Читать книгу El vínculo que nos une - Hugo Egido Pérez - Страница 10

Оглавление

5. Admiel Perlman

Admiel Perlman entró en su despacho después de saludar a María, la secretaria del gabinete de psicólogos donde ejercía su labor profesional junto a sus otros dos socios ocupando la segunda planta de un viejo edificio del centro de Madrid.

Al sentarse en su sillón de trabajo comenzó a leer los correos electrónicos que había recibido.

Sonó el teléfono.

–Hola Admiel, soy Olga Fito. ¿Cómo te pillo?

–¡Olga! ¿Cómo estás, guapa? Hace siglos que no sé nada de ti, desde…

–El Congreso de Barcelona sobre nuevas terapias clínicas de hace tres años.

–¡Sí!, cierto. Buff, tres años ya, ¡cómo pasa el tiempo! ¿Y qué? ¿Cómo van las cosas?

–Bien, sigo con mi cartera de pacientes, publico en distintas revistas del sector, las charlas, en fin, que no me puedo quejar. Te llamo precisamente por una paciente mía; la verdad que es una paciente muy especial ya que posiblemente es con la que llevo, de forma más o menos intermitente, más tiempo en consulta.

–Entiendo.

–Me ha pedido que intente buscar un buen profesional que trate a su sobrina y, bueno, he pensado en ti.

–Gracias, Olga. Tendré que mirar cómo tengo la agenda porque creo que no puedo admitir a ningún paciente más.

–Admiel, por favor, no te llamaría si no fuese importante para mí. Por lo que me ha contado, estoy segura de que le podrás ayudar y necesita ayuda.

–¡Todos la necesitan!, ¿no crees? Está bien, Olga. Pásame los datos de contacto y la llamaré.

–Te lo agradezco de verdad. Cuando vuelva de París te llamo y hacemos por tomar un café… invito yo.

–No seas tonta, será un placer volver a verte. En fin, esta vida que llevamos; no nos da tiempo ni para respirar.

Al colgar el teléfono se quedó un rato pensativo. Conocía a Olga Fito desde el primer año de su llegada a España, durante el interminable proceso de convalidación de su título de Psicología Clínica después de haber realizado un curso puente de un año para homologar las asignaturas que había cursado en Uruguay con el sistema educativo español.

Admiel Perlman había nacido en Uruguay hacía ya treinta y seis años en el seno de una adinerada y próspera familia judía de comerciantes de origen alemán que, por una perfecta mezcla de azar y nazismo, pensaron que para la supervivencia de la familia resultaba más inteligente quedarse por unas décadas a vivir en un país mestizo e inclasificable como era el Uruguay de finales de los años treinta. Después de «recibirse» en la universidad decidió que necesitaba vivir con algo más de libertad. Si para un joven de cualquier parte del mundo es necesario e incluso sano vivir el proceso de emancipación de la familia, para un joven judío que forma parte de una comunidad muy cerrada y ortodoxa resulta absolutamente necesario. Así que, con poco más de veintitrés años, dos maletas y los reproches de su padre, de su madre, de sus hermanos y de parte de su familia revoloteando en su cabeza, cogió el avión que le llevaría a Madrid para comenzar la vida profesional y personal que necesitaba.

María entró en el despacho y lo miró. Admiel, como tantas otras veces, estaba desconectado del mundo.

–¡Admiel! Te he dejado un par de sobres importantes sobre la mesa. ¡Ah! y Elsa me ha pedido que no te vayas sin pasar a hablar con ella.

Lo primero en lo que reparó María en su primer día de trabajo en el gabinete psicológico donde ejercía Admiel fue en aquel hombre tan atractivo. La entrevista de trabajo que la llevaría a ese puesto la había pasado con sus dos socios y compañeros de gabinete, no con él, así que la primera vez que le vio aparecer la cogió completamente por sorpresa.

Admiel tenía dos socios con los que compartía el gabinete de Psicología. Vicente Martín, algo mayor que él y más especializado en el mundo de la consultoría de Recursos Humanos, y Elsa Sánchez, especialista en psicopedagogía infantil, que además era profesora en una de las más prestigiosas universidades de la ciudad. Elsa había sabido utilizar con mucha habilidad su puesto en la universidad para generar una clientela que le había facilitado el acceso a los medios de comunicación de masas. Como casi todos los profesores universitarios era una excelente divulgadora que además daba muy bien en cámara, por lo que solía ser invitada a tertulias o programas que tratasen aspectos relacionados con la educación o diversos trastornos de niños o adolescentes. Como siempre les decía a sus socios, «estos programas están ávidos de contenidos y, como suelen escorar hacia el amarillismo o el sensacionalismo indisimulado, necesitan darles una pátina de respetabilidad invitando a un profesional».

–Ok, en cuanto termine de leer los correos me paso a ver a Elsita.

–Pero no tardes mucho; por su agenda he visto que tiene un acto dentro de una hora.

–Captado. Ahora me paso. Gracias, María, no sé qué haría sin ti.

El vínculo que nos une

Подняться наверх