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Capítulo 3 Azaroso traslado del becerro bermejo por su rescatadora
ОглавлениеEra ya pasado el mediodía. Las cumbres aledañas de la meseta de Ushno Torre, ya se veían despejadas. Hacia el suroeste se contemplaba el brillo cristalino del majestuoso nevado de Jancapampa_ meseta de nieve matizada del radiante sol. Hacia el oeste, por lo alto de la hacienda de Chinchobamba, se avistaba el nevado de Champará, por cuyo picacho se extendían alargados cirros de nubes blanquecinas. Por los alrededores de la construcción de piedra, pacía una enorme manada de chúcaros. De aquella manada era la infortunada vaca, la cual, al parir a su cría se había expuesto a una ingrata muerte, según queda referido.
Un hato de rebaño de ovejas pacía en la falda oeste de la exótica cumbre de Tiricueva, que es un banco de arenillas húmedas blanquecinas sobre la cual crecen exuberantes pastizales de pajonales y florestas silvestres. Unos jóvenes pastores se entretenían jugando a “el mundo” en el hilo del camino sobre las menudas arenillas.
De repente, los pastores oyeron monótonos ladridos de un canino, por el camino de la hondonada. A poco espacio de tiempo apareció a la vista de ellos un hermoso y vivaracho canino que daba ladridos de trecho en trecho. A unos pasos detrás del canino le seguía una anciana que llevaba una carga a la espalda. Los pastores interrumpieron su juego y despejaron la vía. Sentados a la vera del camino aguardaron el paso del canino y la anciana.
A tiro de piedra de llegar a los pastores, el hermoso canino se detuvo y esperó a que la anciana le diera alcance, y se puso a su lado derecho. Los pastores saludaron a la anciana, lo que ella les correspondió con una leve inclinación de la cabeza envuelta con una pañoleta de seda de colores. Aquello de la pañoleta de seda les causó extrañeza a los pastores, que la viajera no llevara puesto el sombrero, según es usanza por aquellos lares. Y lo que les causó más extrañeza aún, fue cuando advirtieron que la carga que llevaba la anciana, no era otra cosa, sino una criatura. “El rostro tierno de un becerro color bermejo con los ojitos chispeantes, se veía por el hombro derecho de la anciana, envuelto el resto del cuerpo con una manta negra”.
Canino y dueña luego de dejar atrás a los pastores, arribaron a la cima de la cumbre de Tiricueva, en el punto donde convergían tres caminos. Fido conocía el camino de su querencia, y tomó el del nororiente.
A aquella hora, densos nubarrones se posaban sobre las cumbres de la cuenca del río Puka Wegllá. El viento del norte desencadenó su ímpetu, haciendo remecer las malezas de los descampados parajes produciendo tenebrosos silbidos en presagio de un inminente temporal.
El vocablo “Tiricueva”, es una fusión quechua-español. Tiri, es voz quechua, que refiere el nombre de un árbol silvestre que crece en la alta puna, siempre junto a los peñascos. Este árbol produce sartas de frutos aptas para consumo humano, degustables ya crudas o ya tostadas, que saben deliciosas. Cueva, es un vocablo español, que significa caverna o refugio en los peñascos.
Más o menos a medio kilómetro del cruce, el hilo del camino del nororiente atraviesa formando tres hileras de vías por el abra entre dos gigantescas moles de rocas en posición diagonal cuyo ramal en el fondo forma uno de los flancos del hermoso cañón de Puka Wegllá, el cual, lleva el nombre del río que discurre por el oriente del fundo Culantrillo. La mole de roca que se encuentra en la parte alta que es la más grande, está provista de una cueva. En los alrededores de ambas moles de rocas crecen árboles de Tiri, siempre frondosos y verdosos.
Habían ya transcurrido cuatro horas desde que doña Thriny se había empapado el cuerpo entero en las aguas del riachuelo de la meseta de Ushno Torre. Durante ese tiempo, con la suave brisa de las alturas que suele desplegar hasta el mediodía, su ropa se había secado sobre su cuerpo. A su arribo a la cima de la cumbre de Tiricueva, el viento del norte arreció con fuerza, y de pronto, la humedad que había calado hasta sus huesos, a lo que la valiente anciana no le había dado importancia por concentrarse en el rescate del becerro, de pronto le sobrevino un escalofrío, una fuerte tembladera. Luego sintió mareos, sus ojos se anublaron y seguidamente se vio andando a tropezones. La fe en el Altísimo era la fuente de la energía espiritual, el punto fuerte de la anciana.
Siguió así andando doña Thriny hasta que hubo llegado al punto donde el camino se dispersa en tres ramales, el tramo que atraviesa el abra. Tomó la vía que discurre por lo alto, que le condujo justo a la sombra, al abrigo de la cueva. Se sentó sobre la arenilla, y desató el nudo de la manta que la ceñía por los hombros, desembarazándose de su carga. En aquel crucial instante le sobrevino un repentino desmayo, por lo que se desplomó hacia su costado derecho, quedando inconsciente y tendida. Junto al cuerpo desmayado de la anciana quedó recostado el becerro, semicubierto con la manta.
El becerro bermejo, a pesar de que no había probado la leche materna, acaso por lo robusto de su naturaleza, y a pesar del accidente que había sufrido conservaba su vitalidad. Fido, sentado al lado de su dueña daba aullidos monótonos y fúnebres. Pero nadie lo escuchaba.
Fue entonces que se desencadenó una fuerte granizada, con rayos y truenos, que duró más o menos una hora. Pasó la granizada.
Unos jóvenes pastores retornaban de los pastizales de Gochapampa. Camino adelante los pastores oyeron los tenebrosos aullidos de un canino. Las cabras precedían a las ovejas, seguidas de los novillos.
A tiro de piedra del abra, el camino se divide en tres vías, un tramo de trescientos metros. Entonces se avistó a un canino apostado a la puerta de la cueva, el cual, daba estentóreos ladridos, impidiendo el avance de los rebaños. El canino, mientras daba ladridos bajaba a la segunda y tercera vías, y volvía a subir al pie de la cueva. Una de las pastoras se armó de valor y se adelantó para ver lo que ocurría con el perro. La joven avanzó hasta él.
—Tranquilo amiguito —dijo la pastora en tono de voz suave mientras le tendía ambas manos—, quiero que te calmes, así nos entenderemos mejor. ¿Estás aquí sólo, o hay alguien más?
El canino dio un ladrido y dirigió la mirada al interior de la cueva. Entonces la joven vio a unos pasos de ella a una anciana que yacía cual cadáver tendida de costado sobre la arenilla. Al lado de la anciana yacía también un becerro rojo con su cuerpecito a medio envolver con una manta negra.
Con los ojos llenos de lágrimas, la pastora llamó a gritos a sus compañeros a que acudieran prestos donde ella. Acudió el resto, lo más deprisa posible.
Dilucidaban los pastores lo que debían hacer con la anciana y el becerro. En tanto el canino, luego de calmarse, se mantenía sentado al lado del becerro. El tiempo apremiaba. La noche se cernía sobre el lugar. La pastora, cogió la manta negra y cubrió el cuerpo de la anciana.
—¡Escuchen bien! —Dijo la joven a sus compañeros—. Ustedes se quedarán aquí. Yo conduciré el rebaño hasta la casa. Después vendremos aquí para llevar el cuerpo de la anciana y el becerro.
En ese instante el Fido soltó unos ladridos fortísimos. Luego se puso a lamer la frente y la cara izquierda de su dueña. Segundos después, cual por arte de magia ocurrió un milagro que dejó a los pastores lelos y boquiabiertos.
—¡No! —Se oyó la voz de la anciana, la cual, a punto de enderezarse y sentarse, añadió—. Nadie se quedará aquí. Todos nos iremos. Yo cargaré mi becerro.
Los pastores quedaron más que asombrados por ver a la anciana volver en sí. El becerro, acaso tras escuchar la voz de su dueña, soltó un tenue vagido. Y fue Fido el que de veras, hizo fiesta a su dueña premiándole con besos en sus manos y la frente, al mismo tiempo de dar saltos y ladridos.
La pastora soltó unos silbidos. En seguida el rebaño reanudó el desplazamiento rumbo a la querencia.
A la retaguardia de los pastores, se desplazaba la anciana cargando a la espalda un becerro bermejo, precedido de un canino. A punto de llegar al cruce por lo alto del fundo Culantrillo, la anciana tomó el camino del oriente. A aquella hora ya anochecía. Soplaba el aire frío y calador. Negras masas de nubes cubrían la atmósfera de la sinuosidad de la hondonada. Doña Thriny, a pesar de haber sufrido un percance en el abra de Tiricueva, conservaba la virtud del coraje. Sabía de los peligros que había aún por enfrentar en el trayecto a su querido Puná Hamá. Y consciente de aquella certeza, se dejó absorber por la negra noche.
Cual fantasmas, la anciana y su carga, precedidos por el leal canino, descendieron por el sendero que discurre por la ceja de la loma, flanqueado a ambos lados por extensos sembríos de tiernos cebadales.
Descendían por el sendero del atajo hacia el río, cuando empezó a caer el temporal. Así llegaron al río Puka Wegllá.
La lluvia arreciaba más y más cada minuto que trascurría.