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Presencia judía en Argentina:

orígenes y colonización rural

Fue en Argentina, ese país alejado del Viejo Continente y que los europeos aún conocen poco y mal, que nos hemos establecido los treinta sobrevivientes judíos que conformamos el grupo “Francia… ¿dulce Francia de nuestra infancia?”.1

Seis de nosotros lograron ingresar al país entre 1941 y 1943, pero la mayoría sólo pudo hacerlo después de la guerra: veintitrés llegaron entre 1946 y 1955, y la última, en 1961.

Aquí nos “hemos reconstruido” esos treinta niños o jóvenes que éramos cuando inmigramos. Aquí edificamos una nueva vida. Aquí creamos una familia. En 2006, 61 años después del fin de la guerra, nos hemos buscado, nos hemos encontrado y, dos años más tarde, nos hemos comprometido a reunirnos para evocar nuestras vivencias de niños y adolescentes en el período que va de 1938 a 1950, a compartir lo que nos tocó vivir en aquella Francia ocupada por los nazis y a trabajar por la reconstrucción de nuestros respectivos derroteros.

Agregar nuevos elementos —¡nuevas pruebas!— al inacabable archivo de la persecución nazi contra los judíos fue nuestra consigna. También lo fue el poder enriquecer con nuevos casos el ya largo listado de Justos y salvadores franceses, hombres y mujeres que “sólo hicieron lo que su conciencia les reclamaba” para que el altruismo y el coraje de todos ellos fueran difundidos, reconocidos y enseñados, lo mismo que el silencio cómplice de barrios o pueblos enteros, pues fueron esa nobleza y esa valentía las que posibilitaron, entre miles de otros casos de salvación, que nosotros estemos hoy aquí, escribiendo este libro.

Judíos en Argentina. ¿Una presencia posible?

Hasta finales del siglo xv, parece no haber llegado nunca ningún judío a estas tierras que hoy conforman Argentina. En todo caso, no ha quedado ningún registro de una tal presencia. Tampoco debería haberla habido en los siglos posteriores, dado que las órdenes impartidas en 1501 por la reina Isabel la Católica a sus delegados y comisionados habían sido categóricas al respecto: “Ni moros ni judíos, ni herejes ni reconciliados, ni individuos recientemente convertidos a nuestra Santa Fe…”. ¡Ningún “impuro” podía afincarse en las nuevas posesiones de la corona española!

Esta prohibición, ratificada tiempo después por la Iglesia y luego por los sucesivos poderes temporales, permaneció vigente durante los cuatro siglos siguientes.

¿Cómo nació, entonces, la comunidad judía argentina y cómo pudo llegar a ser una de las más sólidas de la diáspora? Para comprender este fenómeno, no sólo debemos situarlo en el marco de la historia rioplatense del siglo xvii en adelante y hacer referencia a las condiciones políticas, económicas y sociales que reinaban en Europa en los siglos xix y xx, sino que también debemos remontarnos a 1492, aquel lejano año del descubrimiento de América y… ¡de la expulsión de los judíos de España!

Un nuevo continente: ¿un hogar posible?

Judíos españoles y judíos portugueses

Entre los judíos españoles que en agosto de 1492 intentaban huir de la Inquisición, fueron varios los que, bajo el disfraz de oficios tan diversos como el de remero, cartógrafo o médico, abandonaron España a bordo de las carabelas de Cristóbal Colón, desembarcando el 12 de octubre de ese año en las costas de un continente que pensaban era las Indias Occidentales, cuando en realidad habían llegado a América Central.

Otros de sus correligionarios pronto seguirían su ejemplo postulándose para puestos similares cada vez que un nuevo conquistador preparaba sus naves.

Todos ellos salvaron su vida, pero no su pertenencia al judaísmo.

Otros, en cambio, resueltos a permanecer fieles a las creencias de sus ancestros, abandonaron España para refugiarse en Portugal, donde sabían iban a ser recibidos con beneplácito por el entonces tolerante rey don Manuel II. Cinco años más tarde, sin embargo, estos judíos se vieron confrontados, nuevamente, a la obligación de renegar de su fe. Para escapar de la conversión forzada ideada por Manuel II, algunos de ellos lograron llegar al norte de Europa, radicándose unos en Inglaterra, otros en Hamburgo, y otros más en los Países Bajos.

En 1630, algunos de esos judíos, ahora holandeses, se lanzaron, junto a sus nuevos conciudadanos, a la conquista del norte de Brasil, donde sólo pudieron permanecer un cuarto de siglo, dado que los portugueses reconquistaron la región en 1654. Varios de esos fallidos conquistadores judíos volvieron entonces a Holanda, mientras que otros se dirigieron hacia el norte del continente americano, estableciéndose en lo que hoy son los Estados Unidos de América, y otros más tomaron la dirección del sur logrando penetrar en las Provincias Unidas del Río de la Plata, la futura Argentina. Parecería que esos judíos españoles, quienes por la fuerza de los acontecimientos históricos habían pasado a ser judíos portugueses, luego judíos holandeses y más tarde judíos brasileños, fueron bastante numerosos en el Río de la Plata, dado que, llamativamente, el término portugués fue en esta región, y por mucho tiempo, sinónimo de judío.

Las Provincias Unidas del Río de la Plata no serían, sin embargo, el seguro refugio que esperaban encontrar, ya que la Inquisición estaba aún muy al acecho en esa parte del mundo.2

Cansados de tantas huídas y de tanto disimulo, les quedaba una única posibilidad para escapar del largo brazo de la Inquisición: adoptar la religión católica, lo que terminaron haciendo casi todos ellos, sin jamás revelar su identidad anterior.

Sólo unos pocos de estos nuevos cristianos regresarán al judaísmo, pero varias generaciones más tarde y al riesgo de su vida.

Independencia de Argentina y libertad de culto

En 1813, la Asamblea General Constituyente promulga varias leyes que apuntan a la separación entre Argentina y España. La independencia del país, no obstante, sólo se proclamará tres años más tarde, el 9 de julio de 1816.

Cuando el 12 de octubre de 1825 el gobierno de la provincia de Buenos Aires firma la ley que confiere la libertad de culto a los protestantes, hace ya doce años que se ha decretado la abolición de la Inquisición. Cinco meses después de esa ley de libertad de culto, se crea la Comisión para la Inmigración, la cual permitirá formalizar una invitación oficial a los candidatos europeos a emigrar. Con esta, el gobierno apunta a los sajones, mayormente protestantes, y ya no sólo a quienes profesan la religión católica.

Con esas nuevas normativas, aquel año llega un primer grupo organizado de inmigrantes legales, procedente de Escocia; a este le seguirán varios otros, aumentando el número de no católicos en el país.

En 1826, Bernardino Rivadavia, electo primer presidente de las Provincias Unidas del Río de la Plata,3 ofrece la protección de la nación a todo individuo que desee radicarse en el país sin hacer mención de aquellos que profesan el judaísmo, pues si bien el país ya no depende del poder español, la tolerancia religiosa aún no es aceptada por todos los hombres políticos. Recién en 1853, se producirá el verdadero gran cambio en materia de libertad de culto.

Para los judíos, hostigados y discriminados de Europa del Este que buscan emigrar cuanto antes, la situación, pues, no es tan sencilla como para los protestantes. La década comprendida entre 1815 y 1825, en que se forja la independencia de la nación argentina, coincide con el comienzo de una necesidad imperativa de emigración de los judíos de la Confederación Germánica, y luego, de los judíos de Rusia y de Europa Central, donde la exclusión y las persecuciones se tornan cada vez más virulentas. Pero para ellos, pocas puertas parecen dispuestas a abrirse…4

Así y todo, algunos judíos ya han llegado al Río de la Plata, sin darse a conocer como tales. Son originarios, principalmente, de Alsacia y todavía están muy lejos de formar una comunidad organizada.

Presencia judía durante el período de la organización nacional: ¿inmigración espontánea o artificial?

Durante el gobierno de Juan Manuel de Rosas (1835-1852), la inmigración pierde el apoyo del Estado; sólo se autoriza “la inmigración espontánea”.5

Algunos historiadores estiman que antes de 1855 sólo había ocho judíos en Argentina; otros calculan que eran dieciocho, y algún otro, 31. El inicio de la existencia judía legal en Argentina puede fecharse a partir del 11 de noviembre de 1860, día en que tuvo lugar en Buenos Aires el primer matrimonio judío, un casamiento que sólo pudo realizarse después de un sinfín de trámites para lograr que la justicia lo autorizara.

Cuando, en 1862, Bartolomé Mitre es electo primer presidente de la República, ya se registran unas pocas docenas de asquenazíes.6

Mitre le va a imprimir a su política migratoria el mismo sesgo que Rosas, ya que él también es partidario de la inmigración espontánea, lo que no impide, sin embargo, que ese año, en Buenos Aires, un grupito de judíos alsacianos funde la Sociedad Israelita, primera institución judía del país. En 1868, se convertirá en la Comunidad Israelita de la República Argentina (cira), más conocida con el nombre de su sinagoga, el Templo Libertad, construido en 1897.7

La muy modesta presencia judía aumentará después de 1870 con la llegada de varios agentes comerciales de casas inglesas y francesas, así como de joyeros y de algún que otro aventurero…

Con Domingo F. Sarmiento en la presidencia de la Nación Argentina (1868 y 1874), cambia la política migratoria del país. El nuevo presidente afirma que el drama de la nación reside en su gran extensión y su escasez de habitantes, lo que él llama “el desierto”, y que la única manera de acabar con la “barbarie” es recurriendo a la inmigración.8

Juan Bautista Alberdi9 defiende la misma teoría. No obstante, cuando en Bases y puntos de partida para la organización política de la República afirma que hay que mantener el catolicismo como religión de Estado sin excluir las demás creencias, alude únicamente a los cultos cristianos, y cuando se refiere a la mejora de la “raza argentina”, se refiere más bien a los ingleses, alemanes, sajones o nórdicos que a los judíos.

Los años que van de 1870 a 1900 marcan un cambio fundamental para la inmigración judía en Argentina. Si en 1870, la cantidad de judíos en el Río de la Plata aún no superaba los quinientos, sorprendentemente, treinta años después, Argentina se había convertido en el tercer país receptor de inmigración judía en el mundo.

Ese crecimiento excepcional se debe a dos hechos de una importancia capital que se producen en simultáneo, uno en Argentina y el otro en el este de Europa, más precisamente en Rusia, como se entenderá a continuación.

Argentina y su política de inmigración

Sobre la base de los principios de Sarmiento y Alberdi (“gobernar es poblar”), el presidente Nicolás Avellaneda (1874-1880) proclama que “hay que poblar el desierto” y orienta al país hacia una “política de puertas abiertas”.

En 1876, se vota la Ley de Inmigración y Colonización, la cual permitirá favorecer la inmigración europea mediante privilegios especiales concedidos, por un lado, a los inmigrantes y, por otro, a los terratenientes que les vendieran tierras.10

Si bien ni Alberdi ni Sarmiento mencionan directamente la inmigración judía, la citada normativa fue el disparador inmediato de la consolidación del judaísmo argentino.11

La Conquista del Desierto llevada a cabo por el general Julio Roca entre 1878 y 1879 pondrá a disposición del gobierno federal enormes extensiones de tierras al sur y al norte de los ríos Negro y Neuquén, hasta entonces bajo dominación de los indios.

Cuando el 12 de octubre de 1880 Argentina se convierte en una república unificada bajo la presidencia de aquel hombre joven y enérgico que es el general Roca, el Estado cuenta con una asombrosa cantidad de nuevas tierras vírgenes, una coyuntura ideal para lanzar el programa de población y colonización recomendado por el gobierno anterior.

En aquel momento, del otro lado del Atlántico, miles de judíos de Rusia, país donde la cuestión judía es cada vez más dramática, buscan desesperadamente un lugar adonde emigrar.

La cuestión judía en Rusia y la política argentina de “puertas abiertas”

El 13 de marzo de 1881, el zar Alejandro II es asesinado en un atentado. La aristocracia y el gobierno encuentran en ese homicidio una manera de desviar el descontento de las masas, orientando la ira popular hacia los judíos.

Cuando Alejandro III ocupa el trono, su hombre de confianza, decidido a resolver el “problema judío”, le propone la siguiente estrategia: promover la conversión de un tercio de la población judía, obligar al otro tercio a emigrar y… ¡matar a los demás! Aquel plan maquiavélico abría paso a todas las brutalidades y “legalizaba” los pogromos. Organizados por el gobierno, estos son ejecutados por el populacho. Para los judíos, se inicia un sangriento período que dura dos años: 1881 y 1882.

Los tres o cuatro millones de judíos que entonces estaban establecidos en Rusia vivían en una miseria atroz. Reducidos a las tareas más ingratas, hacía ya un siglo que eran obligados a vivir en la Zona de Residencia Forzada.

A partir del pogromo de Kherson, en Galitzia,12 que tuvo lugar menos de un mes después del asesinato de Alejandro II, se desató una ola de violencia contra los judíos en toda la región, en particular en Kiev y Odessa, y aquellos que vivían cerca de las zonas fronterizas fueron expulsados.

Unas cien comunidades judías fueron saqueadas, decenas de judíos fueron asesinados en plena calle, miles fueron reducidos a la mendicidad, mientras nuevas leyes discriminatorias —los Reglamentos Provisionales, que permanecieron vigentes hasta 1917— se promulgaron en todo el país.

El mundo judío tradicional parecía desmoronarse… La frustración orientó a parte de sus jóvenes hacia el sionismo y la resurrección nacional judía, y a otros muchos, hacia los movimientos revolucionarios.

Grandes masas de gente comenzaron a buscar la manera de abandonar Rusia. A pesar de la prohibición de vivir en las zonas limítrofes, miles de judíos se encaminaron hacia las fronteras occidentales del país, y, pese a todas las dificultades, entre seis y siete mil personas lograron reunirse en Brody (Galitzia), con la esperanza de poder emigrar.13

El pueblo judío y Argentina, en el umbral de un nuevo período de su respectiva historia. La Conferencia de Viena de 1882

Los acontecimientos que se producían en Rusia fueron rápidamente conocidos en Europa. El representante en París del organismo argentino para la inmigración entró en contacto con personas influyentes en San Petersburgo, con el objeto de orientar hacia Argentina una parte de los judíos rusos que pretendían emigrar.

En agosto de 1882, trece representantes de organizaciones judías europeas se reunieron en Viena para encontrar una solución a la situación de los 6.363 refugiados concentrados en Brody. Considerando que la emigración era la única posibilidad de salvar a los judíos de Rusia, la Alianza Israelita Universal (aiu)14 se comprometió a ayudar a las primeras familias resueltas a partir.

En Argentina, se hacían oír varias críticas en cuanto a la conveniencia de dejar entrar a judíos en el país, pero el gobierno no se retractó y les abrió las puertas. Ese hecho resulta tanto más llamativo y loable cuanto que, justo en esa época, las organizaciones y la prensa judías de Estados Unidos se oponían a que prosiguiera la inmigración a gran escala a su país, un fenómeno inquietante que se repetía en Inglaterra y en Francia. Los judíos establecidos de larga data en esos países europeos temían, al igual que sus correligionarios americanos, que una excesiva cantidad de inmigrantes judíos de Rusia pusiera en peligro la emancipación que con tanta dificultad habían obtenido.

En tales circunstancias, Argentina parecía ser el único país —pese a varias voces discordantes— dispuesto a recibir a los judíos que intentaban escapar de las persecuciones.

La colonización rural

Los inicios de la inmigración judía organizada hacia Argentina

El engranaje de la inmigración recién comienza a funcionar de veras a partir de 1886, cuando Argentina decide ayudar económicamente a los futuros inmigrantes, sea cual fuere su origen.

Durante algunos años, las condiciones favorables brindadas y sobre todo los pasajes de barco absolutamente gratuitos dieron un ímpetu sensacional a la inmigración en general y a la inmigración judía en particular.

Que un país desconocido para la mayoría de los europeos ofreciera el viaje sin cargo a las personas deseosas de asentarse allí para trabajar la tierra, inclusive a los judíos, ¿acaso no era un espejismo?

¡No lo era!

Convención de Katowice

En 1884, un grupo de 120 familias oriundas de Podolia que habían conseguido llegar hasta Brody se había organizado con el fin de encontrar un destino a donde emigrar.

Sus delegados, reunidos en Katowice, seleccionaron tres posibles lugares: Palestina, África y Estados Unidos; la opción preferida fue Palestina. Argentina aún no aparecía como una alternativa posible.

Tres de los delegados se ocuparon de contactar a los dirigentes del judaísmo francés, con la expectativa de que pudieran ayudarlos a encontrar el modo de emigrar a Palestina, país que entonces se hallaba bajo la autoridad del Imperio otomano, el cual prohibía la entrada a los judíos.

Luego de varias semanas de trámites infructuosos, los delegados de Podolia perdieron las esperanzas de poder establecerse en Eretz Israel.15 En cambio, su estadía en París les había permitido enterarse de que un país desconocido de América del Sur, Argentina, había abierto sus puertas a los judíos de Rusia.

Eliezer Kaufman, jefe de los delegados, logró que le presentaran al gran rabino de Francia, que a su vez le presentó a los directivos de la aiu. De autoridad en autoridad, Kaufman tuvo una entrevista con el Dr. Lamas, director de la oficina que Argentina acababa de abrir en París para promover la inmigración, y luego con J. Frank, agente comercial argentino. Frank, que asimismo era el representante del terrateniente Rafael Hernández,16 le comunicó a Kaufman que este último tenía la intención de vender a los potenciales inmigrantes de Rusia una serie de parcelas de su estancia, la Nueva Plata, situada a unos 60 kilómetros al sur de Buenos Aires.

Así pues, Kaufman firmó un acuerdo con Frank mediante el cual Hernández le vendía tierras para las 120 familias que él representaba. Tal como estipulaba la Comisión de Colonización, Hernández se comprometía a pagar una parte de los gastos del viaje de esos aspirantes a colonos y a proporcionarle a cada familia un terreno, una residencia temporaria, herramientas y animales, así como alimentos hasta que pudieran vivir de sus propias cosechas.

Los judíos del Weser: primeros tiempos en Argentina

El grupo de Podolia comenzó a prepararse. Así resume Haim Avni su epopeya: “Gracias a la ayuda de la Alianza Israelita Universal y de Sigmund Samuel, un rico comerciante de Berlín, los más de ochocientos aspirantes a colonos de Kamenetz pudieron finalmente, después de muchos impedimentos, embarcarse en el navío Weser, el cual, el 14 de agosto de 1889, tras 35 días de travesía y un año después de que el grupo hubiera comprado sus tierras, llegó al puerto de Buenos Aires con sus 826 pasajeros judíos”.17 Era la primera vez que desembarcaba en Argentina un grupo organizado de judíos.

Con su rabino, sus Rollos de la Ley y su respeto por las tradiciones, los recién llegados formaban una auténtica congregación, mucho más organizada que los 1.500 judíos que entonces vivían en Buenos Aires.

Esos 826 judíos de Podolia iban a constituir la base de la colonización agraria judía en las provincias de Entre Ríos y Santa Fe, bastiones de lo que durante mucho tiempo se llamó, aunque de manera errónea, un “crisol de razas”.

Entre 1881 y 1888, la cantidad de extranjeros de toda procedencia llegados a Argentina aumentó de forma tal que, lamentablemente, las autoridades decidieron frenar por completo la emisión de pasajes gratuitos y el otorgamiento de subvenciones a los aspirantes.

Los comienzos de la inmigración judía en Argentina se sitúan justo en aquel momento, en 1889, cuando ya no pueden contar con pasajes brindados por el gobierno argentino y, en simultáneo, comienza a brotar por todo el país una inquietante agitación social provocada por la falta de vivienda, las malas condiciones laborales y los elevados precios de los productos alimentarios.

El período propicio para la inmigración judía parece haber quedado muy atrás…

¿Sería esa la razón por la cual la Dirección General de Inmigración tardó tanto en concederles la autorización de desembarco a los judíos del Weser? ¿O acaso fue por sus largas barbas, sus extrañas ropas y sus peot,18 que deben de haber causado una extraña impresión en las autoridades portuarias?

Numerosos escollos hicieron de esos primeros días en suelo argentino una amarga experiencia para los podolianos, pero lo más grave e incomprensible fue que las tierras que habían comprado ya no estaban disponibles. ¡Hernández se había retractado!

¡Esto significaba que su magra fortuna había sido invertida en tierras que ya no les pertenecían! ¡Lo habían perdido todo!

Los judíos de Buenos Aires se acercan a ellos para ayudarlos y les ofrecen los servicios del abogado de la colectividad, el Dr. Pedro Palacios, quien enseguida se muestra interesado por la posibilidad de venderles una parte de las tierras que posee a 650 kilómetros de Buenos Aires, en la provincia de Santa Fe, región donde se está construyendo la línea de ferrocarril Buenos Aires-Tucumán. La última estación de esa línea, en construcción ella también, se encuentra precisamente en las tierras del abogado y lleva el nombre de la familia, Palacios.

Los podolianos aceptan ese nuevo contrato y compran las tierras que les ofrece Palacios a 40 pesos la hectárea, cuando en la región ¡el precio ronda los cinco o diez pesos!

Y he aquí que la historia se repite: llegan al lugar y no hay nadie para conducirlos hasta sus tierras, como se les había prometido. ¡Palacios tampoco cumplió con su compromiso!

Los judíos del Weser pronto se hallan en la más aguda indigencia. “Debieron instalarse en galpones del ferrocarril, en vagones abandonados, algunos en carpas de lona, otros en madrigueras. Aquellos judíos deambulaban entre los pastizales, sin comida suficiente, sin trabajo, sin higiene… Si hasta se nutrían de raíces, agrega Fanny.”19

Sometidos a lo largo de cuatro meses a las inclemencias del tiempo, sin ropas adecuadas, sin alimentos, sin suministro de agua, en aquella región deshabitada, su resistencia no puede sino sorprender. Pero no todos resistirán. Las condiciones son cada vez más deplorables. No hay intimidad posible, tienen hambre, desfallecen, varios mueren…

En esa pampa donde el horizonte se pierde y parece ya no existir de tan lejos que se lo percibe, la felicidad de haber podido huir de Rusia se desvanece a medida que transcurren los días.

Reducidos a la miseria, ¿a quién mendigarle si no hay nadie alrededor? Los únicos seres humanos que conocen son los obreros que trabajan en el ferrocarril y que les traen pan y galletas cada vez que pueden.

El destino se empecina con el grupo de Podolia: 62 niños mueren de una epidemia y deben ser enterrados dentro de bidones de kerosene, a falta de otro material apto para fabricar ataúdes…

El Dr. Wilhelm Loewenthal

El proyecto de inmigración rural está a punto de naufragar cuando se produce el milagro que permitirá a los judíos del Weser sobrevivir y a la colonización agraria judía de realmente iniciarse.

El Dr. Loewenthal, bacteriólogo francés que había sido invitado por el ministro de Asuntos Exteriores de Argentina a realizar una investigación sobre el estado de salud de la población, estaba viajando en tren de Buenos Aires hacia Tucumán, cuando, en el andén de una estación perdida en medio de la infinita llanura verde, ve a gente harapienta y distingue, en la cacofonía de sus ruegos, sonoridades que le son familiares, ¡palabras en ídish! Menuda sorpresa se lleva el hombre, pero enseguida ata cabos: ¿no le había recomendado la aiu que una vez llegado a Argentina averiguara qué había sido del grupo del Weser, del cual nadie tenía noticias en Francia? ¡Pues allí estaba el grupo del Weser, en el andén de la estación Palacios!

Loewenthal desanda inmediatamente el camino, vuelve a Buenos Aires y pide una audiencia con el canciller argentino, quien conmina al Dr. Palacios a cumplir con sus promesas. Herido en su amor propio, Palacios acude sin demora a sus tierras para organizar el transporte de las cincuenta o sesenta familias que aún se encuentran en sus tierras.




Los podolianos en sus tierras: Moisés Ville

He aquí a aquellos pioneros de la colonización agrícola judía en Argentina, por fin en sus “dominios”: ¡tierras yermas, llenas de arbustos impenetrables, suelos donde la mano del hombre jamás aún ha plantado algo!

Grande, sin embargo, es la emoción. ¡Esas tierras son suyas, les pertenecen!

Conmovido hasta lo más hondo de su ser, el rabino que los acompaña, Aron Goldman, compara al grupo de los podolianos con los judíos salidos de Egipto, y el hogar que están fundando será bautizado con el nombre del libertador bíblico, Kiriat Moshé, ¡la ciudad de Moisés, Moisés Ville! ¡Una “ciudad judía” en Argentina!

Los primeros tiempos de esos judíos en Argentina fueron marcados por un sinnúmero de adversidades. Las condiciones de vida eran de lo más primitivas: escaseaba el combustible, los animales merodeaban. Y como si el destino quisiera ponerlos a prueba, períodos de sequía sucedieron a años de inundaciones; luego los cielos fueron invadidos por nubes de langostas, plaga bíblica que devora las cosechas y hasta las cortinas y la ropa en los armarios. Y la muerte… cuarenta personas perecieron por causa de la desnutrición.


No sólo les fue adversa la naturaleza, sino también la convivencia con los gauchos. La mentalidad de aquellos “hombres de a caballo” sólo podía resultarles incomprensible a los colonos judíos. En aquella época, el gaucho todavía era un ser solitario, sin domicilio fijo; el hombre de los grandes espacios, que no tenía obligación ni para con un patrón ni para con una mujer; un hombre cuyo único bien era su caballo, y cuya única práctica religiosa consistía en encenderle una vela al santo protector que desde la pared de su rancho tal vez le concedería el favor que le solicitaba. Los gauchos más bien creían en las almas del purgatorio. En sus fantasías, la llegada de aquellos forasteros barbudos no podía ser más que una amenaza para su modo de vida, de allí su desconfianza y su agresividad en los primeros años. Para unos y para otros, convivir fue un aprendizaje difícil.


Como triste efecto de ese choque de culturas, varios asesinatos añadieron su dramática nota a las dificultades de los primeros tiempos…

Allí en el cementerio de Basavilbaso, donde la brisa parece querer borrar todo dolor, me detengo frente a una gran piedra tumbal. Nunca antes había visto una lápida tan grande. Cuadrada, fría y descarnada, cubre los restos de una familia entera… Entre las tumbas cubiertas de citas en letras hebraicas ya buriladas por el viento, va caminando una anciana que todavía recuerda los alevosos hechos y mientras limpia las lápidas de aquellos judíos que la criaron y a quienes amó, cuenta al visitante la historia de quienes forjaron las colonias entrerrianas y también la de esta familia que había huido de Rusia temiendo los pogromos sólo para encontrar la muerte en suelo entrerriano, víctima del desconocimiento y de la desconfianza de unos pobres nativos.

Por encima de la sencilla pared de piedra que rodea al camposanto, apabullan la lontananza y los verdes pastizales, las vacas por miles, los sauces llorones y los eucaliptos del buen aire.20

Por las colonias, corre la voz… ¡Matan a los judíos!

¿Otra vez la persecución?

¡No! El contexto de esos hechos trágicos es absolutamente distinto pero no por eso menos dramático.

Mientras en Rusia el odio a los judíos provenía de siglos de intolerancia religiosa y de supuestas diferencias raciales, los asesinatos perpetrados por los gauchos no fueron motivados ni por la religión, ni por la raza, ni por las costumbres, sino por el miedo de verse desposeídos de las tierras que sentían como propias y donde, cuando lo creían necesario para su supervivencia, hallaban un trabajo temporario.

A medida que pasaron los años, los gauchos comprendieron que los judíos no eran sus enemigos, que aquellos barbudos les daban empleo y, la mayoría de las veces, también techo y comida. Poco a poco, una franca amistad reemplazó la desconfianza, y el gaucho llegó a enseñarle al judío los secretos de la naturaleza y hasta a manipular el facón.21

Los pogromos, el “desierto” argentino y un hombre que coloca su fortuna al servicio del salvataje de los judíos de Europa

La colectividad judía de Argentina no sería lo que es hoy si a la decisión del gobierno argentino de abrir las puertas del país a todos los hombres de buena voluntad no se hubiera sumado la decisión de un hombre, el barón Hirsch, quien tras la muerte de su hijo resolvió destinar su fortuna a mejorar la vida de los judíos pobres y perseguidos de Europa del Este y del Cercano Oriente. “He perdido a mi hijo, pero no a mi heredero —escribió—. El pueblo judío y la humanidad recibirán mi herencia.”22

En Le Moïse des Amériques,23 Dominique Frischer afirma que el barón Hirsch creía “en la regeneración de sus correligionarios por medio de la instrucción y el trabajo de la tierra en el Nuevo Mundo. En la coyuntura en la que vivían, la herramienta primordial, a su modo de ver, era poner tierras a su disposición para que pudieran trabajarlas”.

Tan pronto como regresó a París, el Dr. Loewenthal presentó un memorándum a las autoridades de la aiu, describiendo la situación desesperada del grupo de Podolia y el proyecto que había esbozado para la creación de una empresa de colonización agraria en Argentina, a fin de asegurar el futuro de los judíos de Rusia.

La aiu asumió el deber de prestar su concurso a la realización del proyecto y transmitió dicho memorándum al barón Hirsch. Este, “indignado por las condiciones de vida de los judíos de Europa Central, que había podido observar durante la implantación de la red ferroviaria Viena-Constantinopla, se propuso, a partir de la iniciativa de Loewenthal, hacer emigrar a tres millones de personas de Rusia hacia Argentina, Brasil, Uruguay, Canadá y América del Norte”.24 Aquella empresa debía transformar en colonos a la mayor cantidad posible de judíos de Rusia y, así, demostrar al mundo que el hombre judío podía adaptarse a “trabajos nobles”, y no sólo vivir de la usura y el comercio.

La Jewish Colonisation Association (jca) y la colonización agraria judía en Argentina

La jca, uno de los organismos filantrópicos judíos más destacados de nuestra historia, fue constituida en agosto de 1891. Contrariamente a los organismos colonizadores que ya existían en Argentina, su meta no era hacer fructificar los enormes capitales que iba a invertir en la colonización rural, sino establecer en Argentina un núcleo sólido de agricultores judíos para que cada uno de ellos pudiera labrar su tierra y sacar de allí su medio de subsistencia.

Si bien distó mucho de ser perfecto, el programa del barón Hirsch fue una empresa notable, que se propuso encontrar un “asilo activo” para varios miles de judíos por año.

Los pampistas

El 15 de diciembre de 1891, llegaba al puerto de Buenos Aires el vapor Pampa. A bordo venía el segundo contingente de aspirantes a colonos judíos, oriundos, en este caso, de Odessa (Besarabia).

Al igual que los podolianos, los ochocientos pampistas se habían organizado por sí mismos y habían invertido todo lo que poseían en la preparación de su emigración a Palestina. Consiguieron llegar hasta Constantinopla, sólo para enterarse de que las puertas de Palestina permanecerían cerradas para ellos. ¿Dar marcha atrás? ¡Imposible! Su situación parecía sin salida, cuando el barón Hirsch, al tanto de esa grave situación, decidió asumir su protección pagándoles el viaje a Argentina.

Así fue como los judíos de Odessa fueron el primer grupo de futuros colonos agrícolas ayudados por la jca, la cual había sido fundada sólo cuatro meses antes.25

Cuando los pampistas llegaron a Buenos Aires, la jca aún no había tenido tiempo de adquirir las tierras que les estarían destinadas. Primero enviados a un gran hotel de turismo a unos 500 kilómetros al sur de Buenos Aires, debieron finalmente tomar un barco que remontó el Paraná y los llevó a la provincia de Entre Ríos. Unos se establecieron en Basavilbaso; los otros, en Domínguez y San Antonio.


Vuelta al trabajo de la tierra. Esperanzas y desazones

Dice Alberto Gerchunoff: “La rueda mayor giró y el grano empezó a derramarse como lluvia dorada bajo la bíblica bendición del cielo inundado de luz. [Moisés] colocó su mano, bajo la clara cascada de trigo, y así la mantuvo un largo rato. ¿Veis, hijos míos? Este trigo es nuestro… Y por sus mejillas, aradas por una larga penuria, corrieron dos lágrimas, que cayeron, con el chorro de gordo grano, en la primera bolsa de su cosecha”.26

¡Una inmigración judía rural! El concepto no es frecuente ni muy conocido, y la obra de la jca, que sin embargo se forjó en Francia, aún es ignorada por gran parte del judaísmo francés y más ignorada aún por los judíos en general.

El ambicioso programa del barón Hirsch, que esperaba que Argentina pudiera recibir entre tres y cinco mil colonos judíos por año, lamentablemente no pudo concretarse sino de manera muy limitada.

Pese a todo, la colonización agraria judía en Argentina es un fenómeno sociohistórico único en la historia judía. El hecho de haberse visto privados durante siglos del derecho a la propiedad de la tierra en la mayoría de los países donde vivían había convertido a gran parte de los judíos en habitantes urbanos, artesanos, pequeños comerciantes, gente sencilla, pero también pedagogos, médicos, abogados. Para unos como para otros, era prácticamente imposible concebir que podrían volver al trabajo agrícola, y más difícil aún imaginar que llegarían a trabajar una tierra tan distante y tan distinta del entorno judío conocido. Esta epopeya, la colonización judía agraria en Argentina, teñida del milenario ideal del retorno a la tierra bíblica, ha marcado la formación de la colectividad judeo-argentina, hoy una comunidad casi enteramente urbana, con un sello muy particular.

La obra de la jca tras la muerte del barón Hirsch

La muerte del barón Hirsch, que tuvo lugar en 1896, justo antes de la visita que su esposa y él proyectaban hacer a Argentina, marcó un punto de inflexión en la obra de la jca, que devino en una gran burocracia de estilo colonial inglés que perduró así hasta 1970.

Durante sus ochenta años de actividad, la Jewish Colonisation Association llegó a “colonizar” a cuatro mil familias, 35.000 personas en total, una cifra apreciable pero inmensamente menor a la proyección hecha por el barón, que esperaba salvar entre dos y tres millones de judíos.

En Argentina se fundaron dieciséis grupos de colonias judías, la primera en 1892 y la última en 1937.

De una extensión total de 617.500 hectáreas (6.175 kilómetros cuadrados), las colonias estaban repartidas en siete provincias; cada una de ellas estaba formada por varios grupos de “subcolonias”. A su vez, cada subcolonia estaba compuesta por “líneas” a lo largo de las cuales se ubicaban entre diez y doce casas. Allí, en esta urbanización tan peculiar, poco a poco se fue recreando la vida judía de Europa y cada colonia pronto tuvo su centro comunitario y cultural, su sinagoga, su biblioteca, su teatro, su cooperativa y su hospital, así como su o sus escuelas.

La enseñanza impartida en los colegios de las colonias no tenía nada que envidiarles ni a las escuelas públicas ni a las escuelas privadas. La formación de los docentes, entre los cuales varios eran jóvenes sefardíes con diploma de la aiu de París,27 era excelente. A la jca se le había ocurrido contratar a esos maestros porque su idioma materno, el djudeo-español o djudezmo, tan cercano al español, iba a permitirles una comunicación más fluida con la población local que la que podían tener docentes recién llegados de Rusia.


Los gauchos judíos

“El trabajo era duro, pero la vida era bella”, les dirá cualquier exgaucho judío. “La vida nos parecía muy hermosa, no me lo vas a negar, Bernardo, ensillabas tu caballo con un buen apero ¡y te sentías un príncipe!”28

El esfuerzo físico se veía compensado por una intensa vida comunitaria y por los placeres del espíritu. Celia, que vivía en la colonia Barón Günzburg, disfruta recordando las obras de teatro en ídish o en castellano que daba la compañía local. Luis, bon vivant, se sentía más atraído por “las reuniones alrededor del gramófono, en casa de uno u otro de los jóvenes de la colonia. Bailábamos, cantábamos, éramos felices…”.29

En cuanto a Bernardo, él prefería el kestel uvnt,30 una velada (uvnt) donde se charlaba sobre un tema escogido al azar entre los papelitos que previamente se habían introducido en una caja (kestel). “Me emociona recordar las infinitas inquietudes culturales que animaban a aquellos sufridos colonos, quienes, lejos de cualquier ciudad importante, se las ingeniaban para quedar conectados con la actualidad y con el pensamiento —dice Bernardo—. En cada papelito —se extraía uno al azar—, se había escrito algo: cita literaria, pregunta histórica, dilema ético, problemas morales, etc… temas todos ellos que daban lugar a reflexiones en grupo y a intensos debates. ¡Con qué pasión se debatía!”31

La llegada de los diarios se esperaba con impaciencia. Algunos colonos recibían el periódico de la capital. Otros, como el padre de Bernardo, o el de Celia, recibían Di Yiddishe Gazete desde América del Norte.32

Los primeros grupos de colonos conformaron la base de una vida judía rica en creación espiritual y cultural. Un porcentaje elevado de figuras destacadas del judaísmo argentino desciende de esos primeros inmigrantes, y la comunidad judeo-argentina reconoce en numerosos descendientes de colonos una suerte de aristocracia espiritual e intelectual.33

Los aportes de la colonización judía a la agricultura argentina

Para luchar contra los miserables precios que se les pagaba por su producción y contra el monopolio de la venta de semillas que poseían los estancieros, los colonos decidieron unirse. Así fue cómo surgieron las primeras cooperativas agrícolas de América Latina, con el objeto no sólo de mejorar las condiciones de comercialización de las cosechas, sino también de obtener mejores precios para la compra de herramientas, semillas y demás factores de producción que necesitaban. Las primeras cooperativas rurales del país nacieron a partir de las ideas del ingeniero Miguel Sajaroff en 1900 y 1904, respectivamente, en Basavilbaso y Domínguez. Más adelante, se crearon cooperativas de producción lechera, así como comisiones de arbitraje para dirimir los diferendos entre los miembros de una colonia.

Los colonos judíos fueron pioneros en la utilización de la maquinaria agrícola e introdujeron cultivos que eran poco conocidos o aún totalmente desconocidos en el país, como el girasol, plantado por primera vez en Carlos Casares, o el ajo, en Médanos, ambos en la provincia de Buenos Aires. Mejoraron la producción de otros cultivos como la alfalfa, principalmente en Moisés Ville; la cebada, en Rivera y Bernasconi; las hierbas secas, en Colonia Dora y Moisés Ville.

Las cooperativas impulsaron la industrialización de la materia prima en los lugares de producción, dando lugar a la creación de las primeras queserías, lecherías y fábricas de manteca en las provincias de Santa Fe y Entre Ríos.

Otra consecuencia de los cambios que se produjeron a partir del trabajo de los colonos judíos en la producción alimentaria fue la necesidad de medios de transporte más eficientes, para que los productos elaborados en las colonias pudieran circular entre las diferentes provincias, lo cual derivó en un mayor desarrollo del ferrocarril.

Señalemos, asimismo, que el sistema proyectado por la jca se basaba en la diversificación de la producción, en extensiones de tierra más reducidas que lo que se estilaba en Argentina. La economía mixta que introdujo, fundada en una explotación intensiva, era muy distinta del cultivo y la ganadería extensivos que el país había conocido hasta entonces.

La segunda generación de gauchos judíos

Entre los jóvenes nacidos en las colonias, numerosos fueron los que optaron por una educación secundaria y superior y se fueron a vivir a Santa Fe, Rosario, Córdoba o Buenos Aires. El fenómeno “m’hijo el dotor” representó un éxodo considerable de posibles futuros colonos, pero también una cepa particularmente interesante de nuevos miembros de las colectividades judías urbanas.

De entre los hijos de colonos que intentaron incorporarse al movimiento colonizador, muchos debieron luchar contra la falta de previsión de la jca, que no había anticipado como correspondía la segunda fase de la colonización. La infraestructura en general fue deficiente para las familias que se formaban. Los jóvenes que querían continuar en el marco de la jca prácticamente no tenían parcelas para comprar, o bien aquellas disponibles se encontraban lejos de las de sus padres, lo cual obstaculizaba la utilización de la misma maquinaria. Si la jca se hubiera preparado mejor para la segunda y tercera generación, la colonización habría podido cobrar un cariz diferente y, sobre todo, incitar y ayudar a otros judíos de Europa a venir a Argentina.

Así y todo, luego de los dramáticos años iniciales y pese a las crisis económicas que afectaron a la agricultura, la vida en las colonias judías se fue tornando poco a poco más fácil, más amable. Los colonos le tomaron cariño al país. Trabajaban la tierra o criaban animales, al tiempo que llevaban una vida profundamente judía, tanto en el plano religioso como comunitario y cultural, lo cual convertía a la suya en una sociedad muy diferente de las que se habían desarrollado en el mundo rural argentino tradicional, caracterizadas por el aislamiento social y cultural.


Las tierras eran fértiles y trabajo no faltaba. Comían a su antojo y eran libres. Podían mandar a sus hijos a la escuela y a la universidad. ¡La vida en este país era una bendición! Eso era lo que percibían los colonos y lo que les escribían a sus parientes o amigos que se habían quedado en Europa, invitándolos a abandonar el viejo continente y sus pogromos. Así fue como muchos tomaron la resolución de emigrar a su vez, en forma individual la mayoría de ellos, y con el objetivo de instalarse en las ciudades.

“La alternativa argentina” pasó incluso a ser preferida a la de Estados Unidos, ya que los controles sanitarios aquí eran menos severos y también porque los valores religiosos judíos, se decía, corrían allá serios peligros.

En Historia de los judíos argentinos, Ricardo Feierstein sostiene, con razón, que la colonización judía agraria implica un proceso transcultural sin precedentes en la historia del pueblo judío, dado que sustituyó el trabajo servil, la discriminación y las limitaciones que la vieja Europa imponía a los judíos por la cultura moderna de la libertad.

Nos es lícito preguntarnos, sin embargo, si lo de “gaucho judío”, esta hermosa expresión acuñada por Alberto Gerchunoff, se correspondía con la realidad que vivía el hombre judío en las colonias argentinas. ¿Es esta expresión, que deja entrever una conjunción perfecta entre la inmigración judía y la generosidad de la tierra argentina, realmente acertada? La respuesta de Feierstein, que compartimos, es que no es del todo atinada, pues los judíos, que siempre fueron hombres muy ligados a su familia y a la vida comunitaria, jamás habrían podido ser auténticos gauchos, hombres por definición sin apego.

Suponemos, con Feierstein, que si Gerchunoff creó esa expresión que sólo remite a una figura mítica fue para recalcar la integración del judío a la tierra argentina y a las costumbres de ese país y concluiremos, como él, que el mestizaje que se produjo en Argentina es un mestizaje cultural excepcional, que enriqueció ambas culturas, la judía y la argentina.

Lamentablemente, esa epopeya judía, tan rica en esperanzas, tan pletórica en proezas y en logros, estuvo lejos de salvar a todos los judíos de los horrores, de los pogromos primero, y luego del nazismo que pronto asfixiaría la conciencia de Europa.

1 Los puntos suspensivos y los signos de interrogación del nombre que hemos elegido para nuestro grupo intentan reflejar los sentimientos encontrados que tenemos cuando de Francia hablamos: amor, nostalgia y dolor.

2 En las Provincias Unidas del Río de la Plata, la Inquisición recién fue abolida en 1813.

3 Primer nombre oficial del país independiente.

4 Fuentes: Haim Avni, Argentina y la historia de la inmigración judía. 1810-1950, Buenos Aires, amia, 1983; Ricardo Feierstein, Historia de los judíos argentinos, Buenos Aires, Ameghino, 1999; Hélène Gutkowski, Vidas… en las colonias. Rescate de la herencia cultural, Buenos Aires, Contexto, 1991, p. 5.

5 En el caso de Argentina, la inmigración espontánea es la que se da por decisión de los propios migrantes, quienes no reciben ni incentivo ni ayuda del gobierno, mientras que la inmigración artificial es la que está alentada desde el gobierno, con leyes permisivas y hasta, a veces, con ayuda material, para paliar el déficit de población.

6 Judíos oriundos de Europa Central y Rusia.

7 Ese templo, que todavía lleva el nombre de la calle donde está situado, fue reconstruido bajo su forma actual en 1932.

8 Efectivamente, Argentina era entonces el país menos poblado de América, con un habitante cada 2 kilómetros cuadrados.

9 Autor intelectual de la Constitución Argentina promulgada en 1853.

10 Esa ley quedará vigente hasta 1946.

11 Véase Haim Avni, Argentina y la historia de la inmigración judía, op. cit.

12 Galitzia, región ubicada al sur de Polonia, fue disputada en varias oportunidades por Austria, Rusia y Polonia. En la época a la que nos referimos, pertenecía al Imperio austro-húngaro.

13 De Brody partió un gran número de judíos oriundos de la Zona de Residencia Forzada hacia Estados Unidos, Inglaterra, América del Sur y Palestina.

14 Institución francesa de educación y beneficencia, creada en 1860 por un grupo de intelectuales judíos franceses, Adolphe Crémieux y Michel Netter, entre otros.

15 En hebreo, tierra de Israel. [N. de la T.]

16 Hermano del poeta José Hernández, autor del Martín Fierro.

17 Véase Haim Avni, Argentina y la historia de la inmigración judía, op. cit.

18 Vocablo en hebreo que designa las mechas de cabello que los judíos ortodoxos se dejan crecer en las sienes.

19 Hélène Gutkowski, Vidas… en las colonias. Rescate de la herencia cultural, op. cit., p. 5.

20 Hélène Gutkowski, Vidas… en las colonias. Rescate de la herencia cultural, op. cit.

21 Puñal que el gaucho siempre lleva en la cintura.

22 Maurice de Hirsch, nacido en Alemania en 1831 en el seno de una familia de banqueros, aumentó su fortuna de manera considerable al participar en la construcción de ferrocarriles en Oriente.

23 Dominique Frischer, Le Moïse des Amériques, París, Grasset, 2002.

24 Ibid. La Jewish Colonisation Association (jca) también creó colonias en Uruguay, Brasil, Canadá y Estados Unidos, que, por distintos motivos no prosperaron.

25 La colonización agraria es una empresa que apunta a comprar tierras en un país extranjero para que quienes quieren emigrar de donde viven junto con su familia puedan instalarse allí y vivir del producto de su trabajo agrícola. Su objetivo es facilitar a los inmigrantes-trabajadores rurales, los colonos, la posibilidad de ser propietarios de la tierra labrada. En general, se propició la instalación de varias familias oriundas del mismo país en una misma localidad, para, de esta manera, formar una colonia. En Argentina, hubo colonias italianas, alemanas, rusas, suizas, judías e inclusive una colonia francesa, Pigüé, situada al sudoeste de la provincia de Buenos Aires y creada en 1884 por un grupo de 166 habitantes de Aveyron.

26 Alberto Gerchunoff, Los gauchos judíos, Buenos Aires, Aguilar, 1975. Nacido en Proskurov (Podolia), Gerchunoff era un niño de 6 años cuando su familia llegó a Argentina en 1889. Su padre fue asesinado por un gaucho unos meses después de instalarse en Moisés Ville.

27 Término que designa a los descendientes de judíos expulsados de España en 1492 y de judíos que fueron convertidos a la fuerza en Portugal en 1497. Deriva del término Sefarad, que en hebreo significa España. Aproximadamente la mitad de los judíos españoles prefirieron el exilio a la conversión. Se establecieron en varios de los países de la cuenca mediterránea y de los Balcanes, principalmente en aquellos que pertenecían entonces al Imperio otomano, donde fueron recibidos con beneplácito.

28 Hélène Gutkowski, Vidas… en las colonias. Rescate de la herencia cultural, op. cit., p. 118.

29 Ibid.

30 Velada del buzón. Véase Ibid.

31 Ibid., p. 202.

32 Ibid.

33 Ricardo Feierstein, Historia de los judíos argentinos, op. cit.

Querido país de mi infancia

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