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Capítulo 1 Sagaz canino que descubrió a un becerro bermejo en peligro
ОглавлениеMeseta Ushno Torre
Una singular construcción de piedra de forma circular, de más o menos ciento cincuenta metros de altura, y cincuenta de diámetro, yace pintoresca y atrayente en el centro de una exótica meseta, en la alta montaña, jurisdicción de la actual comunidad predial de Balcón, distrito de Sicsibamba, provincia Sihuas, Ancash —Perú.
El suelo de la meseta de formación ligeramente declinada hacia el norte, se halla cubierta de exuberantes y mullidas sabanas de pajonales que sirven de alimento para la manada de chúcaros que tienen allí su hábitat.
Por el lado oriente de la meseta discurre un riachuelo de aguas cristalinas de sur a norte. Dos caminos atraviesan por la meseta; uno por el oeste, de sur a norte y viceversa; el otro por el norte, de oeste a oriente y viceversa. El entorno de la meseta de Ushno Torre lo conforman hermosas y exóticas cumbres de pastizales, donde la naturaleza fluye atractivos paisajes, matizados de florestas que emanan sutiles aromas. La meseta de Gochapampa por el sur; Pallallapampa por el oeste; la cumbre de Tiricueva por el oriente; por el norte, la cadena de peñascos, cuya formación se asemeja a los andenes del legendario imperio incaico.
Entonces discurría el 30 de diciembre, del año 1969. Era media mañana ligeramente neblinosa y hacía un intenso frío, propio del invierno en los andes. Por el camino que cruza la meseta de oeste a oriente, se desplazaba una tal doña Thriny Castillo Sotelo, precedida de Fido su hermoso canino y leal acompañante en sus asiduos viajes. Era Fido de color negro y chocolate, raza chuscuelo o cuatro ojos; dos ojos reales, y dos simbólicos. Fido era valiente, vivaracho y fino rastreador.
Doña Thriny y su canino acompañante, retornaban a su querido Puná Hamá, después de haber visitado a doña Filomena Jaramillo, genuina ganadera en la hacienda Chinchobamba.
Era doña Thriny de apariencia alta, esbelta, piel cobriza; expresión de rostro siempre seria; de hablar franco y directo. Bendecida de una gran vitalidad física y fortaleza espiritual, doña Thriny entonces ya frisaba sus floridos noventa años de edad. A esa edad, la susodicha gozaba de la eficacia de sus sentidos, en especial de la vista y los oídos perfectos. Tenía una estructura ósea sana y fuerte, por lo que no necesitaba usar bastón para desplazarse. “Toda esa bendición de la vitalidad que gozaba doña Thriny, se debía merced a una buena alimentación y saber llevar una vida de paz y equilibrio, sostenida por su genuina devoción al Altísimo”.
Dueña y canino, se desplazaban sobre las menudas y blanquecinas arenillas que conforman el suelo del sendero. Cada cual iba absorto y concentrado en lo suyo. Doña Thriny iba en tanto fijaba su vista hacia la mano derecha a la manada de novillos chúcaros que pacían sobre el pastizal en las inmediaciones de Ushno Torre. El Fido a su vez, iba con las orejas tiesas y la cola esponjada, mientras olfateaba el aire, y a la vez rastreaba el suelo. Por el hilo del sendero que se desplazaban, ya casi se acercaban al riachuelo.
De repente, el sagaz Fido, se percató de rastros de sangre impregnados sobre las blanquecinas arenillas del sendero, lo que atrajo su atención. Siguiendo la huella de la sangre, tras desviarse del sendero, Fido fue hasta la orilla del riachuelo que en aquel tramo era una zanja de unos diez metros de altura. Apostado en la orilla de la zanja, Fido tendió la vista hacia el fondo por donde discurría el cauce de la corriente de aguas cantarinas y turbias en fase de crecida. Entonces Fido con su aguda vista, detectó algo que le llamó la atención. Y vuelto la vista hacia su dueña soltó unos lastimeros aullidos para alertarle que había novedades.
Doña Thriny en cuanto oyó los aullidos de Fido, sesgó la vista allá y lo vio apostado en el borde de la zanja. Fido aullaba de un modo lastimero. Aquello le dio un extraño presentimiento a su dueña, la cual, tras desviarse del sendero, se encaminó deprisa hacia donde le aguardaba su leal canino. Doña Thriny, en cuanto hubo llegado al borde de la zanja, hurgó con su buena vista de palmo a palmo el fondo del cauce del riachuelo. Luego de algunos minutos, por fin detectó el cuerpo de una vaca color blanquinegro sumergido en una poza, de la cabeza hasta la mitad del cuerpo.
Conmovida de una honda pena por la ingrata muerte de la infortunada vaca, la anciana se hincó de rodillas y juntando las palmas de sus manos, elevó su plegaria al Altísimo. Hecha la plegaria, ya se disponía a volver tras sus pasos hacia el hilo del sendero. Entonces miró a su alrededor si allí estaba el Fido. Pero, Fido había desaparecido.
Entonces doña Thriny, sintió un repentino susto, pues creyó que la tierra se había tragado a su leal Fido. Fue cuando, en respuesta, doña Thriny oyó los aullidos fúnebres de Fido que provenían corriente abajo.
Pletórica de emoción por su canino, la anciana, vuelta a apostarse en el borde de la zanja tendió la vista corriente abajo. Y para su sorpresa, a unos quince metros orilla abajo vio a Fido saltar desde un matorral a un espacio de arenillas que se extendía en la ribera de la corriente. El valiente Fido avanzó hasta cerca de la poza, donde se detuvo al llegar junto a una forma color rojo, misma que doña Thriny no lo había advertido. Ante la atónita mirada de su dueña, el leal Fido se puso a olfatear a la forma roja, y luego alzó la vista a lo alto, y soltó estentóreos aullidos de alerta a su dueña.
La anciana reconoció lo que era aquella forma roja.
¡Oh sorpresa!
¡Era un becerro rojo, vivo!
La indefensa criatura yacía allí acurrucada sobre la arenilla, casi al ras de la corriente.
Doña Thriny fue conmovida de un hondo sentimiento de pena, tal cual, que sus ojos vertieron menudas gotas de lágrimas. La tierna imagen del becerro rojo, fue impresa en su mente, convirtiéndose en el acto, en lo más bello que sus ojos pudieran contemplar.
Se vio entonces a sí misma, que llevaba cargada a su espalda al pequeño becerro bermejo camino a su querido Puná Hamá, precedida de su leal canino. Y seguidamente tuvo una visión profética, visualizó el becerro al que aún no había rescatado, convertido en un brioso toro bermejo o Pukatoro, así como le llamaría en la vida real.
Y por alguna razón, que entonces no entendió doña Thriny, al volver en sí de su profética visión, se dio cuenta de que por sus mejillas se deslizaban copiosas lágrimas. Mas cuando vio a Fido sentado junto al becerro, tuvo un extraño y fugaz presentimiento que la conmovió aún más, y en el acto irrumpió a sollozar cual nunca lo había hecho en su vida.
Después de aquietarse, la anciana visualizó la causa del accidente que le habría acontecido a la infortunada vaca y su cría. Desde el sitio donde el leal Fido había detectado rastros de sangre, durante los tensos dolores de parto la vaca se había arrastrado sobre los pajonales hasta escasos metros de la zanja, donde parió a su cría. Después de que a la vaca se le hubo roto la placenta o el saco amniótico, y acicalado el becerrito en el intento de levantarse y ponerse de patitas para caminar a tropezones, este fue hasta el borde de la zanja; y de allí, el pobrecillo resbaló hacia el fondo de la misma. Así, por un milagro oportuno el becerro cayó a un banco de arenillas que se extendía por la orilla de la corriente, donde quedó echado e inmovilizado por el golpe de la caída.
A la infortunada vaca, por el contrario le habría tocado la peor parte. Al desaparecer su cría, en la desesperación por rescatarla se abalanzó hacia la zanja, cayendo de cabeza dentro de una poza de donde jamás pudo levantarse, muriendo allí ahogada, dejando en total desamparo a su cría.