Читать книгу Secuestro historias que el país no conoció - Humberto Velásquez Ardila - Страница 8
CAPÍTULO 1
ОглавлениеAquimindia: Alcanzando un sueño
INGRESÉ AL DEPARTAMENTO ADMINISTRATIVO de Seguridad (DAS) en enero de 1990, luego de cumplir un riguroso proceso de selección, durante el cual se escogía a un grupo reducido de alumnos, entre más de cinco mil aspirantes. Comencé, como todos los detectives, en la célebre Academia de Inteligencia y Seguridad Pública, Aquimindia. Durante nuestro periodo de formación en la academia del DAS nos enseñaron que «Aquimindia», en muisca significa «Agua limpia»; allí fuimos recibidos por quienes serían nuestros comandantes. El director del DAS, en ese entonces, era el general Miguel Maza Márquez, persona muy apreciada en el interior de la institución. Y el director de la academia, un coronel retirado de la Policía Nacional, tenía un esquema de formación basado en la disciplina que imperaba en su antigua institución. El grado que recibíamos al momento de la posesión como funcionarios del DAS era ‘Detective Alumno’ y el curso tenía una duración variable, de acuerdo con las necesidades de seguridad que el país demandara. Toda la semana permanecíamos internos, durmiendo en alojamientos múltiples, y usualmente los sábados y domingos salíamos a visitar a nuestras familias.
La formación básica en Aquimindia incluía materias de derecho, entrenamiento físico, polígono, derechos humanos, ética; procedimientos operativos, protección a dignatarios, extranjería, inteligencia, técnicas de infiltración, caracterización y disfraz, entre otras. El nivel académico era exigente y teníamos docentes de diferentes tendencias, entidades y disciplinas. Había militares y policías en retiro, abogados litigantes, servidores públicos y varios funcionarios del DAS, que nos transmitían sus conocimientos buscando forjar unos buenos detectives que pudieran salir a la calle a aplicar lo aprendido, para erradicar las formas de violencia y de delincuencia que en esos momentos azotaban el país. Las jornadas eran intensas; las complementaban los servicios de guardia que prestábamos en la sede principal del DAS en Paloquemao, muy afectada por la bomba que el narcotráfico había puesto en diciembre de 1989. Resultaba muy necesario cuidar las instalaciones y a los que allí laboraban, por cuanto no habían logrado el objetivo de asesinar al director y, en ese momento, el enemigo tenía mucho poder.
El curso de formación duró nueve meses, y el de otro grupo que se especializó en labores de inteligencia y de extranjería, fue de once. Al término de ellos fuimos distribuidos a todas las ciudades capitales de Colombia y a mí me correspondió Pereira. Para esa época era presidente César Gaviria Trujillo, y la seccional del DAS dedicaba todos sus esfuerzos a cuidar a la familia del presidente del país. Nunca integré de manera directa los esquemas de protección, sin embargo, todos teníamos que aportar inteligencia para garantizar la vida y seguridad de la familia Gaviria. Allí permanecí durante tres años. Siempre me esforcé por ser una persona comprometida con mi trabajo, aunque quizá algo irresponsable en mi vida privada ya que no seguí estudiando y la ciudad se prestaba para ser un poco desordenado. Tomamos bastante, vagamos demasiado, pero… bueno, fueron etapas que se vivieron muy bien y luego se superaron. Digamos que buscábamos otras labores interesantes fuera de cuidar a los Gaviria, pues no había mayor movimiento y las actividades eran rutinarias.
En diciembre de 1993 me encontraba un día tomando tinto en un sitio al que frecuentemente íbamos con los compañeros, cuando empezamos a sentir un gran revuelo. Naturalmente averiguamos qué pasaba y nos informaron que en Medellín había caído muerto uno de los bandidos más grandes de Colombia: Pablo Escobar Gaviria. Lo anecdótico es que muchos jóvenes lloraron su muerte; lamentaban que hubiera caído el capo de capos. Sin embargo, yo sentí alivio de que por fin fuera dado de baja el delincuente que casi acaba con el DAS; nos puso una bomba en 1989 e intentó matar varias veces al director, Miguel Alfredo Maza Márquez y tantas otras cosas que, sin duda, ya han sido contadas en otros escenarios.
Después de tres años largos en Pereira, por azares del destino, no por mi propia decisión, fui designado a los grupos Gaula, llamados por aquella época Unase (los grupos Gaula fueron creados mediante la Ley 282 de 1996 y reemplazaron a los Unase. Su composición interdisciplinaria la integraban unidades militares, Fiscalía y Policía Judicial a cargo del DAS y del CTI. Unase: Unidad Antisecuestro y Antiextorsión). Llegué a Bogotá en diciembre de 1994, al Unase Cundinamarca, que para ese entonces funcionaba en el barrio Santa Bárbara Occidental, en un sector de los más opulentos de la ciudad. Era una casa con jacuzzis, piscinas en mármol, vidrios blindados, varios parqueaderos… Inmueble que había sido decomisado a otro de los grandes narcos colombianos, Gonzalo Rodríguez Gacha.
Cuando me integré al Unase, este estaba conformado por miembros del Ejército Nacional, la Fiscalía General de la Nación, el Cuerpo Técnico de Investigaciones y, por supuesto, por el Departamento Administrativo de Seguridad (DAS). Cada entidad pagaba los salarios de sus funcionarios y los dotaba de diferentes elementos, como medios de comunicación, armas, uniformes, etc. Sin embargo, el DAS tenía falencias graves en armas, eran bien precarias y casi obsoletas; inicialmente me dieron un revólver Llama calibre 38L, que definitivamente no era el mejor, y menos para estos procedimientos, así que cuando salía junto con el ejército a operaciones antisecuestro siempre me prestaban un fusil Galil 5.56, nada desconocido para mí, ya que presté servicio militar y allí conocí muchas armas.
En ese momento el grupo era comandado por el Mayor Flórez, quien terminó su carrera militar como General de la República, designado por el gobierno del presidente Santos como uno de los representantes del Estado en los diálogos de paz con las Farc, en La Habana. Había una fiscal especializada liderando las investigaciones, caracterizada por su recio carácter, bastante conocedora de la problemática de extorsión y secuestro, en el departamento y de las normas penales que se aplicaban en las investigaciones. Por su parte, el DAS estaba a cargo del señor Martínez, como coordinador, un detective antiguo, de quien recibíamos las órdenes de trabajo y las demás orientaciones propias de las labores misionales y administrativas.
Ingresé a los grupos Unase el 9 de diciembre de 1994, como investigador y detective de la base, cumpliendo diferentes labores antisecuestro, hasta octubre de 2010, cuando salí de allí a ocupar otro cargo. Fueron casi dieciséis años y son mis vivencias de aquel tiempo las que reflejo en los siguientes capítulos.