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5.3. ¿No es una categoría en absoluto?

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No es sorprendente, a estas alturas, leer afirmaciones como: “el abuso de niños no es una categoría naturalista –nada puede naturalmente ser abuso de niños–” (P, p. 148). O: el abuso de niños “no es una entidad absoluta, sino que está socialmente definida y no puede ser divorciada de los contextos sociales en los que ocurre. El maltrato tampoco es un fenómeno único, sino que envuelve una cantidad de actos que pueden distinguirse el uno del otro tanto operativa como conceptualmente” (Giovannoni y Becerra, 1979, p. 239) (34).

La segunda afirmación la hacen Jeanne Giovannoni y su colega Rosina Becerra. Su libro Defining Child Abuse, es un intento por analizar las percepciones profesionales y sociales sobre el abuso de niños en California. La investigación se basó en cuatro condados cultural y geográficamente distintos de ese estado. Los profesionales estudiados eran pediatras, trabajadores sociales, abogados y policías. Los investigadores tomaron una muestra de 72 ejemplos de maltrato infantil. Estas historias son “viñetas” de la realidad. Las situaciones iban desde “un padre que quemó a su hijo en la cola y pecho con un cigarrillo” hasta “padres que dejaron solos a sus hijos por una noche”, “padres que experimentaban con cocaína mientras sus hijos estaban presentes” y “madre divorciada quien tenía la custodia de su hijo y ejercía la prostitución”. Se les pidió a los profesionales y gente del común que clasificaran estos incidentes de acuerdo con su gravedad. Se usó el análisis factorial para organizar los incidentes en las siguientes categorías, ordenadas de más a menos grave:

Abuso físico

Abuso sexual

Fomentar la delincuencia

Supervisión

Maltrato emocional

Drogas/alcohol

Falta de cumplimiento de sus labores

Negligencia educativa

Costumbres sexuales de los padres

El orden de las primeras dos categorías puede ser engañoso, pues hay una gran cantidad de abusos físicos que pueden no ser considerados como serios, mientras que todo abuso sexual es grave.

Acabamos de listar nueve tipos distintos de comportamientos humanos que son socialmente desaprobados. Los nombres en algunos casos son sucintos, por ejemplo, de la categoría de “supervisión” se entiende que es la falta o mala supervisión de un niño que esté bajo su responsabilidad. Defining Child Abuse deja claro que tanto los profesionales como la población en general tuvieron muy pocos problemas en asignar los comportamientos en una de estas nueve categorías. Dentro de cada categoría, los cuatro tipos de profesionales tuvieron solo algunas discrepancias en la asignación de viñetas. Los profesionales tienden a considerar menos malos los hechos que las personas del público general. En California, los afroamericanos y los latinos son los que condenan más fuertemente casi que cualquier tipo de maltrato. Sin embargo, el ranking de los distintos tipos de abuso cambia en cada subcomunidad.

Estas nueve categorías son curiosamente familiares, es como si Giovannoni hubiera desarmado el abuso. Algunas categorías solo tienen sentido en nuestra forma actual de organización social: como, por ejemplo, fomentar la delincuencia. En el mismo sentido, el concepto de negligencia educativa es algo que se ha arraigado en nuestra concepción actual de la educación. Pero la mayoría de las categorías pueden ser usadas, sin incurrir en una gran ingenuidad etnográfica, en una gran cantidad de sociedades. En este aspecto es importante distinguir entre la existencia de una categoría y lo que una sociedad particular considera que esa categoría envuelve. Por ejemplo, alguna vez se argumentó que los indígenas pueblo tenían conceptos del color distintos a los nuestros. Ordenaban distinto el rojo, rosado, naranja y amarillo. En este caso sigue teniendo sentido hablar de que esta población tenía una categoría del color, así sus colores fueran distintos a los nuestros.

En este espíritu, tiendo a estar de acuerdo con que diferentes sociedades ponen distintos tipos de acciones dentro de lo que podríamos llamar “abuso sexual” o “maltrato infantil en conexión con el uso de drogas y alcohol”. Pero la mayoría de las sociedades tienen acciones en las áreas del sexo, el daño físico o moral, la falta de comida u hogar y la falta de supervisión o protección que son desaprobadas, prohibidas o consideradas como tabú. En nuestra propia sociedad, la noción de lo que es hacerle daño a un niño es comprendida, así las clases de eventos que entran en esta categoría difieran entre grupos y subgrupos. Por ejemplo, la frase “el que detiene el castigo, a su hijo aborrece; más el que lo ama, desde temprano lo corrige” (35). Todavía suena verdadera en muchos de nosotros, pero para otros, poner el proverbio en acción es una muestra de crueldad, maldad y, en algunos estados, un acto criminal. Uno de los puntos de la investigación de Giovannoni y Becerra era determinar cómo estas subclasificaciones se dibujan dentro de distintos segmentos de la población californiana.

Otra conclusión de la investigación es que ni los profesionales ni la gente del común tienen problemas usando las nueve categorías planteadas. Todos pueden hacer diferencias al interior de cada una de las nueve categorías. Las autoras plantean que se deje de usar el término indeterminado de “abuso de niños”. Pero en ese mismo momento, Kempe estaba diciendo que era necesario dejar el término de “síndrome del bebé maltratado” y en cambio usar el término de “abuso de niños”. ¿Por qué dejar de usar una clasificación precisa y bien comprendida de un acto que cabe en la categoría del abuso físico? ¿Por qué frente al esfuerzo de clarificación de Giovannoni y Becerra insistir en el abigarrado término de “abuso de niños”? Porque el término de maltrato infantil había servido su propósito de despertar conciencia pública. En un estado de alta conciencia, el término “abuso de niños” funciona mejor.

¡Esto pareciera ser una posición extraña para un médico! Habíamos pensado que la investigación médica buscaba causas y curas, pero no necesariamente. Lo que buscaba era poder: poder para hacer el bien, claro. Giovannoni y Becerra, sociólogas, terminaron concluyendo lo que esperábamos que concluyeran los médicos:

“Una formación más racional de la política pública requiere mayor especificidad epidemiológica, etiológica y evaluativa en las investigaciones que nutren la política. Hasta que no haya una mejor delineación de lo que se debería contar y estimados de su dispersión, la estimación epidemiológica e incidental será fútil. En el mismo sentido, la investigación etiológica es prematura hasta que no haya una especificación más detallada del fenómeno cuyas causas se buscan (…) el desarrollo de taxonomías más refinadas (…) pareciera ser necesario para cualquier investigación etiológica. Antes de que se pueda esperar que los eventos tengan una etiología común, los eventos deben compartir una homogeneidad. Esta homogeneidad todavía no ha sido demostrada para una gran cantidad de lo que consideramos como manifestaciones de abuso y negligencia” (Giovannoni y Becerra, 1979, p. 256).

Esta es una condena al trabajo del Doctor Kempe y todo su movimiento. Sin embargo, los doctores han triunfado. Incluso los sociólogos y los trabajadores sociales se ven forzados a describir el abuso de niños en los términos de la etiológica y la epidemiología.

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