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PRÓLOGO
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MIQUEL BASSOLS
Se suele señalar con sorpresa, y hasta con fingido pánico, el abrumador aumento de casos diagnosticados de autismo: ¡la cantidad ha aumentado hasta diez veces en los últimos veinte años! El gusto por evaluar suele cuantificar cada fenómeno sin preguntarse demasiado por la complejidad de aquello que se pretende medir ni por lo riguroso de los conceptos que se utilizan al abordarlo. ¿Puede haberse dado realmente tal aumento o lo que pasa es que ahora se detecta mucho mejor «la enfermedad»? La pregunta, entre obvia e ingenua, esconde las razones para haber llegado a la afirmación de la evaluación primera. Durante este tiempo, la epidemiología ha modificado tanto sus parámetros y sus métodos como para que no veamos en este aumento el signo de una mejor detección de lo que se presentaría ya como una epidemia sino una inflación conceptual que se extiende cada vez más en la clínica actual. Algo parecido ha ocurrido ya con el diagnóstico de «trastorno por déficit de atención con hiperactividad» (TDAH), que alcanza a un número cada vez mayor de niños, aunque con tasas sospechosamente diversas en países de un mismo ámbito cultural. ¿Quién no va a encontrarse dentro de veinte años, marcado por uno u otro rasgo, en el cada vez más amplio abanico del llamado «trastorno del espectro autista (TEA)»? Al haberse extendido la epidemia se ha propuesto una mayor generalización de los métodos basados en el mismo gusto evaluador y cuantificador que ha extraviado al clínico: test, protocolos, medición de estereotipias, o administración de pautas correctivas con sus mediciones y evaluaciones correspondientes. Los mismos métodos de pura coerción han llegado a colarse en algunas de las llamadas «guías de buenas prácticas» con el más que dudoso calificativo de «científicos», y ello con el argumento de que producen resultados más acordes con los métodos de medición aconsejados. Lo que nos devuelve al problema del principio: ¿qué es lo que se mide y qué es lo que se ha dejado fuera de la observación en la medida? La primera respuesta es tan fundamental como el problema del principio que hemos señalado: lo que se ha dejado fuera es al sujeto mismo.
La palabra «sujeto» es, como comprobará el lector, una de las claves de este libro, la que motiva lo bien encontrado de su título: «No todo...». En efecto, cada sujeto escapa en su singularidad al método cuantificador que se funda inevitablemente en un «Todos...» a partir del cual establecer normas estadísticas y desviaciones patológicas, características comunes que dejan fuera singularidades que podrán parecer más o menos excéntricas. La singularidad del sujeto es siempre excéntrica y, como ha recordado hace poco nuestro colega Jean-Claude Maleval en un periódico barcelonés, «hay tantas normalidades como personas». La dimensión siempre excéntrica del sujeto con respecto a la normalidad de las personas es precisamente una de las claves para adentrarse en el laberinto de lo que el término «autismo» recubre en la clínica actual. El otro término clave es «el Otro», y el tercero es «el objeto».
El primer mérito de estas páginas es que saben introducir y acompañar al lector en la lógica de estos tres términos —el sujeto, el Otro y el objeto— con los que el psicoanálisis de orientación lacaniana encuentra un modo de tratar el autismo. Es un modo de hacer de la singularidad excéntrica del sujeto la puerta de entrada a su tratamiento posible, para construir así una respuesta igualmente singular y excéntrica, siguiendo la lógica interna de la construcción de su síntoma. Es un modo distinto y singular en cada caso, nunca generalizable como método —lejos está el psicoanálisis de querer proponerse como método único y universal—, pero sí formalizable y transmisible de modo tan efectivo como respetuoso con la singularidad del caso. Es ahí donde los conceptos de sujeto, Otro y objeto se muestran eficaces para orientarse en la clínica y en el tratamiento de cada caso: designan singularidades, no funciones estadísticas. Así, cada sujeto con autismo, en su desconexión con el Otro, puede construir con la ayuda de un psicoanalista su objeto singular para remediar esa desconexión de una manera que parece a veces fortuita, contingente según las condiciones de cada caso, de cada encuentro. El lector encontrará en estas páginas diversas versiones y variaciones de esta lógica.
Para seguir su lectura, estas páginas piden, sin embargo, a ese lector una posición que solo será mérito suyo: un gusto investigador para volver a las preguntas primeras que ya se creían resueltas —¿qué designa, por ejemplo, el término «autismo»?—, para deshacer después las falsas evidencias que se han convertido en respuestas inmediatas —«una enfermedad de causa genética», por ejemplo—, y dejarse así sorprender por lo que llamamos y defendemos como la clínica del caso por caso. Encontrará una diversidad de secuencias clínicas que no funcionan tanto como ejemplos sino como brújulas para plantear nuevas preguntas. En este recorrido, las investigaciones de la ciencia actual no se utilizan como peticiones de principio para un determinismo a ultranza sino como aportaciones argumentadas en un campo, el de la causalidad del autismo, que se muestra más complejo cuanto más se extiende y cuantas más facetas descubre. No hay en este tema unidad clínica posible, sino multiplicidad de prácticas y abordajes. Frente a la exclusividad defendida por algunas prácticas de dudosa unidad clínica y metodológica, el psicoanálisis de orientación lacaniana defiende una pluralidad clínica en el tratamiento del autismo. La llamada «práctica entre varios», que los autores abordan al final de este libro, es un buen ejemplo de esta orientación.
El lector abrirá entonces las páginas de este libro siguiendo un movimiento de argumentación lógica que le hará difícil volver a cerrarlo. Y cuando lo haga será con la impresión de que, en efecto, la clave de la clínica de orientación lacaniana, especialmente en el tratamiento del autismo, está en consentir e incluso en promover la lógica del «no todo» en un mundo que nos empuja inevitablemente a formas de goce cada vez más globalizadas, pero cada vez también más subsidiarias de un «todo en y para sí mismo». Lo que el estadístico evaluador detecta en este siglo, marcado por la alianza del discurso capitalista con el discurso de la ciencia, como un sorprendente aumento del autismo tal vez no sea entonces un fenómeno ajeno a este mismo empuje. Hay, en efecto, formas de goce cada vez más autistas, cada vez más replegadas sobre sí mismas, cuando el Otro con el que podrían vincularse se muestra cada vez más inconsistente, más cerrado igualmente sobre sí mismo. El psicoanálisis nos enseña, en efecto, que cuanto más se impone la lógica del «todo» en el orden del goce imposible de totalizar, más retornan las formas, más o menos excéntricas, de un goce que se demuestra como un goce «no todo» normalizado.
Se comprenderá así por qué la clínica que proponen los dos autores de este libro no puede comprenderse sin una ética que esté a la altura de los problemas de este siglo. La clínica del autismo nos plantea entonces, a cada uno, una cuestión de elección en las formas de goce, elección forzada a las que nos conduce de forma inevitable la llamada globalización en nuestro mundo. Y la elección del autismo es una forma de respuesta entre otras, solo que nos interpela de una manera mucho más radical sobre la supuesta normalidad de las nuestras. El goce, tal como nos lo muestra la experiencia analítica, es de entrada autista, replegado sobre sí mismo. Y hace falta una invención singular de cada sujeto para que pueda vincularse de algún modo con el Otro. El psicoanalista puede hacer en cada caso de soporte para que el sujeto construya esa invención. Lo interesante es que si extraemos un saber de esta experiencia de soporte podemos deducir también un saber sobre los callejones sin salida en las formas de goce del sujeto contemporáneo.
Se trata entonces, también, de una elección de civilización, de una insondable decisión sobre los modos de goce en los que comprometemos nuestro ser. La lectura de este libro no dejará indiferente al lector si sabe seguir las consecuencias de esta elección.
MIQUEL BASSOLS
Coordinador del Instituto del Campo Freudiano en España