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Capítulo 4

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NATALIE Y JOSEP


Valentina llegó al Hospital Quirón sobre las doce y media. Entró por la puerta principal; saludó a las chicas de información y se dirigió a las escaleras del fondo, para llegar a la primera planta, donde se encontraba la consulta de su hermana. Natalie formaba parte del equipo del Dr. Cabero, y aunque las noticias siempre decían que la natalidad estaba disminuyendo, en aquella consulta parecía que se habían propuesto aumentarla. No importaba que el estado hubiese retirado la ayuda familiar, debido a la crisis económica y a los recortes presupuestarios. Aquellas futuras mamás se habían propuesto ir en contra de toda encuesta. Valentina se sentó en la sala de espera, rodeada de mujeres con barriguitas prominentes. Estuvo allí ojeando revistas y controlando su móvil, sin descanso, hasta que su hermana terminó la consulta, pasados diez minutos de la una de la tarde. Cuando Natalie la vio, se llevó una grata sorpresa. No era muy habitual que fuera al hospital a visitarla. Cuando Valentina le dijo de ir a comer, Natalie ni se lo pensó dos veces. Antes de llegar al restaurante, se pararon un momento en la recepción.

—Hola María, ¿cómo estás?, —preguntó educadamente Natalie.

—Muy bien Doctora ¿Y usted?, —contestó la recepcionista, con una agradable sonrisa.

—Muy bien, gracias. Aquí estoy con mi hermana. Valentina, te presento a María Lasala.

—Encantada de conocerla, —se apresuró a contestar María, mientras alargaba la mano para estrechársela.

—Igualmente, —dijo Valentina con un gesto de cabeza.

—¿En qué puedo ayudarla Doctora?, —preguntó con eficiencia.

—El Dr. Miquel está hoy en quirófano. Cuando veas a Elia, la supervisora de la consulta del Dr. Cugat, o a Inma, cargada con la comida de los doctores, ¿le podrás decir, por favor, que avise a mi marido para que suba a tomar café en cuanto acabe?

—No se preocupe que ahora mismo la llamo, vaya ser que me despiste y no la vea, —contestó María, mientras descolgaba el teléfono.

—Muchas gracias María, eres un sol, —contestó Natalie con un guiño.

—Gracias Doctora, que les aproveche.


Al llegar al restaurante, se sentaron en los sofás del fondo, en busca de un poco de intimidad. Desde que ocurrió lo de aquel verano, se habían distanciado mucho, y no era muy normal que Valentina viniese a comer con ella, así que merecía la pena disfrutar de la compañía de su hermana, y más en un día tan especial como aquel.

—Y bien ¿A qué se debe esta inesperada visita?, —preguntó Natalie con alegría.

—Me marcho mañana a Lucena a pasar unos días con papá, —contestó Valentina con una inapreciable sonrisa.

—Bueno, lo haces muy a menudo y no vienes a despedirte de mí. ¿Ha pasado algo más que quieras comentarme?, —preguntó extrañada.

—Ayer fue un día maravilloso, —dijo Valentina, con la mirada perdida en los momentos vividos con Hugh. Puse punto y final a mi relación con Giacomo. ¿Qué te parece?

Natalie tuvo que procesar durante unos segundos, el mensaje que le acababa de dar su hermana. Había roto con su pareja, pero fue un día maravilloso. Algo no encajaba en todo esto, pero si Valentina estaba feliz, eso era lo que importaba.

—Bueno, si dices que fue un día maravilloso, entonces creo que debería de alegrarme. Además, estaba claro que era cuestión de tiempo que rompieras con él. Entonces ¿estás bien?, —preguntó intrigada.

—Bien, muy bien, gracias. Me siento libre y con ganas de darle un nuevo rumbo a mi vida. Te engañaría si te dijera que no estoy pendiente del teléfono por si me llama, pero sigo sin recibir noticias de él desde ayer por la tarde, así que he de pensar que le he hecho un favor.

—Pues entonces, me alegro. ¿Tienes pensado quedarte mucho tiempo en Lucena?, —preguntó Natalie, mientras apretó la mano de Valentina con fuerza, durante unos segundos.

—La verdad es que estoy valorando la idea de tomarme un año sabático, y dedicarme a escribir. Quizás me mude a Londres. Allí hay muy buenas escuelas de escritores. No me importaría asistir a las clases de Ian McEwan, aunque no creo que sea muy fácil acceder.

—Por más que quieras desviar el cauce de un río, siempre acabará llegando al mar. Deberías haberte mantenido firme en tu decisión de estudiar Filología, y no complacer a mamá en todo.

—Eso ahora ya no importa. Lo único que demuestra, es que tú y yo somos totalmente diferentes.

—Sí. Lo sé. Tú nunca me hubieses traicionado, —contestó Natalie, con un nudo en la garganta, pero con la mirada fija en ella.

—Soy incapaz de hacer cualquier cosa, que pueda perjudicar a dos personas que se quieren, ya lo sabes—contestó Valentina, agachando la cabeza.

—Lo sé. Y también sé que no me creerás cuando te diga, que me he arrepentido muchas veces de lo que hice, y no te lo digo para que me perdones. Pero no quiero que pienses que no intenté enmendarlo. Ahora, a lo mejor puedo ayudarte. Hace mucho que sé dónde está Gabriel, pero como te vi bien con Giacomo no quise decírtelo. Pensé que eras feliz. Como vuelves a estar libre, creo que ha llegado el momento de que sepas que vive en Brighton. Tengo su dirección y su teléfono. Te mandaré un e-mail para que lo tengas.

—¿Y cómo lo conseguiste? Si se puede saber, —preguntó atónita Valentina.

—Hice pasar a Josep como si fuera un amigo de Gabriel. Fue tan convincente, por teléfono, que Don Manuel no tuvo ningún reparo en darnos su número y la dirección. Si decides marcharte a Gran Bretaña, siempre puedes hacerle una visita.

—Seguramente ya tendrá su vida encauzada con alguna inglesita, y además, no creo que quiera saber nada de nosotros, en especial de mí, —contestó Valentina con resignación.

—No te quedes con la duda y ves a visitarle. Seguro que se alegrará de verte.

—Gracias. Me lo pensaré. Y ¿qué tal tú con Josep?, —se apresuró a preguntar Valentina, para cambiar de tema.

—De maravilla. Es un encanto. Cada día creo que le quiero más, —contestó con los labios fruncidos, como si supiese que aquellas palabras le harían daño en esos momentos.

—Sí, ya me lo imagino. Parecéis cortados con el mismo patrón. Nacisteis el mismo día con dos años de diferencia. Tú ginecóloga, él traumatólogo. Trabajáis en el mismo hospital. Os encanta ir al campo. Cualquier momento libre que tenéis os marcháis a la masía con sus padres. ¿Qué hacéis en Breda, si se puede saber?

—Desconectar del mundo y dedicarnos el uno al otro. Ya conoces Can Miquel. Es una masía con muchos años sobre su espalda. Se tendría que restaurar un poco la parte de arriba, pero de momento la casa aguanta. Los abuelos de Josep y sus padres apenas suben, así que estamos de maravilla solos, concentrados en nuestro trabajo, en nuestros estudios y en nosotros.

—Fuiste muy discreta con tu relación. Aún no sé dónde le conociste, si en la facultad o en el hospital.

—Nadie me preguntó. Papá estaba en Lucena, mamá viajando y tú estabas lejos, y además no me hablabas.

Después de una breve pausa, Natalie miró a su hermana y le dijo con voz temblorosa.

—Siempre he querido darte las gracias por cómo le trataste, desde el primer momento que le conociste. Le costó creer que hiciera cinco años que no nos hablábamos. Gracias por tratarle con tanto cariño.

—No hay de qué. Él no fue responsable de tus actos. Bueno pues ya que tenemos tiempo ¿me lo vas a contar ahora?, —preguntó con una sonrisa, que borraba los temas del pasado.

—¿Por qué no?, —contestó Natalie con una sonrisa de complicidad.


Josep Miquel Almirall nació en Breda, una población de la provincia de Girona, el diecinueve de marzo de 1978, en el seno de una familia acomodada. Sus padres, el Joan y la Joana, regentaban un negocio muy próspero de cerámica, en el mismo pueblo. Vivían en un piso en la calle Virgen de Montserrat, esquina con la carretera de Arbúcies. Los abuelos de Josep vivieron en Can Miquel, la masía de sus antepasados, hasta que la avanzada edad, los devolvió definitivamente al piso que tenían en Breda, para estar más próximos a todos los servicios del pueblo. A los dos años del nacimiento de Josep, llegó al mundo su hermana Eva, para culminar la felicidad de la familia.

Durante los años de su infancia vivió feliz en aquel pueblo, jugando con sus amigos y martirizando con sus travesuras, a su hermana. Las tardes en Can Miquel le permitieron jugar en pleno campo, y disfrutar de la naturaleza, alejado del tumulto de la ciudad. Pero este no era el único futuro que Joana quería para sus hijos. Desde que Josep y Eva acabaron sus estudios primarios, supieron que mamá les haría estudiar una carrera. Desde bien jovencitos, tuvieron claro a qué querían dedicar su vida profesional. Lo que nunca llegaron a imaginar, fue la forma en que lo harían.

Los años iban pasando con su rutina habitual, pero Joana no dejaba de pensar en el futuro de sus hijos. Un buen día le dijo a su marido, que marchaba a Barcelona a hacer unas compras, y que estaría todo el día en la ciudad. Aquella noche, cuando regresó a casa, le dio la noticia de que había dado paga y señal, para un piso en la calle Aribau, número 58, esquina con la calle Aragón. Joan se quedó pálido sin entender a que venía todo aquello. ¿Estaba tan metido en su negocio de cerámica, que no se había dado cuenta de que su mujer no era feliz? ¿Le iba a dejar? ¿Se llevaría a los niños? El color volvió a sus mejillas, cuando Joana le explicó que los chicos debían de trasladarse a Barcelona, a estudiar una carrera, y que no podían ir arriba y abajo cada día. Ella les llenaría la nevera los domingos; los visitaría los miércoles para poner un poco de orden en casa; y los sábados regresarían a Breda a pasar el fin de semana. Y tal como Joana lo planeó, así fue como ocurrió. Josep empezó a estudiar medicina, para especializarse en traumatología, y Eva empezó a estudiar la carrera de farmacia.

Joana sabía que había hecho lo mejor para sus hijos, pero no contó con que sus estudios y trabajos, no les permitiese subir a Breda, tan a menudo como a ella le hubiese gustado.

Al tercer año de carrera, Josep empezó a hacer las guardias que le correspondían, como adjunto del Dr. Jaime Albareda, en las urgencias del Hospital de Bellvitge. Una de aquellas noches de guardia, Natalie iba en su coche con sus amigas Alicia y Montse, por la Avda. del Tibidabo, en dirección al Mirablau, un bar de copas con unas vistas maravillosas de la ciudad de Barcelona, cuando fueron testigos de un accidente entre dos coches, a pocos metros de donde ellas estaban. Un Opel Corsa bajaba a toda velocidad, hasta que perdió el control en una curva, e invistió a un Citroën AX que subía en dirección contraria. Natalie estaba en su primer año de carrera, pero tenía su profesión muy bien asumida. Salió del coche a toda velocidad, gritando a los cuatro vientos que era médico y que llamaran a una ambulancia. El panorama era desolador. Los chicos del Opel Corsa tenían un pronóstico muy poco esperanzador, debido a la imprudencia de no llevar el cinturón abrochado. La conductora del Citroën era una chica de unos treinta años, embarazada y con una gran hemorragia provocada por la rotura del fémur y la arteria femoral. Natalie hizo todo lo que estuvo en su mano, hasta que llegó la ambulancia.. Sin acordarse de su coche, ni de sus amigas, consiguió acompañar a Ana, la conductora del Citroën. Cuando llegaron al Hospital de Bellvitge, el Dr. Albareda junto con Josep, salieron a toda prisa a recoger la camilla donde traían a Ana. Natalie corría a su lado. Le apretaba con fuerza la mano, mientras no paraba de dar órdenes como si de un médico se tratase.

—¡Está de treinta y siete semanas. Tiene el fémur roto. Por el sangrado que tiene, la femoral debe de estar dañada. Le he hecho un torniquete! ¡Tienen que salvar al niño!, —gritó Natalie con los ojos desorbitados.

—¿Vienes con ella? ¿Eres alguno de sus familiares? ¿Eres médico?preguntó Josep con la esperanza de que así fuera, para no perder de vista a aquella preciosidad que tenía delante.

—¡Llamen a mi marido por favor! ¡Llamen a Carlos! ¡Mi hijo por favor! ¡Salven a mi hijo!, —gritaba Ana desesperada.

—No te preocupes que ya me encargo yo de llamar a tu marido, tú resiste. ¿Me oyes? ¡Resiste!, ¡quiero entrar con ella!, ¡soy médico!gritó Natalie con la intención de no separarse de aquel chico, tan tremendamente atractivo.

—¡Y nosotros también señorita! ¡Quédese aquí fuera y gracias por su ayuda!, —gritó el Dr. Albareda con la idea de sacarse de encima, a aquella estudiante un tanto prepotente.

Las puertas del box se cerraron, y Natalie se quedó quieta en mitad del pasillo. A los pocos segundos llegaron las otras dos camillas con los muchachos. Una de ellas a toda velocidad, la otra sin prisa alguna. Natalie se dirigió a la recepción del hospital, para intentar localizar al marido de Ana, y ya de paso preguntar a qué hora se cambiaba el turno de urgencias. La recepcionista le contestó, sin apenas mirarle a los ojos, que a las seis de la mañana. Natalie nunca imaginó que pasaría la víspera de su cumpleaños, sentada en una silla de urgencias. Pero aquel chico, bien merecía la pena.

A las seis menos cinco de la mañana, Natalie se levantó de su silla, para dirigirse a la puerta de entrada del Hospital. Era una mañana fría, como era de esperar para el mes de marzo. En dos horas empezaban sus clases prácticas. Tenía que ducharse, desayunar algo y averiguar dónde estaba su coche. Ya llamaría a Alicia un poco más tarde, para ver qué había hecho con él. A las seis y diez de la mañana, Josep salió por la puerta, pálido, con ojeras y escondido entre la cazadora y la bufanda.

—¿ Se ha salvado el bebé? —preguntó Natalie para dejarse ver.

—Creo que era más importante la madre ¿no crees? —contestó Josep, sorprendido y a la vez emocionado por volverla a ver.

—Depende. Para ella seguro que no.

—Sí. Están los dos bien. Cuando hemos normalizado la hemorragia, se le ha tenido que practicar una cesárea. El niño está bien pero en la incubadora. Ella está en la UCI, pero creo que lo conseguirá. ¿Llevas aquí toda la noche?, preguntó, con un inicio de sonrisa en los labios.

—Sí. No quería irme sin saber cómo había acabado todo. Y como no tengo tu teléfono para llamarte, he decidido esperar para que me lo cuentes todo, respondió con cara de intelectual.

—Pues ahora mismo te lo doy, contestó complacido. No me imaginé que empezaría mi cumpleaños de esta manera.

—¿Hoy es tu cumpleaños?preguntó Natalie sorprendida por la casualidad.

—Sí. ¿Por qué?

—También es el mío. Felicidades ¿Te apetece celebrarlo con un café con leche y un croissant?, preguntó Natalie con una expresión de felicidad en su rostro.

—Me parece una idea estupenda, dijo Josep.

—Me llamo Natalie, —dijo, mientras le alargaba la mano.

—Yo soy Josep—le contestó, sin prestar atención al saludo, mientras se acercaba a ella y le daba dos besos.

Natalie se ruborizó sin poder evitarlo.

Desayunaron en la cafetería del hospital. Hablaron de sus proyectos, de sus estudios, del futuro que querían conseguir y de sus metas. Poco a poco se dieron cuenta, de que sus vidas eran caminos paralelos que, por una jugada del destino, se habían cruzado aquel diecinueve de marzo de 1999. Josep acompañó a Natalie, en coche, hasta su casa en la calle Mallorca. Si no hubiese tenido que ir a la facultad, a hacer unas prácticas, no le hubiese importado pasar toda la mañana con él. Además, seguramente nadie en casa, se acordaría de que era su cumpleaños. Antes de despedirse, intercambiaron los números de teléfono. Josep se marchó a su piso de la calle Aribau, feliz de estar a tan solo tres manzanas, de donde vivía aquella futura ginecóloga, que le acababa de robar el corazón.

Aquella mañana, en contra de lo que le pedía el cuerpo, Natalie fue a la facultad. Allí se encontró con su coche y sus amigas. Estaba ansiosa por explicarles lo que le había ocurrido. Nada más llegar, respondió a todas y cada una de las preguntas del interrogatorio. Cuando acabaron las dos horas de prácticas, que tenían aquel sábado, se marcharon las tres al Fornet d´en Rossend, en la Rambla de Catalunya, muy cerca de la casa de Natalie. Aunque ya no tenía nada más que contar, y sus ojos estaban pidiendo a gritos un descanso, sus amigas insistían en retenerla en aquella cafetería un poco más. ¿Qué estarían tramando aquellas dos?, pensó. A las doce del mediodía, como si fuese la hora acordada, Alicia y Montse se levantaron para acompañarla a casa. Natalie no entendía nada, pero estaba claro que parecía que no se marcharían nunca. Decididamente, algo se estaba cociendo a sus espaldas. Cuando Natalie abrió la puerta de casa, escoltada por sus dos amigas, encendió la luz del enorme pasillo, en el mismo instante en que todos, excepto yo, salieron a recibirla con confeti y aplausos. Para su gran sorpresa allí estaban, mamá, papa y mis abuelos Jean Luc, Michelle y Antonio. Yo me negué a regresar a Barcelona y decidí quedarme en París con Sidonie. Quizás Natalie me echara en falta, o quizás no. Aquella fiesta sorpresa, puso el broche final a un día maravilloso, que no olvidaría jamás.

Natalie se sintió culpable al pensar que nos habíamos olvidado de ella. Pero lo que no sabía era que mamá, se había pasado semanas organizando el viaje de los abuelos. Creo que aquella fue la primera vez, que desobedecí a mi madre. Si no hubiese sido por Sidonie, me hubiese visto obligada a regresar a Barcelona, y lo que menos quería, en ese momento, era volver a ver a mi hermana. Durante cuatro días, no la dejaron sola. Pobre Natalie. Estaba feliz, pero ansiosa por volver a ver a Josep.

El martes, de la semana siguiente, cuando salió de casa, a las siete y cuarto de la mañana, para ir a la facultad, se encontró cara a cara con Josep. Estaba sentado, estratégicamente, en la terraza de la cervecería de debajo de casa, tomando un café. La expresión de su cara, mostraba como un espejo, el intenso frío que sentía. Vino, nada más terminar su guardia en el hospital.

A Natalie no le importó saltarse su clase de anatomía. Estaba sorprendida de preferir la compañía de Josep. ¿Qué le estaba pasando a aquella chica tan responsable, que nunca faltaba a clase? Quizás se estaba enamorando. Desde aquel día, organizaron sus apretadas agendas, para pasar juntos todo el tiempo que tuvieran libre. Cuando Nicole estaba trabajando en casa, Natalie marchaba a la calle Aribau, donde conoció a la encantadora Eva, y con la que rápidamente entabló una bonita amistad. Cuando Nicole salía de viaje, Josep venía a casa. Gracias a la compañía inseparable de Josep, Natalie descubrió que no era tan fuerte, ni tan segura, como demostraba a los demás. En el fondo se sentía muy sola. Papá era el amor de su vida, pero ella quería seguir viviendo en Barcelona, porque sabía que allí estaba su futuro. Desde que empezó en la facultad, le veía poco. Era mamá la que solía viajar a Lucena. Cuando ya hacía mucho tiempo que no se habían visto, papá venía a Barcelona para verla y pasar el fin de semana juntos, pero no era lo más habitual. Por otro lado, Natalie sabía que siempre había sido el ojo derecho de mamá, hasta que decidió empezar su carrera de medicina, y renunciar al mundo que le ofre- cía. Un mundo de pasarela y de moda, que no le atraía lo más mínimo. Nicole aceptó su decisión, pero los continuos viajes y su ajetreada agenda, la distanciaron un poco de ella. Conmigo ya no existía relación alguna. Al conocer a Josep supo que, por fin, tendría a alguien que la protegería, que estaría a su lado en todo momento, con el que pudiese hablar y disfrutar de una tarde de domingo, abrazados en el sofá. Fue entonces cuando tomó conciencia del daño que me había hecho. Aquellos meses también fueron especiales para Alicia y Montse, ya que gracias a aquel encuentro, empezaron a salir con Víctor y José, amigos de Josep. Sin darse cuenta, habían formado una pandilla divertida y llena de un futuro profesional, muy prometedor.

Los meses fueron pasando hasta que llegó el tan esperado verano, y con él las deseadas vacaciones, la playa, las noches de fiesta y también la distancia. ¿Le dejaría mamá quedarse en Barcelona el mes de agosto? Aunque ya sabía la respuesta, tenía que intentarlo. No podía estar un mes entero sin ver a Josep.

—Mamá, tengo que pedirte algo. Alicia, Montse y yo queremos reservar un apartamento en Lloret de Mar, para pasar los cuatro últimos días de julio, antes de que nos vayamos cada una por su lado. ¿Supongo que no te sabrá mal verdad?

—Y supongo que Josep también irá ¿no?, preguntó Nicole mientras le guiñaba un ojo.

—Bueno, Josep, Víctor y José, —se apresuró a contestar, sin poder controlar el rubor que afloró en sus mejillas.

—Natalie, no te sientas violenta hija que tienes diecinueve años, y no hace falta que me digas que estás enamoradísima de ese chico. Solo hay que mirarte la cara. Supongo que tomarás precauciones. ¿Verdad hija?

—¡ Mamá!

—¡ Qué! No te considero tan tonta como para no tomarlas, pero nunca está de más recordártelo. Y ¿cómo llevas eso de estar un mes entero sin verle?

—Bueno de eso también te quería hablar…

—La respuesta es no. No te voy a dejar aquí todo el mes de agosto, sola en esta casa. Tienes que ver a tu padre. Bastante tiempo estamos separados, para que encima el único mes que tenemos para estar juntos, tú no estés.

—Bueno Valentina tampoco vendrá a Lucena ¿Por qué no me puedo quedar yo en Barcelona?

Nicole miró a Natalie con una expresión de dolor, como si hubiese hurgado en una llaga.

—Valentina está con los abuelos. No está sola. Además los padres de Josep, ¿no querrán estar con él? —se apresuró Nicole a preguntar, para cambiar de tema.

—Supongo que sí, pero no estará todo el verano en Breda.

—¿ Por qué eres tan reservada Natalie? ¿Piensas que te voy a prohibir verle? Si estos meses he viajado más, es porque sé que se pasa el día contigo. Y no, no te preocupes, que no es mi intención separarte de él. Anda hija dame un abrazo. Dime, ¿le quieres?

Natalie abrazó a su madre, con la misma pasión que cuando era pequeña. Con aquel abrazo sintió que el vínculo, que las unía, nunca había dejado de existir.

—Mamá estoy loca por él. Le quiero muchísimo. Tenemos los mismos gustos, las mismas inquietudes, los mismos planes de futuro. Nunca pensé que encontraría a alguien que encajase conmigo tan fácilmente. Incluso nacimos el mismo día.

—Sí, ya me he dado cuenta que está enamoradísimo de ti. ¿Qué te parece si le invitamos la primera quincena de agosto a Lucena? Tu padre no deja de darme la tabarra de que quiere conocerle, para ver qué impresión le da, y así se quedará más tranquilo.

—Mamá me encantaría que viniese a Lucena. Es lo mejor que me podías decir hoy. Verás que contento se pondrá, cuando se lo diga. No sé como agradecértelo.

—Agradéceselo a tu hermana. De ella es la idea de que le invitemos a Lucena.

Natalie se quedó paralizada al oír aquella confesión. Era lo que menos se podía imaginar.

—Aunque no me pregunta por ti, cuando le explico tus cosas, las escucha con atención. Cuando le dije que llevabas meses saliendo con un chico, y que te veía muy feliz, me sugirió que le invitara a Lucena, para que pasarais el verano juntos. Ya la conoces. Es una fiel defensora del amor. Desde luego hay que reconocer que tu hermana tiene un corazón que no le cabe en el pecho. Por cierto, desahógate todo lo que puedas en Lloret de Mar, porque en Lucena, tu padre no te quitará el ojo de encima.

—Mamá, ¿cómo es posible que Valentina actúe así conmigo, después de lo que le hice el verano pasado?

—Ya la conoces. Para ella la familia es lo primero. Sé que ha sido muy duro para ella, pero creo he hecho lo correcto. Tiene un gran futuro por delante que no voy a dejar que tire a la basura.

—Espero que no te equivoques mamá.

—Eso espero yo también hija.

Aquel veintinueve de julio, Natalie y Josep cogieron las maletas y el coche para dirigirse a Lloret de Mar. Lo del apartamento era cierto, pero el resto de la historia no. Alicia y Montse actuarían en consecuencia, para no levantar sospechas. Nicole cerró las cortinas del comedor con una sonrisa, al ver marchar a su hija, sola con su novio, a pasar aquellos cuatro días de intimidad, en las playas de la Costa Brava. A su mente acudieron los maravillosos días que vivió con Antonio en Sevilla.

Llegaron a los apartamentos Alva Park, en la Playa de Fenals, a las once y media de la mañana. Aparcaron el coche, justo delante de la entrada del Restaurante Disaster Café, que tanto le habían recomendado sus amigos. Cogieron las maletas, se presentaron en recepción y con las llaves en la mano, subieron al apartamento en la tercera planta, con vistas a la piscina del complejo. Mientras subían en el ascensor, Natalie no paraba de preguntarse ¿por qué había esperado cuatro meses para acostarse con él, si lo estaba deseando? ¿Quería hacerse valer? ¿Demostrar que no era una chica fácil? En el fondo estaba un poco chapada a la antigua, pero todo esto se iba a acabar, tan pronto abriese la puerta del apartamento.

Nada más dejar las maletas en la habitación, Josep recibió un cariñoso empujón de su novia, que le hizo caer en la cama. Natalie se acomodó, despacio, encima de él, hasta que le besó. Por fin había llegado el deseado momento de recibir, la clase práctica de ginecología, que tanto le había prometido su novia.

—¿ Por qué no me desnudas y me haces el amor? —dijo Natalie, casi en un susurro.

—A sus órdenes doctora. Pero, por favor, esta vez no me preguntes qué músculos son los que hacen mover mi cadera una y otra vez, ¿de acuerdo?

—Vale, pero me lo dices después.

Se tomaron todo el tiempo que necesitaron, para entregarse por primera vez, hasta el punto que olvidaron que fuera de aquella habitación, el mundo seguía existiendo. No les hacía falta nada más. Estaban ellos dos, y cuatro días por delante de agradable intimidad.

Cuando regresaron de aquella escapada, mi hermana había cambiado. No había duda de que había encontrado al hombre de su vida. Mamá nunca puso objeción alguna a esta relación. Un futuro traumatólogo era un magnífico partido para su hija. En los quince días que estuvieron en Lucena, Josep consiguió buena nota. Mi padre y el abuelo le dieron un “sobresaliente”. Los quince días restantes de aquel mes de agosto, los pasaron en Breda. Aunque mi hermana se esmeró todo lo que pudo, solo consiguió un “notable” ya que para Joana, aunque estaba encantada con su futura nuera, aún no había nacido la mujer que cuidara a su hijo, como lo hacía ella.

A primeros de diciembre de 2002, Josep recibió la mejor oferta de trabajo que jamás pudo imaginar. Gracias, en parte, a la recomendación del Dr. Albareda, le ofrecieron un puesto de trabajo en la Clínica del Pilar, en la calle Balmes de Barcelona, para trabajar en la consulta del Dr. Cugat, el famoso traumatólogo que trataba a todo deportista de élite, que tuviese la mala fortuna de lesionarse. Aquel trabajo le representó el triunfo a sus seis años de estudio. La posibilidad de aprender y ampliar su formación con su propia consulta, le hizo pensar en su futuro personal. Una de las primeras cosas que tuvo que hacer, fue asistir en Sevilla, al congreso organizado por el Dr. Cugat, sobre los avances y mejoras conseguidas con los factores de crecimiento, en la regeneración de los tejidos dañados. Josep tenía que aprender y ponerse rápidamente a la altura del equipo del Dr. Cugat. El congreso se organizó en el prestigioso Gran Hotel Meliá Colón, situado en la calle Canalejas número 1 de Sevilla. Aquel Hotel de cinco estrellas, parecía más un museo. Cada planta rendía homenaje a un artista español, desde El Greco hasta Goya. Como estaba seguro de que aquello le encantaría a su novia, no dudó en invitarla a pasar cuatro días en la capital sevillana. Cuando Natalie se lo comentó a su madre, se vio sorprendida por un abrazo, que casi la deja sin aliento.

—Hija, que ilusión que me hace. Vas a ir a Sevilla las mismas fechas en las que yo conocí a tu padre. No hay duda de que esto es una jugada del destino. La historia siempre se repite y a la vista está. ¿Sabes que tu padre se me declaró en la isleta de los patos?

—¿No fue delante de la Torre Eiffel?, preguntó sorprendida Natalie.

—Sí, sí, oficialmente me dio el anillo allí, pero nuestra primera promesa de amor, fue en el mismo sitio donde Alfonso XII se declaró a María de las Mercedes, y en el mismo sitio donde tu abuelo se declaró a tu abuela.

—Mamá te pareces a Valentina. Te recuerdo que voy a un congreso de traumatología, no de vacaciones románticas. Josep acaba de empezar en este trabajo, y no está por estos temas, así que tendremos que dejar las bodas y festejos para cuando acabe yo mi carrera, si no te importa.

—Vas de mujer fuerte y segura, pero te apuesto un Armani a que en el momento en que te presente un anillo de compromiso, caerás como una mosca, y sino, al tiempo.

—¿ El Armani que yo quiera o el que tú elijas?

—El que tú quieras.

—Trato hecho.

Llegaron al Hotel el miércoles once de diciembre, a las nueve de la noche. Dejaron las maletas en la habitación, y salieron a cenar algo por las calles de Sevilla. Tenían dos días y medio de congreso, y poco tiempo para hacer turismo por la ciudad, así que no tenían tiempo que perder. Mientras cenaban en un tablao flamenco, Natalie le explicó que fue en Sevilla donde sus padres se conocieron, y que curiosamente fue en las mismas fechas en las que ellos estaban ahora. Sin saber muy bien por qué, también le dijo que había una isleta, en la parque de Mª Luisa, donde su padre se declaró a su madre. ¿Por qué le había dicho aquello? Natalie se sorprendió de su comportamiento, y rápidamente cambió su actitud. Pensó que esas cosas ya no se hacían hoy en día. Además, no estaban allí para eso. El congreso se clausuró el sábado a las dos de la tarde. Todos los asistentes disponían de la tarde libre para hacer turismo. Natalie y Josep subieron a la habitación. Se cambiaron de ropa y salieron del Hotel a toda prisa, para aprovechar las pocas horas de sol, que aún lucía aquel catorce de diciembre. Comieron muy cerca del parque de Mª Luisa. Al terminar, Josep le preguntó si le apetecía caminar un poco por el parque. Natalie accedió ya que la temperatura era bastante suave, para la época del año en la que estaban. Empezaron a caminar, cogidos de la mano. Hablaron de temas de la conferencia, y del futuro que le esperaba a Josep en aquella consulta. Sin apenas darse cuenta, llegaron hasta la isleta de los patos. El corazón de Natalie se aceleró. Cuando Josep la miró, no pudo hacer otra cosa que sonreír, al ver como las mejillas de su novia se habían ruborizado. Caminaron en silencio, hasta que llegaron a un banco para sentarse, y dar un poco de sosiego a la carrera que había emprendido, por su cuenta, el corazón de Natalie.

—¿ Por qué me miras así? —dijo Natalie, intentando parecer lo más calmada posible.

—¿ Por qué tu cara parece un tomate maduro? —preguntó Josep con toda la ironía que pudo.

—Debe de ser el vino de la comida, contestó Natalie, mientras giraba la cara para que no la viera.

—Ya. Natalie lo que me ha ocurrido este mes, me ha hecho pensar mucho. Creo que este trabajo me dará la estabilidad suficiente, para empezar a pensar en otras cosas, como por ejemplo irnos a vivir juntos. También he pensado que sería mejor que acabaras la carrera antes, pero creo que el que durmamos cada día en la misma cama, no hará peligrar tus estudios. ¿No crees?

—Bueno…empezó a decir Natalie, sin saber muy bien qué contestar.

—Déjame acabar por favor, sino creo que no lo diré nunca. Bien, sigo. Mi primera idea fue la de irnos a vivir de alquiler, ya que creo que no querrías vivir con mi hermana, pero cuando lo pensé fríamente me dije: “yo no tengo ninguna duda de que esto funcionará. ¿Por qué irnos de alquiler para probar cuando lo tengo tan claro?” Entonces taché esta opción de la lista. La siguiente era comprar un piso, para irnos a vivir juntos en cuanto lo tuviéramos listo. Esta idea me gustó más, pero entonces pensé en el momento que le comunicase esta opción a mi madre, y como ya sé lo que me iba a decir, pasé directamente a la siguiente opción de la lista.

—¿ Y qué otra opción tienes? ¿Irnos a vivir al extranjero?

—No. Si tengo claro que te quiero, que esto va a funcionar y que quiero que vivamos juntos. ¿Qué es lo que me retiene para casarme contigo?

En aquel instante, Natalie pensó que se iba a desmayar pero no podía hacerlo, tenía que vivir aquel momento de gloria y disfrutarlo al máximo. ¿Verdaderamente le estaba pasando esto a ella, en el mismo lugar que eligieron sus padres veinticuatro años atrás?

—Y bien. ¿Qué me dices?preguntó Josep, un poco nervioso.

—¿ Qué te digo a qué?

Josep abrió su abrigo para acceder al bolsillo interno, de dónde sacó una cajita de terciopelo negro, en cuyo interior se escondía un anillo de oro blanco con tres diamantes.

—Natalie Ordoñez Beauchamp ¿Te quieres casar conmigo?

Las lágrimas de Natalie inundaron sus ojos, hasta tal punto que le resultaba imposible ver con claridad aquel anillo de prometida, que sería la envidia de sus amigas y el que le aseguraba a su madre, un nuevo modelo de Armani.

—Por supuesto que sí mi amor. Me casaré contigo mañana si tú quieres, o si encuentras un cura, me casaría ahora mismo.

—Creo que a mi madre le daría un infarto, y a la tuya le sabría muy mal no organizar una fiesta por todo lo alto. ¿No crees?

—Sí, creo que tienes razón.

Se abrazaron y se besaron con pasión, sellando con aquel beso la promesa de su amor. Antes de que Josep pudiera reaccionar, Natalie sacó del bolso su móvil y empezó a marcar.

—¿ A quién llamas ahora? —preguntó Josep sorprendido por esta actitud tan poco romántica.

—A mi madre. Mamá, hola ¿cómo estás? ¿Estás en Lucena con papá?

—Hola hija, sí aquí estoy ¿Cómo ha ido el congreso?

—Bien, muy bien. Mamá te llamo desde la isleta de los patos. Estoy aquí con Josep. Solo quería decirte que es un lugar maravilloso, y que ya puedes ir pensando en qué modelo quieres que te compre.

—¡ Ahhhh ! ¡Hija, lo sabía, lo sabía! Cómo me alegro, ahora mismo se lo digo a tu padre. Hija dale un beso a Josep de mi parte. Adelantaré mi vuelo al lunes, para estar contigo y empezar a pensar en un montón de cosas. Hija me alegro muchísimo por ti. Te quiero.

Y yo a ti mamá.

Natalie lloraba de emoción ante los ojos de su prometido, que no dejaba de admirar la belleza de su futura mujer.

Con el anillo adornando su dedo, y abrazados como si estuviesen muertos de frío, se dirigieron al Hotel donde se entregaron el uno al otro.

La fecha ideal hubiese sido el veintitrés de junio, aniversario de boda de mis padres, pero como aquel año caía en lunes, decidieron casarse el trece de junio de 2003, día de San Antonio, ante ciento sesenta invitados de mundos muy diferentes. La medicina, la doma y la moda, se unieron para celebrar aquella boda, en la iglesia de Breda. A mi madre le costó acceder, que el acontecimiento se celebrase en aquella localidad, pero finalmente dio su brazo a torcer. Lo que no consintió, es que el convite se celebrara en la masía familiar. Por su cuenta y riesgo, lo organizó todo en Can Marlet, un hotel situado en plena falda del Montseny, con un jardín maravilloso donde se sirvió un exquisito aperitivo, con la clase que aquella boda se merecía. Natalie rechazó, sin ningún miramiento, los vestidos que sus padres le habían ofrecido. Ni Armani, ni Victorio & Lucchino serían los encargados de vestirla. Ella lo tuvo claro desde el principio. Manuel Mota supo resaltar la belleza de Natalie, con un sencillo diseño que la encumbró, a los más altos niveles de elegancia. En aquella ocasión, mi madre fue incapaz de añadir ningún retoque. Sencillamente, era perfecto. Joana eligió un traje oscuro para Josep, de la firma Antonio Miró. Aunque mi madre estaba ocupadísima atendiendo a todos sus amigos y compromisos, no cesó ni un minuto en intentar acercarme a todos los amigos disponibles de Josep, para ver, si con un poco de suerte, yo también encontraba mi media naranja. Aunque en el fondo, sabía muy bien por quién seguía latiendo mi corazón, cuando regresé a España. La marcha de los novios puso el punto y final a aquel día maravilloso, que a mis ojos, estuvo cargado de amor. ¿Tendría yo la misma suerte que mis padres y mi hermana?, o por el contrario ¿había dejado escapar a mi alma gemela?

Aquella noche, Natalie y Josep durmieron en la suite del Hotel Arts, la misma que yo tendría el placer de conocer años más tarde. Al día siguiente marcharon a disfrutar de su luna de miel, en las playas de Cuba.

En cuanto al tema de la vivienda, después de valorar las opciones que tenían, decidieron comprar el piso de la calle Mallorca a mis padres, ya que era lo suficientemente amplio para vivir y tener sus despachos. Nicole compró un nuevo piso, más pequeño, en la calle Córcega esquina Rambla de Catalunya, y alquiló un despacho más amplio, para desarrollar su negocio en la 5ª planta del edificio situado en Paseo de Gracia, nº 56, esquina con la calle Aragón. Por mi parte, tomé la decisión de ir a vivir sola. Aunque les había dejado ver que volvía a ser la de siempre, no me apetecía estar cerca de mi madre ni de mi hermana. Mis padres me habían encargado llevar sus dos negocios. Entre los dos me ganaba un buen sueldo, que me permitió hipotecarme en un apartamento, en primera línea de mar en Gavà, una población lindante a Castelldefels, a veinte minutos de Barcelona.

Eva siguió viviendo en el piso de la calle Aribau, muy bien acompañada de su novio David que, a partir de aquel momento, dormiría más de una noche con ella. Más que nada para no dejarla sola”.

El recuerdo de aquellos momentos tan emotivos, provocaron que Natalie no pudiera contener las lágrimas.

—Caramba, sí que estás sensible, —dijo Valentina, extrañada de ver a su hermana llorar.

—No te puedes ni imaginar lo feliz que me siento. Me sabe muy mal que estés atravesando este momento. Solo espero que algún día vuelvas a estar con el hombre que te quiera de verdad.

—No lo creo, —contestó Valentina, con la mirada clavada en los ojos de Natalie.

—No digas eso, —se apresuró a contestar su hermana.


Natalie cambio de tema, tan pronto vio acercarse a la mesa a Josep.

—Hola Valentina —dijo Josep sin casi apenas mirarla. Cariño ¿cómo te encuentras?

—Estoy bien tonto ¿Qué no me ves?, —contestó Natalie con una sonrisa y un beso.

Valentina no entendía a qué venían aquellas preguntas, y tampoco cómo su cuñado había sido capaz de no darle ni un beso. ¿Qué estaba pasando allí?

—¿Te pasa algo Natalie? —preguntó Valentina extrañada.

—La verdad es que sí. Creo que no hubieses podido elegir un día mejor para venir a verme. Eres la primera en saber que estoy embarazada.

El día que conocí a Hugh Grant

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