Читать книгу El tiempo fugaz a través de mi ventana - Ignasi Beltrán Ruiz - Страница 8

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EL DESCUBRIMIENTO DE

UNA CASA PECULIAR

La vida no es simple materia organizada por leyes.

Hay un dinamismo interno que solo se revela a la intuición.

Henri Bergson

Era aún un adolescente cuando una profesora cuyo nombre no consigo recordar, nos habló de Bergson y lo que yo entendí sobre la relatividad del tiempo vs una duración no cuantificable, tal como recibí e interpreté el fondo de la cuestión y la aportación de la lección de filosofía fue transcendente en mi propia vida.

Puede que fuera magnificado por mi imaginario de adolescente, pero como se suele decir, me llegó al alma. Parafraseándolo: «Solo la conciencia es capaz de enlazar lo ya acaecido y lo que está por suceder». Esa vivencia es lo que él llamaba duración y nos dice que en ella está nuestro yo profundo.

El mensaje me despertó de un cierto sopor en la percepción de las cosas y en el discurrir espeso de las clases. Captó toda mi atención, hasta tal punto que llegó con fuerza y una cierta inmediatez a un recóndito lugar de mis recuerdos, y empezó a moverse sobre el trasfondo de mi vida recolocándola, haciendo girar por doquier lo más íntimo de mi ser como un remolino de calor en verano.

Notaba su respuesta en mi sistema neurovegetativo, recorría todo mi cuerpo y aceleraba mi corazón. Sus historias entrecruzaban mis emociones, revolucionándolas de forma inespecífica y me despertaban un sincero interés por aplicar las cosas que decía en sus numerosas obras.

Era como si mi interior fuera copartícipe, según mi percepción, de una posible puesta en acción en mí mismo, de la parte aplicativa del descubrimiento de Henri. No era arrogancia, ni mucho menos, era el eco de sus palabras en mí; seguro que intencionadas y que a través de la explicación de la profesora impactaron en mi experiencia del tiempo y me llevaron a repasar en los recuerdos los enlaces de toda mi vida y mis proyectos, los cuales pude ver a mi corta edad y experiencia vital conectados profundamente en un continuum, como creí entender.

Pero sobrepasaba mis propios límites de abstracción, me desbordaba, yo sentía que en un aspecto muy positivo mi conciencia se abría de forma intuitiva, eso duró de entrada toda una tarde, en la que para el resto de las clases estuve totalmente ausente.

Al salir del instituto o, mejor dicho, casi escaparme del mismo para no tener que pararme con nadie, ni nada, corrí un rato y acabé jadeando y emocionado sin saber por qué delante de una de las pocas casas antiguas que quedaban en la proximidad del instituto. Fue algo instintivo, pues creo que nunca me había fijado especialmente en ella, pero ahora todo llamaba mi atención: su fachada, los dibujos de las rejas de sus ventanas artesanales y la peculiaridad de sus vidrieras con la parte superior e inferior de cristal de colores sobre una red plomada artesanal, todo de gran belleza.

Su misterioso interior quedaba protegido de mi curiosidad por unas cortinas acordes con la artesanía de las ventanas, e incitaba aún más mi imaginación.

Lo que sucedía era como un fenómeno nuevo, emocionante, trascendente para mí. ¡Qué curioso! Aunque seguramente a lo largo de años había pasado por delante de la casa, miles de veces, ahora, la casa y yo mismo estábamos como enganchados —a flor de piel y de fachada— por una sutil telaraña hecha con retazos de tiempo que se sucedían en mi interior, pese a que no encontraba el nexo, sino una intuición sin aparente lógica de pertenencia a aquel lugar.

Convertía todos los elementos de aquel escenario en el epicentro de un terremoto que me sacudía, si bien a ratos afortunadamente se calmaba y todo se volvía a asentar y se vaciaba de emoción y de cualquier contenido.

Entonces todo parecía reposar en un enunciado sobre lo relativo del tiempo, pues todo sucedía en una cierta atemporalidad.

Luego volvía: «La existencia es duración, no un continuo espacio-tiempo; somos duración, lo cual significa que somos un ser en evolución, en cambio perpetuo».

Buscaba textos, algunos de compleja lectura para mí, otros no acababa de entenderlos, copiaba párrafos enteros, e intentaba la ardua tarea de enlazarlos, todo era muy extenso. Me ayudó mucho la lectura de sus citas de Platón, a quien adoraba, y de Plotino, que fue para mí todo un descubrimiento.

Creí entender que la vida, en sus aspectos clave, está formada por una sucesión relacionada de instantes que citaba como discontinuos y que conformaban una duración. Algunos de ellos no tenían especial significación, pero otros, más transcendentes, relacionados en la conciencia tenían unas consecuencias en un proyecto de futuro y en un manejo relacional del ahora, trampolín del avance o retroceso.

En estos aspectos de los recuerdos actualizados no podemos recuperar el tiempo pasado, pero sí mantener la viveza necesaria para desarrollar con ellos la conciencia más allá de lo ontológico.

En la casa había un espacio ajardinado, entre las verjas de la puerta de entrada exterior y la puerta de entrada de la casa, toda ella estaba rodeada de un pequeño jardín arbolado. De la parte posterior no se veía nada, era un misterio más: ¿que había detrás de la casa? Esto excitaba mi fantasía, puede que como en algunas películas de ciencia-ficción hubiera una máquina para viajar en el tiempo… Para mí era algo indefinido que creía importante.

Volvían sus frases —«Sin ir más lejos, los recuerdos y la fantasía pueden ser las palancas que accionen una máquina perfecta, siempre a nuestra disposición para viajar por la dimensión temporo-espacial».

Esa parecía que era una clave práctica para mí, y estaba dispuesto a transitarla hasta sus últimas consecuencias, mi vida sería ese viaje.

Pues bien, esa casa se iba a convertir en una especie de thangka* simbólica, que no sagrada, en la que entraría también de forma simbólica. De hecho, lo que hice fue contemplarla absorto durante meses, era un espacio cotidiano de parada meditativa, a veces más analítica, otras vacía de contenido alguno, y a veces con descubrimientos muy interesantes.

La parada sucedía al inicio, la casa estaba cercana al instituto y cuasi al final de los cuatro paseos de ida y vuelta que realizaba todos los días para ir a clase, el mantra* sin nombre ni sonido que yo percibía tenía que ver con el tiempo en pasado, presente y futuro, o la no existencia de estos. Y allí estaba en su interior, sempiterno Henri con su discurso humanista y fértil, dirigiéndose a un auditorio entre el que intentaba colocarme apresuradamente en primera fila para que me viera y me lo pusiera fácil, escuchaba embelesado cómo disertaba sobre la esencia de la vida.

«La memoria hace posible que nuestro pasado nos acompañe en su totalidad a cada momento. Todo lo que hemos vivido está ahí, inclinado sobre el presente y dispuesto a ser absorbido».

Delante de la fachada convertida en extraño oráculo, repasaba y me preguntaba aspectos de casi toda mi vida, superponiendo y entretejiendo elementos que antes me parecían inconexos o sin sentido; de este modo cumplía fielmente la asertiva frase del maestro.

Las lecciones dictadas desde el interior de la casa y mi trabajo personal duraron todo un curso. Los otros autores de filosofía, salvo Platón, no me impactaron especialmente, aunque algunos sí que me suscitaron un gran interés, junto con la literatura y la física, que me entusiasmaban.

Han pasado muchos años desde entonces, el cronos antiguo lo afirma, pero la realidad es que ahora vuelve el escenario a mi panorama actual, pasa todo muy rápido, pero sucede durante varios días, como si se tratara de una música de fondo que se remasteriza junto a una película interesante (la de mi propia vida actual). Creo que me ayuda en muchos aspectos y de vez en cuando, sin darme cuenta surge la idea de algo que fluye inconscientemente y pone en marcha el disco de la atemporalidad, con ecos de inconsistencia, de impermanencia* y a la vez de profunda transcendencia.

La casa era la casa de mi infancia, la casa de mis abuelos, las casas que habité, mi casa actual, era todas las casas, pero sobre todo era la casa del tiempo, sin duda, o al menos así la llamo yo; representa todo un periodo, la vida y la muerte como aspectos de un ciclo evolutivo y también una teatralización llena de autenticidad, del vitalismo aleccionador de cualquiera de los personajes que pasaron por ella durante generaciones, representando sus propias escenas unidas en una duración. Esa era la experiencia que me proponía: de lo irreal a lo real, del pasado al presente, de la oscuridad a la luz, e incluso de la vida a la muerte. Se puede conformar una única escena manejada por la conciencia, que traída al ahora y vitalizada, es parte del impulso vital que nos mueve hacia los pasos que estamos dando y los que daremos.

Si me acerco suficientemente a ella, ahora ya en mi imaginación proyectiva, o si lo hacéis vosotros o vosotras con cualquier sitio representativo, poniendo toda vuestra atención, conciencia e intuición —aún se puede escuchar el rumor de las voces de las personas que la habitaron—, son voces y melodías de diferentes épocas, e incluso contienen un tanto difusas las imágenes de las personas. Aún se perciben situaciones que ocurrieron, por lo que la vibración de la vida resta todavía en sus muros e interior, y se abre una conexión con los recuerdos que incorporaste a lo largo de tu vida y que, de alguna forma, activan aspectos tuyos, que es de lo que se trata. Es una excusa para el paso por un umbral sutil a tu interior. Puedes pasar de puntillas y llenar el paisaje que aparece de conceptos, pero parece que eso contribuye a que vayas dejando abiertas muchas pantallas y que, en un momento dado y a partir de una intuición en tu conciencia, se bloquee tu sistema de manejo de los recuerdos, los fragmentos no encajen y en escenas clave te puedes quedar solo con la parte de una emoción que no se hizo figura, pero que tú con extrañeza y una cierta angustia no puedes, no sabes o no quieres conectar con nada, lo evitas y construyes con ello un enorme fantasma que a ratos saldrá a tu encuentro.

Entonces nuestros pasos se mueven en sentido retrógrado y nos desvitalizan, nos alejan del espíritu que nos mueve.

Suelo hacer una analogía de los recuerdos, diciendo que, son como las ruinas de antiguos monasterios ya extintos, de otras épocas, tanto en Oriente como en Occidente, de paredes derruidas por los elementos y el paso del tiempo. En ellas, si te sitúas enfocado con atención a tiempos pretéritos, aún te parece oír las oraciones del grupo de monjes o monjas y sus cánticos u oraciones vibrando por doquier, o incluso puedes ver sombras fantasmagóricas de monjes dando vueltas en el patio, que parecen formarse de la materia de los remolinos de polvo reseco que les vuelve a dar vida al depositarse atomizado en sus memorias flotantes. Tienes una sensación que tildas de irreal, de que las figuras están incluidas en el espacio como figuras sombrías y poco definidas de religiosos con sus rosarios recitando oraciones.

También ocurre algo similar si cierras tus ojos como en un ensueño e intentas conectar con la vida adherida a la porosidad de las antiguas ruinas en los que habitaron pueblos ancestrales. Por momentos, si te lo permites y no pones límites o conceptos a tu sensibilidad, puedes percibir cómo sus niños aún juegan y corren persiguiéndose unos a otros, o golpean en sus batallas los palos que imaginan espadas de guerreros, mientras en el fondo de la escena sus mujeres acarrean agua de lejanas fuentes en grandes cántaros y los hombres, pesados fardos de heno del campo. Es algo proyectivo desde tus propios recuerdos y memorias ancestrales, también pueden ser fantasmas del pasado si no les das realidad en el ahora y los transformas, o puede que sean simples imaginaciones…

Bueno, si te da respeto el tema, no se lo expliques a según quien ya que lo puedes asustar o asustarte tú. No obstante, absolutamente todos son personajes de un sueño; si pones la débil protección del consciente, en lugar de la intuición de la conciencia, puedes dejar de verlos y de repente el panorama se convierte en algo estructurado, medible, palpable —es el autoengaño—. Por supuesto, siempre podemos decidir o reflexionar nuestra decisión, pero la reflexión puede ser la trampa construida por nuestro yo egoico temeroso de los cambios, que lo llevan con cierta frecuencia a una continua alerta evitativa.

Entre el sueño y la vigilia, entre la realidad y la fantasía hay un umbral perceptivo al que tenemos accesos parciales, puede que sean imágenes sin fundamento o puede que sean retazos de conciencia que se reproducen con el contacto perceptivo sutil. Creo que de alguna forma eso no tiene importancia, pues la práctica con los casi imperceptibles hilos que mueven lo que parece una inventiva banal acaba conformando un hermoso bordado lleno de figuras y nombres, de colores e hilos entrelazados. Lo puedes dejar correr o poner en una gran pantalla, y así constituir la base proyectiva cambiante del manantial que fluye de la conciencia.

Síguelo y su cauce te conducirá hacia el río profundo donde todas las aguas se unen: al final todo acaba siendo río que fluye por doquier nutriendo fuentes, hidratando campos resecos, formando también lágrimas llenas de historias que caen del corazón y vuelven a la tierra que las engendró, mezclándose y atomizándose con las lágrimas de felicidad del cielo, las del coraje de las tormentas, las de los deshielos de las altas montañas. Oráculos lejanos que dialogan con los cielos y dejan sus mensajes en el agua que llega a nuestras casas y que bebemos para saciar la sed, para hidratar lo reseco de nuestro interior y que se convierte también en el sustrato de la leche que llenó de contenido los senos que nos amamantaron a todos y nos mantuvieron fusionados amorosamente a nuestras madres, a sus historias y a las historias de muchas generaciones.

Del líquido elemento dice algún científico que tiene memoria de todo lo acontecido a la humanidad —normalmente lo tildan de loco—; lo encuentro injusto, pues entre otras infinitas posibilidades ignotas para los que creen saber todo, no deja de ser la base que mantiene millones de vidas. Pero las bases de nuestras ciencias son a veces tremendamente restrictivas y lo simbólico y humanista lleno de contenidos roza la herejía.

Todo es un ciclo, en el que se mezclan realidades y sueños: en él todo es posible, pero de alguna forma has de dejar que el contenido sin forma, la forma sin geometría y la canción atemporal susurren a tus oídos y se manifiesten en la oscuridad de tus párpados cerrados, es tu «Conciencia llena de Clara Luz». Entonces, a ratos, podemos entrar si no utilizamos coartada alguna a un fluir universal de la vida y puede que ya no necesitemos salir, si no es como renuncia para ayudar a otras personas que necesitan de nuestra compasión, no de limosnas piadosas.

El tiempo fugaz a través de mi ventana

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