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Capítulo 1
ОглавлениеUNA NOCHE MÁS DE INSOMNIO
Valentina seguía despierta. Giró los ojos lentamente hacia la izquierda, para ver la hora reflejada en el techo. Las 4,55h. Suspiró resignada. Quiso recordar, sin éxito, la última vez que el odiado timbre del despertador, la devolvió al mundo consciente. Ahora, incluso lo echaba de menos. Junto a ella, Giacomo dormía plácidamente, ajeno al mar de dudas que la castigaba sin descanso. Había llegado el momento de tomar decisiones. Algo en su interior le repetía una y otra vez, que había elegido el camino equivocado. Quizás había llegado el momento de retroceder, y volver al punto de partida. ¿Sería ya demasiado tarde? Aquella noche, sin embargo, no era una noche más como las anteriores. Había vuelto a pensar en él. ¿Por qué ahora? Durante la noche, sin apenas darse cuenta, permitió que el rincón de su corazón, que había permanecido cerrado bajo llave los últimos años, se abriera como un soplo de aire fresco. A su mente regresaron aquellos recuerdos que la colmaban de felicidad. Las promesas hechas junto al olivo, los paseos a caballo por los campos de su tierra, aquel verano en Londres. Había vuelto a pensar en él como si aquello que ocurrió, no hubiese terminado nunca. No, aquella herida seguía abierta.
Lejos de allí, Gabriel tampoco podía dormir. En unas horas regresaría a Córdoba por temas de trabajo, después de cuatro largos años de ausencia. ¿Sería capaz de no intentar volver a verla? Dirigió la mirada hacia la foto que adornaba la mesita de noche. Allí estaban ellos dos, junto aquel olivo, sobre el cerro de la cruz. Todo su cuerpo se estremeció con el solo pensamiento de volver a sentirla una vez más, aunque sabía que era prácticamente imposible. Hacía ya casi cuatro años que vivía felizmente con aquel italiano, que más que un hombre parecía un patrón diseñado por Nicole. Valentina, seguramente, ya no se acordaría de él. ¿Cuándo sería capaz de olvidarla para siempre? ¿Cuándo podría rehacer su vida de una vez por todas?
Nunca.
Valentina sacudió la cabeza como si así fuese capaz de olvidarse de él. Todo había terminado hacía tanto tiempo, que lo más lógico era pensar que Gabriel, ya habría rehecho su vida. Además, después de aquel fatídico verano, desapareció sin dejar rastro. Solo tuvo noticias de él al cabo de ocho años. Una nota de su puño y letra, donde de una forma muy sutil, se disculpaba por romper sus promesas y un regalo. Un cachorro de pastor alemán, que a partir de aquel día se convirtió en su fiel guardián. No, aquello ya había terminado definitivamente y lo mejor que podía hacer era olvidarlo para siempre.
Giacomo se giró hacia ella lentamente. La rodeó con su brazo por la cintura con una suave caricia, mientras la atraía hacia él. El aliento caliente y pausado sobre su cuello, la hizo estremecer. Incluso dormido era tierno y cariñoso. Valentina supo, en ese instante, que todas sus ideas de ruptura volvían a caer en saco roto. Aprovechó el momento de debilidad que le invadió, para intentar olvidarse de Gabriel. No encontró mejor forma de hacerlo, que recordar el día que conoció a Giacomo.
“Fue en la semana de la moda de Milán, en febrero, donde se presentaba la colección otoño-invierno 2006. Allí estaba yo, junto a mi madre, la gran Nicole Beauchamp.
—Giorgio, querido, ha sido “¡merveilleux!”, —dijo mientras caminaba hacia él para abrazarle.
—Mi querida Nicole. ¿Qué sería de mis modelos sin tus toques finales? ¿Cuándo te decidirás a trabajar exclusivamente para mí?, —contestó con una sonrisa y un guiño.
—Giorgio ya sabes que soy leal a todos, pero no quiero atarme con nadie. Necesito sentirme libre como los pájaros. Mi marido lo entendió enseguida: respeto y libertad.
—Sí, pero las ideas que les das a mis competidores, podrían servirme a mí también.
—¡ No, imposible! Yo os he dado las ideas para crear vuestro propio estilo, ese que os hace únicos y diferentes. Jamás haría algo que os pudiese perjudicar.
—Lo sé, Nicole. He arriesgado mucho siguiendo tus consejos para esta temporada, pero una vez más ha merecido la pena. He roto con mi línea habitual y he hecho una colección mucho más barroca, como tú me dijiste. ¿Y sabes qué? Me han acusado de excesivos detalles parisinos, y hasta se han sorprendido que incluya el fucsia en la colección.
—¡ Ja , ja, ja! Quizás tengas razón y me haya dejado llevar por mi querido París a la hora de darte ideas, pero sigues siendo el gran Giorgio Armani. Por otro lado he encontrado exquisitos los complementos. ¿Quién ha sido el artífice de tan magno cambio?
—Celebro que lo comentes. Ha sido una apuesta que ha resultado ser un éxito. Se llama Giacomo Martinelli. ¡Giacomo! Ven, quiero presentarte a una amiga.
Al oír aquel nombre, esquivé el hombro de mi madre para fijarme en el último fichaje de Armani. Como no podía ser de otra manera, ante mis ojos apareció un cuerpo digno de la mejor clase de anatomía. Tenía el cabello negro, engominado para conseguir un “perfecto” despeinado y un efecto húmedo, como recién salido de la ducha. La cara de facciones fuertes, lucía un bonito bronceado uva, que sorprendentemente quedaba muy natural. Vestía una camiseta de manga corta, negra y ceñida que marcaba unos pectorales y deltoides perfectos. A la altura de sus pechos aparecía escrito en blanco: Armani. Las sucesivas abdominales terminaban, junto a la tira de goma del slip blanco, donde aparecía escrito en negro: Armani. A la altura de la cadera empezaba un pantalón negro ceñido, que marcaba unos cuádriceps no muy voluminosos pero bien definidos. Su atuendo terminaba con unos zapatos negros de punta cuadrada. Al oír su nombre, Giacomo sonrió enseñando unos dientes blancos y perfectos. Metió la mano en el bolsillo del pantalón, y como si estuviese desfilando por la pasarela, se dirigió hacia nosotros.
—Giacomo, te presento a mi musa, Nicole Beauchamp.
Haciendo una reverencia le cogió la mano y la besó.
—Madame, “enchanté”.
—Giacomo me he quedado extasiada con los broches, pero sobre todo con los anillos, grandes, con carácter, dando personalidad a las delicadas manos de la mujer.
—Me congratula su comentario Madame, es exactamente lo que que-ría conseguir. Permítame el atrevimiento Madame, pero esta encantadora jovencita, ¿viene con usted?
Fue en aquel mismo instante cuando Armani tomó conciencia de mi presencia.
—¡ Valentina!, que desconsiderado he sido contigo. Deja que te dé un beso, pequeña. La culpa la tiene tu madre, que hace que todo a su alrededor desaparezca.
—No se preocupe Sr. Armani. Hace mucho que vivo a la sombra de mi madre, —dije con voz firme y sin mirarla.
Nicole me miró furiosa, pero trató de controlar sus emociones. A nadie de los allí presentes le importaba nuestros más y nuestros menos.
—Por favor, llámame Giorgio.
—Como quiera, —le dije con una dulce sonrisa.
Habían pasado ya tres años desde que regresé de mi “exclusivo encarcelamiento” en París y Londres, pero yo seguía sin ser la Valentina de siempre. Me había acostumbrado tanto a vivir acatando los deseos de mi madre, que mi espíritu de lucha había desaparecido. Además, hacía tiempo que había asumido el fin de mi historia con Gabriel, así que me resigné simplemente, a cumplir con sus deseos. Como estaba segura que Giacomo encajaba en sus planes, no demoré ni un instante en ir a la caza y captura. Aunque a la vista de su comportamiento, se dejaría cazar sin oponer ningún tipo de resistencia. Me dirigí directamente hacia él. Le tendí la mano para estrechársela, pero con una exquisita galantería la cogió, y sin dejar de mirarme a los ojos, la besó.
—“Enchanté Mademoiselle”.
—No es necesario que me hables en francés. Nací en Córdoba. Me llamo Valentina Ordoñez Beauchamp, —le contesté como si tuviese un Dios en el cuerpo.
—Giacomo Martinelli, a tu servicio.
Sé que aquella escena era lo que Nicole había soñado durante mucho tiempo. Pues ya lo había conseguido. Todos estos años nos había intentado inculcar a mi hermana y a mí la pasión por la moda. Quería que fuésemos modelos de fama internacional. Cuando Natalie le comunicó la decisión de estudiar la carrera de medicina, el mundo se le vino abajo. El cuerpo de mi hermana era perfecto. Sé que aquel día se juró a si misma que no permitiría una derrota más. Mi cuerpo, en cambio, se asemejaba más a una guitarra española. Pensé que gracias a eso me escaparía de pasear pasarela arriba, pasarela abajo, pero no lo conseguí. De una forma diferente, mi vida acabó uniéndose al mundo de la moda. El día que le dije a mi madre que mi pasión era la literatura y que quería estudiar Filología Hispánica, no me dejó muchas opciones.
—¡ Olvídate de eso jovencita! Serás mi secretaria. Trabajarás en mi despacho como diseñadora y contactarás con proveedores y clientes. Me acompañarás en mis viajes, organizarás mi agenda y serás mi mano derecha, ¿está claro?
Mi respuesta no fue otra que: “si mamá”.
—Giorgio, ¿tienes planes de abrir alguna de tus “boutiques” en Barcelona?, —preguntó Nicole con cara de negocios.
—Pues la verdad es que te estaba esperando para que me ayudases con este tema. Quiero abrir dos tiendas, una de alta costura y otra “prêt a porter” ¿me aconsejas alguna zona?
Sin perder ni un minuto, aproveché el único momento de gloria que mi madre me permitió, para demostrar mi eficiencia en el negocio.
—Creo que podemos ayudarle. Tenemos disponibles dos locales que por su ubicación pueden ceñirse a sus necesidades. El primero está en la Avda. Diagonal, 490 y el segundo en Paseo de Gracia, 68-72. Ambos están en el centro de la moda de Barcelona.
—¡ Fantástico! Quiero enviar a Giacomo a Barcelona para que dirija la apertura de las tiendas, y una vez abiertas y en funcionamiento, quiero que siga diseñando los complementos en algún despacho que ya buscaremos.
Parecía que el destino se había puesto de parte de mi madre. Giacomo me miró con una sonrisa delatora de lo que estaba pensando. Yo seguía pensando en Gabriel.
—Giorgio, por el despacho no te preocupes. En mi oficina podemos hacerle un hueco a Giacomo, para que disponga de los recursos y sobre todo de la privacidad necesaria, para desarrollar su trabajo de diseñador.
—Eres un encanto Nicole. Sabía que podía contar contigo. Por cierto ¿aún sigues enamorada de Antonio?
—Hasta la muerte Giorgio, hasta la muerte”.
El recuerdo de aquel encuentro terminó por derrumbar los endebles propósitos de ruptura, que Valentina se había propuesto llevar a cabo de inmediato. Se movió, intencionadamente, para hacer que Giacomo despertara. Fue fácil conseguirlo. Con un leve bostezo y sin necesidad de abrir los ojos, él deslizó la mano sobre el picardías de seda, que Valentina llevaba puesto aquella noche, hasta que llegó al pecho. El tacto del pezón erecto en su mano y la forma de moverse de ella, fueron la excusa perfecta para que Giacomo la abrazara y la poseyera con ansia y rapidez. Valentina se dejó llevar, mientras trataba de convencerse de que él la quería, y merecía la pena darle una nueva oportunidad.
—¡Uf! cielo, tienes mi permiso para despertarme así siempre que quieras. —dijo Giacomo mientras liberaba a Valentina de su peso, para acomodarse junto a ella. Por cierto ¿qué hora es?
—Las cinco y cuarto.
—Perfecto, aún tenemos dos horitas para dormir de nuevo. Anda, ven aquí y bésame—dijo Giacomo mientras la abrazaba.
—No tengo ganas de dormir más. —dijo Valentina, después de darle un fugaz beso en los labios. Si no te importa me voy a la playa a hacer un poco de footing.
—Como quieras, pero llévate a Hans. Con un poco de suerte cuando despierte me tendrás el desayuno preparado —dijo Giacomo mientras se acomodaba para volver a dormir.
—De acuerdo. Que descanses.
—Adiós reina, ves con cuidado.
Valentina se dirigió al vestidor para enfundarse su equipo de footing. Aunque aún no había amanecido, no tenía miedo de correr por la playa desierta y oscura. Su fiel pastor alemán, regalo de Gabriel, era su mejor guardaespaldas.
Cuando la puerta de la terraza se abrió, Hans salió velozmente de su caseta. Sus orejas empezaron a girar como radares en busca de sonidos que le alertaran de cómo estaba la situación. Solo oyó a su querida Valentina. “Vaya, esto me huele a problemas otra vez. No sé por qué piensa que corriendo por la playa los va a solucionar. Lo que tendría que hacer es volver con mi amo. El de verdad.” Pensó Hans, mientras se preparaba para acompañarla. Sin perder un segundo, estiró todos los músculos y empezó a mover la cola enérgicamente, para demostrarle que estaba “pletórico de felicidad” ante la excursión nocturna que tenía por delante.
—¡Este es mi chico! ¿Listo para ver el amanecer Hans? —dijo Valentina con una sonrisa que era incapaz de esconder sus verdaderos sentimientos. Venga vamos, hoy haremos el recorrido corto. “¡Menos mal!, —pensó Hans. No podría resistir tanto ejercicio con el estómago vacío y las tripas por desocupar”.
Salieron de casa en silencio. Cogieron el ascensor, llegaron al jardín comunitario y como si fueran ladrones, caminaron sigilosamente hasta la puerta que les llevaba directamente al paseo marítimo de Gavà. Valentina miró el mar. Llenó los pulmones con el aire fresco de la mañana y con una sonrisa le dijo a su fiel amigo:
—¿Listo Hans? ¡Guaff! Fue la respuesta que recibió. ¡Vamos allá!
El paseo marítimo seguía iluminado por las farolas. El suave vaivén de las olas parecía un agradable saludo para los primeros visitantes de la mañana. Como una pareja perfectamente sincronizada, Valentina y Hans recorrieron el paseo hasta que llegaron a la plaza de las palmeras, donde los jóvenes hacían piruetas con los monopatines durante todo el día. Allí dieron media vuelta ya que el sol estaba a punto de salir y era una visión que no se podían perder. Cuando llegaron a la altura del apartamento se sentaron en la arena para recobrar el aliento y ver el espectáculo del amanecer en primera fila.
—¿Sabes una cosa Hans? Soy una cobarde. Sí, sí, no me mires así. Soy una cobarde porque sé perfectamente lo que tengo que hacer pero no lo hago. ¿Y sabes por qué no lo hago? Porque pienso antes en los demás que en mí. Porque no quiero hacerles daño y me lo estoy haciendo a mí. Pero creo que ya ha llegado el momento de cambiar. “¡Por fin se ha dado cuenta de lo que tiene que hacer!” Pensó Hans, esperanzado de que esta vez decidiera ir en busca de su verdadera felicidad. Antes de que Valentina pudiera reaccionar, se levantó de un salto para darle un lametón en la mejilla. Era un perro, sí, pero sabía perfectamente que aquel beso era lo que ella necesitaba en ese momento. Valentina le abrazó con todas sus fuerzas, para devolverle la muestra de cariño que acababa de recibir. Le miró a los ojos y no pudo evitar recordar a Gabriel. Cuando le soltó, Hans se acomodó junto a ella sin dejar de mirarla, para demostrarle que era todo oídos, y que estaba ansioso por saber los planes que tenía previsto llevar a cabo.
—Llevo toda la vida haciendo lo que los demás quieren que haga, y no estoy haciendo lo que yo quiero hacer. Trabajo con mi madre en su negocio de moda. Soy su secretaria-asistenta-esclava. No me puedo quejar, en cierto modo me gusta. He viajado, he conocido a gente muy interesante, tengo ropa de marca a buen precio, y todo eso. Trabajo con mi padre en el mundo de los caballos. Soy su secretaria-asistenta-traductora. Me gusta mi trabajo, me apasiona mi tierra y adoro a mi padre. Tengo una pareja que me está volviendo loca. Es un Don Juan, un Valmont, un Casanova, llámale como quieras pero el resultado es el mismo. Tiene el don de hacerte enfermar de amor. Es incapaz de ser fiel a su pareja, porque vive para seducir a toda mujer que se le ponga por delante. Necesita sentir pasión en cada momento. Nos trata como si fuéramos reinas, y cuando eres consciente de que has perdido la cuenta de todas las mujeres, con las que te ha sido infiel, intentas separarte de él, y entonces descubres que sufres más estando sin él que con él. Quieres razonar y le suplicas que te deje, pero entonces te dice que te quiere, que intenta ser fiel pero que no puede. Como dijo Valmont repetidas veces en aquella película: “no puedo evitarlo”. Y le crees, y le das otra oportunidad y confías que esta vez será la definitiva. Vuelves a pensar que tu relación es perfecta, y te entregas a él de la forma que le gusta: con pasión. Y por último está mi gran pasión: la escritura. ¿Y dónde la he dejado? En el olvido, ahí es donde se ha quedado. Yo quería ser profesora de literatura y escribir novelas de amor, y mira donde estoy, haciendo footing a las cinco de la mañana, y con una agenda que no me deja respirar.
Valentina guardó silencio durante unos segundos, mientras miraba fijamente hacia el cielo. Hans la imitó mientras buscaba en el horizonte, el motivo que la silenció.
—Algo en mi interior me dice, que yo he nacido para hacer algo más, de lo que estoy haciendo, —dijo Valentina en un leve susurro.
Hans posó su cabeza sobre el muslo de Valentina, mientras emitía un gemido de preocupación. La brisa marina les envolvió en una amalgama de aromas y perfumes, que les hizo cerrar los ojos, e inspirar todo lo que los pulmones les daban de sí. La última estrella del firmamento desapareció del cielo, como si de un guiño se tratase, para dar paso a la luz y el calor del sol en su amanecer. Las olas del mar acariciaron la arena fresca, con más energía para dejarse oír. La reflexión de Valentina era cierta. Abrió los ojos, acarició a Hans y sonrió.
—¿Qué haría yo sin ti Hans? Creo que hoy voy a tomarme el día libre. A mi madre no le importará y creo que es lo que necesito. ¿Tienes hambre? ¡Guau, guau, guau! “Los cambios con el estómago lleno siempre sientan mejor” pensó Hans mientras se levantaba rápidamente para dirigirse al apartamento.
—Ya me lo imaginaba, vamos campeón.
Después de ducharse y de dar de comer a Hans, empezó a preparar el desayuno, como hacía cada mañana. Giacomo y ella desayunaron juntos como una pareja perfecta, en la terraza del apartamento, cada uno centrado en sus pensamientos. Mientras Giacomo recogía la cocina, Valentina se enfundó en un Victorio y Lucchino negro, con un drapeado cruzado en los pechos y generoso escote. Desde la cintura salían tres pliegues de colores rosa palo, granate y azul, que llegaban hasta el final del vestido, rompiendo así la monotonía del negro. La ropa interior fue seleccionada con mucho cuidado, como si tuviese una cita prometedora. El sujetador rosa palo con bordados y transparencias, resaltaba los pechos y favorecía el escote del vestido. El tanga, del mismo tono, fue puesto por encima del liguero, que sujetaba unas medias finas, de un tono bronceado. Abrochó a los tobillos las sandalias de tacón alto y fino. La americana rosa palo y el bolso a juego, terminaron por completar el atuendo de aquella mañana.
Cuando Giacomo la vio, pensó que era muy afortunado por tener una pareja tan atractiva. Quizá debería asentar la cabeza de una vez por todas.
—Estás preciosa, —dijo Giacomo con unos ojos que delataban pura pasión.
—Gracias. Lástima que el césped del vecino siempre sea más verde que el de casa.
—¿Qué dices? —preguntó Giacomo, sin entender muy bien el significado de aquella frase.
—Nada. Cosas mías. ¿Me llevas a Barcelona en coche o cojo el tren? Dijo Valentina, mientras cubría sus ojos con unas sofisticadas gafas de sol, regalo de la casa Emporio Armani.
—Ya te llevo yo. ¿Estás hoy en la oficina?, —preguntó Giacomo con inquietud.
—No. No pienso aparecer por allí hoy. Como tienes reunión, tampoco iré a comer contigo. Tienes plena libertad para trabajar sin estar pendiente de mí. Hoy he decidido tomarme el día libre. Llamaré a mi madre más tarde para decírselo.
—¿Y qué vas a hacer, si se puede saber?, —preguntó Giacomo, extrañado ante esa actitud tan poco habitual en Valentina.
—Ya te lo he dicho. Me tomo el día libre. Encima de infiel resulta que también es celoso, —pensó Valentina, con una sonrisa de resignación en los labios.
Durante el trayecto en coche apenas hablaron. Cada uno permaneció inmerso en sus pensamientos. Giacomo estaba intrigado por saber qué estaba tramando Valentina. ¿Se habría enterado de su affair con Susana? No, seguro que no. Con un poco de suerte, en breve viajaría a Lucena para estar con su padre, y así tendría plena libertad para salir con ella, sin necesidad de inventarse excusas absurdas. Y ya de paso podría quedar también un par de noches con Pilar.
Valentina volvía a pensar en Gabriel.
Giacomo la dejó en Paseo de Gracia esquina calle Aragón, justo antes de entrar en el parking de la oficina. Se despidieron con un beso, que más que un beso fue un roce de labios. Valentina cerró la puerta, se agachó y le hizo un gesto para que bajara la ventanilla.
—Dile a Susana que al final le voy a coger celos, —dijo Valentina con una sonrisa falsa.
—¿Por qué dices eso?, —preguntó Giacomo, mientras un justificado rubor apareció de inmediato en su rostro.
—Por nada chato, simplemente porque pasas más tiempo con ella que conmigo. Adiós y suerte en la reunión.
—Adiós Valentina. Llegaré tarde. No me esperes para cenar.
—No lo haré, —le contestó, con toda la soberbia que pudo demostrar, aunque en el fondo, ella sabía muy bien los motivos que tenía para llegar tarde.
Cuando se quedó sola, en pleno corazón de Barcelona, volvió a sentirse frágil y débil. Necesitaba ayuda y lo sabía, o quizás solo un golpe de suerte. No, la suerte la tenía que buscar ella, y para encontrarla lo primero que tenía que hacer era poner orden en su vida. ¿Por dónde empiezo? ¿Qué es lo que tengo qué hacer?, se preguntó mientras apretaba su cabeza entre las manos. Vuelve a Lucena. Aquel pensamiento acudió a su mente, como si alguien le hubiese respondido. Sí, tengo ganas de ver a mi padre y a mi querido abuelo. Lástima que Gabriel ya no esté allí, se dijo a sí misma.
El avión procedente de London Gatwick acababa de aterrizar en el aeropuerto de Málaga. Gabriel había desistido de trabajar con su portátil, debido al jolgorio vacacional que llevaban los ingleses durante el trayecto. Sin nada que hacer para ocupar su mente, no dejó de pensar en un sinfín de excusas para ir a Barcelona a ver a Valentina. Su padre le estaría esperando en el aeropuerto para llevarle a Lucena, pero sabía que no le podía preguntar nada sobre ella. Cuando su padre ponía punto y final a un tema, no se podía volver a hablar de él. Aunque sabía que tenía una carta debajo de la manga: Don Antonio. Él seguro que le ayudaría a ponerse en contacto con ella.
Sin saberlo, Valentina había abierto aquella mañana la puerta a su verdadero destino. El golpe de suerte que estaba pidiendo, no tardaría en aparecer. Solo necesitaba dejar a un lado sus principios, para ser capaz de cruzar la puerta que le llevaría directamente a una vida llena de magia. Una vida repleta de brillo, creatividad y amor.