Читать книгу Bitácora de una hazaña - Ignacio Ribas Somar - Страница 4

Capítulo 1

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Quizás el lector se pregunte las circunstancias por las cuales un joven nacido en la ciudad de Buenos Aires se vio envuelto en los acontecimientos que relataré a continuación. Lo primero que deseo aclarar es que no fui más que un espectador privilegiado de esta aventura sin igual. Lo segundo, es que me considero una persona tranquila, poco propensa a inmiscuirme en situaciones peligrosas. Fue, sin lugar a dudas, obra del destino que me hallase en aquel momento-lugar y me viera involucrado en este viaje.

Corría el año 1889 y dada la buena posición económica de mi familia, había sido enviado a la universidad más prestigiosa de Gran Bretaña para obtener la mejor formación que se pudiese pagar. Mi deseo era convertirme en un periodista de renombre y, por qué no, algún día en un escritor célebre. Adoraba la lectura de autores clásicos de la literatura como Herman Melville, Jules Verne, Daniel Defoe y Jonathan Swift, entre otros. Me considero verdaderamente feliz cuando me sumerjo en la lectura de un buen libro.

La pasión juvenil me hizo fijar mi atención en el periodismo y posponer la escritura de una novela para un momento de mi vida más tardía en donde tuviera algo interesante para plasmar en el papel. Mientras tanto podría informar y pulir mi estilo literario y prosa. El destino quiso que me cruzara con él y fuera testigo de sus aventuras, desventuras e incluso, partícipe de ellas.

He sido descortés y todavía no me he presentado siquiera, me disculpo con el lector, aún debo pulir mi estilo. Mi nombre es Julio Alves Leone y, como ya explicité, soy oriundo de la ciudad de Buenos Aires. Es fácil reconocer mis orígenes europeos por mi apellido. Soy el primero de mi linaje y esto se debe a la terquedad de mi abuela, la madre de mi madre.

Por el lado materno tengo orígenes italianos, específicamente del sur, de la región de Calabria. Mi abuela, Arcángela Leone, insistió en mantener su apellido en todos sus hijos y nietos, y a base de perseverancia, terquedad y su mal genio, lo consiguió. Al parecer mi padre, prefirió consentirle aquel capricho.

Por el lado paterno, mis orígenes son portugueses. Mi abuelo era originario de Lisboa, donde también nació mi padre. El nombre de ambos era Eusebio Alves, a este último se le agregó el nombre Segundo para distinguirlo de mi abuelo. Por fortuna él decidió romper con la tradición y eligió otro nombre para mí. Si hubiera sido por mi abuelo paterno, yo también me hubiera llamado Eusebio, seguramente acompañado por el Tercero para distinguirme de mi padre y de mi abuelo.

Me he ido por las ramas ya que este relato no se trata de mí, sólo consideré oportuno hacer una breve presentación. Mis padres decidieron emigrar hacia Argentina al poco tiempo de casarse. Se conocieron cuando mi padre contrajo una enfermedad durante su estadía en Italia por negocios y mi madre hizo de enfermera. Supongo que ambos deseaban liberarse de sus padres porque al parecer mis abuelos podían considerarse con derechos sobre las decisiones de los demás. Posiblemente esto se debiera a su posición económica. Si bien conocí a todos mis abuelos, sólo tengo recuerdos de mis abuelas, Arcángela e Idalinda.

El protagonista principal de esta historia es el noble caballero Garret J. Thomas O`Connor. A continuación relataré las circunstancias por las cuales tuve la fortuna de conocerlo.

Estaba estudiando hacía ya más de dos años en la universidad de Oxford a poca distancia de la hermosa ciudad de Londres. Teníamos varios días libres por las pascuas. Me encontraba decidido a quedarme en Oxford para adelantar mis estudios. Era el momento ideal dado que la mayoría de los jóvenes se marchaban a visitar a sus familiares y el campus quedaba casi desierto. Hubiera logrado mi cometido de no ser por encontrarme con mi compañero de habitación, Charles W. Smith, justo cuando éste estaba por marcharse.

-¿Qué planes tienes para estos días, Jules? –Sabía que mi nombre era Julio pero él me llamaba así con cariño.

-Pretendo dedicarlos a mis estudios. –No quería admitirlo pero estaba un poco atrasado en varios.

-A veces te comportas como si tuvieras la edad mi padre, Jules. Nada de eso. Vas a acompañarme a Londres. Tomaremos el próximo tren. Iremos a un club de caballeros y recorreremos la ciudad.

Había demasiados motivos por los cuales su plan no sonaba a una buena idea, pero no era fácil decirle que no a Charles. Él era el heredero de la fortuna de los Smith, conocidos dentro de la industria de los ferrocarriles. Su padre, Henry W. Smith, era uno de los hombres más ricos de Londres.

-No creo que consigamos un lugar en el tren para que pueda acompañarte. Y aunque lo hiciéramos, aún no me han enviado mi mensualidad. –Sabía que él iba a refutar mis argumentos con facilidad.

-No seas ridículo, mi buen amigo. En cuanto al espacio en el tren, he contratado un camarote, así que viajarás conmigo. Y con respecto al tema económico, yo te daré la plata. Ambos sabemos que voy a insistirte hasta obtener una respuesta afirmativa. Estamos por perder nuestro tren y tendremos que aguardar horas hasta el siguiente. Ahorrémonos la parte en la que rechazas mi oferta y me dices que luego me devolverás el dinero. –Había que reconocerle que podía ser extremadamente persuasivo. Si hubiera dedicado el mismo empeño en sus asignaturas de seguro sería un estudiante destacado.

-Voy a lamentarlo cuando pase noches en vela intentando ponerme al día con los estudios. –Charles comenzó a reír sabiéndose victorioso.

-Al final siempre obtienes excelentes calificaciones. Toma algo para leer en el viaje. Gracias, amigo, me aburriría horrores con mi padre y sus amigos.

Me hubiera gustado decirle que conmigo la pasaría extremadamente bien, pero yo no era precisamente un joven que pudiera considerarse divertido. El motivo por el cual Charles anhelaba mi compañía era dado que difícilmente le decía que no a sus ideas disparatadas.

Sin mayor dilación, nos dirigimos hacia la estación y llegamos cuando el tren estaba a punto de partir. Yo no tenía pasaje, pero ni siquiera nos los pidieron al ingresar. El guardia de seguro se hallaba ocupado. Viajamos ligeros y teníamos un hermoso camarote a nuestra disposición.

A los pocos minutos de comenzado el viaje, llegó el guardia solicitando los pasajes. Charles inventó una historia de cómo su amigo había decidido viajar a último momento para visitar a su tía que estaba mal de salud. Hasta le puso nombre a mi supuesta tía. Una tal lady Edwina Carlton, debía ser una mujer importante. Con sólo invocar su nombre fue suficiente para que me dejasen viajar sin siquiera cobrarme el pasaje, pero así era Charles, le gustaba hacer de las experiencias cotidianas una aventura.

-¿Tomaste un traje además del que llevas puesto? –La pregunta me sonó ridícula dado que él había observado como sólo tomaba algunas camisas, ropa interior, libros y lo que pudiera ser indispensable.

-Pensaba usar el mismo traje durante nuestra estadía –respondí.

-Imposible, tendremos que ir al sastre cuando lleguemos. Espero no tenga mucho trabajo. Hoy a la noche tenemos un compromiso y debemos estar presentables para la ocasión. –Algo me decía que el compromiso de la noche era el mayor motivo de mi presencia allí.

-¿Qué compromiso?

-Mi padre nos ha invitado a cenar y jugar a los naipes a su club de caballeros.

-¿Nos ha invitado? –Era imposible que me hubiera invitado sin saber siquiera que yo iba a acompañar a su hijo.

-Aún no sabe que te ha invitado a ti también, pero le dije que de seguro iba acompañado. –Sólo podía ser por un compañero, las mujeres no estaban permitidas en los clubes de caballeros.

El viaje en tren se dio con celeridad. Charles ordenó una botella de whisky de la mejor calidad, así que nos la pasamos bebiendo y fumando. Por fortuna también ordenó algo de comer. Nunca toleré demasiado bien el alcohol con el estómago vacío.

Al llegar a Londres nos dirigimos hacia el local de su sastre. Un hombre italiano de rasgos duros, demasiado efusivo al hablar. Parecía estar regañando a su ayudante hasta que lo vio a Charles.

-Señor Smith, ¿qué puedo hacer por usted hoy?

-Buenas tardes, Vito. Tenemos un compromiso por la noche con mi padre y necesitamos dos de sus mejores trajes a la brevedad. –Algo me decía que por ningún otro cliente hubiera podido el sastre hacer dos trajes en tan poco tiempo.

-Claro, será un placer. Por favor, vengan para que les tome las medidas. Haré los dos trajes más finos y elegantes para ustedes, su padre quedará impresionado.

El caballero nos tomó las medidas y nos pidió regresar en unas horas a buscar los atuendos. Aprovechamos el rato libre para dirigirnos a la casa de Charles. Era una enorme y hermosa mansión ubicada en la zona residencial de Londres. Debía tener al menos media docena de sirvientes y cuidadores para mantener su esplendor.

En ella nos encontramos con la madre y la hermana de Charles. Su madre era una mujer hermosa, demasiado para su padre, era evidente que se habían casado por su dinero. Además de ser varios años más joven que él. De todas formas, Henry prácticamente no estaba presente en su hogar. Se la pasaba haciendo negocios, frecuentando clubes de caballeros y otros lugares menos prestigiosos. Tenía más amantes que hijos. Ni siquiera debían compartir la habitación con su mujer cuando decidía pasar por su casa.

-Buenas tardes, hijo. Buenas tardes, Jules, que bueno verte. Sin lugar a dudas debes ser la mejor influencia que tiene mi hijo. Espero puedas ponerle límites –dijo su madre mientras lo abrazaba y le daba un beso. Era frecuente que les cayera bien a los adultos, siempre he sido extremadamente cordial y dado a la plática.

-Buenas tardes, madame. Es usted muy amable, es bueno volver a verla.

-Puedes llamarme Mary –respondió su madre.

-Siempre tan educado, Jules –interrumpió la hermana menor de Charles. Una hermosa joven de diecisiete años que siempre intentaba flirtear conmigo. Debo confesar que me gustaba que lo hiciera aunque me incomodaba un poco. Era evidente que molestaba a Charles.

-¿Qué haces tú aquí, Liz? –preguntó Charles.

-Podría hacerte la misma pregunta. Yo vivo aquí –respondió Lizbeth sin dejar de sonreírme con una mirada casi lasciva. Tendió su mano para que yo la tomase y la besara. Ignoraba si pretendía molestar a su hermano o sentía algo genuino por mí.

-Nuestro padre me invitó.

-Déjame adivinar, a su Gentleman´s Club, quiere adoctrinarte hermanito, que ingenuo, pensé que eras más listo.

-Quiere compartir tiempo conmigo.

-No seas iluso, para nuestro padre las personas sólo son útiles, incluso sus hijos y esposa. Somos su fachada ideal ante la sociedad.

-Algún día me haré cargo de su negocio.

-Tal vez, conociéndolo es más probable que lo hagas cuando él muera y por poco tiempo. –Liz provocaba a su hermano, había que reconocer que la joven era astuta y no decía necedades.

-Basta los dos, vamos a tomar el té en paz. La familia está reunida y tenemos un invitado de lujo. –Mary puso orden entre sus hijos –. Margareth, por favor sirve el té –ordenó la mujer a su ama de llaves. No sonaba a orden en la forma en que lo dijo.

-Claro, madame.

-No pensábamos quedarnos mucho –dijo Charles –, debemos ir a buscar nuestros trajes y reunirnos con mi padre y sus amigos a las ocho.

-No seas ridículo, hijo, apenas si son las cinco. Tienen tiempo de sobra.

Yo deseaba quedarme en tan grata compañía, pero era evidente que Charles quería marcharse. Pasamos varias horas hablando de política, negocios, la educación de Liz y nuestros estudios en Oxford. No era usual que las mujeres hablaran de tales temas, pero ni Mary ni Liz eran como el resto de las mujeres.

Hacia las siete de la tarde fue evidente que Charles comenzaba a impacientarse. Su madre y su hermana lo notaron y decidieron liberarlo. Comimos pasteles recién horneados mientras tomábamos el té. Ayudó a asentarme luego del viaje y a reponerme del whisky. De seguro seguiríamos bebiendo en la noche.

-Espero se diviertan hoy y no beban demasiado –dijo Mary mirándome más a mí que a su hijo.

-Sí, claro madre.

-Asegúrate de que no lo haga, Jules –imploró Liz –, es un cabeza hueca pero es mi hermano. Nos veremos pronto –al decir esto me guiñó un ojo.

-¡Liz, me avergüenzas! –Charles se enfureció.

-Liz –reprimió Mary sonriendo a su hija. –Ahora sí será mejor que se marchen, deben buscar sus trajes y mejor será que no hagas esperar a tu padre. Envíale nuestros saludos –dijo esto sin demasiada emoción.

-Así lo haré, madre.

Nos despedimos de la familia de Charles y partimos con rumbo al local del sastre. Por fortuna quedaba de camino al club de caballeros en donde el señor Smith nos aguardaba. Mientras que me probaba mi traje, Charles pagó la cuenta, nunca pude enterarme del monto total. Probablemente me hubiera dejado sin gran parte de mi mensualidad, si es que era suficiente. Pero Charles nunca me diría el precio, sería un regalo por haberlo acompañado en su aventura.

Era la primera vez que ingresaba a un club de caballeros, Charles tampoco lo había hecho, sólo a bares y pubes. Su padre no lo había invitado antes de aquella noche. Era un ritual de la sociedad británica, una forma de decirle a un hijo que se había convertido en hombre y que pronto estaría listo para formar parte de la empresa.

La intención de Charles era terminar sus estudios en uno o dos años más y convertirse en empleado de su padre. De seguro le daría un buen puesto en su empresa y luego de unos años le heredaría su legado. También podría intentar formar su propio emprendimiento. No sonaba a un mal plan.

Cuando Charles dijo su nombre nos permitieron ingresar sin inconvenientes. Era un club exclusivo y dadas las festividades se encontraba atiborrado de gente. Al ingresar, su padre nos esperaba con tres caballeros en una mesa redonda y amplia.

-¡Charles! Llegas justo a tiempo, nos disponíamos a comenzar una partida de póker –dijo su padre efusivo. Era un hombre que rondaba los cincuenta años, de cabello castaño claro, aunque ya había perdido la mayoría, delgado y de rostro severo. Era agradable sólo con quien le caía en gracia. Yo sólo lo había visto en dos ocasiones, pero por algún motivo no terminaba de caerme bien. Tal vez fuera por lo que su esposa e hija decían de él.

-¡Padre! Pensé que no vendrías hasta las ocho. –Aún faltaban unos minutos para la hora pactada.

-Teníamos unos asuntos que arreglar, negocios. –Noté que Charles se sintió ofendido pero lo disimuló. Era un orgullo estar incluido en una ocasión como ésta –. Has venido acompañado. El joven argentino si no me equivoco –dijo Henry ofreciéndome la mano y recibiéndonos de pie.

-Así es, mi buen amigo Jules me ha acompañado.

-Maravilloso, cuantos más, mejor. Espero estén listos para perder su dinero, caballeros –dijo esto dirigiéndose a los demás caballeros de la mesa –. Ustedes dos apuestan por mi cuenta –agregó refiriéndose a Charles y a mí.

-¿Desde Argentina? Debe ser un destino interesante y exótico. –Esto fue lo primero que el señor Garret John Thomas O´Connor me dijo y ya me había conquistado.

Permítame el lector presentarle al protagonista principal de esta aventura. El señor Thomas, como lo llama la mayoría de la gente, es un caballero de origen inglés e irlandés como denotan sus apellidos. Ronda los treinta y tantos años, pero no se deje engañar por su juventud, bien podría tener cincuenta o más por su sabiduría, astucia y conocimientos. Dado a una inteligencia más de tipo lógico-matemática, es un hombre cordial, respetuoso, práctico y un tanto extravagante. Frío en su trato, al menos hasta que uno entra en confianza, pero amable. Todo un caballero sin lugar a dudas.

De cabello castaño rojizo, ojos verdes, marcados rasgos masculinos pero armónicos. Una prolija barba enmarca su rostro y lentes con marco de carey. Tez blanca, buena estatura y excelente vestimenta. Debe su fortuna a una herencia prematura que recibió por parte de su difunto padre, un empresario de buques mercantes. Se decía que sus abuelos habían sido socios de la British East India Company.

El señor Thomas causa una impresión profunda en cualquiera que lo conoce. Me quedé casi sin palabras ante su comentario, pero por fortuna fue interrumpido por otro de los comensales de la mesa.

-Cualquier país para mi buen amigo es un destino exótico e interesante, caballero, ya lo verá a lo largo de la velada, enchanté. Mi nombre es Antoine Remi Dumont –dijo el caballero de origen francés –. ¿Y su nombre es?

-Julio Alves Leone.

-Jules, c´est magnifique. Como nuestro querido Jules Verne, justamente hablábamos de él.

El señor Dumont es quizás otro de los protagonistas principales de esta historia. Un caballero que aún no ha llegado a los treinta años. Bien parecido y que genera un magnetismo natural, sobre todo por parte de las mujeres. Seductor sólo cuando se lo propone, según me dijeron el típico encanto parisino, capaz de causar admiración o encanto a antojo.

El tercer caballero de la mesa, rondaba los cincuenta años, al igual que Henry. Era el socio del padre de Charles, un tal George A. Williams, su mano derecha. Hombre de hábitos un tanto desagradables, propenso a comer y beber en demasía. Cuando arribamos ya parecía haber consumido demasiado whisky. Sus mejillas estaban rojas al igual que su nariz.

Hechas las presentaciones pertinentes nos dispusimos a jugar al póker y tener la plática que marcaría el comienzo de esta aventura.

Bitácora de una hazaña

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