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PRÓLOGO

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EN LA VIDA SIEMPRE hay tareas que dejamos a un lado, por cumplir con las cosas urgentes del día a día. Sin embargo, todo llega a su debido momento… es así como decidí escribir este libro que durante mucho tiempo anuncié y solo ahora concreté. Pretendo registrar aquí las diferentes vivencias de las que fui testigo, en una de mis etapas como servidor público. Consideré que debía plasmar en un escrito los tiempos aciagos que vivió nuestro país, cuando en todo el territorio nacional ocurrían —en promedio— más de diez secuestros diarios, llegando a liderar el ranking mundial de esta deshonrosa clasificación. Son tiempos que no pueden volver a vivirse. Otro motivo que impulsó mi decisión fue mostrar la otra cara del trabajo que, de manera honesta y denodada, hicimos en el DAS institución que, al momento de su liquidación cumplía cincuenta y ocho años de existencia. Aplica aquí el proverbio africano que algún escritor latinoamericano ya ha citado: «Hasta que los leones tengan sus propios historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador». Nada más cierto que este aforismo. El país solo conoció una versión sobre los hechos que llevaron a la liquidación de la institución, no teníamos el «historiador» que contara nuestra verdad, y espero con este libro comenzar a compartirla. Aspiro a que este sea el primero de varios escritos que contribuyan en algo a conocer la verdad, de forma integral.

Narro aquí algunos de los casos de secuestro, todo sobre hechos reales, en donde se evidencia cómo la sociedad colombiana, en la década de los 90 al 2000, soportó con estoicismo la pérdida de sus derechos y libertades, ante el incremento de esta práctica ilegal de financiación, elegida por los grupos armados como método para conseguir dinero. El libro inicia con la formación que recibíamos como detectives en Aquimindia, la gran escuela que ha quedado hoy en el olvido para luego adentrarnos en las historias, narradas desde el ángulo de quien las vivió buscando la libertad de los secuestrados, con total realismo e intentando transmitir de manera objetiva el lado humano, tanto de los investigadores como de las víctimas de este flagelo, sus familias, los métodos y prácticas investigativas y de inteligencia que se mezclaban para lograr un propósito que, tristemente, no siempre culminó con un final feliz.

Constantemente aparecen en la narración los detectives del DAS y los soldados de Colombia, con quienes formamos un solo equipo, unidos para salvar vidas e intentar que la tenebrosa y mal llamada «industria del secuestro» en el país se redujera hasta controlarla. Mi reconocimiento a la labor de todas aquellas personas a quienes conocíamos como «fuentes humanas»; ellos brindaban su colaboración desde el anonimato, solo identificados con una clave, y bien por patriotismo, conciencia o algún otro tipo de interés, contribuyeron, sin duda alguna, al éxito de las operaciones.

Como anécdota, recuerdo qué, en mi especialización sobre resolución de conflictos armados, la cual adelanté en la Universidad de Los Andes, un eminente profesor defendía la teoría de que algunos grupos subversivos como el ELN no habían escogido el narcotráfico como una de sus principales actividades de financiación, y supuestamente eso fortalecía la orientación ideológica que argumentaban tener. Ante tamaño desatino, le repliqué que nunca podría entender el que considerara como un acto de bondad la desacertada decisión de este grupo armado de escoger el secuestro extorsivo como su principal fuente de recolección de recursos para sostener su lucha, siendo esta práctica la más reprochable de cuantas conductas puedan existir.

Esta no fue una causa perdida, teníamos fe en ella y el esfuerzo no fue en vano. Sin embargo, no podemos olvidar que se pagó un alto precio para lograrlo. Fueron muchos los compañeros que cayeron en esta lucha, y este libro es un homenaje a ellos, a quienes sacrificaron sus familias y sus vidas por buscar la libertad de nuestros ciudadanos. En el sepelio de uno de estos compañeros y amigos pronuncié unas palabras, que concluí con esta frase: «Se es héroe por la forma en que se vive y se sirve, no por la forma en que se muere». Salvar vidas fue nuestra misión y espero haber cumplido con la gran responsabilidad que nos encomendaron.

A los diez compañeros asesinados en Acarí, a “MacGuiver”, John Edward, Pastorcito, Ballesteros, Altamiranda y Orozco, entre otros, quienes ofrendaron su vida por esta causa, siempre los recordaremos, los llevaremos en nuestros corazones.

Similar reconocimiento merecen quienes compartieron conmigo esta lucha y aún siguen aportando al país desde diferentes actividades. Estoy seguro de que cuando tengan la oportunidad de leer estas historias se sentirán identificados, las reconocerán como propias y revivirán esos grandes éxitos que llevamos como medallas en lo profundo de nuestro ser, con «lealtad, valor y honradez», como lo dice el lema de la institución.

EL AUTOR

Secuestro historias que el país no conoció

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