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Capítulo 3

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CONFESIONES ENTRE MADRE E HIJA


La primera luz del día, fue como una caricia cargada de energía, sobre la cara de Valentina. Sin abrir aún los ojos, sonrió satisfecha de haber dormido plácidamente la noche entera. Con gran esfuerzo despegó sus párpados para abrir los ojos, a un nuevo día. Lo primero que vio fue a Hans, acurrucado en el hueco que dejaban sus rodillas flexionadas. Estaba con la cabeza apoyada en su cadera, y los ojos abiertos como platos, admirando las facciones de su ama. Valentina le rascó la cabeza. Él empezó a lamerle el brazo y a mover la cabeza en busca de caricias. La rutina diaria no tardó en ponerse en marcha. Primero fue el desayuno de Hans y después el paseo por la playa. Al regresar a casa, Valentina se duchó. Se enfundó unos vaqueros, con una camiseta blanca ajustada de tirantes. Anudó un pañuelo al cuello. Se puso las sandalias de tacón y la americana de Zara que tanto le gustaba, aunque no tardó en cambiarla, por el básico de Mini BMW, para no tener que oír a su madre otra vez. Perfiló ojos y labios. Difuminó un poco de colorete sobre sus mejillas, y para terminar se perfumó con Lola de Marc Jacobs. Se despidió de Hans y sin perder un momento, se dirigió al parking en busca de su coche. Aunque la mañana amaneció un poco fresca, el sol brillaba con todo su esplendor. Al poner el coche en marcha, en la radio sonó Careless Whisper de George Michael. Aun siendo una de sus canciones preferidas, cambió el dial, sin dudarlo, para sintonizar uno de sus programas favoritos, El gallo máximo, con Dani Moreno. Aquella mañana no necesitaba canciones de amor. Cuando miró su móvil, confirmó que Giacomo seguía sin dar señales de vida.


Cuando Nicole abrió la puerta de casa, abrazó a su hija fuertemente, como si así fuese capaz de aliviarle el dolor, que supuestamente sentiría por la ruptura. Valentina no se sorprendió por la reacción de su madre. Sabía qué hacía mucho tiempo que estaba arrepentida, del comportamiento que tuvo con Gabriel. Este fracaso se lo merecía. Sin dejar de abrazarla, se dirigieron hacia la terraza. El desayuno estaba preparado. Allí encontró sus cereales preferidos, con yogur de frutas del bosque, los muffins de chocolate que tanto le gustaban, y el café con leche corto de café con sacarina.

—Mamá ¿hoy no te preocupa que mis cartucheras aumenten de tamaño con el muffin? —preguntó Valentina de forma sarcástica.

—No hija. Hoy quiero que comas, que no estés triste y que me expliques todo lo que pasó ayer.

—En resumen, Giacomo y yo hemos terminado. Y no te preocupes por mí, porque estoy mejor que nunca. No sé qué palabras usar para explicarte cómo me siento. ¿Libre? ¿Activa? ¿Creativa? ¿Fuerte? Todo eso y mucho más, excepto triste y abatida. ¿Tiene sentido?

—Sí. Claro que lo tiene. Te has sacado un buen peso de encima, que no te ha dejado ser completamente feliz.

—¿Te ha dicho algo Giacomo? —preguntó por curiosidad, Valentina.

—Ayer a las ocho de la tarde, cuando ya se marchaba, entró en mi despacho para decirme que habías roto con él por teléfono. Que en breve dejaría el despacho y que ya por fin, no ten-dría que aguantarle más.

—¿Tú lo sabías verdad mamá? ¿Por qué no me lo dijiste?

Nicole agachó la cabeza avergonzada.

—Hija intenté que Giacomo te dejara, antes de que estuvieras al corriente de su affair con Susana.

—¿Cómo lo descubriste?, —preguntó Valentina con voz firme y con la mirada fija en sus ojos.

—Los pillé besándose en el despacho, —contestó Nicole ruborizada.

—Me imagino que la gente de la oficina debe de estar al corriente de todo, —contestó Valentina con una extraña tranquilidad.

—Creo que intuyen algo, pero no te preocupes, también pensaban que Pierre, de Air France, y yo teníamos un lío.

—¿El de la séptima planta?, —preguntó sorprendida Valentina.

—El mismo.

—Dime que no es verdad, mamá, —amenazó Valentina a su madre, señalándola con el dedo.

—Hija, para mí el único hombre que hay y que habrá en mi vida, es tu padre, —contestó Nicole, serena y con una sonrisa cargada de recuerdos.

—¿Cómo lo hacéis mamá? Me refiero a ¿cómo se puede llevar una relación tan pasional y sincera en la distancia?

—Bueno la verdad es que ese es nuestro secreto. Pero también influye que somos la media naranja unida; que él es mi alma gemela; que estamos hecho el uno para el otro. Puedes usar todos los tópicos que existen, porque todos nos encajan.

—Sí. Yo también lo creo. Vuestra historia es una historia de amor, digna de cualquier novela de género romántico. Parece sacada de una película.


“Nicole nació en París un veinticuatro de julio de 1958, en el seno de un matrimonio humilde, formado por Jean Luc Beauchamp y Michelle Lemoine. Jean Luc creció en pleno barrio latino de París, donde sus padres regentaban la Boulangerie Beauchamp, muy cerca de la Plaza de San Miguel. Al morir éstos, Jean Luc continuó con el negocio familiar, al que le dio un nuevo giro después de la segunda guerra mundial. La convirtió en una Boulangerie de delicatesen. Con los años consiguió que su establecimiento fuera, el punto de encuentro donde desayunar y merendar en pleno barrio de los estudiantes, y punto imprescindible de visita para los turistas. En cuanto a Michelle, trabajaba como costurera por las mañanas, y por las tardes ayudaba a Jean Luc en la Boulangerie. Sus años de experiencia y su pulcritud en el trabajo, la hicieron llegar hasta los talleres de Pierre Balmain, donde se consolidó como una de sus mejores costureras. Vivían en un piso justo encima de la Boulangerie. A medida que Nicole iba creciendo, se dieron cuenta rápidamente de su espíritu aventurero, y de que tarde o temprano, París se quedaría pequeño para ella. Cuando terminó los estudios obligatorios, se empeñó en estudiar Relaciones Públicas, porque lo que quería era ver mundo y hablar idiomas. Sus padres no tenían muy claro a dónde le llevarían aquellos estudios, pero confiaron que alguna puerta se abriría tarde o temprano. En algunas ocasiones, Michelle traía algunas prendas, para terminarlas en casa. Cuando Nicole las ojeaba, siempre acababa poniendo pegas: “a este vestido le sobran volantes, yo lo haría con un hombro descubierto, quedaría mejor en tonos malva, etc”. Michelle descubrió que su hija tenía un don para la moda, y sin pensárselo dos veces, un buen día se armó de valor. Con una educación exquisita y disculpándose con antelación, se presentó ante Monsieur Balmain, para comentar los cambios sugeridos por Nicole. Tras permanecer en silencio durante unos minutos, que parecieron eternos para Michelle, Monsieur Balmain le dijo que quería conocer a su hija. Con un “muchas gracias señor, mañana a primera hora estará en su despacho”, Michelle regresó a casa a contarle a Jean Luc la gran noticia, y suplicar a la rebelde Nicole, que viera en esta entrevista, la gran oportunidad de su vida. Nicole accedió solo porque vio unas puertas abiertas al mundo. Aquel cinco de abril de 1978 la vida de Nicole cambiaría para siempre. Cuando Nicole se presentó ante Monsieur Balmain, éste la miró de arriba abajo para analizar con detalle su atuendo y los complementos elegidos. Estaba claro que aquella muchacha, tenía un don innato para la moda. Después de saludarla y hablar de la gran profesional que era su madre, la hizo pasar a su despacho, donde había una mesa amplia, repleta de bocetos de su nueva colección. Nicole echó un vistazo general, y sin esperar permiso ni consulta, cogió un boceto y dijo: “este modelo quedaría mejor con un tejido de mucha caída como el crepe, y en lugar de acabar recto tendría que acabar con vuelo. Sería perfecto si eligiese un color champagne adornado con flores amarillas y rosas pálidas. Este de aquí quedaría mucho mejor con un escote palabra de honor recto más que con un escote barca”.

Y así siguió rectificando los diseños, ante los ojos atónitos de Monsieur Balmain, quien no dudó un instante en descubrir el gran potencial que tenía aquella muchacha.

A partir de aquel día, Nicole se convirtió en la musa de Balmain en su recta final. Todos los diseños pasaban por sus toques finales, sin necesidad de que Balmain diera su visto bueno. Aquel año viajó con él por Italia y Nueva York de pasarela en pasarela. Era su secretaria-traductora-musa. Nicole era inmensamente feliz con su nueva vida. A finales de 1978 Monsier Balmain le pidió que viajara a Madrid, para valorar la idea de abrir una Boutique en España. Le dijo que tan pronto terminase de analizar las posibilidades que había, se podía tomar unos días libres para viajar donde quisiese. Había trabajado mucho durante aquellos meses, y se merecía unas vacaciones. Sin dudarlo un segundo, Nicole eligió Sevilla para pasar unos días de descanso. Que poco se imaginaba que en aquel viaje, encontraría al amor de su vida. Mi padre.

Llegó a Madrid un lunes a las nueve y media de la mañana, y sin demora alguna hizo todas las gestiones que tenía que realizar, para poder coger, el martes a las doce del mediodía, el avión que la llevaría a Sevilla, a disfrutar de sus merecidas vacaciones. Gracias a que estudió castellano, no tuvo ningún problema a la hora de comunicarse con la gente. Al llegar al aeropuerto cogió un taxi que le llevó directamente al Hotel Meliá Lebreros, situado en la calle Luis Morales nº 2. El Hotel era la joya del momento, ya que se había inaugurado ese mismo año. Al entrar en su habitación, Nicole se sintió en la cima del mundo. Con veinte años era toda una mujer con un futuro muy prometedor. Sin embargo su vida privada distaba mucho de los triunfos de su vida profesional. No había tenido mucha suerte en temas de pareja. Había flirteado con un par de amigos, pero estas relaciones terminaron incluso antes de empezar. François había sido diferente, se había enamorado de él, pero a los seis meses de relación encontró a faltar la pasión. ¿Qué futuro le esperaba con un hombre sin aspiraciones? Con un hombre que no la hacía vibrar, que no le hacía sentirse deseada. Aunque le costó mucho tomar la decisión, pensó fríamente en su futuro, y le dejó. ¿Por qué había decidido pasar sus vacaciones en Sevilla? Sin lugar a dudas se había dejado llevar por su instinto, ese que le decía que allí encontraría lo que su corazón tanto anhelaba. Deshizo la maleta mientras la bañera se llenaba. Estuvo sumergida en agua caliente y espuma durante más de una hora. Una vez seca, perfumó su piel con una crema hidratante de rosas. Se maquilló resaltando sus ojos y marcando su origen francés. Sin saber ni entender por qué, eligió su pantalón de montar y sus botas, camisa blanca, americana marrón, pañuelo al cuello y guantes a juego. Para terminar se encomendó a Coco Chanel para perfumar sus muñecas y su cuello. Se colgó el bolso y salió de la habitación en busca de lo que el destino le tuviese guardado. Al llegar a la recepción, preguntó si había algún espectáculo de caballos por los alrededores. La recepcionista del Hotel le dijo que estaba de suerte, ya que esa semana había una feria de criadores de caballos andaluces, donde también se hacían demostraciones de doma. Nicole pidió la dirección pero no le hizo falta anotarla, ya que al salir del Hotel, tenía un taxi esperando con el destino de su pasajera debidamente anotado. Lo que vio de la ciudad hasta que llegó al recinto de la feria, le hizo pensar que había llegado al lugar adecuado. La luz, las calles, el olor a azahar, las gentes. Tenía cuatro días por delante para verlo todo. Acostumbrada al duro invierno francés, encontró la temperatura de la ciudad muy agradable. Se despidió del taxista con una generosa propina, por todas las explicaciones y consejos que le había hecho durante el trayecto. Al llegar a las taquillas del recinto, compró su entrada con un generoso descuento, gracias al pase que le facilitaron en el Hotel. La taquillera le aconsejó que se diera prisa, ya que estaba a punto de empezar la demostración de doma de la casa Ordoñez-Torres, y le habían dicho que era una de las mejores. Nicole se apresuró. Nada más llegar y tomar asiento, Antonio salió a la arena, con un caballo bayo, de crines negras.

Cuando Nicole le vio, se quedó literalmente con la boca abierta. Sin apartar la vista de Antonio, se levantó para dirigirse a la silla más cercana a él, que pudo encontrar. No podía apartar la mirada de aquel bello equino, y de la elegancia de Antonio. Como si su corazón quisiera avisarla de que aquel hombre, era el hombre de su vida, empezó a latir a tal velocidad, que las sienes parecían que le iban a estallar. No sé en qué momento Antonio fue consciente de su presencia. A lo mejor ni la vio llegar, pero a Nicole no le importó, ya que tenía claro que iría a presentarse en el momento que le fuera posible. Ni siquiera se fijó en los aires que realizaba. No sabría decir si trotaba o galopaba. Lo único que sus ojos veían era a Antonio. Iba vestido con un traje cordobés negro. La torera hacía resaltar el blanco inmaculado de su camisa. Los pantalones ajustados, dejaban ver unos muslos musculosos y bien formados. Sus botas camperas resaltaban por el corte del pantalón. Sus manos fuertes, se agarraban poderosas a las riendas del caballo. Tenían un tono tostado por el sol al igual que la piel de su cara, perfectamente afeitada y resplandeciente, que hacía resaltar el negro de su pelo engominado, oculto en parte, por el sombrero cordobés que llevaba puesto. Nicole estiraba el cuello todo lo que podía, no sé si para verle mejor o para dejarse ver, pero él ni se inmutaba de su concentración. Cuando terminó la demostración, empezó a galopar alrededor del escenario, para dejar ver la belleza de las crines de su caballo. Cuando se paró, lo hizo justo delante de ella. En aquel instante, Nicole no pudo contener más sus modales, y sin reparo alguno se levantó de la silla, para empezar a aplaudir como si estuviese delante de una soprano, en la ópera de París. Aquella vez fue la primera que Antonio le sonrió. Levantó su sombrero, y le hizo una reverencia, mientras sus labios gesticulaban la palabra “gracias”. Nicole no se lo pensó dos veces. Se acercó a él para pedirle si, por favor, podía concederle unos minutos. Antonio desmontó y se acercó a ella para decirle, que en media hora estaría libre, y que si quería, podía acercarse a las cuadras para ver sus caballos. Nicole miró el reloj para cronometrar la media hora más larga de su vida. Le dijo que allí estaría. Antonio se alejó junto a su caballo. Nicole admiró sus hombros anchos y su cuerpo perfecto. Cuando pensó que no se giraría nunca, cambió las riendas de mano y empezó a caminar de espaldas para mirarla y saludarla con su sombrero. La sonrisa de Antonio la volvió loca. Se giró despacio y desapareció. Nicole se marchó en busca del bar del recinto, para esperar con impaciencia, que el reloj llegase a la hora indicada. Inicialmente quiso pedir una tila para calmarse un poco, pero cuando vio las tapas de queso y jamón que había preparadas, y el fino listo para ser bebido, se lanzó al ruedo con la confianza de que no le subiría a la cabeza, más de la cuenta. A las cinco y veinte ya no podía esperar más. Se acercó al camarero y le preguntó cómo podía llegar a las cuadras. Con cuatro indicaciones rápidas, encontró el camino. Pagó y empezó a caminar con pasos firmes, ya que el fino había hecho su efecto, mucho más rápido de lo que ella hubiese imaginado. Cuando llegó, le vio de espaldas sin su torera. Estaba cepillando al caballo.

—¿Cómo se llama?, preguntó Nicole de forma seductora y sin esconder su marcado acento francés.

Antonio se giró despacio, con una sonrisa como si ya supiese que estaba allí.

—¿El caballo o yo?, preguntó con la mirada fija en sus ojos.

En los labios de Nicole apareció una sonrisa facilona, propia del alcohol que circulaba por sus venas.

—Ya puestos los dos.

Antonio alargó su mano hacia ella.

—Antonio Ordoñez Torres. A su servicio señorita.

—Nicole Beauchamp. Encantadísima de conocerle.

Antonio le cogió la mano, pero no se la estrechó, sino que optó por besarla. El tacto de los labios sobre su piel, la hizo estremecer. Nicole hubiese querido detener el tiempo en aquel instante, pero enseguida que pudo reaccionar, continuó con las preguntas.

—¿Y el caballo? dijo Nicole un tanto nerviosa, mientras separaba su mano de la de Antonio.

—Se llama Canelo, y es el mejor tesoro que tengo, de momento, dijo Antonio con una mirada cargada de picardía y insinuación.

Nicole se ruborizó.

Estuvieron cerca de una hora viendo los caballos que tenía en la feria. Antonio le explicó que estarían hasta el domingo, y que el lunes regresarían a Lucena, donde vivían. Nicole le dijo que vivía en Paris, que había venido a Madrid por temas de trabajo, y que ahora estaba disfrutando de unos días de vacaciones. El sábado regresaba por la tarde a casa. Cuando Antonio oyó aquellas palabras, la miró con aquellos ojos negros que se te clavan en el corazón, y le dijo que estaría encantado de acompañarla durante esos días, para enseñarle la ciudad. Podía organizarse con su padre y su hermano el trabajo en la feria y así disponer de un poco más de tiempo libre, siempre y cuando a ella le pareciese correcto y quisiese. Nicole le miró con los ojos vidriosos, como consecuencia de la ingesta acelerada de fino, y le dijo que le parecía una idea maravillosa. Quedaron aquella misma noche. A las ocho de la tarde, Antonio pasaría a recogerla por el Hotel, para llevarla a cenar.

Y así fue como se desencadenó todo.”

—Ayer hablé con tu padre. Está encantado de que pases unos días en Lucena. Está deseando verte. También le dije que habías roto con Giacomo, pero no pude comentarle nada porque la verdad, aún no sé qué es lo que ocurrió.

—¿Qué quieres que ocurra? Le vi, a la media hora de dejarme en Barcelona, como cogía un taxi con Susana. Pasaron delante de mí, pero claro, no pudieron verme porque se estaban besando como lo que son: dos amantes.

—Hija lo siento mucho —dijo Nicole, incapaz de mirarle a los ojos.

—Mamá muchas veces me he preguntado, si alguna vez creíste posible, que el abuelo hubiese intentado impedir tu relación con papá. Y si fuera cierto ¿Qué hubieses hecho tú? Si analizamos fríamente la situación, hubiese sido lo más lógico. Dos vidas tan diferentes y alejadas una de la otra, sin ningún nexo de unión excepto, el amor. ¿Por qué crees tú que no lo hizo?

Nicole la miró avergonzada.

—No lo sé, —contestó apesadumbrada.

—Yo sé la respuesta mamá. Porque vio más allá de lo que podía parecer un capricho de juventud. Porque vio amor y pasión entre vosotros, y eso es algo que no se debe ni se puede impedir, aunque todo a tu alrededor te diga, que es la crónica de una muerte anunciada.

Nicole seguía con la cabeza agachada, muy consciente de que su hija tenía toda la razón. Cuando pudo recomponerse un poco, levantó la cabeza.

—¿No podrás perdonarme nunca, verdad hija?

—Sí que puedo mamá, ya me conoces. Lo hice ayer por la mañana cuando vi a Giacomo con Susana. Creo que ambas nos merecíamos este castigo. Tú por impedir mi relación con Gabriel, y yo por consentirlo.

—Hija, el amor verdadero nunca se olvida. Estoy segura de que si…

—¿Qué quieres decir? —dijo Valentina con cara de pocos amigos y levantando un poco la voz. ¡Han pasado doce años mamá! ¡Hace doce años que no sé nada de Gabriel! ¿Quieres que le diga a Don Manuel que me lo he pensado mejor y quiero volver con su hijo?

—¡Valentina, no me grites!

—¿Y qué quieres que haga? —dijo Valentina un poco más calmada. Habéis tenido mucha suerte con Don Manuel. Ha seguido fiel a papá y a su trabajo en el cortijo, aunque hayáis menospreciado a su hijo. Otro, en su sano juicio, os hubiese plantado el mismo día que dijisteis que Gabriel no era un candidato ideal para mí.

—¡Eso no es cierto! Dijimos que erais muy jóvenes para empezar una relación, que antes teníais que estudiar y labraros un futuro.

—¡Eso es mentira y tú lo sabes! Fue mi “querida” hermana, la que al darse cuenta de que Gabriel me prefirió a mí antes que a ella, no encontró mejor forma de vengarse de nosotros que contaros que me había acostado con él, y claro ¿cómo podía la hija de la gran Nicole Beauchamp, acostarse con el hijo del capataz del cortijo? ¡Qué deshonra para la familia! ¿Verdad mamá?

—¡Basta, Valentina! Ya es suficiente. Tienes toda la razón. Lo siento mucho y si te sirve de consuelo, jamás podré perdonarme lo que te hice.


Valentina se había quitado un peso de encima. Miró a su madre y pensó que ya era suficiente. No merecía la pena seguir hurgando en el pasado. Trató de calmarse y cambiar de tema.

—Está bien. Iré esta mañana a ver a Natalie para despedirme de ella.

—Me alegro hija. No me gustaría veros nunca más distanciadas.


—Me marcho mañana por la mañana temprano. Me llevo a Hans conmigo. Si puedes, me gustaría que pasaras por mi apartamento, para ver si Giacomo ha recogido sus cosas. Supongo que no se le ocurrirá destrozar nada de casa por sentirse despechado, pero nunca se sabe.

—No te preocupes. Vete tranquila que ya me ocuparé yo de todo. Este viernes me voy a Málaga. Tú padre vendrá a buscarme al aeropuerto y pasaremos el día y la noche allí. Llegaremos a Lucena el sábado hacia el mediodía.

—Me parece perfecto, —contestó secamente Valentina.


Desayunaron mientras hablaban de temas de trabajo, como si la conversación que habían tenido anteriormente, no hubiese ocurrido nunca. Valentina se despidió de su madre, con todo el cariño con que lo hacía habitualmente. En su mirada no había rastro de rencor, ni de dolor. Nicole cerró la puerta con el corazón destrozado. La bondad de su hija era su mayor castigo. Siempre consideró que la religión, era un tema del pasado, hasta que vio los sentimientos de su hija. No había duda de que Valentina era una bendición de Dios. Cuando pensó fríamente qué habría hecho ella, si sus padres se hubiesen negado, a que su relación con Antonio continuara, vio claramente el gran error que había cometido con su hija. Valentina era infeliz por su culpa. Ojalá pudiera echar marcha atrás.

Mientras se dirigía al coche, Valentina comprobó su móvil. Ninguna noticia de Giacomo. Por un momento tuvo la tentación de llamarle, pero al final reclinó su decisión. Era él, el que debía dar señales de vida, aunque solo fuera para pedirle perdón. Subió al coche y puso rumbo al hospital, para visitar a su hermana. El día, aún le depararía una sorpresa más.

El día que conocí a Hugh Grant

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