Читать книгу Entre tantos otros del montón - Ignacio Nazapatto - Страница 12

Sabés a qué me refiero

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Se había golpeado y ya no marcaba bien la hora y la malla se había roto. De todos modos, Lance se puso el castahuate de vuelta en el bolsillo. “Nueve menos veinte”, le dijo a un árbol, a lo que este le contesto: “¡Uy! Gracias”, arremangó su tronco y se dispuso a correr.

Son las nueve de la noche ahora y la pultracia no parece haber salido, debe ser una de esas noches de mil paretilas y sus constelaciones.

—¡Fantástico! —dijo la verruga de Lance—. ¿Acaso ahora también debo cambiar mi nombre por este cuento? Pues bien, mi nombre será… Ehm… ¡Decidido más tarde!

Lance empezó su caminata a través de Riverside Lane, buscando la fachada de la zacasustia de su primo, el borracho sofisticado, o más conocido como el dueño del beraclio donde se emborracha el pueblo entero. Se encontraron casualmente cuando la puerta se abrió. El primo estaba tomando balbuscia con jugo de naranja y haciéndose el importante, frente a un grupo de estirados, con su auténtico Pamdetruál colgado en la pared.

“El perrufio del alma no es bueno, el flagelo nunca es la solución; sin embargo, según Zimbowsizky, nada importa más en esta pretancia que la propia existencia”, comentó y luego rio distinguida y displicentemente. ¿Un mensaje sobrevivisionista? ¡Y en su propia casa! Qué desastre…

Lance camina directo por donde vino, de vuelta a su propia zacasustia, con ganas de no volver a hablar con el borracho snob (bueno, así le dice él, se refiere al borracho sofisticado) sin antes haber leído varios brabacos y de los gordos.

—Todavía no tengo el nombre, pero, cuando lo tenga, va a ser buenísimo —dijo la aún verruga de Lance.

Varios meses pasaron y una vez más estaba tocando la puerta de su primo, pero esta vez le pidió que estuvieran solos, y naturalmente así fue. El dueño de casa ofreció una de sus escoldrafias, él se sentó en la otra. Bebieron balbuscia, aunque Lance fue siempre más del prectar. “A mí, no me saquen el escocés on the rocks”, era una de sus frases célebres.

Todo salió como no fue planeado: ambos borrachos al amanecer en la parlafruncia, vestidos de fiesta corriendo olas y corriendo de las olas, mojados por la mitad, o casi tres cuartos. Lance supo que sería una buena oportunidad de decirle, pero se lo veía tan feliz a su primo, su amigo de toda la vida… Pero alguien debía decirle… su felicidad dependía de eso.

El gordo muy perceptivo inquirió:

—¿Qué te pasa a vos? Decime…

Frío empezó a correr por todo el prospiato de Lance. Hubo una batalla de le digo no le digo, mientras sus pies, tobillos y pantorrillas empezaron a, notoriamente, congelarse hasta los muslos.

—Ay, es que no sé, puede ser cualquiera, ¿no? –dijo dudosa la indecisión en forma de verruga—. ¡Ya casi termina el cuento, encima! Bueno, quiero un nombre con actitud…

—Es tu socio. Él te robo el warlaztron con guita que era para la inversión, no fue Lamorsa.

Lance se congeló. Evidentemente no dijo todo a tiempo. Su primo tuvo la brillante idea —fruto de la desesperación— de tirarlo al mar, esperando que se descongelase, pero el congelado solidificó el océano y con él, su existencia.

Años más tarde, un transeúnte reportaría haber escuchado, desde una grieta del entonces llamado “Mar Congelado”, un nombre gritado en una voz muy finita: “Walter Julio”.

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