa generosidad!
El destino trazó mi camino sin darme lugar a razonar.
Las causalidades se irán acumulando en mi trayecto.
Pasaron los años:
Cuando algunas veces he creído que todo estuvo en su lugar; no fue así, por que al ir repasando mis capítulos, se fueron apreciando, en más y en menos, los valores de lo vivido.
“Desde atrás de la luz, desde mi halo,
A paso lento,
A paso tardo,
O en vuelos cortos,
Seguiré viajando por la huellas de la vida.
Con esta cara... Que ya ha vivido”
Ahora Herminio convertido en otro anónimo personaje porteño, uno más de los sin rumbo, fue llevado hacia lo que creía, la última etapa de un viaje, no pudo suponer que era el principio de una futura venturosa vida.
Él nunca había viajado a La Capital.
Cruzó la plaza, escaló el Monumento a los ingleses, para mirar desde lo alto, los techos de Buenos Aires, en un día con cielo mortecino, tan apagado y ajado como él en aquellos momentos.
Todavía no había tomado conciencia del mal que causaba al abandonar su hogar, sin palabra, sin aviso, sin motivo alguno que lo justificara.
No pensó en la desesperación de sus padres, que estarían desechando desgracias, ni se detuvo a imaginar la decepción, los miedos y el dolor que estaba causando con su irreflexiva actitud. Tampoco en sus amigos más íntimos.
Más tarde los remordimientos comenzarán aflorar sin control, como un pentagrama de negrillas sin clave.
Esa cálida mañana de febrero, atravesó Plaza de Mayo, sin tomar nota de la Catedral ni de los otros históricos circundantes edificios.
Caminó sin rumbo y se fueron sumando pasos, unos y otros más, hacia otras sendas a conocer, cada vez más lejos de su hogar...
Desertó, empujado por su propia inconsciencia, por sentimientos y complejas decisiones.
Tal vez sometido por un no sé qué, profanó su libre albedrío.
Pisando huellas ajenas transitó la calle Bolívar en dirección a Constitución.
En una carnicería de la calle Bolívar al 200 compró una rosca de mocilla. (La recordaría toda la vida).
Fue lo suficiente para calmar el incipiente apetito del medio día, sin agua y sin pan consumió una porción.
La otra mitad la guardó en el maletín, pensando que la utilizaría de cena.
Al llegar a la plaza Constitución sació la sed en el bebedero público, después en el interior de la estación encontró los hediondos baños donde se obligó a íntimas necesidades.
Sentado en un banco dejó pasar las horas, al atardecer, terminó con lo quedaba del embutido.
Por primera vez se preguntó qué hacía o que haría allí, atrapado físicamente por un conjuro de su propia mente.
En este momento, al atardecer, ya surgían los remordimientos y los prejuicios. En esa plaza nadie le miró, ni se asombraron por su presencia, coexistían como ciegas y desperdigas “Cabecitas Negras”
(Como los porteños llamaban entonces a los llegados del Interior del país).
Ahora Herminio se consideraba un anónimo, invisible para todos, y eso le puso bien, pues le dio el poder tratar de encontrarte a sí mismo, en total intimidad, en medio de la multitud.
Perdido, indagando sus silencios... ¿Por qué estaba aquí en esta plaza? ¿Sentado en un banco de plaza, y una valijita viajera?...que todavía emana el aroma del hora lejano hogar?
Esa primera noche, logró dormir en un alojamiento de cuarta.
Encerrado en ese tugurio, en una misma habitación, con cuatro andrajosos, que le miraron como sapo de otro pozo.
Rendido por la inseguridad, angustiado, dormitó envuelto en una tela–sábana–gris, sobre lo que se podría considerar una cama. Por seguridad la valijita le sirvió de almohada.
Al romper el día, se cambió de ropas, haciendo uso de las que llevaba de reserva en la viajera maleta.
En el hotelucho se higienizó la cara y las manos, con ellas mojadas, se peinó.
Casi de madrugada sufragó el escabroso albergue con casi todo el dinero que quedaba en el menguado bolsillo.
Su capital se redujo a tan solo algunas monedas.
Herminio, se prometió que no volvería a pernoctar en un cuartucho, donde el olor a cigarrillos, con las colillas abandonadas en el piso, ronquidos de todas entonaciones y en especial el hedor de las ropas sucias que vestían aquellos harapientos seres, le hicieron vivir la más triste experiencia, en su primera noche en Buenos Aires.
Al amanecer entró al hall de la estación Constitución, allí vio familias enteras, hombres y mujeres con sus hijos, que dormían tirados en los pisos.
Y otros individuos desparramados cabeceaban sobre cartones viejos, en un deplorable estado de abandono.
Se estremeció al pensar que quizás esa misma noche, él mismo, podría sumarme a ese infortunio.
—Se dijo, –necesito buscar antes del anochecer otro espacio para dormir.
Por suerte pudo sentarse en el mismo banco de plaza, aquel que se sentara el día anterior. Algunos los disputaban como si fueran propios, porque una vez ubicados lo usaban todo el día y noche.
Lo consideraban su “hogar”
Un cielo cargado de nubarrones veraniegos empezó a remolinarse en el cielo.
Bandadas de palomas sobrevolaron alborotadas, buscado el cobijo de los árboles y en la torre de la cercana iglesia.
Ellas, resguardadas esperarán inquietas el retorno de la calma.
Se podía oler la tormenta, la gente corría hacia las bocas del subte o al hall de la estación.
Se había levantado una corriente desapacible, cargada de calor y humedad, anunciantes, de inminente tormenta.
El viento arrastró mareas de hojas secas que golpearon su cara.
Una hoja escapada de un libro le incitó a leerla...
La desesperación infunde valor, el cobarde huye...
Se preguntó, ¿Destino...? ¿Él se consideraba cobarde? ¿...Quizás?
Al examinarse, la realidad lo expuso ante la nada.
¿Qué sabia él de la vida? Nada
El desarrollo del orden de la subsistencia humana, no se justifica ni se mide por la extensión de las etapas madurativas...
No se adquieren los mismos hábitos en la niñez, ni en la adolescencia...ni tampoco los serán los de la vejez.
Ésas etapas previas, son las que influyen en nuestras costumbres, teniendo en cuenta que es en el propio existir, cuando la suma de errores da el resultado de las experiencias.
...
Herminio deambulaba por la zona sin poder ocultar el desánimo que le embargaba
En la esquina de la calle Brasil frente a la estación estaba emplazado un puesto de venta de diarios y revistas, él pasó junto al lugar, en el preciso momento, en el que, desde una camioneta descargaban los diarios de la mañana.
El kiosquero le dijo: (como si se anticipara a un pedido de ayuda) le echó una mirada y le sugirió...
—te pago el desayuno si me podes ayudar a compaginar las secciones y ordenar los estantes–
Ya era medio día cuando terminó las tareas, por la cual compartió con el diariero su primer alimento.
Agradeció la ayuda, el quiosquero le volvió a mirar, esta vez detenidamente. Le había gustado su aptitud y dedicación.
Entonces le invitó que siguiera ayudando.
Al final del día le ofreció compartir su comida, un sándwich y una bebida.
Es así que con ese favor, ese buen hombre le contuvo y aconsejó durante por muchos días. –¿Por qué? – No supo un por qué, solo DIOS sabía. ¿Destino, Premonición, Causalidades (Bisagras).
“tal es la condición del ser, que el padecimiento interior es su sentimiento más hiriente”.
“Toda actividad humana está motivada por el deseo o el impulso”. De allí la necesidad de que sepamos a donde vamos, para poder saber el camino que hemos de seguir.”
“El mundo es muy pequeño cuando no se tiene donde ir”....
Ayer, a los casi dieciocho años, sentado en esa plaza, pensó que debería buscar una oportunidad para continuar su vida, y corregir errores.
Se dice que donde hubo un deseo hay un camino, el que él se arrogó, le había retenido alli enjaulado en una falsa libertad.
Ahora aprenderá que el destino no hace visitas a domicilio, sino que hay que ir por él.
Un día, se dará cuenta que las puertas de la vida están abiertas para todos. Desde ahora saldará sus deudas, sabe que el tren de la adolescencia se le ha ido.
Los recuerdos se superponen, se acercan de espalda. Inquietan.
Se modifican, cuando una puerta se cierra, otra se abre; pero hay veces que quedamos tanto tiempo mirando a una, que no nos deja ver a las demás.
El hombre se programa y la vida responde en desigual manera.
Antes adolescente, hoy nonagenario, Herminio se pregunta sin comprender si hizo lo correcto, analizando su proceder consciente–inconsciente, trató de meditar las consecuencias que le llevaron a esta vida.
Ahora tiene su propia versión del optimismo, Si no puedes cruzar una puerta, cruzará otra y otras, y en cada una surgirán distintas oportunidades.
Algo maravilloso vendrá, no importa lo oscuro que esté el presente entre realidades y sueños.
¿Qué influyó para que a los diecisiete años tomara una valija, una muda de ropas y con un poco de dinero ahorrado, de sus labores durante las vacaciones escolares, trepara desde su hogar, al tranvía, que lo llevaría a la estación ferroviaria Rosario Norte? Y desde allí un tren a Buenos Aires.
Nada del pasado está irremediablemente perdido.
Con el tiempo, dejarán heridas, cuyas cicatrices serán señaladas como enseñanzas durante toda una vida
Herminio en el potencial de su existencia, todavía ignoraba, que el sentido de la vida cambia continuamente.
Pensó; ¿Debería consentirse seguir en este obstinación sin rumbo?
¿Se sentiría más libre en este sometimiento virtual?.. Decidido, afirmó que no daría el brazo a torcer, que debería empezar desde lejos, para lograr nuevas oportunidades.
Al oscurecer se había convertido en un “cabecita negra”, uno entre los tantos, que llegábamos a la Capital, en el gobierno del General Perón.
Confrontado de frente a la desdicha, mirando la miseria de aquellos cuerpos tumbados en los bancos de la plaza. Algunos ya rendidos por el desaliento, otros sucios y otros tantos, tan hambrientos, (los he visto) revisaban los desperdicios comestibles; y comían sobrantes, desechados en el cesto de la basura.
“No toda distancia es ausencia, no todo silencio es olvido. El hombre se adentra en la multitud para ahogar su propio silencio”.
Desde ese día Herminio se entregó a la gran ciudad, su destino estaba señalado en Buenos Ares. Donde todos somos análogos, como pequeñas plumas desprendidas de la bandada, o tal la inquieta hormiga desorientada de su hormiguero.
Una de las diferencias es que el hombre posee la capacidad de pensar y de reflexionar para transmitir el bien o el mal, lo justo o lo injusto. Su conciencia les advertirá, estará en nosotros la opción del libre albedrío.
Cada uno de nosotros tiene un propósito en la vida, expresado en sueños y proyectos personales.
Incontables veces al no poder alcanzarlos hace que muchas personas sigan el camino de la frustración y del desengaño.
Los hay que de tanto mirar el abismo, se sueltan y terminan siendo parte del vacío.
Una fuerza interior de desprendió de Herminio, como salida de las cenizas. Ahora su ave fénix agitará esperanzas.
*****
Una palabra de tono amistoso alteró mis pensamientos y al levantar la vista, encontré un rostro gastado y de limpia mirada.
El muchacho que se aproximó, era casi de su misma edad.
Y era él que, el día anterior le observara desde otro banco.
*****
¡ Hola !
—¿desayunaste, se te terminó la morcilla? –
—si– murmuré al contestar.
—¿Trabajas? –
—no recién llegué ayer–.respondí
Así... comenzó mi primera charla con un desconocido, que por algo inspiraba confianza.
—¿desayunaste? –
—No –le confesé–
A todo esto, ya estaba sentado a mi lado y siguió indagando, hasta allí fueron una sucesión de preguntas y repuestas agónicas.
dijo–, si quieres te presento al tipo de un kiosco, que a la mañana me paga un café cuando le ayudo ordenar los diarios, seguro que si le solicito podrás desayunar conmigo y si le inspiras confianza quizá a la tarde él te deje a que me ayudes a vocear los diarios. –
Se refería a otro puesto. (Ajeno al que ya me había ayudado).
Lo hablado estuvo dando vueltas en mi cabeza, el aislamiento es mala compañía.
Acepté...Esa noche quizás cenaría algo más que un sándwich, la hambruna la saciaría en la pizzería
La soledad, el recelo por las horas a pasar y por el deseo de ingerir algo más que agua del bebedero, en un confiado impulso le dije... –si bueno–
Esa mañana fui observado por el nuevo kiosquero(Al atardecer seguiría con el otro), voceando en la escalera de la estación vendí diarios, cobrando por ello un sándwich de milanesa.
¿Fue predicción del futuro... Ser vendedor?
También pude ahorrar “con conocimiento del ocasional patrón” algunas monedas, por propinas “mendigadas” en los vueltos.
Entre otras cosas por tres días consecutivos fui mendigo y canillita; como leerán más adelante; linyera y muchos años después sería presidiario.
Por las mañanas voceaba el Clarín y Crónica y la tarde– noche el vespertino La Razón.
Raúl, mi ocasional amigo paraba en Constitución, esperando conseguir una labor permanente, la que fuera. Este santiagueño no se daría por vencido.
Durante cuatro noches, animado por mi nueva amistad, pernotamos como ocupas linyeras, en trenes de pasajeros detenidos en la estación Constitución.
Con otros desconocidos, dormíamos tendido sobre asientos de ¡primera clase!, en vagones, que estaban detenidos a un costado de los andenes.
Temprano, a primera hora de la mañana, teníamos que abandonar el nocturno refugio y volver a cruzar las vías, para escapar de la vigilancia ferroviaria.
Acompañado por Raúl, asistíamos a un baño público de calle Caseros.
Uno más de aquellos que en esas épocas existieron en la Capital; nos bañábamos por turno en higiénica rutina. Por seguridad cada uno vigilaba las vestimentas del otro. Porque en esa época también existían “amigos de lo ajeno”.
Después de las duchas me disponía ir a cumplir el horario prometido para retornar el puesto, y vocear los diarios de la tarde.
Con estos quehaceres ahorré lo necesario pagar las meriendas diarias. Tiempo después pude sufragar, previa recomendación, un humilde alojamiento–, regida por exigente alemana, que nos imponía marcial orden.
La habitación era para tres jóvenes, ellos como yo, aves de paso.
A veces trataba de evitar la ducha de la pensión, optando por los baños públicos, en el alojamiento se regía con un horario controlado por turnos.
Solamente podíamos usarla día por medio, en invierno debíamos, calentarla con una cubeta de alcohol.
Para la limpieza de las ropas se usaba un piletón de cemento y una destartalada tabla de madera para el fregado, luego de bien estrujadas, se colgaban en un lugar dispuesto, las hacía planchar bajo el colchón de la cama. Cada usuario tenía que proveerse sus jabones.
Las sábanas se cambiarían solo una vez por mes. Sí alguna necesitara ser repuesta, el lavado se cobraba aparte.
Continué con mi temporario trabajo de canillita, a la mañana acondicionando el quiosco y en la noche voceando los diarios de la tarde. La Razón.
Por días fui canillita, linyera ocupa y mendigo.
Lamento no recordar el nombre del kiosquero de la tarde, él fue una bisagra en mi vida. Se ofreció como garantía para ser aceptado temporariamente por la propietaria del alojamiento.
También fue quien me notificó que en la calle Independencia, a una cuadra de la avenida Jujuy, existía una oficina del estado, en la que a los recién inmigrados, se les posibilitaba trabajo; (era plena campaña de Perón, quien “políticamente” obligaba a los empresarios aceptar a sus “recomendados”).
Me acerque al organismo oficial, y llené una planilla, con mis datos personales.
Me enviaron a la calle Chacabuco n°241 casi esquina Alsina con una orden firmada y sellada por la secretaría estatal.
Me presenté a Don Carlos Giberti.
Con él cumplí mi primer empleo formal, donde desempeñé durante tres años tareas como vendedor de mostrador, despachando especias y frutas secas... en “Casa Tesoro”.
Esa importante empresa se especializaba en condimentos importados para restaurantes y familias, principalmente de costumbres europeas.
“(Allí me alimenté nutriéndome con abundantes higos secos, nueces, almendras, y otros frutos secos. (A vista gorda del empleador). Hasta que cobré el primer sueldo.”
Con aquellos alimentos consumidos gratuitamente, las changas convenidas, lavando los domingos, los pisos del local, y con la ayuda del quiosco, me permitieron ahorrar lo suficiente para pagar la cama de la pensión y sufragar mis comidas. Pude también proveerme nuevas vestimentas.
Años después, en el mil novecientos cincuenta y uno al regresar del servicio militar, le solicité volver a mi puesto de vendedor.
Don Carlos, reconoció, con afecto, que era conveniente aceptarme, diciendo: –Es mejor ser reconocido, aunque te comas todas las frutas–
Dado de baja”, Al retirarme del ejército me calificaron como subteniente de reserva.
El capitán de la compañía pensando en que tenía capacidad de mando, me llamó a su despacho para promover mi ingreso al Colegio Militar de Palomar. Deseché su propuesta por falta de vocación.
¿ Destino?... MALVINAS
El dos de abril del mil novecientos ochenta y dos, viajaba por negocios camino a la cuidad de La Plata, a mitad de camino, escucho emocionado que habíamos recuperado a nuestras queridas Malvinas.
Días más tarde, me dirijo al comando en jefe del ejército argentino y me presento como voluntario para defender a mi patria, no me aceptaron por tener más de cincuenta año de edad.
Pasado algunos años para mi sorpresa y honor recibí un diploma agradeciendo mi voluntariado.
Se lo entregué a mi nieto Agustín, que es quien atesora mis recuerdos, un collar con un diente mío, la brocha de afeitar y navaja que usara mi padre, y entre otras cosas mis diplomas literarios y mi plato de cuando fui presidente de Rotary Club de Castelar.
Por lo anterior casi fui militar, no, por acompañar a un gobierno defacto, solamente me presenté como voluntario por amor a la patria.
Cuando regresaron no supimos recibir a nuestros héroes soldados...fuimos insensibles
Los he visto vestidos de fajina, deambular por los trenes de pasajeros pidiendo ayuda
Para enfatizar su dolor escribí este poema en su honor