Читать книгу La reina está muerta - Ira Franco - Страница 5
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La luz verde como de computadora vieja rebota en los túneles semicirculares por los que cruza mi taxi. Aún así, el maldito teléfono celular siempre tiene señal.
—Sé que buscas la forma de quedarte más tiempo. Ni se te ocurra inventar que se retrasa tu avión. Necesito que regreses ya. Tengo otras asignaciones para ti.
—Del avión nada. Solo creo que es una nota interesante. Además, parece que hay problemas con la logística de la entrevista.
—¿Qué tan interesante? ¿Interesante para los que compran la revista o solo para los inadaptados de tus amigos?
—¿Sabes de lo que estamos hablando? Es una canción. Una canción que anuncia el fin del mundo está cumpliendo treinta años. Las personas se mueren, cumplen todos sus aniversarios y a nadie le importa. Pero las canciones no. La música es más importante que tú y yo y que nuestra estúpida revista. O el mundo valdría para pura madre.
—El mundo no se acabó, esta canción es noticia vieja. Y quiero que regreses pronto.
—Es Don McLean. ¿Conoces a Don McLean? Todo el mundo ha cantado «American Pie» alguna vez en su vida.
—Sí. «American Pie». De todas formas tienes tres días. Regresas o pongo al becario en tu lugar.
El teléfono móvil apaga su diminuta pantalla. Mientras el taxi se dirige a Venice Beach saco de la cartera la fotografía de una muchacha rubita, menuda, con una flor en la mano. Detrás la playa, el mar picado y un carrito de helados. Con la mano en una instantánea es difícil no pensar en el paso del tiempo, en las manchas amarillas, la nicotina de los minutos. Esa chica de bikini puede o no ser aquella jovencita que fue mi madre. Como tantas otras pertenencias de mi madre, esta también puede ser una mentira.
—Oye, muévete —me dice un tipo en patines. Es un gigante blanco y con rueditas. Es tan alto que el sol lo quema primero a él y luego a todos los caminantes del malecón. Los locos del barrio venden figurines hechos con basura y alguien los compra y luego los vuelven a tirar por aquí y así se completa el círculo. Basura que se hace una y otra y otra y otra vez. Gente que la vende y la compra una y otra y otra vez. El malecón está a reventar, hay tanta maraña, tanto vicio, que la mar se esconde.
—Estás en el paso, ¿no te has dado cuenta de que todos están a punto de atropellarte?
—No —le digo mientras me muevo hacia la barda y me siento con las piernas replegadas. Pienso en las esculturas de Cesar, los cubos de chatarra compactada, los pantalones de mezclilla tiesos de uso continuo sobre un lienzo y enmarcados. Es un recuerdo vago, pero creo que Venice Beach se parece a las esculturas de Cesar. El gigante con rueditas se me acerca y pone el freno de goma en el pavimento caliente.
—¿Tú no eres de aquí, verdad?
—…
—Miras con mucha insistencia. Es peligroso. ¿Sabes que algunos chimpancés lo consideran una muestra de agresividad? —me dice con un inglés derrapado en las eses de agressiveness. Somos chimpancés, con unos pelos menos.
—Busco una dirección, quizá tú puedas ayudarme. ¿Vives en Venice?
—No digas tonterías, aquí no vive nadie, todos somos artistas, esas casas son temporales. Seguramente buscas a un artista, ¿cierto?
—¿Cómo lo sabes?
—Sé que estás lejos de casa y quisiera ayudarte, pero yo voy hacia el otro lado.
—Estoy buscando a Don McLean.
—No lo conozco, ¿es un actor?
—El de «American Pie».
—¿La película? Estás muy lejos de casa, girl. Ellos viven en Beverly Hills.
—No, no. La canción.
—Pues no la conozco, ¿para qué lo buscas?
—A long long time ago… I can still remember how this music, used to make me smile…
—Me suena, sigue cantando.
—And I knew if I had my chance, I would make this people dance and…
—No es Don McLean, esa canción la canta Madonna. Definitivamente Madonna es un ser difícil de encontrar en Venice Beach. Difícil, sin duda, aunque no imposible.
—No, no. Está bien, déjalo.
—¿Así que ya no te interesa mi ayuda?
—No, ya no, gracias.
—No conozco al tal McLean, pero conozco a Madonna, si te sirve.
—¿Conoces a Madonna?
—Contando cuántas personas conocen a Madonna, eso no es ningún logro.
—¿Sabes por dónde podría empezar a buscar a Don McLean?
—Así que vienes sin un plan… te digo, aquí todo el mundo es artista, lo único que debes hacer es acercarte a los meseros. Ellos son los mejores artistas del mundo, lo ven todo. Mira, I’ll tell you what, invítame una bien fría y platicamos. Necesitas un plan.