Читать книгу El toro bermejo - HL Ocaña - Страница 10

Capítulo 2 Anciana viajera rescata al becerro, a costa de arriesgar su vida

Оглавление

Doña Thriny, ostentaba tres virtudes que le distinguían de las mujeres de su época. Solía orar a su Dios, en quien se sostenía, tres veces al día de rodillas, sin importarle si estuviese junto a otras personas, fuera en la casa, en el campo o de viaje por el camino. Asimismo una vez por mes recolectaba flores silvestres en los precipicios de abruptos peñascos. Aquellos ramos de flores, los envolvía en una manta, y los llevaba cargados a la espalda, la distancia de veinticinco kilómetros hasta el pueblo de Caniasbamba, donde adornaba la cruz del atrio de la iglesia de la Asunción de la Virgen.

En tanto sus coetáneas, según su peculiar estilo personal, querían y cuidaban a los animales que las criaban, doña Thriny desplegaba una especial predilección por aquellas criaturas tiernas e indefensas que encontraba abandonadas a su suerte por el camino o en descampados parajes. Así, a estos animales se los llevaba a su querido Puná Hamá: cachorritos, pichones, etc. Y los regeneraba, cuidándolos con cariño y amor, inclusive a veces con sacrificio tal que rebasaba dedicación y esfuerzo sobrehumanos.

El Fido, el leal acompañante en sus asiduos viajes, provenía de la raza de genuinos canes pastores. Único sobreviviente de cinco cachorritos. Apenas algunas horas de nacido y abandonado a su suerte, al morir su madre, el cachorro fue encontrado por su providencial rescatadora, cerca del camino en el descampado paraje de Acerocruzpampa, en el lado sur del abra de Paloseco. El tiempo que Fido llegó a Puná Hamá, ya había un canino pastor, el Boliquín. Entonces, su caritativa dueña lo entrenó para servirle de acompañante en sus asiduos viajes. Así, el suertudo Fido al convertirse en leal acompañante de su dueña llegó a frecuentar la ciudad de Pomabamba y el pueblo de Caniasbamba.

De todos los cachorritos que fueron llevados al fundo Puná Hamá, al único que doña Thriny no se llevó por propia voluntad, sino que el mismo animalito siguió sus pasos, fue el gracioso y juguetón cerdito gris, como cariñosamente se le llamó. Fue por razones de sus genes, o por una gracia del Cielo, el cerdito aquél, no creció, se quedó revejido, apenas del tamaño de un gato peludo. Por eso su dueña optó por llamarle: zogo lechón o cerdito gris.

Doña Thriny, pues, decidió que no cruzaría el riachuelo si no lo rescatase a aquel becerro, costara lo que costara; y no dejaría la meseta de Ushno Torre si no se lo llevase a su querido Puná Hamá.

—¡Fido! —Llamó la anciana en voz alta—. Cuida el becerro que yo llegaré allí, como me sea posible.

En seguida, la anciana se encaminó deprisa por la orilla de la zanja hasta el matorral, por donde le viera a Fido acceder a la orilla de la corriente. Cruzó el matorral, y de allí vio que el peldaño por el que Fido saltó a la orilla de la corriente tenía más o menos cuatro metros de altura, trecho que ella no podría saltar.

Volvió tras sus pasos saliendo del matorral. Vuelto a la orilla de la zanja, por lo alto de la poza en la cual yacía la vaca muerta, la anciana tendió la vista a la otra orilla de la corriente. Y tanteó el sitio por donde habría de acceder para llegar hasta el becerro. Andando por la orilla de la corriente arriba, fue hasta el hilo del sendero, por donde cruzó el riachuelo. Luego descendió hasta enfrente donde se hallaban el Fido y el becerro bermejo. La orilla opuesta, enfrente donde yacía el becerro, tenía una altura en declive de unos siete metros cubierta de tupidos mechones de pajonales. Aquel punto fijó la anciana para deslizarse hasta la corriente y llegar al becerro. La manta que llevaba envuelta por los hombros, la hizo un rollo que se ciñó por la cintura. En seguida, alzó sus polleras y las anudó en la entrepierna. Luego se sentó bien cogida con ambas manos de los mechones de pajonales. Iba a deslizarse cuando en aquel instante, Fido dio ladridos de alerta, alzando la vista en la ceja de la zanja.

Doña Thriny fijó la vista allá enfrente.

¡Y fue tal el susto que se llevó! Pues, vio irrumpir a dos cóndores maltones, los cuales descendieron directo a la presa que tenían detectada desde lejos.

Se dijo que Fido tenía cuatro ojos. Que percibía y veía lo que otros canes normales no podían. Por ello Fido vio a lo lejos a las aves, y percibió sus intenciones y les aguardó prevenido. Ante la mirada atónita de su dueña, el sagaz y valiente Fido, dio un feroz salto de cabriola en el aire, interceptando a las aves, las cuales, chocaron entre sí del modo más aparatoso. Una de ellas se llevó la peor parte, porque perdió equilibrio y dio varios volantines, cayendo de espalda a la corriente. La infortunada ave carroñera, envuelta por las impetuosas olas burbujeantes, desapareció arrastrada corriente abajo. Al revés del ave que fue abatida por la corriente, la otra mantuvo equilibrio y casi rozando las olas, consiguió elevarse por encima del matorral, y desapareció hacia el oeste, sobrevolando la meseta.

En los breves instantes del aparatoso choque de las aves, una de ellas había rozado con las garras la frente de Fido, desgarrándole varios tajos de la piel, de tal modo que el perro quedó desangrando.

El choque de los cóndores fue una escena que doña Thriny presenció en el límite del asombro y a la vez con el más terrífico susto que jamás le aconteciera, y de lo que siempre recordaría. En cuanto el cóndor sobreviviente hubo desaparecido doña Thriny se alegró a tal grado de que el becerro hubiese quedado ileso, merced a la habilidad de contingencia del valiente Fido.

—¡Bravo mi querido Fido! —Gritó la anciana a voz en cuello, a punto de desasirse de los mechones de pajonales y levantar las manos para aplaudirlo.

De repente se vio deslizándose de un modo aparatoso, cayendo bruscamente a la corriente, y desapareciendo sumergida bajo las turbias aguas.

La anciana era valiente. La corriente la arrasó varios metros, trecho que la anciana cerrando la boca, y conteniendo la respiración, braceó las aguas cual una experta buceadora. El auxilio oportuno le sobrevino al coger con la mano derecha el tallo de una maleza que crecía a la orilla; así sacó fuera la cabeza, consiguiendo de este modo ponerse de pie.

Con la ropa mojada y pegada al cuerpo, cual fantasma la anciana chorreando agua vadeó la corriente con esforzados pasos, logrando llegar al lado de Fido y el becerro. Y lo que vio allí doña Thriny, no lo hubiera deseado.

El valiente Fido se hallaba tembloroso y tenía la mirada triste. Y la frente le sangraba. Apenada a tal grado por lo que le causó al valiente Fido, su dueña olvidándose que ella misma estaba con toda la ropa mojada y chorreándole a borbotones sobre el cuerpo, alzó la mano izquierda a la cabeza para coger el sombrero, llenarlo de agua, y verterlo en la frente de Fido. La anciana sabía que el agua fría en casos de emergencia, es remedio para contrarrestar o detener la hemorragia. Pero, gran sorpresa que se llevó la anciana al percatarse de que el sombrero ya no se encontraba sobre su cabeza, porque la corriente se lo había llevado. Y juntando ambas palmas de las manos, las llenó con agua de la corriente, una y otra vez y la fue vertiendo en la frente de Fido, con lo cual se detuvo la hemorragia.

Doña Thriny solía llevar anudada a su cuello, un paño de seda de colores a modo de chalina, para protegerse del frío. Con aquel paño así mojado, se cubrió la cabeza.

En seguida, la anciana tendió la manta mojada sobre la arenilla. Luego se hincó de rodillas y tendió ambos brazos y lo alzó suavemente al becerro a quien trasladó sobre la manta. Al momento de acomodarlo, sin proponerse le presionó las patas delanteras, lo que hizo que el becerro soltara un fuerte quejido. Tras coger con la mano izquierda un extremo de la manta, se sentó, y estando así, cogió con la mano derecha el otro extremo. Así, lo arrimó al becerro a su espalda, asegurándolo con un nudo a la altura del pecho. Y apoyándose con ambas manos en el suelo, hizo el esfuerzo y consiguió ponerse de pie.

—Mi querido Fido —dijo la anciana en voz jadeante, mientras se sostenía a pie tembloroso con su carga a la espalda—, ahora debemos salir de aquí. Tú conoces el camino, ve adelante.

Fido alzó la vista hacia su ama, movió sus orejas y la cola en señal de avenencia, y obediencia. Luego se puso de patitas y echó a andar a pasos lentos, pero seguros. Detrás de su guía la anciana dio el primer paso y los siguientes, toda ella embargada por la sublime emoción de haber logrado su propósito, rescatar el becerro; todo lo que de allí para adelante aconteciera, eso lo dejaba al tiempo. Puso confianza en su leal canino, él le serviría de guía y saldrían al espacio claro.

El peldaño por el que Fido había saltado a la orilla de la corriente, era una escalera de más o menos tres metros de altura y medio metro de ancho, solo que estaba casi cubierta por las matas de ichus que crecían a ambos lados. Si la anciana se hubiera acercado hasta el borde del peldaño y mirado hacia el fondo se habría percatado de las gradas. Así se hubiera ahorrado tiempo y esfuerzo para rescatar al becerro, sin contratiempos, según queda referido. Apoyándose con ambas manos de los mechones de ichus, la valiente anciana consiguió subir hasta el nivel del matorral. Tras atravesar el matorral salieron al espacio claro. Y luego retomaron el camino del oriente. Después de cruzar el riachuelo, tomaron el sendero que ladeaba de norte a sur por la cumbre de Tiricueva. Entonces, oyeron a su espalda bulliciosos chillidos de cóndores.

Doña Thriny volvió la vista hacia la hondonada. Y con tal terror avistó el despliegue lento, cual nube negra de una enorme bandada de cóndores que irrumpían a la zanja en cuyo fondo yacía el cuerpo de la infortunada vaca.

El toro bermejo

Подняться наверх