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Presencia judía en Argentina:
inmigración urbana
Los últimos años del siglo xix y las primeras décadas del siglo xx estuvieron marcados por innumerables movimientos migratorios. Abandonar una Europa donde la pobreza era la condena de millones y donde las crisis económicas y políticas se sucedían sin tregua era la meta para miles de italianos, españoles, suizos, rusos, alemanes, judíos, galeses, franceses y otros. Un sinnúmero de desesperanzados partió en busca de mejores horizontes.
Pero eran pocos los países dispuestos a aceptarlos.
En cuanto a puertas que se abrieran para judíos a principios del siglo xx… ¡eran menos aún! Sólo cuatro naciones estaban dispuestas a recibirlos: Gran Bretaña, Canadá, Argentina y Estados Unidos. De esas, Argentina era la más ignota y el país al cual, hasta entonces, habían llegado menos inmigrantes.
Faltaba información sobre este posible destino. Para paliar ese déficit, las autoridades argentinas abrieron oficinas en varias ciudades de Europa; lo mismo hicieron algunas organizaciones judías. Los datos que transmitían esas agencias, empero, fueron durante mucho tiempo insuficientes, y de no haber circulado más que esas referencias, es probable que pocos candidatos hubieran pensado en Argentina como un hogar posible.
La información más eficiente resultó provenir de las cartas que los candidatos a la emigración recibían de los pocos parientes o conocidos que ya estaban establecidos aquí, aunque no todas las noticias eran del mismo tenor. Algunos decían que era un país prometedor, donde lo más importante —la comida— no faltaba, pero otros hablaban de un país agrícola desprovisto de industria, donde uno se instalaba a costa de grandes dificultades, tanto en el plano laboral como en lo social o económico. Todos manifestaban, sin embargo, que, aun si distaba de ser un destino tan seductor como Estados Unidos, Argentina les posibilitaría a los judíos tener una vida más digna que en Europa.
Los primeros judíos que se radicaron en Argentina entre 1896 y 1914 eran en su mayoría oriundos de Rusia y Rumania, donde la discriminación se tornaba intolerable y los pogromos, cada vez más frecuentes, irracionales y despiadados. Luego arribaron judíos de Polonia y del Imperio austro-húngaro y, más o menos para la misma época, judíos de Marruecos, Siria, Líbano y otros países del Cercano Oriente, regiones todas estas donde la miseria no dejaba de crecer.
Si comparamos la inmigración judía que en aquella época se produjo, por un lado, a Estados Unidos y, por otro, a Argentina, veremos que se trató de dos procesos muy distintos. Emigrar al país del norte fue casi siempre una decisión individual o familiar, y los judíos que llegaban a la goldene midine1 se afincaban en las ciudades más importantes, donde no tardaban en conseguir trabajo en las usinas metalúrgicas, las fábricas y los talleres de confección.
La emigración hacia Argentina, por el contrario, fue en gran medida colectiva y en prácticamente todos los casos corrió, como lo hemos visto en el capítulo anterior, por cuenta de la Jewish Colonization Association (jca), organismo filantrópico creado con el único objetivo de dirigir a los candidatos judíos a la emigración hacia la actividad agrícola.
A finales de 1901, doce años después de la llegada del primer grupo de futuros colonos de Rusia a Argentina, se calculaba que en todas las colonias de la jca había 1.080 chacras; en vísperas de la Primera Guerra Mundial, ese número ya se había elevado a más del doble: 2.655 familias colonizadas, unas 18.900 personas.2
Sin embargo, ese incremento numérico estaba lejos de alcanzar las cifras que el barón Hirsch se había propuesto, y la política de absorción de la jca se vio incluso frenada tras su muerte, a raíz de un cambio de orientación en la política del organismo.
En 1913, en efecto, alarmadas por las proporciones que cobraba la inmigración, las autoridades de la jca decidieron reducir el ritmo de la actividad, al igual que el capital a invertir en la ayuda ofrecida a los aspirantes a transformarse en colonos, limitando la incorporación de nuevas familias a cincuenta por año para 1914, 1915 y 1916. Esa decisión, difícil de interpretar a la luz de lo que hoy sabemos sobre los acontecimientos que se producían en Europa, y se produjeron a continuación, conllevó una preocupante disminución del ritmo de desarrollo de la empresa de colonización.
¿Cómo no pensar en qué hubiera sucedido si la jca hubiera incrementado la inmigración a la Argentina y así evitado que tanta gente renunciara a emigrar, cuando por toda Europa la situación se agravaba?
Discriminación y persecuciones en Rumania
En 1897, apenas un año después de la muerte del barón Hirsch, 38.000 judíos rumanos pidieron ayuda al judaísmo internacional para huir de la discriminación y las persecuciones de su país. La visión errática que guiaba en esos años a las instituciones judías de ayuda mutua las llevó a obrar de manera totalmente opuesta a los principios mismos de su razón de ser y, ante esa dramática situación, ¡a convencer a los perseguidos de que no intentaran emigrar! Dos años después, a las inquietudes de las autoridades judías del Imperio austro-húngaro y de Rusia, que también querían incentivar la emigración de sus coterráneos hacia Argentina, la jca contestaba que no estaba en condiciones de hacerse cargo de los emigrantes espontáneos y que prefería estimular a los grupos que respondieran a los criterios necesarios para desempeñarse como trabajadores de la tierra, así como a esos otros colectivos que por su reducido tamaño pudieran adaptarse con mayor facilidad al proceso de integración en Argentina.
Uno de esos grupos estaba formado, como lo vimos en el primer capítulo, por los exalumnos de la Alianza Israelita Universal de Marruecos y Turquía, porque su lengua materna, el judeoespañol, les garantizaba una mejor adaptación al país. Esto explica la presencia de cierto número de sefardíes entre los docentes de las colonias.
Para toda esta gente, abandonar Europa ya no podía postergarse más.
¿Hacia una Argentina agrícola o urbana?
De todos los judíos que deseaban abandonar Europa del Este, está claro que sólo una minoría tenía la intención de convertirse en agricultores. Para todos los demás, aquellos que llegaron a Argentina por fuera del proyecto de colonización rural, no hubo ninguna institución equivalente a la jca, por lo menos hasta 1902: ni organización judía, ni organismo público de ayuda a los artesanos u obreros recién llegados. Los inmigrantes judíos no rurales no tuvieron más remedio que abrirse camino por sus propios medios, y la mayoría de ellos debió luchar contra enormes complicaciones.
El año 1901 signó, si no una mejora en ese sentido, al menos un cambio. El asesinato de un colono de Colonia Mauricio3 por un gaucho incitó a los miembros de la colonia a elegir a sus jornaleros ya no entre los nativos, sino entre los inmigrantes judíos recientemente llegados, por más que estos carecieran de experiencia en labores agrícolas. El ejemplo fue rápidamente imitado en las demás colonias.
Inmigrantes no colonizados:4 las dificultades de inserción
Ambas situaciones, a saber, la necesidad para los judíos rumanos de emigrar y la posibilidad que se ofrecía a los recién llegados de encontrar un empleo como trabajadores asalariados en las colonias, aparentemente se reforzaron entre sí e incitaron a la jca a intervenir en la evacuación de los judíos rumanos y rusos hacia Argentina; también hacia Canadá y Estados Unidos, aunque en menor proporción.5
Para gran parte de esos inmigrantes que no aspiraban a convertirse en trabajadores agrícolas, pero que por falta de otras posibilidades fueron dirigidos hacia las colonias, esa experiencia no fue más que una etapa intermedia, a menudo difícil, antes de poder establecerse en Buenos Aires, Rosario, Santa Fe, Tucumán o en alguna de las pequeñas ciudades que iban creciendo en los alrededores de las colonias.
Los padres de Esther Shejtman, a quienes unos paisanos6 de Moisés Ville habían convencido de emigrar a Argentina, se radicaron primero en Ceres, pequeña localidad próxima a la colonia Montefiore.7 Luego decidieron unirse a sus amigos en Moisés Ville, donde el padre de Esther, panadero, esperaba abrir una panadería, lo cual no pudo ser por ya existir tres locales de panificación en la colonia. Los Shejtman decidieron, entonces, probar suerte en San Cristóbal, otro pueblito de los alrededores. San Cristóbal era un sitio tan tranquilo, recuerda Esther, que la única distracción posible era ir a pasear hasta la estación de tren. “Dos veces por semana, a las 9 de la noche, llegaba el ‘coche motor’ de Santa Fe, y a esperarlo iban todos aquellos que no tenían nada que hacer, es decir… casi todos los parroquianos. En realidad, nadie iba a esperar a nadie… Se iba a esperar el tren, para mostrarse, para charlar… Nos llevábamos bien con todo el mundo”, también recuerda Esther. La imagen que conserva del 9 de julio de 1931 es un conmovedor reflejo de aquella buena convivencia:
Era el Día de la Independencia; nadie quería perderse los discursos ni el desfile… La columna se preparaba. A la cabeza debía ir la banda militar del municipio; seguirían los abanderados de las escuelas y de las colectividades; luego, todos los alumnos del pueblo en sus delantales blancos impecablemente almidonados. En el pecho de grandes y chicos, la escarapela celeste y blanca. Cada abanderado, con su bandera desplegada en la cima de su asta, se dirigió hacia el sitio que le había sido asignado. ¿Y el pabellón judío? ¡Benjamín no estaba! Uno de los miembros de la comisión salió como una flecha a ver qué le había pasado. ¡Benjamín se había quedado dormido! ¡Qué vergüenza! ¡Qué reto le dio el emisario que corrió a buscarlo! En un abrir y cerrar de ojos, Benjamín ya estaba en la calle bandera en alto, corriendo sin parar. Jadeando, llegó donde estaban los miembros de la comisión. Alguien vio que venían corriendo los cuatro ‘rusos’, como nos llamaban, con su bandera flameando al viento. Se dio la voz de alto y la orden de que toda la columna se diera vuelta; mientras los cuatro judíos y su bandera se iban acercando al lugar que les correspondía, todos los presentes esperaron en respetuoso silencio y cada una de las banderas de las demás colectividades saludó a su paso a la que llegaba, inclinándose como mandan las normas internacionales. Mi corazoncito se estremeció de emoción al ver mi bandera azul y blanca, con su dorada estrella de David ubicarse en el lugar asignado, y ya no pude retener mis lágrimas al ver cómo las otras insignias le rendían homenaje a esa, mi bandera, la bandera de ese minúsculo grupo de judíos, radicados en ese ignoto pueblito de las infinitas pampas argentinas.8
En los primeros años del siglo xx, la crisis provocada en el sistema de la jca por la afluencia no calculada inicialmente de tantos inmigrantes no colonizados alcanzó proporciones dramáticas. Para esos inmigrantes no se habían previsto techo ni elementos de trabajo, tampoco apoyo social, y vivir en los galpones que a veces se ponían a su disposición era retroceder a lo más primitivo.
La larga temporada de lluvias de 1904, que anuló toda posibilidad de trabajo estacional, acorraló a cincuenta familias en la hambruna, obligando al administrador de Moisés Ville a formar un comité para la instauración de una olla popular y asistencia médica gratuita.9
Entretanto, debido a los sucesos de 1905 en Europa y a la guerra ruso-japonesa, asomaba para los judíos de Rusia una nueva y urgente necesidad de emigrar. Esta vez, la elección recaía principalmente en Argentina, donde la mayoría de los candidatos rusos a la emigración ya tenía familiares. Dice Bernardo Gershanik:
Mi padre, Moisés, nació el 5 de octubre de 1874 en Rusia, en la colonia Israelovka, que luego pasaría a llamarse Iasser. Esas colonias agrarias habían sido fundadas en las fértiles tierras del sur de Rusia a fines del siglo xix por orden del zar Alejandro el Bendito para solucionar el problema judío imperante en Rusia. A la edad de 30 años, después de haber luchado en la guerra de Extremo Oriente,10 de 1901 a 1904, Moisés volvió a Iasser, se casó… y retornó a su trabajo en el campo. El pogromo de Kishinev, ocurrido en 1903, impactó terriblemente en toda la judeidad de Europa del Este. Violencia y guerra por todas partes… Y hete aquí que al poco tiempo de haber vuelto Moisés del frente, ¡estalla la guerra ruso-japonesa!
Moisés no quiso saber más de trincheras, de heridas, de luchas y de persecuciones y decidió emigrar a la República Argentina.
Llegó en 1905 en el vapor Pampa junto con mi abuela y su hijita… Fueron colonizados en la Estación Pedernal, ubicada en la provincia de Entre Ríos, Colonia Santa Isabel, departamento de Concordia, distrito Yeruá.11
Durante la temporada de cosechas de 1908-1909, doscientas familias no colonizadas llegaron a la colonia Lucienville12 con la esperanza de hallar un trabajo temporario. Mil doscientos hombres, mujeres y niños vivieron más de un año expuestos a la mayor precariedad.
El informe de la situación en la que se encontraban esos inmigrantes alarmó al director general de la oficina de París, quien ofreció la ayuda de la jca a los funcionarios argentinos, a fin de que se construyeran refugios, lo antes posible, para todas esas personas.
Todo parecía ensañarse contra aquellos pobres inmigrantes… No sólo la cosecha de aquel año fue un fracaso, sino que la oferta de mano de obra, al ser cada vez mayor, hacía que los salarios se volvieran cada vez más precarios. Uno de los altos funcionarios de la jca, de visita durante el invierno de 1910 a Lucienville y colonia Clara13 y luego a colonia San Antonio,14 quedó espantado ante el espectáculo de familias enteras apiñadas en miserables casuchas, expuestas a la lluvia y al viento, hacinadas, con hambre y carentes de higiene.
Para los miles de inmigrantes judíos que entre 1900 y 1914 llegaron a Argentina por iniciativa propia con la intención de radicarse en alguna ciudad del país, pero primero fueron dirigidos hacia las colonias, las condiciones en las cuales tuvieron que vivir, a veces durante varios años, fueron realmente miserables. Las colonias de la jca no estaban en condiciones de brindarles ni un empleo estable, que les hubiera permitido esperar el momento propicio para establecerse en otro lugar, ni las condiciones de vida que ellos habían esperado encontrar en el nuevo país.
Crear nuevas fuentes de trabajo: proyectos que fracasaron
Dos dirigentes de la jca de París, de visita en las colonias en 1911, propusieron la creación de granjas auxiliares. Estas serían construidas en parcelas de unas diez hectáreas cada una y se arrendarían a los aparceros por una duración máxima de cinco años, posibilitando así que los campesinos adquirieran los conocimientos necesarios para tener su propia producción de verduras o frutas y trabajaran como jornaleros cuando se presentara la ocasión. Lamentablemente, sólo se llegaron a construir 65 granjas.
Las autoridades de París presentaron entonces otra alternativa al problema de la falta de trabajo para quienes llegaban por fuera del programa de la jca: desarrollar actividades artesanales en las pequeñas ciudades de los alrededores de las colonias. Asimismo, y siempre para paliar la carencia de empleo, las autoridades de la asociación propusieron a las cooperativas que alentaran la industria de derivados de la agricultura, tales como la curtiembre, la producción de aceites o de arpillera.
Si la jca intentó, de este modo, dar trabajo a los inmigrantes cuya meta no era quedarse en las colonias sino establecerse en una u otra de las grandes ciudades argentinas, ciertamente fue por solidaridad, pero también porque temía que, sin ayuda comunitaria, esas personas se transformaran en un proletariado urbano revolucionario que suscitara críticas por parte de las autoridades del país.
Los medios de subsistencia brindados por la jca siguieron siendo insuficientes y terminaron provocando el éxodo de la mayoría de esos inmigrantes, aumentando así la cantidad de gente deseosa de instalarse en las ciudades.
Como afirma Haim Avni, la enorme capacidad financiera de la jca, cuyas iniciativas estuvieron marcadas por una prudencia demasiado puntillosa y una economía demasiado estricta, lamentablemente no fue utilizada como habría podido o debido serlo en pos de absorber una mayor inmigración judía.
La inmigración urbana
Primera etapa: el período preindustrial (1895-1913)15
Si los inicios de la inmigración judía en Argentina fueron dificultosos para los inmigrantes rurales, lo fueron aún más, como lo acabamos de ver, para los inmigrantes urbanos, y muchos de ellos decidieron volver a su hogar en Europa. Ya en 1896, año de la muerte del barón Hirsch, comenzó a producirse un considerable éxodo de inmigrantes decepcionados. Ese éxodo continuó durante los dos años siguientes y generó en Europa múltiples críticas sobre las duras condiciones de vida que esperaban a los judíos cuando llegaban a Argentina.
La jca, que por otra parte había recibido numerosos reclamos de parte de las instituciones europeas por no haber prestado el apoyo que se esperaba de ella a los judíos de Rumania, firmó, en 1900, un acuerdo con la Ezrah, organismo de ayuda social, fundado poco tiempo antes,16 por el cual, a cambio de su apoyo financiero, la Ezrah se comprometía a ayudar a esas personas y a encontrarles trabajo.
En 1901, con el agravamiento de la situación de los judíos de Rusia, la política de la jca se flexibilizó aún más. La actividad colonizadora de Argentina se reanudó y en 1904 llegaron más de 4.500 judíos.
En adelante, la jca iba a mostrarse dispuesta a ayudar económicamente a todos los inmigrantes judíos, incluso a aquellos que no tuvieran la intención de establecerse en las colonias. Con una condición, sin embargo: que los organismos de ayuda se encargaran de recibir a los recién llegados y realizaran su seguimiento y que no se supiera de dónde provenían los fondos destinados a tal asistencia.
Fue con esa intención que en 1905 un grupo de miembros de la Congregación Israelita y de la Asociación Ezrah creó la Shomer Israel, Sociedad Protectora de los Inmigrantes Israelitas, con el objetivo de velar por la continuidad del apoyo a los inmigrantes. La bolsa de trabajo de la Shomer ayudó a varias centenas de personas a conseguir empleo, cosa relativamente sencilla en aquel entonces, pues Argentina, entretanto, se había convertido en un país con fuerte demanda de mano de obra en todas las ramas de la economía.
Al cabo de dos años, la Shomer Israel, una obra fundamentalmente filantrópica, apoyada en parte por la jca y en parte por más de doscientos miembros benefactores, dejó de funcionar. De allí en adelante, los recién llegados sólo podrían recurrir al asesoramiento y a los servicios de oficinas privadas.
La cantidad de inmigrantes urbanos que anualmente desembarcaron en el puerto de Buenos Aires entre 1904 y 1914 fue fluctuando; por un lado, en función de la situación en Europa y, por otro, en función de las dificultades que se presentaban en los demás países receptores. Pero también, y así como había sucedido con los inmigrantes rurales, según el estímulo que recibían por parte de parientes y amigos ya radicados en Argentina.
El proletariado judío en Argentina y los organismos de apoyo
Los numerosos obstáculos que los inmigrantes debieron enfrentar en sus primeros años en Argentina acentuaron la fuerte conciencia de clase que muchos de ellos traían. En 1905, Buenos Aires ya había visto nacer esbozos de organizaciones proletarias judías. Socialistas y sionistas primero; anarquistas y bundistas después.17 Esas agrupaciones fracasaron en sus primeras tentativas de creación de sindicatos judíos, pero la actividad cultural que desarrollaron permitió a los recién llegados sentirse rodeados de una atmósfera de camaradería.
La Unión Obrera Israelita, creada en 1896, primera organización judía argentina netamente orientada hacia la ayuda al proletariado urbano, obtuvo en 1906 una subvención que la jca le concedió a condición de que los inmigrantes que se beneficiaran de ella se instalaran en las ciudades del interior. De esa manera, la jca intentaba evitar, una vez más, que grupos proletarios importantes se concentrasen en un mismo sitio. Poco tiempo después, la Unión Obrera Israelita reorientó sus esfuerzos hacia la ayuda médica a los inmigrantes bajo el nombre de Bikur Holim.18 La Unión Obrera sería luego reemplazada, en 1909, por la Unión General de Trabajadores Judíos, la cual se dio por misión transmitir a los candidatos a la emigración en Europa información fiable sobre la situación en Argentina.
Los inmigrantes sefardíes
Contrariamente a lo que pasó en el seno de la comunidad asquenazí, ningún organismo sefardí se creó durante esta primera etapa de inmigración judía a Argentina para proporcionar asesoramiento y atención a los inmigrantes provenientes de la cuenca mediterránea. Si el acostumbramiento al país fue sencillo para aquellos sefardíes de Marruecos, Turquía y Grecia que se incorporaron a las colonias agrícolas como docentes, tal no fue el caso para los demás inmigrantes judíos de Medio Oriente, a pesar de la similitud entre el español hablado en Argentina y el judeoespañol suyo.19
Protección y defensa de los candidatos a la emigración
A partir de 1911, la necesidad de huir de Europa oriental se hace cada día más imperiosa para cientos de miles de judíos, y las voces que reclaman una organización internacional de protección y defensa de los emigrantes —presas fáciles para individuos sin escrúpulos— son cada vez más numerosas.
Falsos pasajes de barco, engaños en cuanto al tipo de cambio y otros fraudes preocupaban a las autoridades de la jca, tanto del comité central de San Petersburgo como de la oficina de París, que terminaron proponiendo a sus corresponsales de Buenos Aires que fomentaran la creación de un comité de defensa de los inmigrantes. La jca aceptó el pedido, comprometiéndose a pagar los gastos de organización de ese futuro organismo que se encargaría de las transferencias de fondos, así como de la compra de pasajes, puesto que la asociación estaba en condiciones de negociar importantes reducciones ante las compañías de transporte. El comité de defensa debía luego hacerse cargo de orientar a los inmigrantes hacia los empleos que se les ofrecían, no sólo en Buenos Aires, sino también en las ciudades del interior.
Esta propuesta, que por fin tomaba en cuenta todas las necesidades de los inmigrantes, desde la compra del pasaje hasta el conseguir empleo una vez llegado a Argentina, fue aceptada por unanimidad, pero el proyectado comité sorprendentemente jamás salió a la luz y unos meses más tarde la oficina de París decretó una severa reducción de las ayudas económicas que ella misma había calculado y prometido.
Desde los comienzos mismos de la inmigración judía a Argentina y como hemos tratado de sintetizarlo, las propuestas para la mejora de las condiciones de vida de los inmigrantes fueron numerosas y realmente innovadoras, más aún si tomamos en cuenta el contexto de entonces. Lamentablemente, demasiados temores y contramarchas invalidaron muchas de esas buenas intenciones.
En su defensa, las autoridades de la jca argüían que su actitud precavida se debía principalmente a la presencia entre los inmigrantes de proxenetas judíos, “los tenebrosos”, como se los llamaba, y de prostitutas. Si bien “los impuros” rápidamente fueron aislados de la comunidad, no por ello dejaban de ser una mancha sobre toda la sociedad judía de Argentina, un motivo de ignominia que atentaba contra el respeto que la colectividad deseaba recibir del resto de la población. Había que denunciarlos, pues, desde el seno mismo de la comunidad.20
El resultado es que en 1914, en el momento en que en Europa estalla la Gran Guerra y siendo que la presencia judía urbana en Argentina es ya importante, aún no hay aquí ningún organismo que se ocupe íntegramente de la protección y defensa de los inmigrantes judíos.
Las instituciones de ayuda que para ese entonces existen en la colectividad judía de la Argentina son tres y tienen otros objetivos. La Jevra Kedusha Ashkenazi, creada en 1894, brinda ayuda y acompañamiento a los moribundos y a su familia. Dará nacimiento en 1940 a la organización central de la colectividad judeoargentina, la Asociación Mutual Israelita Argentina (amia). El Bikur Holim —nombre que en hebreo significa “ayuda a los enfermos”— nació en 1896 como Unión Obrera Israelita y es ahora una asociación popular de asistencia a los enfermos. La Ezrah, por su parte, es una institución de socorro mutuo y de beneficencia creada en 1900, que poco tiempo antes del inicio de la Gran Guerra compra un amplio terreno con la intención de crear allí el Hospital Israelita, cuyo primer pabellón será inaugurado en 1916.
Los inmigrantes urbanos durante la Primera Guerra Mundial
En vísperas de la Gran Guerra, los avances de la agricultura comenzaban a repercutir sobre la industria, así como sobre el consumo interno y los servicios.
El crecimiento del capital invertido en la industria y la mecanización provocaron entre 1895 y 1913 —etapa preindustrial en Argentina— un cambio notable en la composición de la población. A medida que aumentaba la cantidad de personas en el sector industrial, se acentuaba en las grandes ciudades la presencia de inmigrantes de múltiples procedencias, así como la concentración de obreros por establecimiento.
También iban surgiendo, fuera de los dos circuitos clásicos, el agrícola y el urbano, nuevas oportunidades de trabajo; por ejemplo, en la explotación de los bosques de quebracho o en la construcción de ferrocarriles.21
Las empresas de obras públicas en las grandes aglomeraciones, así como el comercio y el artesanado incipientes, también comenzaban a brindar nuevas posibilidades de ocupación, pero la mayoría de los inmigrantes judíos establecidos en las ciudades prefirieron orientarse, por lo menos en un primer momento, hacia la confección y la fabricación de muebles, oficios que en general les resultaban familiares.
En sus primeros años en Argentina, por su parte, aquellos inmigrantes judíos que no tenían experiencia laboral recurrieron a la venta ambulante. Lo mismo hicieron muchos pequeños comerciantes. Esto les permitió, durante un tiempo, ganarse lo indispensable para vivir. A esos vendedores que iban de casa en casa vendiendo su mercadería “a cuenta”, se los llamaba cuenteniks. La imagen del cuentenik22 ha quedado como una postal indisolublemente ligada a la inmigración judía de las tres primeras décadas del siglo xx. También la de los conventillos, viviendas que se extendían a ambos lados de un largo corredor y podían alojar hasta cuatrocientas personas.
Casi no hay inmigrante que no haya vivido durante sus primeros tiempos en el país en uno de esos vecindarios ruidosos y coloridos, donde las expresiones en italiano se mezclaban con el habla española, y el ídish, con el alemán. Allí, cada domingo, el niño judío comía con agrado el plato de tagliatelli que le ofrecía su vecina napolitana, en una atmósfera solidaria y de cálida convivencia.
Abandonos y tenacidad
Así y todo, la nostalgia, además de la precariedad de las viviendas y la imposibilidad en la que se hallaban las sociedades de beneficencia de satisfacer todas las demandas de ayuda, llevaron a numerosos inmigrantes a desandar camino.
Según Haim Avni, esto explica que en los años previos a la Primera Guerra Mundial el índice de reemigración de judíos recientemente llegados a Argentina haya sido casi tres veces más alto que esa misma variable observada en Estados Unidos.
Argentina, ¿un crisol de razas?
Desde 1806 y tal como hemos explicado en el primer capítulo, las autoridades argentinas apostaban a la inmigración —espontánea u organizada, según el gobierno de turno— para poblar el país y obrar en aras de su desarrollo. Desde esa visión, la inmigración anglosajona debía formar la base de la Argentina del futuro. Esas previsiones resultaron erróneas: los anglosajones jamás representaron más que una escasa minoría de la población argentina.
Pero no sólo en la inmigración estaban puestas las esperanzas de los distintos gobiernos de la época, sino también en la homogeneización identitaria entre los recién llegados y los argentinos nativos. Pues también en este punto estaban equivocados, porque así como la homogeneización no estaba en los planes de los inmigrantes judíos, tampoco lo estaba en el proyecto de vida de los italianos, de los galeses o de las demás minorías, que muy pronto crearon sus propias instituciones comunitarias de beneficencia y de cultura (círculos de conciudadanos, clubes, hospitales, etc.) y empezaron a publicar sus propios periódicos, en italiano, alemán, inglés, francés e ídish, y otros en formato bilingüe. Pronto se fundaron escuelas privadas alemanas, italianas, francesas y otras, no sólo en Buenos Aires, sino también en las principales ciudades del interior, mientras que en las colonias de la jca se desarrollaba una red escolar judía de excelencia, así como bibliotecas y salas de teatro. Formar una “generación de argentinos de fe mosaica, que pudiese tomar la posta de los colonos”, era la misión que se habían fijado las instituciones educativas de la colectividad judía, y esa educación fue excepcional tanto por la red que se conformó como por sus métodos de enseñanza. El ideal pedagógico de la colectividad judía coincidía, según sus mentores, con los ideales de la República Argentina: ¡formar jóvenes educados, emancipados e iguales ante la ley!
En 1914, al final del primer período de inmigración masiva y pese a la sangría que representó el retorno a Europa de numerosos inmigrantes decepcionados por las condiciones de vida en Argentina, un censo calcula en un 50% la cantidad de extranjeros establecidos en Buenos Aires.
En 1909, los 30.000 judíos que vivían en la capital representaban el 2,5% del total de habitantes del país. Al momento de estallar la Primera Guerra Mundial, se estimaba que en toda Argentina había entre 100.000 y 110.000 judíos, ¡una cantidad superior a la población judía que había entonces en Palestina! Concentrada la mayoría en Buenos Aires, y los demás establecidos en las colonias agrícolas y en algunas ciudades del interior, los inmigrantes judíos ya habían fundado para esa época no sólo varias instituciones, sino también varios partidos políticos.
La inmigración urbana
Segunda etapa (1914-1932)
Con la llegada al poder de Hipólito Yrigoyen, electo presidente de la República en 1916, la Argentina aristócrata y elitista de los primeros tiempos de la colonización agraria va transformándose en un país democrático —nos dice Haim Avni—, más sensible a las esperanzas de la clase media, en formación desde la década de 1880.
Aquel año nacen los dos primeros diarios judíos y se crean, por una parte, el sistema cooperativo y, por otra, los Landsfahrein,23 tres fenómenos que marcan el inicio de la cristalización institucional de la comunidad judía de Argentina.
La Gran Guerra y sus repercusiones en la comunidad judía argentina
La Gran Guerra va a tener repercusiones negativas sobre el campo argentino. Muchos pequeños agricultores van a quebrar.
En cambio, en las ciudades se acelera el desarrollo de la industria: se crean nuevas fábricas y las ya existentes aumentan su producción. Lamentablemente, la infraestructura en el ámbito industrial es aún muy deficiente e impide que tal coyuntura pueda capitalizarse en toda su potencialidad. El desarrollo de una industria hasta entonces expuesta a la competencia de la importación será insuficiente para absorber toda la mano de obra disponible.
El judaísmo argentino, que parece atravesar uno de sus mejores períodos desde el punto de vista económico y cultural, se ve sin embargo todavía poco aceptado en el campo político y social. La desconfianza hacia los judíos aún sigue vigente…
Parecería que los destacados logros obtenidos por los colonos en materia de agricultura y ganadería no bastan para borrar la imagen del judío como elemento “urbano y dependiente del comercio, ergo, parásito”. Por lo demás, esa visión negativa no es la única con la cual los judíos deben lidiar. Según Avni, a los ojos de numerosos argentinos también son “portadores de bolchevismo”, una especie de germen maligno propio de ellos ¡y contagioso!
Empiezan a oírse algunos ecos de oposición a la inmigración judía.
Del otro lado del océano, en cambio, la condición judía tras la Primera Guerra Mundial se anuncia más favorable que antes, puesto que con la Revolución Rusa acaban de votarse la igualdad civil y la anulación de la discriminación religiosa. En ese clima inédito, la Declaración Balfour, mediante la cual Inglaterra afirma que la creación de un hogar nacional judío en Palestina será considerada con beneplácito, añade, en noviembre de 1917, una poderosa nota de optimismo.
La Europa de entreguerras
Lamentablemente, como un enorme contrasentido de la historia, el panorama prometedor que parecía implantarse en Europa del Este luego de la Revolución Rusa, esa igualdad civil obtenida a costa de tanto esfuerzo, esa apertura religiosa, todos esos derechos por fin adquiridos, todas esas promesas, muy pronto se convierten en letra muerta. En 1919-1920, en esa Rusia de la posguerra, las manifestaciones antijudías se desatan con mayor vigor aún que antes. También en Polonia. En Galitzia, se reanudan los pogromos y comunidades enteras son salvajemente destruidas, al igual que en Transilvania y Hungría. En Alemania y en Austria, retumba un rumor amenazador: “Los judíos son los responsables de la derrota”.
¡Una vez más, el judío es el culpable de todos los males!
En esos años, los judíos de Grecia, Turquía, Siria y las islas del mar Egeo también están luchando contra toda suerte de dificultades, aunque por motivos menos siniestros.24 A fin de cuentas, sefardíes, mizrahim y asquenazíes25 comparten la necesidad de buscar un país donde la esperanza de mejorar sus condiciones de vida y educación no se verá defraudada una vez más.
Pero, justo cuando para los judíos la necesidad de irse se torna apremiante, las puertas del principal país receptor se están cerrando. Así, en 1921, por temor a la importación de la revolución comunista a su país, Estados Unidos suspende la inmigración por un año y anuncia que, una vez vencido ese plazo, sólo se autorizará el ingreso al país de acuerdo con una reglamentación muy estricta, basada en un sistema de cupos.26
En Argentina, también se teme ¡“el peligro rojo”! y las autoridades se preguntan si no habrá que seguir ese ejemplo.
Justificando esos temores, en enero de 1919, a raíz de un conflicto por el reconocimiento de la representatividad sindical, se produjeron varias manifestaciones, y esas jornadas de protesta y disturbios fueron utilizadas por los grupos nacionalistas para atacar los barrios judíos de Buenos Aires.
Durante ese primer y único pogromo que tuvo lugar en Argentina, cientos de judíos fueron agredidos, golpeados, injuriados y humillados; sus propiedades fueron saqueadas. Los autores de tales desmanes fueron tácitamente apoyados por el gobierno, que justificó su acción inventando la existencia de un complot bolchevique.
Así y todo, el pogromo no detendrá la inmigración, pues los miles de judíos que estaban en camino hacia Estados Unidos cuando aquel país decidió cerrar sus puertas se encontraban acorralados en una situación sin salida y buscaban con desesperación un país a donde llegar.
Para socorrerlos, se unen los dos principales organismos mundiales de ayuda a los judíos, la Hebrew Inmigrant Aid Society (hias)27 y la jca, para crear, en 1921, un organismo común, la Emigdirect, que ayudará a los candidatos a la emigración a resolver sus múltiples problemas: primero, en el país que desean abandonar; segundo, durante el viaje; por último, al llegar al país de destino.
Muy poco tiempo después de la creación de la Emigdirect, Argentina alinea oficialmente su política migratoria con la de Estados Unidos y refuerza sus sistemas de control. Luego, a finales de 1923, un nuevo decreto, basado en un “cálculo” que estipulaba en qué medida los diferentes extranjeros podían servir al país, va a limitar aún más severamente la entrada de todo candidato a la inmigración. Entre 1924 y 1925, la cantidad de inmigrantes de todos los orígenes disminuye en un 30%.
A esas restricciones impuestas por el gobierno argentino, se agregará un infeliz desacuerdo entre los organismos judíos de asistencia: la concepción paternalista de la jca se opone a la visión más democrática de la hias, y esto finalmente hará fracasar el proyecto de la Emigdirect.
La jca, con el apoyo de la Ezrah, crea entonces el Comité de Protección a los Inmigrantes Israelitas, el cual logrará obtener, entre otras gestiones, la autorización para que ingresen cien huérfanos de Ucrania a Argentina.
Nuevas divergencias, en este caso internas, llevan a algunos de los miembros de ese nuevo comité a fundar una enésima organización, independiente de los organismos ya existentes, la Soprotimis, Sociedad de Protección a los Inmigrantes Israelitas. Esa nueva institución, que recibe el estímulo de la jca, es la que en esos años difíciles va a desempeñar el rol más activo y más positivo en la inmigración de los refugiados que se hallan bloqueados en los puertos europeos, en virtud del reciente cambio en la política migratoria estadounidense.
Balance del trabajo realizado por las sucesivas instituciones de ayuda a los judíos entre 1914 y 1932
Pese a las divergencias entre los organismos judíos de socorro y a las restricciones impuestas a la inmigración, que se tornaban cada vez más estrictas tanto en Estados Unidos como en Argentina, 48.000 judíos fueron admitidos en el país entre 1922 y 1927. Esta cifra incluye a todos aquellos que se infiltraron clandestinamente tras haber pasado un tiempo más o menos largo en Uruguay y Paraguay, así como a un número apreciable de personas que desembarcaron en las playas argentinas como turistas y se quedaron de modo ilegal.
Esos inmigrantes provenían casi todos de centros urbanos de Europa Central, y ya no sólo de la Zona de Residencia rusa. La mayoría de ellos había tenido acceso a cierta educación y no sentía atracción por la agricultura; formarán la estructura urbana de la comunidad judeoargentina.
El año 1927 vio nacer la esperanza de la creación de una organización internacional de socorro a los emigrantes, ya que con motivo de una reunión entre la hias, la jca y la Emigdirect, se decidió que las oficinas respectivas de ayuda a la inmigración de esas tres instituciones se fusionaran en un único organismo mundial: el hicem.
1929: año de la reelección del presidente Yrigoyen
En 1929 se inicia la crisis mundial. La caída de los precios agrícolas en el mundo repercute rápidamente en el sector rural argentino, que acaba de vivir dos de sus mejores años de producción. Luego, el impacto de la crisis comienza a hacerse sentir en el sector urbano, donde la construcción se paraliza poco a poco y donde, como consecuencia de la quiebra de numerosas empresas, se instala un inquietante desempleo.
No obstante, y como ya había ocurrido durante la Primera Guerra Mundial, la disminución de las importaciones terminará estimulando el desarrollo de una industria local de sustitución que gradualmente irá absorbiendo toda la mano de obra disponible, lo cual, cabe indicar, no dejará de tener secuelas políticas, ya que un fermento revolucionario acompaña el crecimiento de los sectores obreros. Esto preocupa a las fuerzas armadas, que no esperarán demasiado para intervenir militarmente.
Uriburu
Convencido de que debe “salvar a Argentina de la plaga populista inoculada por la plebe de los inmigrantes”, el general Félix Uriburu derroca a Yrigoyen en septiembre de 1930 y toma el poder. Las tendencias xenófobas del nuevo gobierno lo incitarán a restringir al máximo los permisos de inmigración, transformando rápidamente las fronteras argentinas en barreras infranqueables mientras la crisis mundial no cesa de empujar a numerosos judíos de Europa del Este y del Cercano Oriente hacia las costas del Río de la Plata.
La inmigración urbana
Tercera etapa: restricciones a la inmigración judía (1930-1950)
Argentina, que desde 1890 y con mayor o menor complacencia de parte de sus autoridades, había recibido a más de 100.000 inmigrantes judíos, comienza, bajo el gobierno de Uriburu, a impedir drásticamente el ingreso de los extranjeros, en especial, la inmigración de judíos. En 1933, año en que Hitler es nombrado canciller del Reich, Argentina dicta una reglamentación destinada a limitar al máximo su inmigración.
1933-1939: los judíos de Alemania. ¿Irse o esperar? Argentina, ¿un país posible?
En Alemania, a finales de 1933, el nacionalsocialismo va a aplicar un boicot cada vez más riguroso contra los judíos, contra todas esas familias establecidas en el país desde hace siglos, que se sienten tan alemanas como sus vecinos y, en muchos casos, más alemanas que judías. La Cruz de Hierro y otras distinciones que muchos hombres judíos han recibido en reconocimiento por su bravura durante la Gran Guerra son sus recompensas más preciadas. Esa Alemania que años atrás había sabido así expresarles su gratitud, ese país que había dado refugio a miles de sus correligionarios de Rusia y Polonia hostigados por gobiernos intolerantes…, ¿ese país era realmente el mismo que ahora los discriminaba a ellos, el país que ahora pretendía convertirse en judenrein28?
¿Habría que irse de Alemania?
En 1933, un pequeño grupo de judíos alemanes afincados en Argentina desde antes de la Primera Guerra Mundial funda la Sociedad de Ayuda a los Judíos de Lengua Alemana. Aquel año, son 37.000 los que toman la decisión de abandonar Alemania, pero muy pocos de ellos eligen Argentina. Algunos parten a Palestina, mientras la mayoría prefiere establecerse en alguno de los países fronterizos: Francia, Bélgica, Holanda, sin prever que los tentáculos del Reich rápidamente iban a extenderse y alcanzarlos…
En 1935, con la promulgación en Alemania de las leyes sobre “la pureza de la raza” y “la ciudadanía”, la legislación antijudía llega a su paroxismo y transforma la emancipación que tanto enorgullecía a los judíos alemanes en letra muerta.
Nadie ya discute la urgencia de irse de allí. ¿Pero a qué país dirigirse?
Las puertas de Estados Unidos están herméticamente cerradas. Las de Palestina, que se habían abierto por un tiempo, se han cerrado de nuevo so pretexto, dicen los ingleses, de un creciente hostigamiento a los habitantes judíos de parte de terroristas árabes. En cuanto a Argentina, las limitaciones a la inmigración, que con la llegada al poder de Uriburu se habían hecho muy rigurosas, se tornan aún más estrictas a partir de la guerra civil española, con el objeto, dicen las autoridades, de evitar la entrada de elementos comunistas en el país.
En 1936, la Sociedad de Ayuda a los Judíos de Lengua Alemana consigue, empero, una autorización para la inmigración de un grupo de 46 futuros colonos, que tan pronto como llegan son dirigidos a la colonia Avigdor, que la jca acaba de fundar a solicitud de esa sociedad, en el norte de la provincia de Entre Ríos, para alojar a los refugiados de Alemania. Un año más tarde, se calcula que en Avigdor hay 99 familias, y la jca obtiene 400 permisos de entrada adicionales para 1.267 personas que también serán enviadas a sus colonias.
Entre 1933 y 1939, sólo las familias que reciben una “llamada” de sus parientes29 o aquellas que pueden demostrar que van a orientarse hacia las colonias logran conseguir un permiso de entrada. Esos permisos no serán numerosos.
El 6 de julio de 1938, mientras los cónsules de treinta países están reunidos en Evian30 para tratar de encontrar una solución al problema de los judíos de Alemania y Austria que buscan un país que los acepte, los cónsules argentinos reciben de su gobierno una orden secreta: ¡suspender toda nueva entrega de visa a los judíos que soliciten su admisión en Argentina!31
Cuatro meses más tarde, la Noche de los Cristales Rotos32 les dio a los judíos alemanes que aún guardaban una mínima esperanza en su país la última prueba del horror que se anunciaba.
La comunidad judía de Argentina, impotente, no supo reaccionar ni a la suspensión de los permisos de ingreso ni a la despiadada actitud de las autoridades argentinas, que a principios de 1939 ¡llegaron hasta prohibir el desembarco de más de cien judíos, que fueron devueltos a Europa pese a tener visas de tránsito para entrar a Paraguay! El objetivo de la Dirección General de la Inmigración era rechazar a los “indeseables”, desviarlos de Argentina. Inútiles fueron las protestas de varios intelectuales argentinos, y también del Comité contra el Racismo y el Antisemitismo.
La inmigración judía en Argentina durante los primeros años de la Segunda Guerra Mundial
Ni la declaración de guerra ni la situación cada día más dramática de los judíos de Europa pudieron modificar la cruel posición adoptada por las autoridades migratorias argentinas. Cuando todavía hubiera sido posible salvar a muchos israelitas, resultó imposible a sus correligionarios radicados en el país conseguir la más mínima excepción a la implacable reglamentación.
En cambio, y uno no puede sino sorprenderse, algunas centenas de judíos que habían logrado cruzar ilegalmente la frontera uruguaya, y otros que habían entrado en el país con una visa de turista, sí pudieron quedarse. “En aquel momento, 1939, solamente una feliz avivada me permitió entrar a la Argentina, que ya había puesto severas limitaciones al ingreso de los judíos”, me había contado Julio Loria.33 “Con el ingenio que da la desesperación, se me ocurrió juntar todo mi dinero y anotarme como turista en un crucero de Nápoles a los canales fueguinos en primera clase, junto con muy distinguidos pasajeros… Nadie sospechó que el joven ingeniero judío italiano cuya solicitud de inmigración a la Argentina había sido rechazada días antes podía estar mezclado con ese mundo que hoy llamaríamos del ‘jet set’. A bordo, me di cuenta de que no había sido el único vivo: rápidamente se formó en el barco un pequeño y esperanzado ‘gueto’ entre correligionarios refugiados de Italia, Alemania y Hungría.”
Pese a la mejora de la situación económica de Argentina, favorecida en aquel momento por la economía de guerra, y pese a las numerosas intervenciones de la Soprotimis ante las autoridades migratorias, sólo 271 personas fueron autorizadas a inmigrar a Argentina en 1940, y otras 351 en 1941.
De los treinta miembros del grupo “Francia… ¿dulce Francia de nuestra infancia?”, seis consiguieron atravesar, entre 1941 y 1943, ese muro casi infranqueable que eran las fronteras argentinas.
Intentaremos dilucidar, a partir de sus respectivos testimonios, si Mariette, André, Pierre, Claire, Catherine y Michel formaban parte de las 622 personas que lograron entrar en Argentina en plena guerra, y si su inmigración fue posible gracias a la intermediación de la Soprotimis, o porque sus parientes supieron encontrar otros contactos u otras vías…
Llegamos a Argentina en el Cabo de Buena Esperanza el 1º de octubre de 1941 —recuerda Mariette Diamant—. De Annonay,34 donde vivíamos clandestinamente desde hacía un año, mi madre había viajado a Marsella y conseguido una entrevista con el cónsul argentino, quien, después de mucho hablar, le había otorgado, y cobrado, las cuatro visas que necesitábamos.
A nuestra llegada a Buenos Aires, nos esperaba una amarga sorpresa: ¡las visas eran falsas! El “buen cónsul” no solo se había burlado de mi madre, ¡sino que le había cobrado por ello! Nos llevaron al Hotel de los Inmigrantes y nos prohibieron salir de allí.
Por suerte, mamá, previsora como siempre, traía consigo una carta de recomendación firmada por mi padrino, el marqués de Champvant de Farèmont.
Si la madre de Mariette no hubiera sido amiga del marqués de Champvant de Farèmont, las falsas visas emitidas por el cónsul argentino de Marsella habrían provocado la expulsión a Europa de los cuatro miembros de la familia. La suerte que tuvieron los Diamant no la tuvieron los 86 refugiados judíos que llegaron en ese mismo Cabo de Buena Esperanza un mes y diez días más tarde y que, al no tener los documentos necesarios, no sólo no fueron autorizados a desembarcar en Buenos Aires, sino que además fueron conducidos a Montevideo y de allí… ¡devueltos a Europa!
¡Devueltos a Europa! Justo en el momento en que los judíos ya no podían siquiera ilusionarse con emigrar, puesto que una nueva orden de Himmler venía de entrar en vigor prohibiéndoles ahora abandonar Europa…
La inmigración judía en Argentina entre 1942 y 1945
Noviembre de 1941. No sólo las fronteras de los países potencialmente receptores están cerradas, sino que un obstáculo casi insuperable va a oponerse de esa fecha en adelante a la necesidad imperiosa de huir: ¡hay que obtener una autorización para salir de los territorios ocupados por Alemania! Y esa autorización es poco menos que imposible de conseguir. Otros escollos más se acumularán para los judíos en esos primeros meses del tercer año de la guerra, pues tras el ataque de Japón a Pearl Harbor, en diciembre de 1941, y a modo de apoyo a Estados Unidos, los países de América, reunidos en Río, declaran la ruptura de las relaciones diplomáticas con los países del Eje. Un solo país se niega a renunciar a su “neutralidad”: ¡Argentina! Más que neutra, ¡Argentina es proalemana!
Y sin embargo, a pesar de todas esas trabas, 4.400 judíos obtendrán el derecho a residir en Argentina entre 1940 y 1944. Entre ellos, los miembros del grupo “Francia… ¿dulce Francia de nuestra infancia?” que ya hemos mencionado: Michel Neuberger, Claire Stein, Pierre Kalb, André Gattegno, Catherine Stad y Mariette Diamant, cuyos padres, a pesar de los múltiples peligros que los esperaban, se animaron a intentar el cruce de los Pirineos con sus hijos y, desde España o Portugal, esperar alguno de los buques que todavía hacían la travesía del Atlántico.
Finalmente, y así como lo informan los registros migratorios, la actitud hostil de las autoridades argentinas para con la inmigración israelita no pudo impedir que, entre 1939 y 1945, 26.500 personas vinieran a sumarse a la población judía; judíos alemanes y austriacos principalmente, la mitad de los cuales se estableció en Avigdor. Otros diez mil judíos, ingresados en el país durante la guerra con visas de turista o de tránsito para Paraguay y Bolivia, también hallaron el modo de hacer caso omiso de las prohibiciones y quedarse en Argentina.35
La inmigración judía en Argentina entre 1945 y 1950
Las familias habían sido destruidas; los hogares, devastados. Ninguna de las comunidades judías de Europa había permanecido intacta, y la mayoría de los judíos que habían tenido la suerte de escapar al aniquilamiento decretado por el nazismo sólo deseaba una cosa: abandonar esas tierras impregnadas de sangre judía.
¿Hacia dónde ir?
Los años comprendidos entre 1945 y 1950 son cruciales para asentar el futuro de la judeidad. En esos cinco años de la inmediata posguerra emigró la mayoría de los sobrevivientes judíos de Europa, entre ellos, veintitrés de los treinta miembros del grupo “Francia… ¿dulce Francia de nuestra infancia?”.
A pesar de los múltiples obstáculos que Argentina había puesto en el camino de los aspirantes a inmigrantes desde los años treinta, el potencial de este país como receptor de sobrevivientes seguía siendo enorme. Lamentablemente, la comunidad judía no había preparado ningún plan para hacer frente a la situación que generaría el fin de la guerra ni había pensado en la ayuda que iban a necesitar quienes volverían del infierno nazi. Algo tanto más inconcebible cuanto que la industrialización del país todavía estaba en curso y las grandes masas rurales que habían sido empujadas hacia Buenos Aires para cubrir el importante déficit de mano de obra no llegaban a satisfacer toda la demanda.
Había que paliar ese déficit y, para ello, las autoridades argentinas no iban a tener otro recurso que estimular de nuevo la inmigración. ¿Tendrían en cuenta, ahora sí, a la inmigración judía? ¡Pues no! ¡Todo lo contrario!
Avni subraya aquí el espíritu claramente discriminador de la ley argentina en esos años de posguerra, ya que mientras el gobierno autoriza la entrada de cientos de miles de extranjeros, entre ellos fascistas italianos, alemanes y colaboracionistas, pertenecientes a los pueblos deseables, los sobrevivientes de la Shoá, por primera vez en la historia de la inmigración del país, serán objeto de una discriminación abierta y extrema.
A partir de finales de 1945, sin embargo, y sabiendo que las probabilidades de recibir la autorización necesaria son muy limitadas, numerosos sobrevivientes que ya antes de la guerra habían oído hablar de Argentina, o que tenían parientes o amigos radicados aquí, intentan postularse como inmigrantes.
En 1946, el general Perón es electo presidente. Nadie ignora que durante la guerra mantuvo nexos poco disimulados con las potencias del Eje y se sabe asimismo que su director general de inmigración, Santiago Peralta, se muestra abiertamente antisemita. Las primeras decisiones de Perón en materia de inmigración no dejarán lugar a duda. Apenas unos meses después de su llegada al poder, en efecto, acepta recibir a veinte mil soldados del ejército polaco en el exilio, lo cual abrirá un nuevo debate sobre la inmigración, mientras que Peralta responde a quien le pregunta si también se concederán permisos de inmigración a los sobrevivientes judíos: “¡Pero no podemos transformar la República en un inmenso hospital para enfermedades nerviosas!”.
La cantidad de solicitudes de entrada al país denegadas, presentadas por sobrevivientes de la Shoá entre 1941 y 1945, no deja dudas en cuanto a las intenciones de las autoridades migratorias y del mismo Perón en relación con no alentar la inmigración judía. Si aparentemente Perón no fomentaba ninguna discriminación oficial entre inmigrantes deseables e indeseables, sí les daba preferencia a aquellos que él estimaba deseables…
Más allá de alguna que otra excepción a la prohibición impuesta por Peralta, la política migratoria no sufrirá ningún cambio significativo hasta 1947. Los escasos gestos de buena voluntad que hubo por parte del presidente fueron las más de las veces dictados por el interés y acompañados de gran publicidad.36
Finalmente, en 1947 se promulga una nueva ley de inmigración y colonización y, un tiempo después, Peralta es destituido.
En 1948, la Soprotimis presentó al gobierno un proyecto de ley de amnistía general para todos los inmigrantes ilegales, amnistía que fue concedida y benefició a seis mil judíos; no obstante, a nadie se le escapaba que esa misma normativa también iba a servir a los intereses de los nazis y de los colaboracionistas que se habían infiltrado en el país desde un tiempo antes de que terminarse la guerra.
La amnistía fue prorrogada en varias oportunidades y se concedió un último plazo hasta marzo de 1950. La política del gobierno peronista en materia de inmigración judía muestra aquí sus contradicciones, puesto que gracias a tal amnistía once mil judíos consiguieron regularizar su situación, mientras que legalmente sólo mil quinientos sobrevivientes habían podido entrar a Argentina en el mismo período.
Una vez más, la actitud del gobierno argentino frente a aquellos que habían transgredido las disposiciones restrictivas a la inmigración fue más liberal que la ley misma de inmigración, la cual no se modificó, dando por resultado que 1949 fuera un período donde casi no hubo permiso de ingreso para los judíos. Legalmente, la inmigración a Argentina seguía bloqueada.
Argentina no era el único país imposible… La misma situación se repetía en todos los países conocidos como posibles receptores, pues el mundo entero, increíblemente, estaba cerrado a los sobrevivientes de la Shoá.
Ejemplos de ello son los 39.000 sobrevivientes que por un decreto especial habían sido autorizados a inmigrar a Estados Unidos, de los cuales sólo la mitad en definitiva fue aceptada, y el rechazo por parte de Inglaterra de autorizar a cien mil sobrevivientes a establecerse en Palestina cuando Australia y Canadá seguían con sus fronteras herméticamente cerradas.
Nosotros, que nos hemos asentado en Argentina, no podemos no preguntarnos qué hubiera ocurrido si, diez o quince años antes de la Segunda Guerra Mundial, en la época en que cientos de miles de judíos necesitaban abandonar el Viejo Continente y las fronteras argentinas aún eran permeables, la jca y demás organizaciones judías de socorro no hubieran interpuesto tantos obstáculos a la inmigración…
La actitud inflexible de los gobiernos de Canadá, Australia, Inglaterra, Estados Unidos y Argentina, entre otros, fue lo que finalmente aceleró la “Solución Nacional”, es decir, la fundación del Estado de Israel.37
Testimonios
de los sobrevivientes
1 En ídish, la patria de oro. Así era como los judíos se referían a Estados Unidos, como si fuera un eldorado.
2 Haim Avni, Argentina y la historia de la inmigración judía, op. cit.
3 Primera colonia del sistema de la jca, así bautizada en honor al barón Maurice de Hirsch. Situada a 400 kilómetros al sudoeste de Buenos Aires, fue fundada en 1891 en las primeras tierras adquiridas por el Dr. Loewenthal en nombre de la fundación.
4 Inmigrantes que llegaban a Argentina fuera del programa de colonización agraria de la jca. Estas personas no tenían intención de convertirse en trabajadores rurales, sino de establecerse en alguna ciudad, pero dado que en esos años no había ninguna asociación que pudiese ayudarlos en su inserción en el medio urbano, la jca les ofreció trabajos temporales en las colonias hasta tanto pudiesen independizarse.
5 La colonización prevista por la jca en Brasil, Uruguay, Estados Unidos y Canadá fue mucho menos importante que en Argentina y se interrumpió de inmediato.
6 Aquí empleado en el sentido vernáculo del término, personas oriundas del mismo país, región o ciudad.
7 Situada en la provincia de Santa Fe, a pocos kilómetros del pueblo de Ceres, por una parte, y, por otra, de Moisés Ville. Esta colonia fue fundada en 1912. Lleva el nombre de un filántropo judío italiano.
8 Hélène Gutkowski, Vidas… en las colonias, op. cit.
9 Haim Avni, Argentina y la historia de la inmigración judía, op. cit.
10 Entre Rusia y China.
11 Hélène Gutkowski, Vidas… en las colonias, op. cit.
12 Colonia fundada en 1894 en la provincia de Entre Ríos, así llamada en memoria del hijo del barón Hirsch, fallecido poco tiempo antes.
13 Colonia fundada en 1892 en la provincia de Entre Ríos, así llamada en honor a la baronesa Hirsch.
14 Colonia fundada en 1892 en la provincia de Entre Ríos.
15 Seguimos aquí la clasificación de Haim Avni.
16 Asociación Israelita de Beneficencia y Socorros Mutuos.
17 Bund: movimiento socialista y antisionista creado en la clandestinidad en Vilna, en 1897.
18 Término en hebreo que significa “visita a los enfermos”, obligación religiosa y social para todo judío. Nombre de las instituciones que se ocupaban de visitar a los enfermos de la comunidad y brindarles apoyo, acompañamiento y medicamentos.
19 Los judíos de Marruecos hablaban jaketía. En Turquía y tanto en el Egeo como en los Balcanes hablaban judeoespañol, también llamado djudezmo o espanyolit, idiomas derivados del antiguo español. Los mizrahim, judíos de Siria, Egipto y Líbano, hablaban árabe y judeoárabe.
20 Se trata de una organización de proxenetas que, con falsas propuestas de matrimonio, atraía a jóvenes judías de Polonia y las forzaba a prostituirse. Esa organización, la Tzvi Migdal —por el nombre de uno de sus bienhechores—, recién se disolvió en 1930, cuando una de aquellas mujeres logró atraer el interés de un comisario de policía.
21 Más de 20.000 kilómetros de ferrocarril fueron construidos entre 1910 y 1925.
22 El término cuentenik se debe a que vendían sus productos “a cuenta”.
23 Asociaciones que agrupaban, sobre el plano social, a las familias oriundas de una misma ciudad o pueblo. Jugaron un papel importante en la aclimatación y asistencia de los nuevos inmigrantes.
24 El problema que incita a los judíos de la cuenca mediterránea a emigrar no es el antisemitismo, pues en general viven en buenos términos con sus vecinos musulmanes, sino la extrema pobreza de la región, el retraso cultural y la falta de fuentes de trabajo. A partir de 1920, se añade a esas condiciones desfavorables la obligación del servicio militar no sólo para los turcos, sino también para los miembros de las colectividades minoritarias, y eso implica varios años de alejamiento y grandes riesgos, y además, para los jóvenes judíos, que en general son muy respetuosos de las tradiciones, la imposibilidad de cumplir con sus obligaciones religiosas.
25 Recordamos que se llaman sefardíes a los descendientes de judíos expulsados de la península ibérica, mizrahim a los judíos de lengua árabe —principalmente de Egipto, Siria y Líbano—, y asquenazíes a los judíos oriundos de Europa Central y Oriental.
26 Mediante esa ley, la cantidad de inmigrantes que serán autorizados a radicarse anualmente en Estados Unidos no podrá superar el 3% del total de personas de la misma nacionalidad establecidas en el país en 1910.
27 Organización norteamericana de socorro a los refugiados, fundada en 1902.
28 “Limpio” de judíos, libre de judíos.
29 Una llamada: una carta certificando que su familia se hará cargo de ellos.
30 Esa conferencia que tuvo lugar en 1938, en la ciudad francesa de Evian y a la cual asistieron los representantes de treinta países, fue convocada por el presidente Roosevelt para intentar hallar una solución a los problemas de los refugiados judíos de Alemania y Austria.
31 Hace menos de quince años, una de las copias de esta orden secreta, conocida como la Circular 11, fue descubierta en la Embajada de Suecia por la socióloga B. Gurevich y, después de un extenso trabajo del periodista Uki Goñi, derogada en junio de 2005.
32 Conocida en alemán como la Kristallnacht, fue un violento pogromo que tuvo lugar los días 9 y 10 de noviembre de 1938. Fue organizado por los funcionarios del partido nazi pero presentado como una explosión de ira popular por el asesinato de Von Rath, un funcionario de la Embajada alemana en París, a manos del joven judío Herschel Grynszpan. El joven no intentó escapar y dijo que había querido llamar la atención del mundo sobre las condiciones espantosas en las cuales se hallaban 12.000 judíos, entre ellos sus padres, oriundos de Polonia, que vivían en Alemania desde hacía varias décadas y habían sido devueltos a Polonia cuando este país ya no aceptaba que volvieran los judíos que se habían marchado. Herschel murió en una cárcel alemana en 1943.
33 Hélène Gutkowski, Érase una vez… Sefarad, Buenos Aires, Lumen, 1999.
34 Pequeña ciudad de Ardèche, Francia.
35 Los judíos autorizados a permanecer en Argentina entre 1914 y 1939 totalizaban un poco menos del doble de esos 36.000 inmigrantes llegados durante la guerra.
36 Haim Avni, Argentina y la historia de la inmigración judía, op. cit.
37 La parte relativa al estado actual de la comunidad judía en Argentina será tratada en el segundo volumen del presente libro.