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INTRODUCCIÓN

A petición de sus editores, a quienes el Dr. Nitobe dejó cierta libertad de acción en relación con el prólogo, me alegra ofrecer algunas palabras de introducción a esta nueva edición de Bushido. He tenido relación con el autor durante quince años, pero, con su tema, durante más de cuarenta y cinco.

Fue en 1860, en Filadelfia (donde, en 1847, vi el Susquehanna), cuando me reuní con miembros de la embajada de Yedo. Estaba muy impresionado con estos extranjeros, para quienes el Bushido era un código viviente de ideales y costumbres. Más tarde, durante tres años que pasé en el Rutgers College, New Brunswick, N. J., estuve entre jóvenes nipones a quienes enseñé o conocí como estudiantes. Descubrí que el Bushido, acerca del cual hablábamos a menudo, era algo increíblemente atractivo. Tal y como se ve en la vida de estos futuros gobernadores, diplomáticos, educadores y banqueros, sí, incluso en las horas en que más de uno “cayó dormido” en el cementerio Willow Grove, el perfume de la flor más fragante del lejano Japón era muy dulce. Nunca olvidaré cómo el joven samurái moribundo Kusakabe, cuando fue invitado a los más nobles servicios, respondió: “Incluso aunque pudiera conocer a vuestro Maestro, Jesús, no le ofrecería únicamente los desperdicios de una vida.” Así, “en los banquillos del antiguo Raritan”, en atletismo, durante las bromas que se hacían durante la cena al contrastar lo japonés y lo yanqui, y en la discusión acerca de ética e ideales, me sentía muy deseoso de utilizar la “réplica encubierta del misionero” sobre la que una vez escribió mi amigo Charles Dudley Warner. En algunos puntos, los códigos de ética y propiedades diferían, pero más en puntos concretos o tangencialmente que como una ocultación o eclipse. Como escribió su propio poeta —¿fue hace mil años?— cuando al cruzar un páramo las flores cargadas de rocío que rozaba con su ropa dejaban sus gotas brillantes en su brocado: “En homenaje a este perfume, no quitaré esta humedad de mi chaqueta.” Es más, me alegraba salir del sendero trillado, que dicen que difiere de las tumbas sólo por su longitud. Pues, ¿no es la comparación la esencia de la ciencia y la cultura? ¿No es cierto que, en el estudio de idiomas, ética, religión y códigos de costumbres, “el que sólo conoce uno no conoce ninguno”?

Cuando me llamaron, en 1870, de Japón como educador pionero en la introducción de los métodos y el espíritu del sistema educativo público americano, qué contento estuve de abandonar la capital y, en Fukui, en la provincia de Echizen, ¡ver el feudalismo auténtico en acción! Ahí miré el Bushido, no como algo exótico, sino en su medio natural. Me di cuenta de que en la vida diaria el Bushido, con sus cha-no-yu, j-u-jȈ u-tsȈu (“jiu-jitsu”), hara-kiri, educadas genuflexiones en la calle, reglas de espada y camino, saludos pausados, cánones de arte y conducta, así como hazañas por las esposas, doncellas y niños, formaba el credo y la praxis universales de toda la población de la ciudad fortificada y de la provincia. En ellas, como en una escuela viviente de vida y pensamiento, los niños y las niñas se entrenaban por igual. Lo que el Dr. Nitobe ha recibido como una herencia, ha inhalado por las ventanas de su nariz, y de lo que tan graciosamente escribe, con tanta profundidad y amplitud de miras, yo lo ví. El feudalismo japonés “murió sin la visión” de su mayor exponente y más convincente defensor. Para él es como la ráfaga de una fragancia. Para mí era “la planta y la flor de la luz”.

Por tanto, viviendo bajo el feudalismo y a las puertas de su muerte, puedo ofrecer testimonio de la verdad esencial de las descripciones del Dr. Nitobe y de la exactitud de sus análisis y generalizaciones. Ha dibujado con arte magistral y ha reproducido el colorido del cuadro que mil años de literatura japonesa tan gloriosamente reflejan. El Código de Caballería se desarrolló a lo largo de un milenio de evolución, y nuestro autor apunta las floraciones que han acompañado el camino recorrido por millones de almas nobles, sus paisanos.

De todos modos, un estudio crítico ha hecho más profundo mi propio sentido de la potencia y el valor del Bushido para la nación. Quien quiera comprender el Japón del siglo XX, debe conocer algo sobre sus raíces en el pasado. Incluso aunque ahora sea tan invisible a la presente generación nipona como a los extraños, los estudiantes pueden leer los resultados de hoy en las reservas de energía de los días pasados. Los rayos de sol del tiempo no registrado han depositado el sustrato en el que ahora Japón cava sus pies de impacto para la guerra o la paz. Todos los sentidos espirituales son afilados en aquellos que han cuidado por el Bushido. El terrón cristalino se ha disuelto en la taza edulcorada, pero la delicadeza del sabor sigue animando. En pocas palabras, el Bushido ha obedecido la más elevada ley enunciada por Uno cuyo propio exponente saluda y confiesa como su Maestro: “Excepto que un grano de maíz muera, permanece solo; pero si muere, traerá muchos frutos.”

¿Ha idealizado el Dr. Nitobe el Bushido? ¿Cómo podría hacerlo?, nos preguntamos. Se llama a sí mismo “defensor”. En todos los credos, cultos y sistemas, mientras el ideal crece, los ejemplares y los exponentes varían. La ley es la acumulación gradual y la lenta obtención de la armonía. El Bushido nunca alcanzó un objetivo final. Estaba demasiado vivo, y finalmente murió sólo en cuanto a su esplendor y fuerza. El choque del movimiento mundial —así llamamos a la acometida de influencias y eventos que siguieron Perry y Harris— con el feudalismo en Japón no encontró en el Bushido una momia embalsamada, sino un alma viva. Lo que realmente se encontró fue el acelerado espíritu de la humanidad. Entonces el menor fue bendecido por el mayor. Sin perder lo mejor de su propia historia y civilización, Japón, siguiendo sus propios y nobles precedentes, adoptó primero y adaptó después las opciones que el mundo tenía que ofrecer. Así, su oportunidad de bendecir Asia y la raza fue única y ha sabido aprovecharl a—“con una difusión aún más intensa”. Hoy en día, Japón ha venido hacia nosotros con sus manos cargadas de regalos, no sólo para nuestros jardines, nuestro arte, nuestros hogares enriquecidos por las flores, los cuadros y los hermosos objetos, tanto si son “bagatelas de un momento o triunfos para toda la vida”, sino también en cuanto a la cultura física, la higiene pública y las lecciones sobre la paz y la guerra.

Nuestro autor nos puede enseñar, no sólo en su discurso como abogado y consejero de la defensa, sino como profeta y sabio cabeza de familia, rico en cosas nuevas y viejas. No hay otro hombre en Japón que haya unido de un modo más armonioso los preceptos y la práctica de su propio Bushido en la vida y en el trabajo, en el arte manual y el de la pluma, en la cultura del país y del alma. Iluminador del pasado nipón, el Dr. Nitobe es un auténtico hacedor del nuevo Japón. En Formosa, el nuevo aumento del imperio, igual que en Kioto, es el erudito y el hombre práctico, ducho en la ciencia más novedosa y en la más antigua diligencia.

Este pequeño libro sobre el Bushido es más que un mensaje pesado para los países anglosajones. Es una notable contribución a la solución del mayor problema de este siglo: la reconciliación y unidad de Este y Oeste.

Antiguamente existían muchas civilizaciones; en un mundo mejor que está por venir, sólo habrá una. En la actualidad, los términos “Oriente” y “Occidente”, con toda su carga de mutua ignorancia e insolencia, están a punto de dejar de existir. Como un eficaz término medio entre la sabiduría y el comunismo de Asia y la energía y el individualismo de Europa y América, Japón ya está trabajando con una energía irresistible.

Instruido en temas antiguos y modernos y cultivado en las literaturas del mundo, el Dr. Nitobe muestra aquí estar admirablemente dotado para una tarea agradable. Es un verdadero intérprete y reconciliador. No necesita disculparse por su propia actitud hacia el Maestro a quien ha seguido fielmente durante tanto tiempo. ¿Qué estudioso, familiarizado con las vías del espíritu y con la historia de la raza tal y como las conduce el Amigo Infinito del hombre, debe marcar la diferencia en todas las religiones entre las enseñanzas del Fundador y los documentos originales y las adiciones étnicas, racionalistas y eclesiásticas? La doctrina de los testamentos, a la que se ha hecho alusión en el prólogo a la primera edición, es la enseñanza del que ha venido, no a destruir, sino a satisfacer. Incluso en Japón, la cristiandad, desprovista de su molde extranjero original, dejará de ser algo exótico y hundirá sus raíces profundamente en el suelo en el que ha crecido el Bushido. Despojada por igual de sus vendas y de sus uniformes extranjeros, la iglesia del Fundador será tan nativa como el aire.

William Elliot Griffis Itaca, mayo 1905.

Bushido

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