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Capítulo 1


CULTIVANDO UNA ACTITUD

DE CRECIMIENTO

“La mente humana siempre progresa, pero es un progreso

en espirales”. —Madame de Stael

ETAPAS DE CRECIMIENTO

A lo largo de nuestra vida, cada uno de nosotros ha pasado por múltiples ciclos de crecimiento. Pasamos de bebés a niños, adolescentes, adultos jóvenes, etc. Cada una de estas etapas trae consigo experiencias de aprendizaje profundas —llamémoslas despertares— que tienen el potencial de acercarnos a nuestro verdadero ser. Desde que tengo memoria, me han fascinado estos despertares y, a medida que los he atravesado, he notado que este tipo de aprendizaje es el que forma a los grandes líderes. Cuando aprendemos, nos hacemos más grandes por dentro y más capaces por fuera. El aprendizaje, en particular, el autodescubrimiento, es esencial para convertirse en un líder efectivo y construir una vida plena.

¿Cómo cultivamos esta cualidad vivificante que compartimos los seres humanos que es nuestra capacidad de aprender? Una forma de hacerlo es tomando conciencia de cómo aprendemos y cómo no. En mi propia vida, ha habido ocasiones en que el crecimiento ha llegado a mí, pero solo después de un largo período en el que fallé en aprender las lecciones que me ofrecían. Muchas veces, respondemos de inmediato a los comentarios que recibimos de amigos o colegas o, simplemente, aprendemos después de concluir que, durante demasiado tiempo, nos quedamos con ciertas ideas anticuadas que solo nos trajeron problemas. Con frecuencia, el crecimiento proviene de dejar de lado las creencias equivocadas que heredamos y a las que estamos apegados; estas son los cocodrilos que han dominado nuestro cerebro reptiliano durante eternidades.

A continuación, te presentaré una parte de mi historia de crecimiento. A medida que la lees, observa de qué maneras vendría siendo similar a la tuya. Observa también los patrones de aprendizaje comunes en los que yo estaba cayendo.

Nací y crecí en una granja en el norte de los Países Bajos. Recuerdo que siempre me interesó la belleza de la región: los campos, los campanarios de las iglesias en el horizonte y el aspecto siempre cambiante de las nubes, la hierba, los animales y la luz. Los que no me interesaban ni en lo más mínimo eran los tractores, ni el cuidado de las vacas, ni la agricultura —los cuales sí les interesaban a muchos de mis amigos y familiares—. Al principio, mi mantra se convirtió en: sácame de aquí lo antes posible. Anhelaba conocer un horizonte más amplio.

Impulsado por este anhelo, terminé en la Ciudad de Nueva York cuando tenía poco más de 20 años de edad. Todavía recuerdo haber llegado allí por primera vez en un autobús Greyhound y mirar por la ventana, justo antes de entrar al Lincoln Tunnel. Me quedé sin aliento ante la belleza de aquellos altos edificios que se erguían en marcado contraste con el cielo azul oscuro de septiembre. En ese momento, me enamoré de Manhattan y decidí que llegaría a la cima de uno de estos edificios lo antes posible, no como turista, sino como CEO, socio, gerente o propietario —decidí apuntar bien alto.

Siendo ese mi objetivo, recorrí parte del camino hasta allí y, con el paso del tiempo, fui elegido como uno de los socios más jóvenes en la empresa de consultoría en la que trabajaba, obtuve una oficina en la esquina de Lexington Avenue y pensé que había logrado mi sueño, pero resultó que lograrlo no era un proceso tan rápido como yo pensaba. La vida me tenía guardadas algunas lecciones.

Recuerdo haber estado en una fiesta navideña justo después de aquella premiación. Allí, uno de mis colegas se me acercó y me dijo: “Hylke, pareces muy bueno en lo que estás haciendo, pero lo que haces ¿te gusta realmente?”. En ese momento, pensé que la pregunta era bastante tonta. Cuando era niño, no me encantó trabajar en la granja; sentía que eso era algo que tenía que hacer. Para mí, el trabajo y la alegría no estaban conectados.

Luego, sucedió algo más. Lideraba un equipo de consultoría enorme. El gerente del proyecto me reportaba el estado del proceso y él y yo trabajábamos bastante unidos; al menos, eso era lo que yo pensaba. Sin embargo, casi una hora antes de presentarle nuestras recomendaciones finales a uno de nuestros clientes, la junta directiva de una compañía farmacéutica alemana, mi colega se me acercó y me dijo: “Hylke, tenemos que hablar. Te tengo malas noticias”. La peor de las circunstancias pasó por mi cabeza. ¿Sería que después de cinco meses de análisis profundo nos salieron mal nuestros cálculos? Le pregunté cuál era el problema. Mi colega respondió: “Hylke, eres el peor gerente para el que he trabajado. ¡Es doloroso trabajar contigo y nunca más volveremos a trabajar juntos!”.

Por extraño que parezca, me sentí aliviado. ¡Ufff! No tiene nada que ver con lo que en realidad importa: los cálculos presentados a nuestro cliente, pensé. Como había asistido a entrenamientos de retroalimentación, le contesté: “Lamento escuchar eso. ¿Por qué no programas una cita con mi asistente para que nos sentemos a hablar al respecto cuando volvamos a Nueva York?”. No hace falta decir que escuché sus comentarios y que, como resultado, no cambié nada en mí. No pensé que ser el peor gerente fuera problema, ya que durante mi juventud conocí en mi tierra a varios agricultores muy exitosos que alcanzaron sus metas, o eso pensé, siendo temidos por sus granjeros. Los empleados rotaban por sus granjas con frecuencia y yo creía que lo más probable era que, para hacer bien su trabajo, lo que ellos necesitaban era ser amedrentados o criticados. Pensé que esa era la forma de administrar una empresa exitosa.

Unos meses más tarde, llegó el momento de las revisiones anuales de desempeño y me encantaban. Hasta ese momento, había obtenido altas calificaciones a lo largo de mi vida; primero, en la escuela; ahora, en el trabajo. Allí, ganaba grandes bonificaciones, ascensos rápidos y tenía la posibilidad de desarrollar muy buenos proyectos. Sin embargo, esta vez, mi jefe me dijo: “Te tengo tres noticias. Una buena y dos malas". Pensé que él estaba bromeando conmigo. Una vez más, había cumplido mis metas más allá de lo presupuestado para ese año y sentía que estaba listo para otro ascenso.

“Lo primero que tengo que comunicarte es que te despediré en seis meses, a menos que cambies 100% tu comportamiento”. A mi parecer, ese era un comentario extraño. ¿Quería que vendiera aún más? Pensé que mis cifras de venta eran bastante buenas. Él continuó: “Lo más difícil de expresarte es que nadie en esta empresa está dispuesto a trabajar más contigo. Todos están tratando de no hacerlo”. ¡Eso dolió! “Por último”, concluyó, “quiero que te tomes una semana libre. Completamente, libre. No revises tus correos de voz, ninguno de ellos en absoluto, y piensa muy bien en esto que te he dicho”. Se suponía que esa era la buena noticia. Aunque no amaba mi trabajo, de él derivaba una sensación de seguridad e identidad, así que estar libre y desconectado no me pareció una gran oferta.

Durante esa semana fuera de la oficina, hablé con mis amigos sobre lo que había sucedido. Algunos me dijeron que mi jefe estaba loco, dado todo el trabajo duro y los excelentes resultados que yo estaba generando. Uno o dos más me dieron una voz de alerta y me propusieron que investigara cuáles eran a ciencia cierta los comentarios sobre mí y que, por lo menos, consiguiera un entrenador que me ayudara a trabajar en mis falencias para así mantener mi trabajo. Me pareció que aquella era una sabia idea y eso hice. Conseguí un entrenador y trabajamos juntos durante un año y no pasó mayor cosa. Sí, aprendí algunas técnicas valiosas, pero en el fondo, nada en mí cambió. Seguí creyendo que yo era mejor que la mayoría de las personas del lugar y que solo unas pocas eran mejores que yo. Esto significaba que tenía que ser amable con el grupo que yo consideraba mejor que yo y tolerante con los demás —pasando por las conductas necesarias para hacer que los procesos de comunicación que aprendí a lo largo de ese año en coaching fueran claros y amables.

De repente, me golpeé contra una pared. Estaba desarrollando un asma severa y mi insomnio se estaba intensificando. A veces, no dormía durante siete días seguidos. En una de estas semanas de insomnio, estaba de vacaciones con unos amigos en Ameland, una isla frente a la costa norte de Holanda. Compartíamos habitaciones y, mientras ellos roncaban a pierna suelta toda la noche, yo estaba allí, acostado y despierto a las 2:00 a.m., a las 3:00 a.m., a las 4:00 a.m., despierto por completo, con el cuerpo adolorido al no haber podido dormir. Entonces, caí en cuenta: algo grande tenía que cambiar. No podía seguir así. ¿Qué le había pasado al chico dulce que amaba los campos y la música y que tenía muchos buenos amigos en su tierra natal? Todo lo que veía ahora era a un robot que logró, logró y logró y nada más. Ya ni siquiera los logros ocurrían tan a menudo como antes, pues tanto mi cuerpo como mis relaciones sociales se estaban desmoronando.

¿Te suena familiar algo de esto? Quizá, tu propio viaje de crecimiento tomará una forma muy diferente, pero es probable que incluya un patrón de estancamiento o lucha similar al que te estoy contando. El crecimiento no es un proceso lineal. La vida es desordenada y hay épocas en las que parece que retrocedemos mucho, antes de que algo cambie. En mi caso, pasé por una década o más de decadencia interior y la vida se me hacía cada vez más difícil a medida que me volvía más frágil por dentro. Sin embargo, por difícil que haya sido, eso fue lo que me costó evolucionar. A veces, nuestro camino es suave; a veces, no; es como un río.

Aunque en ciertos momentos la vida y el crecimiento nos parecen difíciles e impredecibles, también notamos algunos patrones en la forma en que aprendemos y tener conciencia de ello nos ayuda a ser más hábiles para navegar en medio de nuestros viajes de aprendizaje, ya que sabemos cómo reconocer y soltar a nuestros cocodrilos.

En 1999, me entrené para participar en mi primera maratón. Se celebró en la Ciudad de Nueva York. La primera vez que realicé una carrera de larga distancia para prepararme para el gran día, me sorprendió el dolor y la fatiga que experimenté alrededor de la milla 12. Cuando llegó el día de la maratón, sabía qué esperar y cómo moverme a través de esa inmersión en mi energía —había aprendido a confiar en mi ritmo constante, en mi gallardía y en mi perseverancia y comprendí que estas fortalezas eran mis mejores ayudantes—. Del mismo modo, podemos aprender a remontarnos sobre las olas en nuestros viajes de aprendizaje. Estas ondas siguen patrones comunes y es factible entrenarnos por medio de ellas para avanzar en medio del oleaje, equipados con una mentalidad y unos comportamientos específicos.

ETAPA 1: INCONSCIENTE-NO CALIFICADO

Echémosle un vistazo a la primera etapa de crecimiento. La llamaremos “inconsciente-no calificado”. Se trata de una fase en la que no sabes lo que no sabes. En mi caso, yo tenía puntos ciegos en grandes áreas de mi vida y de mi liderazgo. Por ejemplo, no tenía ni la menor idea de que la vida (sobre todo, la vida laboral) y la alegría tuvieran algo en común. Tampoco sabía que el hecho de tener la capacidad para identificar la grandeza de los colegas, así como tratarlos con sincero respeto, es importante y hace que el trabajo sea mucho más divertido. Mucho menos, sabía quién yo era, ni que mis cocodrilos me mantenían atrapado.

La vida es nuestra mejor maestra. Escuchamos esto todo el tiempo y, aun así, ¿qué tanto la escuchamos? Ciertamente, yo no lo estaba haciendo. Me había cerrado por completo, pensando que lo tenía todo resuelto: ganar mucho dinero, cultivar algunas amistades y formar parte de la súper élite que dirige el mundo era mi credo en ese momento. Con esta mentalidad fija, no aprecié la sabiduría de mi colega cuando me preguntó si en realidad me gustaba o no lo que hacía. Tampoco escuché el grito de transformación del colega que me hizo los comentarios acerca de lo “mal gerente” que yo era. Incluso, racionalicé los comentarios de mi jefe a pesar de que me había dicho que me iba a despedir. En el pasado, él ya había despedido a otros colegas y yo sabía que me estaba hablando en serio. Y aun así, no interioricé nada de esto. ¿Por qué no?

Porque tenía un sistema de creencias muy arraigado con relación a lo que significa ser una buena persona y a lo que tenía que hacer para ser feliz. Pensé que tenía que actuar para ser feliz, incluso si eso significaba alienar a los demás y, lo más doloroso, a mí mismo. Hoy, puedo verlo. En aquel entonces, era 100% inconsciente de esta orientación hacia el rendimiento por encima de todo lo demás. Así que era incapaz de hacer nada al respecto, pues esta falencia estaba manejando mi vida sin que yo mismo lo supiera.

“Escucha los susurros, para que no tengas que escuchar los gritos” es un viejo dicho cherokee. Mis propios susurros me dijeron una y otra vez que necesitaba parar, dar un paso atrás y mirar hacia dentro, ser más introspectivo, pero no quise hacerlo. Cerré mis oídos a todas las señales que se me cruzaron por el camino, llevando una vida que, mirando hacia atrás ahora, en muchos sentidos, parece un poco absurda. El sacerdote holandés Henri Nouwen escribió: “El ruido de nuestra vida nos vuelve ‘sordos’, incapaces de escuchar cuando nos llaman, ni desde qué dirección”. Según él, nuestra vida se vuelve “absurda” cuando perdemos contacto con la realidad tal como es o nos hacemos sordos a la canción natural de la vida. Además, afirma que la palabra absurdo tiene la raíz latina surdus, que significa “sordo”. Me habría beneficiado al haber abierto antes mis oídos a los ritmos naturales a los que fui llamado a vivir. En inglés, las palabras hearing (que significa audición) y healing (que significa curación) tienen solo una letra de diferencia: podríamos llamar a esto una coincidencia o considerarlo como un indicador del poder curativo transformador de sintonizarnos con los ritmos naturales de nuestra vida. Hasta que lo hagamos, permanecemos inconscientes, no calificados, enajenados de dónde estamos atrapados y dónde debemos crecer.

ETAPA 2: CONSCIENTE-NO CALIFICADO

En algún momento de mi vida, comencé a escuchar los gritos y a tomar conciencia de dónde yo no era calificado. Paradójicamente, mi insomnio me despertó al darme cuenta que necesitaba transformarme. “¿Qué le había pasado al niño sensible que amaba los campos, los campanarios de la iglesia y la naturaleza, y que tenía muchas amistades maravillosas?”, me pregunté. Me di cuenta que me había convertido en un robot impulsado por mis apegos al rendimiento, al prestigio y al poder. La persona en la que me había convertido tenía muy poco que ver con el chico que yo recordaba que había sido. Comprendí que mi vida se había vuelto ingobernable —mi salud estaba fallando, ya no podía dormir, solo me quedaban algunas amistades superficiales y mi trabajo se estaba volviendo rutinario—. Esa noche de insomnio durante mis vacaciones en Ameland fue el momento en que ingresé en la siguiente etapa de crecimiento: me convertí en un “consciente-no calificado”. En otras palabras, ahora sabía que no lo sabía. Vi que había grandes partes de mi enfoque sobre la vida que debían cambiar para poder comenzar a vivir desde un lugar mucho más auténtico.

Llegué a la etapa de ser consciente-no calificado al permitirme estar más presente, más consciente de lo que en realidad estaba sucediendo a mi alrededor, abriéndome a los comentarios que recibía de la vida. Una forma en que podemos acelerar nuestro crecimiento es estando presentes en lo que estamos viviendo y dejando entrar por completo todo aquello que notamos. Cuando nos detenemos el tiempo suficiente, con la atención enfocada en lo que sucede en nuestra vida, estamos en capacidad de crear una distancia suficiente de nuestros hábitos que nos permita ver qué nos está frenando y dónde están nuestras mayores oportunidades de crecimiento. A menudo, nos resistimos a hacerlo porque ser honestos con nosotros mismos es demasiado amenazante para nuestros cocodrilos, pero esa es nuestra única vía para avanzar hacia el aprendizaje real.

ETAPA 3: CONSCIENTE-CALIFICADO

El paso de la fase inconsciente-no calificado a la fase consciente-no calificado es el comienzo del crecimiento. Esta transición es importante, ya que solo crecemos una vez que hayamos tomado consciencia de lo que aún tenemos que aprender. Nos estamos dando cuenta de que no lo sabemos todo (casi siempre, al darnos cuenta de nuestras propias deficiencias, propias de los cocodrilos), pero aún no hemos adquirido el conocimiento y las habilidades que necesitamos para superarlo. No es sino hasta que llegamos a una encrucijada y tomamos la decisión deliberada de desarrollarnos más plenamente que comenzamos a pasar de ser conscientes-no calificados a ser “conscientes-calificados”. Necesitamos desarrollar la resolución interna para abordar por entero nuestra(s) área(s) de desconocimiento. Durante esa noche de insomnio sentí que, si quería volver a ser feliz, tendría que cambiar mi vida. Entonces, me decidí a encontrar una nueva forma de vivir, sin importar qué. Busqué libros, maestros y, por último, la meditación me encontró y, a través de ella, comencé a encontrar un camino de regreso a quien realmente era. Descubrí cómo dejar de lado las viejas creencias prestadas que me habían mantenido estancado, por ejemplo, como “debería ser reconocido”, “ser mejor que los demás”, “ser perfecto”, “saberlo y poderlo todo” y “tener todas las respuestas”. Dejar de lado todas estas creencias me llevó a percibirme y a comportarme de nuevas maneras y me ayudó a desarrollar las habilidades de las que antes carecía con respecto a mis relaciones interpersonales. Lo que esto significa es que nos convertimos en conscientes-calificados cuando comenzamos a adquirir nuevas capacidades, mentalidades y comportamientos y decidimos aplicarlos en nuestra vida diaria. Mi nueva habilidad de ser amable conmigo mismo, la cual he ido perfeccionando con ayuda de la meditación, me llevó a tomarme el tiempo para investigar sobre lo que en realidad quería hacer con mi vida. Esta investigación me llevó a convertirme casi en un monje y luego decidí dedicar mi carrera a ayudarles a otros a encontrar y aplicar en el campo del liderazgo la paz y la compasión que estaba encontrando en mi práctica de la meditación, convirtiéndome así en entrenador ejecutivo y facilitador de equipo.

El viaje de cada etapa de crecimiento a la siguiente es diferente para todos. Sin embargo, en general, cuando comenzamos a encontrar nuestra nueva forma de vida, este puede parecer un viaje desorientador. Quizá, sentimos que ya no sabemos quiénes somos. Si hemos vivido toda una vida basándonos en ser “el especial”, nos parecerá incómodo ser “solo” uno de los muchos contribuyentes que hacen parte de un equipo. Si ser “el más simpático” ha sido nuestro personaje prestado, la primera vez que decimos “no” sin pedirle disculpas a alguien que nos importa, lo más probable es que sintamos ganas de saltar de un avión. Si estamos acostumbrados a ser “los rescatadores”, permitir que alguien que está luchando por encontrar su propio camino sin que nosotros saltemos a arreglárselo nos parecerá algo así como una blasfemia. Al principio, esta forma de ser y hacer me pareció muy nueva e incómoda para mí. Todavía estaba en la etapa de consciente-calificado y tuve la tentación de volver a la forma de vida de rata que conocía tan bien. Ser consciente-calificado es como conducir un automóvil justo después de haber obtenido nuestra licencia de conducción; puede que esa todavía no sea nuestra segunda naturaleza, pero se está convirtiendo en una parte funcional de nuestra vida. Estamos comenzando a vivir y, poco a poco, nos estamos acostumbrando a nuestra nueva forma de ser y hacer. Ya no se trata solo de un susurro a lo lejos.

ETAPA 4: INCONSCIENTE-CALIFICADO

Pasamos de la habilidad consciente a la inconsciente cuando comenzamos a integrar sin esfuerzo nuestras aptitudes recién descubiertas en nuestra vida diaria: estas se convierten en nuestra segunda naturaleza. Entonces, conducimos el automóvil sin tener que pensar mucho en que lo estamos conduciendo. Nuestra consciencia recién descubierta se ha traducido en habilidades que realizamos de forma natural —como inhalar y exhalar.

Llegar a este punto requiere, por lo menos, tres cosas de parte nuestra. La primera, es la práctica repetida. La segunda, es hacer uso de nuestro arrojo, de nuestra capacidad de ser sinceros y de no rendirnos sean cuales sean los obstáculos que encontremos en el camino. La tercera, es la humildad. Las dos primeras, práctica y arrojo, son bastante intuitivas. La última, humildad, tiende a ser menos fácil de entender y, sin embargo, es un ingrediente crucial en todas las etapas de crecimiento. Exploremos a qué nos referimos cuando decimos que debemos ser humildes para aprender.


CULTIVANDO EL CRECIMIENTO A

TRAVÉS DE LA HUMILDAD

La palabra humildad tiene una raíz muy hermosa —proviene de la palabra humus, que significa “suelo”—. Humildad significa estar dispuesto a aceptar que no sabemos. Significa disponermos a cuestionar todo en nuestras vidas en aras de la verdad. Necesitamos estar dispuestos a decir: “He vivido mi vida basándome en creencias que no sé si son ciertas. Sin embargo, si descubro que no lo son, estoy dispuesto a cuestionarlas y a abandonarlas. Dejaré todo lo que no sea cierto con respecto a mí para hacer espacio para lo que sí es”.

Para evolucionar y ver cambios reales necesitamos encontrar los medios que nos permitan analizar de manera meticulosa y continua todas esas creencias y motivaciones mediante las cuales nos guiamos y que todavía no hemos examinado. La humildad nos permite seguir creciendo hasta llegar a ser quienes somos y alejarnos de lo que no somos. En mi historia de vida, comprendí que, para lograr evolucionar y crecer, yo tenía que estar dispuesto a cuestionar mis creencias, por ejemplo, sobre ser especial, ser mejor que los demás y saberlo todo. Según Gandhi, “los instrumentos que intervienen en la búsqueda de la verdad son tanto sencillos como difíciles. Parecerán bastante complicados para los arrogantes, pero lo más naturales del mundo para un niño. El buscador de la verdad debería ser más humilde que el polvo. El mundo aplasta el polvo bajo sus pies, pero el buscador de la verdad debería humillarse tanto que incluso el polvo pueda aplastarlo. Solo entonces, y no hasta entonces, vislumbrará la verdad”.

La humildad no es un evento único. Es una práctica continua. ¿Te atreves a ser tan humilde que admites que todavía no lo sabes todo? ¿Estás dispuesto a cuestionar tus arraigadas creencias sobre ti mismo y sobre el mundo siendo capaz de tomar los momentos desafiantes de cualquier área de tu vida como oportunidades para la autorreflexión?

PRÁCTICA DE LA QUIETUD

Al reflexionar sobre los despertares que he presenciado en mí y en otros, surge otro aspecto de la humildad. Se trata de la quietud. Todo indica que crecemos a pasos agigantados cuando nos permitimos quedarnos quietos. Cuando dejamos de lado nuestras actividades y las charlas del pensamiento cotidiano, nos volvemos más abiertos a vernos desde un ángulo diferente. A veces, la vida nos arroja a una quietud a la que podríamos llamar la noche del alma, cuando no tenemos otra opción que no hacer nada y reflexionar, como esa noche mía en Ameland, en que mi insomnio me despertó para que me detuviera y mirara mi vida con honestidad. En el momento que lo queramos, tenemos la opción de elegir entrar en esa quietud, pausar todo lo que estamos haciendo y permitirnos callar. Hacerlo significará tomarnos un instante para detener lo que estamos haciendo, dar un paseo o mirar al cielo. Entonces, podremos preguntarnos, sin expectativa alguna sobre la respuesta, ¿cómo estoy creciendo? ¿Qué me dicen los susurros? ¿Qué creencias que he sostenido como verdaderas no lo son? ¿Qué es verdad sobre mí ahora? O tal vez, dejemos de lado todas las preguntas para rendirnos al momento dejando que fluya lo que tenga que fluir. La quietud hablará cuando tengamos la humildad de escucharla. Quizás, ahora mismo sea un buen momento para hacerlo. Tómate un momento para estar contigo mismo, dejándolo todo. Quédate quieto.

APRENDE A AMAR EL PROCESO—

ADOPTA UNA MENTALIDAD DE FASCINACIÓN

El crecimiento no es un proceso lineal. El camino del aprendizaje es algo así como ir en una espiral: vemos las mismas cosas una y otra vez, pero desde una mayor altitud cada vez más alta. Consiste en un proceso desordenado y permanecer en él durante todas las etapas de crecimiento requiere de un compromiso continuo con el aprendizaje. Como me enseñó Patrick Connor, uno de mis maestros, nuestra fascinación inquebrantable por el aprendizaje nos motivará a seguir adelante sin importar qué, incluso cuando la vida nos arroja “bolas curvas” como la pérdida, la decepción y el rechazo. Siempre es posible confiar en nuestra fascinación. Es, simplemente, una elección que repetiremos una y otra vez. Sabemos que podemos dar un paso atrás y reflejar “¿Cómo estoy creciendo?” en el momento que queramos. Mira lo que sucede cuando te comprometes con la pregunta “¿Cómo estoy creciendo?” como una práctica habitual. Descubrirás una fuerza oculta, una especie de determinación para enfrentar lo que sea que se te presente hoy; estarás listo para aprender un poco más sobre quién eres realmente y quién no eres en tu situación actual, sea cual sea. A veces, enciendo mi fascinación eligiendo estar asombrado con el momento presente, preguntándome: “¿Qué estará enseñándome este momento presente?”. Al adoptar la actitud de estar siempre dispuesto a evolucionar, me siento más arraigado en mi viaje de crecimiento.

CRECIMIENTO INSTANTÁNEO

Cuando nos enfrentamos más plenamente, con atención concentrada, llegamos a ver qué es y qué no es verdad sobre nosotros. A menudo, hay un desencadenante al que llamaremos un “evento relevante”, dado que nos proporciona el impulso que necesitamos para activar a fondo nuestra nueva conciencia. Sin embargo, antes de aceptar un evento como relevante para nuestro crecimiento, tendemos a ignorar muchos eventos, con frecuencia más sutiles, que tienen la misma enseñanza. En mi caso, yo había hecho que los comentarios de mis colegas y de mi jefe fueran “eventos irrelevantes” para mí. Sin embargo, en determinado momento, el insomnio se convirtió en mi evento relevante. Ahora, mirando hacia atrás, recuerdo cientos de sencillas e importantes situaciones de las que podría haber aprendido las mismas lecciones, y, aun así, las dejé pasar de largo sin prestarles atención. Pensaba que estaba demasiado ocupado, demasiado viejo, que era demasiado importante y que había invertido demasiado en mis formas de escuchar como para ahora comenzar a hacer algún cambio.

Piensa en los susurros en tu vida que te has encargado de volver irrelevantes —tal vez, porque pensaste que no era el momento adecuado para detener tu impulso o porque despediste a la persona que te lo dijo o porque temías hacer los cambios que se requería—. Es muy humano querer descartar los susurros, pero el hecho es que, para crecer, debemos encontrar el coraje de abrir los oídos y escuchar.

Con el fin de recordar el poder de los eventos relevantes que nos ayudan a crecer, también los llamamos “instantes de crecimiento”. Cuando nos activamos o cuando sentimos un sutil susurro, tenemos la opción de detenernos y preguntarnos: ¿cómo estoy creciendo? No dejamos que ningún momento sea irrelevante, pues cada uno nos brinda un potencial de crecimiento instantáneo y no queremos quitarle ni un ápice de nuestro máximo potencial a este nuevo estilo de vida producto de nuestro despertar. Ahora, escuchamos todos los comentarios que recibimos y nunca descartamos ninguna señal de que quizás estemos dirigiéndonos a un camino sin salida. Ya no ignoramos los empujones que nos sirven para proceder de una nueva manera que nos ayudará a crecer.

SUSURROS A DIESTRA Y SINIESTRA

Los susurros provienen de diferentes direcciones. Fred Kofman, otro de mis maestros, sugiere una forma de organizarlos que nos ayuda a abrirnos también a áreas de nuestra vida a las que no solemos mirar.

Kofman describe la percepción de la realidad como una silla con tres patas: “mi yo, mí mismo”, “nosotros, las relaciones” y “eso, tarea”. La parte “eso” de nuestra percepción de la realidad está ligada a nuestro enfoque en lo tangible —qué hacemos, qué tan bien, qué tan efectivos y eficientes somos—. La parte “nosotros” describe nuestra atención a nuestra conexión con los demás —cuánta confianza y empatía hay, cuán profundos son nuestros lazos y cuánto disfrutamos de estar juntos—. Y la dimensión “yo” se refiere a nuestra vida interior —cuán alineados estamos con nuestros valores, cómo nos sentimos y cuán satisfechos estamos.

Es una silla de tres patas, ya que nuestra perspectiva de la vida se equilibra solo cuando les prestamos atención a las tres áreas. Está fuera de balance cuando nos enfocamos en uno o dos aspectos de la realidad, excluyendo el(los) otro(s). Cuando solo nos enfocamos en las tareas, tenemos éxito por un tiempo, pero si ignoramos nuestras relaciones y nuestra vida interior, terminaremos quemando puentes con quienes nos rodean y nos convertiremos en extraños incluso para nosotros mismos. Cuando priorizamos las relaciones sobre todo lo demás, tendemos a perder el enfoque en nuestras tareas, así como el contacto con nuestras necesidades y aspiraciones auténticas. Y cuando nos enfocamos solo en nuestra vida interior, llegamos al punto de desconectarnos de los demás y de no ocuparnos de nuestras tareas, ni siquiera de las básicas.

Ahora, pregúntate: ¿a dónde va habitualmente mi atención? ¿Está enfocada en mi yo, en mí mismo? ¿En nosotros y en las relaciones? ¿O en el eso, en la tarea? ¿Cuál es el impacto de esa atención específica en las otras dos dimensiones de mi vida? ¿En qué área escucho los susurros más fuertes? ¿Cómo estoy evolucionando al hacer esta reflexión?

En mi caso, me centré tanto en el tema de mis tareas que perdí por completo el contacto con los demás y con mi verdadero yo. Esa noche, cuando me quedé despierto en Ameland, comencé a escuchar los gritos de los tres aspectos de la realidad: me sentía profundamente infeliz (mi yo), me había alejado por completo de aquellos que me importaban (el nosotros) e incluso en mi área de enfoque (el eso) estaba perdiendo, ya que me estaba volviendo cada vez menos efectivo en el exterior y más frágil por dentro.

LOS OJOS DEL AMOR VERSUS

LA MIRADA DE JUICIO

Mantenernos valientes, humildes y fascinados nos hace más abiertos a ver en dónde tenemos oportunidades para crecer y aprender. Y hay otras mentalidades que podríamos adoptar para seguir en el camino del aprendizaje. Una que me gusta especialmente es mirarnos a nosotros mismos y a los demás con lo que podemos llamar “los ojos del amor”. Se trata de elegir ser gentiles con nosotros mismos, en especial, cuando la vida se pone difícil, en lugar de ceder a nuestro instinto de autojuicio de cocodrilo.

Crecemos mucho con el simple hecho de ser gentiles con nosotros mismos. Observa qué tan rápido crecen los niños cuando están en una atmósfera de amor y no de juicios. Por desgracia, como adultos, la mayoría de nosotros tenemos doctorados en hacer juicios. Nuestro crítico interno es muy fuerte. Nos juzgamos y nos criticamos por no saber más y por no crecer más rápido; nos decimos que crecer es demasiado difícil, que no valemos la pena y que no tenemos tiempo para ello.

Mirarnos a nosotros mismos con ojos críticos disminuye nuestro crecimiento y hace que terminemos en un espiral descendente. Examinemos cómo funciona este patrón autolimitante.

Por temor a juzgar si lo intentamos y fallamos, preferimos mirar hacia otro lado desde nuestras oportunidades de crecimiento. Como resultado, poco a poco, nos volvemos incapaces de identificar esas oportunidades, nos ensordecemos a los susurros que surgen en nuestra vida, ya que estos nos piden que hagamos cambios y que corramos riesgos a los cuales les teme nuestro crítico interno. Esto significa que terminamos haciendo las mismas elecciones autolimitantes una y otra vez. Entonces, debido a que no podemos pasar por alto fácilmente las consecuencias de ese tipo de elecciones como las relaciones disfuncionales, la falta de satisfacción y la falta de efectividad, comenzamos a juzgarnos por estas desgracias creadas por nosotros mismos hasta terminar sintiéndonos aún peor con nosotros mismos. Y a medida que permanecemos en nuestra espiral inconsciente, autocastigadora y descendente, las capas de autojuicio se vuelven tan gruesas que, con el tiempo, terminan por paralizarnos. Nos sentimos mal con respecto a nosotros y hasta nos sentimos mal por sentirnos mal, volviéndonos cada vez más resistentes a dejar ir las viejas formas limitantes. Con cada revés, nos juzgamos más, nos sentimos peor y seguimos enredándonos en esta espiral descendente que tanto nos desanima y arrastra.

He estado atrapado en este patrón autodestructivo muchas veces, durante los 10 años anteriores a esa noche en Ameland. Saboteé mi aprendizaje al negarme a reconocer el creciente dolor en mi cuerpo y en mi mente. No quería admitir que no me estaba amando a mí mismo, ni a lo que estaba haciendo, ni que la calidad de mi trabajo estaba disminuyendo. No quería aceptar que mis colegas estaban hartos de mí.

Para lidiar con mi dolor, elegí la alternativa del autocastigo y culpar a los demás —trabajando cada vez más duro y siendo cada vez más agresivo con mis colegas—. Me estaba dopando con mi trabajo. Mi alto desempeño laboral se había convertido en un pobre sustituto de la tarea más difícil: mirar hacia adentro, reevaluar mis prioridades y cambiar de rumbo. Traté de hacer que mi inquietud desapareciera adoptando más estrategias de autoevaluación, trabajando aún más duro y, como resultado de todo esto, aislándome más, lo que me provocaba un mayor dolor, más frustración y más autojuicio. Estaba atrapado en una espiral descendente.

Afortunadamente, había una forma de salir de este patrón. Cuando desperté después de mi insomnio, tomé la decisión consciente de aprender lo que fuera necesario de mi desesperación. Mi decisión y mis acciones posteriores me ayudaron a ir transformando poco a poco mi espiral descendente de adicto al trabajo en un viaje de crecimiento —remplazando la desesperación con esperanza, el estancamiento con creatividad y la soledad con conexión.

¿Qué me ha mantenido en marcha? Mi afabilidad y mi total honestidad: he estado aprendiendo a verme con los ojos del amor y no a través de una lente de juicio.

El ejercicio de reflexionar siendo afable sobre algunas de las siguientes preguntas nos ayuda a salir del espiral de juicio negativo:

 ¿Qué me enseña esta estación de la vida?

 ¿Qué viejas formas de pensar me limitan?

 ¿Cómo me han ayudado estas formas de pensar? ¿Cómo me ayudan a mejorar mi vida estas estrategias comunes y comprensibles de la mente?

 ¿Qué no quiero ver? ¿Qué pasaría si me permitiera detenerme a ver y analizar estos pensamientos limitantes?

 ¿Quién sería yo sin estas formas de pensar? ¿Qué nuevas formas de pensar puedo adoptar para obtener más combustible, lograr mejor conexión y alcanzar mayor nivel de eficacia?

 ¿Cómo puedo responder de manera diferente a mi situación actual?

 ¿De qué estoy agradecido? ¿Cómo puedo aportar más de todo aquello que me haga sentir agradecido en mi vida?

O, en una pregunta: “¿Cómo estoy creciendo?”.

A veces, quizá la respuesta sea “en nada” o “no de la manera que me gustaría”. Es entonces cuando sabemos que necesitamos encontrar el coraje y la humildad necesarios para seguir buscando formas de seguir creciendo sin necesidad de autojuicios.

Después de esa noche de insomnio en Ameland, reflexionando sobre algunas de estas preguntas con honestidad y cierta gentileza hacia mí recién descubierta, descubrí que debajo de todas mis penas había un profundo anhelo de ser yo mismo, el verdadero Hylke; necesitaba comprobar que yo no era ni esos pensamientos, ni esas acciones que habían estado impulsado mi condicionamiento pasado a ser alguien especial y que, en cambio, sí era capaz de elegir otro camino que me brindara más crecimiento y autenticidad —uno en el que aquel pequeño niño que ama la naturaleza, la música y la verdad de la vida quisiera tomar el asiento del conductor.

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Tómate un momento para analizar algunas de las preguntas anteriores y trata de relacionarlas con algún desafío que te encuentres enfrentando. Mírate con ojos amables, con ojos de amor. ¿Sí notas que surge cierto espacio cuando te das un momento para reflexionar más compasivamente sobre cómo estás creciendo y dónde aún estás algo atascado? ¿Ves que sí hay en ti una fuerza interior disponible cuando dejas de juzgarte?

Cada vez que, mediante una investigación amable comenzamos a descubrir las nuevas oportunidades de crecimiento que tenemos a nuestra disposición, hallamos más motivación para seguir abordando cada desafío con los ojos del amor. Cuando vemos que la afabilidad funciona, nos sentimos aún más motivados a usarla.

CREANDO UNA CULTURA DE CRECIMIENTO JUNTOS

Es posible adoptar las prácticas del coraje, la humildad, la fascinación y la afabilidad de forma individual, pero también funcionan en colectivo, haciendo parte de diversos equipos, de empresas enteras e incluso al interior de la familia. Cuando los líderes de una organización se enfocan en generar una atmósfera de fascinación con el proceso de crecimiento, el trabajo comienza a ser emocionante sin importar lo que esté sucediendo. Como niños, comenzamos a amar la posibilidad de aprender más sobre nosotros mismos y sobre lo que somos capaces. Con este entusiasmo viene la confianza. Luego, nuestras oficinas y nuestros hogares se convierten en lugares para descubrir y compartir verdades mutuas. Como resultado, nuestras familias, nuestros equipos y nuestras organizaciones se vuelven “sadhu”. A propósito, sadhu significa “eficiente”. En una cultura sadhu, ni el más mínimo momento está al servicio de objetivos que tengan que ver con el ego y que no contribuyan a un aprendizaje real. Todo enfoque debe estar puesto en aras de que nuestro crecimiento sea cada vez mayor y preste algún servicio. Los comentarios de los clientes y compañeros de trabajo deben convertirse en una oportunidad para incrementar y aplicar cada vez más nuestra creatividad; la reducción de nuestras fuerzas no puede ser otra cosa que una oportunidad para hallar más firmeza y para pensar más afablemente acerca de sí mismos; de igual manera, el inicio de un nuevo proyecto debe ser tomado como una invitación a ser aún más claros con respecto a aquello en lo que realmente queremos contribuir en el trabajo.

Imagínate si lográramos llegar a un punto en que esa fuera la atmósfera predominante en el campo del liderazgo a nivel mundial. ¿Qué pasaría con nuestros llamados problemas? Creceríamos a través de ellos y los resolveríamos desde nuestra conciencia colectiva en constante expansión. Las recompensas serían incomparables: un mundo más saludable y, lo que es más importante, habría infinidad de vidas llenas de satisfacción.

HAZ LO TUYO

Entonces, ¿cómo sigues alimentando tu deseo de crecimiento? Al final, depende de ti. Lo más probable es que el hecho de tener una conciencia más profunda de la etapa de aprendizaje que atraviesas te ayudará a mantener el rumbo de crecimiento cuando las cosas se pongan difíciles. Tal vez, actuando con mayor humildad y desarrollando la capacidad de cuestionar más tus creencias encontrarás nuevas vías hacia tu crecimiento. También podría ocurrir que tu firme coraje te ayude a examinar mejor todo aquello que se te presente con el fin de aprender y crecer día tras día. Sin embargo, no importa lo que elijas, sé amable contigo mismo. Eso es algo a lo que siempre podemos recurrir, pase lo que pase.

En síntesis, solo tú eres el encargado de diseñar tu propio camino hacia el aprendizaje. Tómate un momento y piensa en cómo planificar tu viaje hacia el conocimiento de tal manera que te resulte atractivo. Hazlo atractivo para ti. De pronto, necesitas agregarle un poco más de coraje, de gentileza; quizás, es cuestión de buscar más momentos de quietud o para la meditación; tal vez, tengas la intención de tener al menos un instante de crecimiento todos los días. ¿O qué hay del juego? Esa también es una herramienta muy poderosa para aprender. Lo cierto es que, hagas lo que hagas, hazlo tuyo. Luego, da el primer paso por pequeño que este sea. Observa cómo te sientes. Celebra cualquier progreso así sea mínimo. Es como regar pequeños retoños que sean lo suficientemente audaces como para germinar. El hecho de pasar de ser ciego en alguna área de nuestra vida a comenzar a verla de manera consciente es un cambio sísmico. Deja que suceda. Primero, solo había una pequeña semilla, pero ahora, está surgiendo y se está convirtiendo en esta hermosa cosa verde. ¡Ese es un gran milagro!

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Elige un momento para hacer una pausa y agradécete a ti mismo por tomarte el trabajo de enfocar toda tu atención en tu propio crecimiento. Y luego, cuando estés listo, continúa leyendo.

—TRABAJO DE CAMPO—

1 ¿Qué te dicen los susurros que escuchas en tu vida? ¿Cuáles son esas cosas que te están diciendo en este momento que tal vez no quieras escuchar? Podría tratarse de una retroalimentación directa por parte de tus compañeros de trabajo, supervisores, clientes o empleados; quizá, sean solicitudes que requieran de más atención de tu parte como un mayor respeto o atención hacia los miembros de tu familia o hacia alguien en especial; también podría ser que escuches con más atención algún mensaje de tu propio cuerpo.

2 ¿En dónde está ubicada tu mayor oportunidad de crecimiento? ¿Está en la dimensión del “yo” (del mí mismo)? ¿Por ejemplo: en ejercer una mayor conciencia de tus valores, en buscar con más ahínco quién eres? ¿En qué consiste tu verdadera realización? De pronto, ¿está en la dimensión del “nosotros” (otros)? ¿En el impacto que ejerces en quienes te rodean, en tus relaciones, en tu nivel de confianza hacia los demás? O en el “eso”: ¿en cómo contribuyes a corto y largo plazo al sistema del que formas parte? ¿O se trata de alguna combinación de estas tres dimensiones?

3 Dada tu reflexión sobre las preguntas 1 y 2, ¿qué es aquello de lo que te estás dando cuenta que eres consciente-no calificado? ¿En qué aspecto estás en la etapa de consciente-calificado? Escribe tus respuestas en un formato como el que ves a continuación: DE: Mi estado de consciente-no calificadoA: Mi anhelado estado de consciente-calificadoEjemplo: Me estoy esforzando demasiado en mi trabajo.Ejemplo: Trabajo serenamente y tengo equilibrio en mi vida.

4 ¿Qué situación o reto elegirás para pasar de consciente-no calificado a consciente-calificado y luego a inconsciente-calificado? ¿Qué vas a practicar?

5 ¿De qué manera te juzgas por ser consciente-no calificado en esta área de tu vida? ¿Qué dice tu cocodrilo de juicio propio acerca de que tú aún no dominas esto? ¿Cuál es el impacto de este cocodrilo en tu aprendizaje? ¿Qué le sucede a tu aprendizaje cuando domas estos cocodrilos?

6 ¿Cómo puedes actuar con más afabilidad hacia ti mismo con relación con los susurros que llegan a tu vida? Sigue haciéndote esta pregunta hasta que sientas que encontraste una respuesta que en verdad te convenza.

7 ¿Cómo estás creciendo?

Domando tus cocodrilos

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