Читать книгу Corte - Igor Marojević - Страница 14

UN PERIÓDICO Y UN HOMBRE INVISIBLES

Оглавление

Publicado en El verdadero guarda fronterizo.

Al parecer nuestro camarada Der unsichtbare Mann, el Invisible, casualmente entró en aquel parquecillo construido en lo alto de la ciudad a principios de este mismo año.

Al ver un Volkswagen negro frente al cementerio, el Invisible suspendió el solitario homenaje que en aquel momento rendía a sus familiares fallecidos y salió enseguida para entrar en la calle Klaonička. En el interior del coche se encontraban Karen Frost, Hugo Boss, Franz Neuhausen y dos leibwächters, o guardaespaldas, del modista. Nunca los habría visto si el metzingense y el encargado de las cuestiones industriales de las fuerzas de ocupación en Serbia no hubiesen mirado en todas partes, incluido el cementerio. «Jamás me olvidaré de la cara de Neuhausen», nos confesó el Invisible.

Siguió al coche, que giró por la calle Prigrevica y aparcó en una esquina frente a lo que en otros tiempos había sido un solar vacío, hasta que decidieron crear un pequeño y misterioso parque que, según una vecina que prefiere permanecer en el anonimato, «desde fuera parece un pastel invadido por el moho». Al subir por la calle Prigrevica, el Invisible pudo ver a los guardaespaldas de Hugo Boss, Gottfried Dangelmaier y Friedrich Knappenberger, ambos nacidos en Stuttgart. Estaban sacando a su conciudadana Karen Frost del Volkswagen negro. Mientras el modista y Neuhausen esperaban a que los dos guardaespaldas colocasen a Karen en la silla de ruedas, el Invisible no perdió el tiempo: se acercó a la puerta de madera de una pequeña casa, abierta debido a la llegada de Karen.

¿Vieron al Invisible o no lo vieron?

No lo vieron entonces ni cuando entró a la casita en la que se ocultaba ni más ni menos que ¡la sede del Objektiver Beobachter!, el semanario que durante meses se había estado imprimiendo en secreto. Por otra parte, no debería extrañar que sea un hombre en la clandestinidad quien haya descubierto una sede secreta. Según Franz Neuhausen, el Objektiver Beobachter es un semanario escrito para alemanes y para sus partidarios: todos aquellos que quieren saber qué sucede realmente en Zemun, y quieran escapar a la propaganda, tanto serbia y croata como alemana. Así pues, y para conseguir un distanciamiento objetivo, los periodistas también debían distanciarse físicamente tanto de los temas tratados en sus artículos como de los lectores. ¿Cómo? Ubicando la redacción en lo más alto de la ciudad.

Ni el cansancio que le causó llegar al Objektiver Beobachter ni el tórrido calor de julio impidieron al Invisible que nos describiese, con ese estilo tan característico de sus artículos, hasta la más recóndita de las habitaciones de la redacción del semanario. ¿Cómo un hombre tan pequeño y flaco logró hacer todo eso? Sólo él lo sabe.

El Invisible inspeccionó las condiciones laborales de una pequeña muestra de trabajadores en ese pueblo que no puede verle.

«Por su altura, la sede de la redacción se parece a mi casa —nos dijo el Invisible, tras haber visitado el Beobachter—. La altura de los techos obliga a cualquier persona de mediana estatura a agachar la cabeza y conducirse con humildad. La gente interpreta el significado de las cosas según su propia experiencia. Desde el momento en que construyó una casa igual de baja, mi padre comenzó a agachar la cabeza de forma sistemática y en las cuatro paredes de nuestra única habitación colgó cruces para humillarse constantemente ante Dios. En las paredes de la redacción hay sólo un lema escrito en alemán: LA HUMILDAD ESTÁ A UN PASO DE LA DISCIPLINA, F. Neuhausen. Felices por no golpear el techo con sus cabezas, los periodistas alemanes deben ser humildes a la hora de escribir sobre la realidad y tienen que hacerlo de un modo objetivo.

»La habitación dedicada a la redacción es la más grande —prosiguió el Invisible—. Los periodistas, que usan máquinas de escribir Erika, se sientan de cara a la pared para concentrarse mejor en su trabajo. Además, la jefa de redacción Karen Frost los observa desde detrás, severamente […]. Esta sí que fue una entrada triunfal de Karen Frost después de las semanas que le tocó pasar en el hospital.

»Junto a la habitación de los periodistas hay un laboratorio fotográfico desde el que se puede acceder a un pequeño almacén donde están guardados los únicos ejemplares del Objektiver Beobachter. Por si alguien todavía lo ignora, el periódico no sale a la venta. Se presta de forma secreta a gente de confianza, que por su parte debe devolver los ejemplares tras leer la información verdadera; luego, los miembros de la redacción les prenden fuego en el parque. En ese almacén secreto se guardaba un único ejemplar de cada edición del Beobachter […]. En la cuarta habitación, igualmente estrecha y rectangular, una secretaria recibe a los colaboradores externos: no alemanes. No son muchos. Una vez me quedé a solas con la secretaria. Sin que me viera, copié una lista de los nombres, apellidos y direcciones de los colaboradores e intenté memorizar sus caras, fijándome en las fotografías adjuntas a sus fichas.»

Tras haber inspeccionado las instalaciones, el Invisible se apoderó del total de ejemplares del Objektiver Beobachter y salió.

¿Vieron al Invisible o no lo vieron?

No, todavía no. Y eso, el Invisible habría de aprovecharlo para inspeccionar también los alrededores de la redacción.

«Sólo los empleados y los miembros de seguridad alemanes y algún que otro colaborador no alemán tienen el carné que permite la entrada al parque de esquinas y techo vegetales —explicó el Invisible—. En el lado izquierdo del parque hay una plataforma de hormigón donde se queman los ejemplares del periódico; para la expulsión del humo utilizan un tubo de ventilación que conduce el aire fresco del Danubio.» […]

Al ver que les faltaba su prensa, a los alemanes les entró pánico. Alguien gritó: Der unsichtbare Mann! y los de seguridad levantaron sus metralletas con los cargadores a punto, observando en todas direcciones. Pero el Invisible ya se había ocultado en el interior de un seto, cerca del abismo que, en tiempos mejores, había conducido hacia el Danubio a quienes escogían un salto desde gran altura entre las posibles formas de quitarse la vida. Si, por ejemplo, al Invisible le hubiese pasado por la cabeza suicidarse de esa manera, no habría podido hacerlo, pues dentro del seto vivo hay unas firmes rejas de hierro, instaladas para impedir que los curiosos atraviesen el seto y entren en el pequeño parque.

De la redacción salió el teniente coronel Kurt Lampersberg. Luego salieron también un gacetillero vestido de paisano y Hugo Boss con Dangelmaier y Knappenberger. Lampersberg, resignado, le hablaba al modista del Invisible. Como es lógico, los alemanes saben de él, pero les faltan ciertos datos sobre su refugio y domicilio más o menos habitual. Además, desconocen su nombre y apellido. Cosa que, por otra parte, pueden agradecer a esos cerdos capitalistas del Ikarus, que tanto desprecian a los obreros como para no haber hecho ni siquiera una lista de la gente que colaboraba con ellos.

—Los alemanes estamos interesados por ese tal Der unsichtbare Mann —le explicó Lampersberg a Boss mientras fruncía el ceño— desde que hacía pintadas comunistas y distribuía por Zemun El verdadero guarda fronterizo. Sin embargo, nadie de nosotros ha podido verlo jamás: es demasiado bajo, dicen; pero los serbios sí pueden. Una vez, gracias a un serbio llamado Novak Maričić, conseguimos darle caza.

—Conozco a ese señor y no quiero hablar de él —dijo Hugo, y Lampersberg se disculpó.

Der unsichtbare Mann nunca llegó a la Gestapo —prosiguió el teniente coronel.

—¡Qué cosa! —dijo Hugo Boss extrañado—. Y usted, pequeñito, ¿qué hace por aquí? Por favor, ¡a paseo!

El teniente coronel nacionalsocialista, Lampersberg, también se mostró extrañado:

—¿A quien le ha hablado?

—A un niño —negó Boss con la mano.

—¿A un niño o a una niña?

—A un niño, por supuesto —dijo, y sonrió con dulzura.

—¿Y qué aspecto tenía?

—Baja estatura, rubio, muy pálido —dijo Boss.

—Me temo que acaba de cruzarse usted con Der unsichtbare Mann —se excitó el teniente coronel mirando a su alrededor.

—Pero, aquel niño no puede ser Der unsichtbare Mann —dijo Boss.

—¡Cómo que no, señor modista!, Der unsichtbare Mann parece un niño —dijo Neuhausen un poco enojado.

—Le juro que aquel no parecía un niño —insistió Boss—, era un niño.

El general de división, el teniente coronel nazi y unos periodistas uniformados o vestidos de paisano siguieron buscando por todas partes sin éxito.

Der unsichtbare Mann! Der unsichtbare Mann! —alguno que otro soltaba gritos, como si esperase a que nuestro camarada le contestase.

Una vez que se marchó Boss con Dangelmaier y Knappenberger, el presidente del consejo del Objektiver Beobachter y jefe industrial del protectorado, Neuhausen, explicó su plan de reubicar la casa de la redacción.

—Sólo el distanciamiento físico garantiza un punto de vista objetivo. Tendremos que encontrar una casa abandonada, un lugar como éste, pero situado en un pueblo aún más perdido —dijo volviéndose hacia la redacción—. Antes de hacerlo tenemos que finalizar la edición del semanario dedicada a la búsqueda de Maričić. Y completarla con la persecución del Invisible y con los crímenes de los ustachi en Batajnica. Tendremos que echarles una mano a los periodistas, esos blandengues —dijo Neubacher, rodeado de periodistas—. Lo peor de todo es que Der unsichtbare Mann conoce la ubicación actual del periódico. Lo peor de todo es que hemos invertido mucho en el Beobachter y ahora nos hemos quedado sin la tirada completa. Lo peor de todo es que el carácter secreto del Beobachter se perdió hace mucho.

—Es culpa mía —dijo Karen Frost desde su silla de ruedas, a lomos de la que, mientras tanto, había salido de la redacción.

—Si no te hubieses postrado, te habríamos echado del trabajo o a lo mejor arrestado. Pero ahora está bien, Karen —Lampersberg trató de consolarla, pero Karen Frost parecía inconsolable, algo que quedaba enfatizado por la imagen de sus elegantes zapatos de medio tacón, con unas rosas en sus pies inmóviles. Las cabezas de los demás alemanes seguían dando vueltas, mirando en todas partes, en el patio, en la redacción, tratando de dar con el Invisible, aunque prácticamente se miraban los unos a los otros.

Corte

Подняться наверх