Читать книгу La reina está muerta - Ira Franco - Страница 8

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(19 AÑOS)

Ayer quisimos estar un ratito juntas, pero nos peleamos. No es raro. En estos días las cosas no van muy bien. Tuve que irme. Hubiera sido mejor quedarme, aun con el silencio que suele sobreponerse entre nosotras cuando estamos peleadas, pero no pude. La mayor parte de las veces, me da miedo hablar con mi hermana.

«Te dije que usaras esta y no aquella. Te dije que fueras conmigo. Te dije que no era así». Es muy probable que algún día me vuelva a limpiar los mocos, como cuando éramos pequeñas, pero ahora no podemos ni tocarnos un centímetro, un sentímetro. Es igual, de todas formas no entiendo nada de lo que quiere. Quiere cosas de mí, como que no tire los vasos llenos de líquido en las mesas. Yo no puedo hacer eso, nunca he podido. Quiere cosas como que me consiga un novio guapo, con los ojos azules, que me case, que sus sobrinos sean lindos y ella pueda salir a la calle y presumirlos. Quiere que yo sea feliz. Y yo no puedo hacer eso, nunca he podido. Salí de la casa leyendo para no decir nada. Tomé unos folletos que estaban en la entrada y cerré la puerta. «Lavamos su alfombra. Garantizado». Me gustan los folletos. Tienen ese tono como de amigo de toda la vida, casi quieres invitarles un café. La educación que te dieron te dice que tal vez deberías hacerlo. A veces hasta les pagarías para que se quedaran. Se supone que tengo una especie de síndrome en mi destino, me lo dijo una mujer con acento extranjero que me leyó mi carta astral: «Durante el curso de tu vida, personas entrarán y pensarás que son importantes, pero así como llegan se van. Solo vienen a enseñarte algo. Así ocurrirá de aquí a que te mueras. Esta es la vida que te tocó. Aprovéchalos». Todavía me dijo: «Aprovéchalos y déjalos ir». Estuve a punto de aventarle un zapato en la cabeza. Claro que no era su obligación decirme algo agradable, pero luego pensé ¿por qué me lo hizo más triste avisándome?, ¿no es exactamente lo que nos pasa a todos? Como si no nos pasara a todos, desde siempre. Tenía una amiga, Yedid, en la primaria. Buscábamos un lugar para ocultarnos debajo de las escaleras y aguardábamos el estruendo de las jovencitas de secundaria. Les veíamos bajar corriendo al recreo con aquellas piernas peludas, gorditas, que rompían el elástico de las calcetas blancas. Zapatos de goma negra, de escuela privada de monjas. Al bullicio de la salida al recreo le llamábamos «El paso de las elefantas». Era absolutamente real la sensación de que nos aplastarían si no nos manteníamos ocultas. Nos tomábamos del brazo y cerrábamos los ojos, y cuando todo había pasado, cuando el barandal de la escalera dejaba de temblar, nos poníamos a reír. Me veo, como si pudiera salir de mi cuerpo, me veo tomada del brazo de Yedid y me acuerdo de lo que me dijo la del acento extranjero. «Déjalos ir». Pues aunque no hubiera querido: a Yedid la expulsaron las putas monjas un mes después de que la conocí. Íbamos en primero de primaria.

(Se me caen los vasos llenos de líquido en las mesas, cuando los demás están pasándosela bien. Tengo eso. También siento que cada vez que no encesto un kleenex en el basurero algo muy malo me va a ocurrir. Ya he leído esto del kleenex, no es exclusivo, lo siente todo el mundo. Si suena el teléfono en la próxima media hora es señal de que puedo ganarme la lotería. Les pasa sobre todo a las personas solas).

La reina está muerta

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