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EL AMOR EN STUTTGART: EL AMOR EN ZEMUN

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Publicado en El verdadero guarda fronterizo.

Si Karen Frost se marchó de Alemania, se debió sobre todo a la decepción que le había causado su amante Hugo Boss, quien al salvar su matrimonio la había defraudado. El hecho de que la hermana de ella viviese aquí desde hacía un año y pocos meses, no fue más que un motivo secundario a la hora de trasladarse precisamente a Zemun. Karen también podría haberse instalado en Belgrado para buscar trabajo en la capital de todos los serbios. Sin embargo, debido a su tamaño, le resultó demasiado parecida a Stuttgart, la ciudad que había abandonado y que trataba de olvidar, para olvidar con ella a Hugo Boss. Así pues, Zemun parecía la opción más lógica, lo mismo que el trabajo en la radio local.

Cuando abandonó Alemania, Karen logró alejarse de Hugo Boss, pero no así de los alemanes. Cualquier ser humano decente que encontrase a tantos compatriotas suyos en tierras extranjeras como hay aquí, y además vestidos de uniforme, de inmediato se consideraría a sí mismo un invasor o poco menos que un turista perdido. Sin embargo, cuando Hugo Boss dio con ella en Zemun, a la alemana, vestida de paisano, de nuevo le asaltó la idea de convertirse en la inspiración del famoso diseñador. Aquello que, antes de dejar Stuttgart, a Karen le había parecido tan agradable como la pena de muerte, ahora en Zemun la complacía como una dulce ilusión.

Si una noche, en ausencia del novio de Karen Frost, Hugo Boss no se hubiese presentado en su enorme caserón alquilado de la calle Belgradense, ella nunca habría descubierto tal ilusión. Mientras miraba a su inesperado huésped debió de sentirse como en casa; como en la casa de la que había huido.

Según el testimonio de nuestro fiable informador, ya en el pasillo, y tras dejar a un lado su bolsa de cuero negro, Hugo Boss le habló de la oferta que le habían hecho los ustachi para diseñar sus uniformes.

«Apenas me enteré de que tú vivías en su país, acepté la oferta y me presenté aquí —añadió Boss, entrando en la sala de estar—. Claro que lo último en lo que había pensado yo al venir aquí era en poner paz entre croatas y serbios. Lo único que me interesaba era restablecer mi relación contigo, ay, mi amor medio trágico de Stuttgart que había llegado a Zemun huyendo de mí… Ay, Karen, ¡tú eres la mujer en cuyo cuerpo me inspiré para remodelar el Allgemeine-SS! Lo cierto es que si acepté este maldito trabajo, el de diseñar los uniformes para los ustachi, fue sólo para tener una excusa formal para volver a ti… poder acercarme… Tú ya sabes que en Metzingen nunca me interesé por los modelos masculinos, sino por los femeninos, sobre todo por ti, ay, mi amor… ¡Karen-ci-ta!»

En presencia del Invisible, Boss le recordó a la anfitriona que cuando la conoció recortó las mangas del uniforme para las SS y elevó la cintura más allá de las caderas, para que el Allgemeine fuese lo más parecido posible a las atractivas y estables curvas de Karen Frost.

«Precisamente, durante aquellos años en que los germanos se mantenían en ayuno… preocupado por que el sexo pudiese matarlos, dada el hambre general, al rediseñar el uniforme conseguí crear la impresión de que las tropas de las SS estaban repletas de superhombres nórdicos de caderas estrechas, hombros anchos y largas piernas. Es decir, a imagen y semejanza de tu cuerpo, Karen —decía Hugo Boss—. Y tras realizar varios experimentos y alguna que otra estadística, resultó que el nuevo uniforme acentuaba la atracción física de los soldados. Algo que, gracias a ti, querida, tendría consecuencias muy positivas en la natalidad.»

Frost parecía escuchar las alabanzas que Boss le dirigía, mientras se cuestionaba en sus adentros tanto la decisión de huir de él como la de establecer una nueva relación con Novak Maričić, que en aquel momento se encontraba en Zagreb tratando de sacar a su hermano de la cárcel. Pero apenas terminó con los cumplidos, el modista empezó a quejarse:

«Puede que no toda la gente sea estúpida —dijo—, pero el 95 por ciento sí lo es, y aquí en Zemun lo son casi todos».

Karen le preguntó si también se estaba refiriendo a los alemanes. Hugo Boss respondió que no, que los alemanes eran capaces de los mayores éxitos espirituales.

«¿Quiere eso decir que te preocupa la estupidez de los demás?», preguntó Karen.

La luz que apareció en el ojo de Boss se transfiguró en una lágrima, vertida según él, por su amigo Herold, un prisionero judío de un campo de concentración en Letonia. Hugo le dijo a Karen que sólo se calmaría diseñando el futuro uniforme de los ustachi inspirándose en su cuerpo.

Si podemos publicar el material documental de este proceso seudoartístico, es gracias a la intrusión de nuestro camarada Der unsichtbare Mann, el Invisible, en casa de Karen Frost. De igual modo que les había sucedido a los dos guardias alemanes cuando lo condujeron a la Gestapo belgradense, Karen Frost y Hugo Boss no pudieron advertir al Invisible, escondido en aquella casa de la calle Belgradense.

El diseñador se quejaba ante la periodista de que, en su ausencia, le faltaba la inspiración y le pidió que se desnudase para poder contemplar con detenimiento su pierna izquierda, la pierna en la que llevaba el tatuaje de una Hakenkreuz.[*] A la altura del pecho, en la parte superior derecha del uniforme, Boss quiso colocar una copia del símbolo que lucía en la pantorrilla de Karen. Sacó sus gafas de la bolsa de cuero, sus papeles, un lápiz y un metro para tomar las medidas del nuevo uniforme, dispuso todos estos utensilios sobre la alfombra y se puso las gafas sobre la nariz. Se acostó junto a Karen y comenzó a tocar con delicadeza sus grandes pechos. Al poco se detuvo y quiso apuntar algo, pero ella se lo impidió acariciándole la nuca; de modo que él se quitó las gafas, se volvió de nuevo hacia Frost y le pidió que levantase la pierna izquierda y la mantuviese en el aire todo el tiempo que le fuese posible.

—En aquel momento —afirma nuestro interlocutor—, Karen Frost parecía más una chica seducida que una teutona valiente y madura. Si al principio Hugo Boss trató de concentrarse en diversas tareas estrechamente vinculadas con la confección del uniforme, poco a poco esa intención se transformó en deseo puramente carnal —continúa el Invisible.

Poco después, Karen Frost y Hugo Boss yacían silenciosos. El modista confesó que le gustaba el amplio baldaquín de la anfitriona. Karen lo miró sin decir nada. Entonces él le dijo despacio que había que encontrar a alguien capaz de estilizar la esvástica de su pantorrilla y le preguntó a Frost si conocía a alguien en Zemun apto para hacer buenos tatuajes.

«Hugo… has venido a mi casa para nada —le respondió Karen—. ¿A Zemun, también? Espero que no. —Y añadió—: ¿De dónde te has sacado que es menester ponerle una Hakenkreuz a los uniformes de los ustachi?»

«Es cierto, tienes razón», dijo él.

Quién sabe si en aquel preciso momento se le ocurriría rediseñar la esvástica con miras a aquella letra U con cuernos para el nuevo uniforme de los ustachi.

«Cuantos más años tienes, más ingenuo y perverso resultas —le dijo Karen—. Yo era también así, pero cuando tenía dieciocho años.»

A nuestro atento informador «invisible», Hugo Boss le pareció un niño cansado, y no un hombre que, en atención a su edad, casi podría ser el abuelo de Karen.

Hugo Boss le pidió que por favor se pusiese unas medias y un tanga bordado que había comprado especialmente para ella. La ropa era negra, «hecha para mujeres reflexivas que se toman en serio tanto el sexo como el arte», dijo, y sacó las prendas de su bolsa de cuero. Karen las vistió e hicieron el amor. El Invisible aprovechó ese momento para robar y traernos de su casa el dinero con el que hemos cubierto los gastos de impresión de esta edición de nuestro periódico.

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