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La misericordia en los Santos Padres

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Los Santos Padres de la Iglesia fueron los testigos de la fe cristiana. En efecto, ellos asumieron la vivencia del Evangelio hasta llegar a sus máximas consecuencias. Por eso, en palabras de José Uriel Patiño: “El primer título y función que se puede atribuir a los Padres es el de ser los testigos privilegiados de la tradición viviente en continuidad con la predicación apostólica. Los ministros y teólogos de los primeros siglos proclamaron la fe, la defendieron frecuentemente contra el paganismo o la herejía y se esforzaron por darle su expresión racional”27.

Los Padres, con su legado, práctica y enseñanzas, van formando la impronta del verdadero cristianismo. No solamente en la parte doctrinal, sino en la solidaridad con los desvalidos, los Padres ejercieron la caridad reflejada en la misericordia. De hecho,

en la Iglesia antigua la solidaridad y ayuda a los necesitados, socorrer a las viudas, a los pobres en general, no era de ninguna manera una actividad esporádica y pasajera, sino que formaba parte del ser y la vida de la Iglesia. No se podía entender a las Iglesias sin la comunión (koinonía) de bienes, de una u otra forma. Lo que caracterizaba a las ofrendas semanales o mensuales era su espontaneidad; todos daban libremente según sus posibilidades, y todos querían afirmar la fraternidad que requería signos concretos de expresión. La comunión de bienes era como el sacramento de la fraternidad. Las ofrendas se realizaban por el fervor de su sentimiento filial hacia Dios, el Padre común, y por el amor hacia los hermanos en Cristo. Entre los cristianos las ofrendas tenían el sello de la gratuidad28.

Es así que, si se observa la praxis de los Padres, ellos desde el comienzo pretendían que el pueblo fiel entrara por la vivencia de la misericordia29, el mandato del Señor a ser misericordiosos resonaba en la mente y en la vida de los padres; por eso, “la invitación a ser misericordiosos como el Padre” (Lc 6,36) a menudo ha sido traducida por los Padres de la Iglesia como una invitación a la verdadera perfección evangélica, que es la vocación común de todos los cristianos a la santidad (cf. Lumen gentium, 5,40). Para los Padres, en su experiencia y en su pensamiento, “la invitación a la misericordia y la perfección estaban estrechamente ligadas, porque los pastores y doctores de los primeros siglos del cristianismo siempre se han reconocido a sí mismos y a toda la Iglesia peregrina como necesitados de la bondad misericordiosa de un Dios que perdona. Por tanto, ser cristiano, es decir, semejante a Cristo, el Perfecto, es posible y en la máxima medida, si nos acogemos a la misericordia divina y llegamos a ser personas de misericordia”30.

Esta praxis de los Padres de la Iglesia obtenía su fundamento en la Escritura:

En la comprensión del gran misterio de amor infinito de Dios por el hombre, los Padres de la Iglesia partieron de la lectura de las Sagradas Escrituras, la norma de vida cristiana, meditada, proclamada, celebrada y vivida en la Iglesia. La Escritura ocupaba y ocupa un lugar absolutamente fundamental en la vida de la comunidad, y conforme a ella se cumple, toda acción de la vida, de la liturgia a la doctrina y la conducta tanto a nivel personal como colectivo31.

Los Padres —conocedores de la Palabra de Dios— captaron de inmediato el papel de la misericordia, la compasión y la ternura de Dios32. De ahí que, en su práctica pastoral, la comunión de bienes estuviera inspirada en esa misericordia compasiva que se expresa en el corazón de Dios ante el sufrimiento de los hombres.

Si hoy se habla de la necesidad de una razón cordial como cambio de paradigma en la manera de comprender la realidad33, ya no solamente desde la razón, sino también desde el sentimiento, los Padres serían los pioneros, pues para ellos el corazón era fundamental. Y no puede ser de otro modo: para los Padres “el ‘corazón’ era el centro de la zona más íntima y más verdadera de todo hombre. Por este motivo, el ‘corazón’ se consideraba como la sede de los afectos, es decir, de los sentimientos de alegría, de dolor, de amor, de serenidad o de agitación, como el lugar impenetrable de la evaluación de las decisiones de la conciencia de cada uno de nosotros”34.

En este aspecto se ve el influjo del concepto corazón que provenía del mundo semita y, por ende, del mundo bíblico. Esto revela que la teología patrística sigue la misma sintonía de los escritores sagrados, cuando hablaba de los sentimientos, motivaciones que constituían el corazón de los hombres y de Dios. De allí la importancia de la misericordia compasiva que brota del corazón de Dios, pero que también está llamada a ser conducta fundante de todos los hombres por el hecho de ser creados a imagen y semejanza de Él.

Ahora bien, si la misericordia compasiva debe formar e informar al creyente, significa que la estructura ontológica de los hombres está dispuesta a desarrollar esos sentimientos de compasión y misericordia, de lo contrario los padres no hubieran educado en la formación de este comportamiento que —para la época de los Padres— era tan criticado por algunos filósofos y algunas corrientes de pensamiento35. Así,

en la época de los Padres de la Iglesia, durante el período del catecumenado, con la oración del Padrenuestro se educaba para ejercitar la misericordia. Tal educación se apoyaba en la conciencia del hombre que nace y vive su existencia envuelto por zonas de sombras que invaden su ser humano en situaciones en las que se le dificulta el bien, en situaciones de pecado, como se dice comúnmente. (…) La educación cristiana, en la misericordia, en términos de convivencia, se traduce en una relación de ayuda recíproca para liberarse del mal en el cual cotidianamente se incurre, para no detenerse más de lo necesario en el juicio negativo recíproco, para relacionarse con su semejante viviendo en misericordia. Si el prójimo peca contra nosotros y nosotros respondemos según su misma medida, nos olvidamos del don de la misericordia y, como si volviéramos a ser paganos, pecamos también nosotros. Sólo nos salva la misericordia recíproca36.

Esta actitud misericordiosa-compasiva se observa en varios padres de la Iglesia y autores cristianos de los primeros siglos del cristianismo. Las páginas de estas épocas están dinamizadas por un cúmulo de hombres y de mujeres que con sus actitudes dieron testimonio de Cristo, siendo el primado de la misericordia el eje de toda su pastoral caritativa. Efectivamente, nos encontramos con san Cipriano37, Orígenes38, san Hilario39, san Juan Crisóstomo40, san Agustín, etc. Todos ellos y muchos más hicieron de la misericordia compasiva un programa de vida. De allí que en la liturgia y la catequesis de los Padres hubo espacio para celebrar la misericordia de Dios que se manifiesta en Jesucristo, pero que debe ser el pilar fundamental del comportamiento humano.

San Agustín de Hipona

Uno de los grandes hitos en el pensamiento cristiano occidental es la figura de san Agustín, un hombre que desde su experiencia de vida contó cómo Dios se le manifestó en su corazón. Por eso su obra teológica hay que entenderla desde ese encuentro que tuvo con el Dios de Jesucristo. En palabras de Adolfo Galeano: “Esta teología es personalista, antropológica, histórica, trágica, existencial”41.

En este orden de ideas, la misericordia en la persona y obra de Agustín fue fundamental. Era desde la experiencia de la misericordia que procedía de Dios que él entendía cuál era la dinámica de ese Dios que se manifestaba de una manera personal en su vida. En consecuencia,

San Agustín se sintió personalmente tocado por la misericordia de Dios cuando se dio cuenta de que lo había seguido incluso cuando erraba alejado de Él. Habiéndose convertido al cristianismo a la edad de treinta y tres años, escribió las Confesiones, la biografía de su conversión, como un canto de agradecimiento a la misericordia de Dios que había estado cerca de él incluso cuando se había alejado de la religión de su madre Mónica42.

Por eso, con palabras de Santiago Sierra Osa: “La misericordia es central en la reflexión y en la praxis de Agustín, ella es la virtud de las virtudes y el camino recto de la práctica de la justicia”43. Esa Misericordia experimentada por san Agustín también debe ser reflejada por los hombres, tanto así que es capital en el comportamiento humano. El mismo Santiago Sierra apunta al respecto: “Pero la misericordia para Agustín define también el actuar cristiano, de tal manera que toda obra que realice el cristiano cae dentro de la misericordia y debe ser hecho en esta clave”44. Según Sierra, la misericordia para san Agustín es lo que le da sentido a la vida. Ella es inspiradora de todo lo que se hace. Por consiguiente, un pensador como él debe ser tenido en cuenta a la hora de mirar por qué es importante la misericordia-compasión.

Llama también la atención la experiencia de la misericordia-compasión que será la expresión de toda su vida, lo cual significa que Agustín —para hablar de las realidades de Dios— apeló a una categoría como la misericordia-compasión para referirse al acontecer de Dios en su vida y en las creaturas. Es preciso anotar también cómo Agustín —al hablar del misterio de la Encarnación— afirmó que era motivado por la misericordia, idea que pensadores como Tomás de Aquino y otros apoyarán en el transcurso de la historia de la teología, contra posturas que no compartían este principio.

En consecuencia, la misericordia-compasión es de vital importancia, pues explica el motivo de la Encarnación, pero también esta categoría sirvió de correctivo a tantas teologías que habían olvidado este lenguaje y, por ende, la categoría misericordia-compasión y que, al olvidarla, hicieron tanto daño a la propia teología.

Por tanto,

para san Agustín, la misericordia es una de las grandes mediaciones que le permiten al hombre conocerse a sí mismo, al misterio de su propia humanidad que lo liga a sus semejantes y lo vuelve a vincular con Dios. Por tanto, la compasión adquiere un valor antropológico; es un indicador para comprender quién es el hombre. Colocada junto a la verdad y a la libertad, la misericordia constituye para san Agustín el eje de la comprensión cristiana del hombre. Él percibe la misericordia como un bien común, de todos; si el hombre es privado de ese bien, pierde su propio bien, que es la relación con Dios y con su semejante45.

En conclusión, podemos aseverar que para san Agustín la misericordia fue uno de los ejes inspiradores de su vida. Por otra parte, san Agustín identifica la misericordia con la compasión46 y, por último, la compasión se convierte en una categoría antropológica por excelencia.

La experiencia creyente

La vida de los santos ha estado marcada por una experiencia profunda de Dios, pues desde su ser se experimentan los sentimientos de Cristo. Sin embargo, “no todos los santos han dejado reflexiones y profundizaciones respecto de la Misericordia Divina, pero siempre nos han mostrado cómo encarnarla, obedeciendo al Evangelio que nos manda ‘ser perfectos como nuestro Padre celeste’ (Mt 5,48)”47. Estos hombres y mujeres han experimentado la misericordia de Dios, pero así como la han experimentado, la han derramado sobre muchas personas que padecen dolor, sufrimiento, indiferencia, pobreza, persecución, enfermedad, etc. Cada uno, a partir de su experiencia de vida, ha derramado misericordia-compasión sobre muchas personas, basta ver la vida de estos seres humanos que se han caracterizado por predicar la misericordia con su vida y su testimonio.

La compasión en la antropología teológica.

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