Читать книгу Cómo desarrollar una Pastoral Social desde la Iglesia Local - Iván Tobar G. - Страница 11

Оглавление

1. Cuando la idea se instala en la iglesia

Por la Palabra de Dios sabemos que la fe sin obras está muerta.10 Todo intento de rehuir este hecho o minimizarlo, debido a las múltiples tareas que le competen a la iglesia del Señor, no hace sino socavar su testimonio y con ello reducir el impacto del evangelio como instrumento de transformación. Es por esto que todas aquellas comunidades de fe que comprenden la multiplicidad de sus acciones, se preguntan cómo hacer frente a esta tarea. Para ello buscan los medios para responder a lo que entienden es una forma de mostrar con hechos lo que se expresa con palabras desde las diferentes plataformas con que cuenta la iglesia. Este hecho sugiere una empresa colectiva, donde el conjunto de la congregación reflexiona sobre la tarea social y ejecuta las acciones que sean necesarias al interior de su comunidad. Con esto buscan dar forma a eso que entienden es una tarea ministerial, es decir, una manera de expresar a través del servicio el amor a las personas por las cuales murió nuestro Señor Jesucristo.

No obstante, la experiencia nos muestra que esta preocupación no se instala transversalmente en la iglesia, sino que suele venir como consecuencia del interés de una persona o un conjunto de ellas. Son estas quienes por diversas razones se sienten movilizadas a poner en obras las expresiones de amor que abundan en las palabras de Jesús. Estas personas suelen ser el resorte de diversas iniciativas, algunas de las cuales escalan a proyectos que movilizan a una parte o a iglesias completas, y otras incluso llegan a constituirse en organizaciones sociales de diversa naturaleza y complejidad.

Lo anterior pone en relieve lo que es común para cualquier tipo de proyecto, esto es, el origen de la iniciativa. Esto no es diferente en la iglesia, la cual suele responder al mismo patrón de actividad, ya que muchos de los ministerios que ejecuta son apalancados por personas que se sintieron impulsadas a llevarlos a cabo. No obstante lo anterior, tal hecho pone en relieve la motivación que hay detrás de tales iniciativas y el foco que estos proyectos persiguen, lo cual podría reflejar motivos confusos y, por tanto, poner en riesgo la nobleza de las obras de la fe. De allí, entonces, la necesidad del examen cuidadoso que los responsables de una comunidad de fe deben hacer antes de embarcarse en un proyecto social, ya que, independiente del resultado que produzca, evidenciará la realidad de la iglesia que está detrás y que le da sustento.

¿Desde dónde surge la idea?

Si tienes en tus manos un libro como este es porque algún ámbito de la acción social de la iglesia ocupa tu corazón. Este podría estar en un estado embrionario o quizá ni siquiera alcance para eso. A esto le llamamos una idea. Una idea es una representación mental que surge a partir del razonamiento o de la imaginación de una persona. Por lo tanto, es algo que se construye en su mente y cuyos límites están dados por los límites que nos impone la capacidad de soñar.

Siempre he sostenido que la mente de un creyente nacido de nuevo es una fuente de ideas extraordinarias. No puede ser de otra forma cuando el Espíritu Santo viene a traer vida allí donde la mente se encuentra embotada y subordinada a la agenda que nos impone el mundo para su propio beneficio. Los pastores de las congregaciones bien haríamos en facilitar la instrucción de la mente de nuestros hermanos. Un proceso así permitiría que muchos encuentren en nuestras comunidades espacios propicios para dejar volar la imaginación de aquellas ideas que esperan algún día constituirse en proyectos y luego en definiciones de vocación. Para esto, basta con escucharnos y abrirnos a la posibilidad de que, si Dios trae gente a la iglesia, no es para llenar nuestros salones, sino para despertar en ellos el potencial que cada creyente trae por voluntad divina.11

Un caso recurrente y que es posible advertir sin mucha dificultad en las iglesias, resulta de creyentes que, poseedores de una idea con potencial de transformación social, no encuentran ni las herramientas ni a las personas que les ayuden a concretarlas en proyectos en sus comunidades de fe. Este hecho produce que se esfuercen por darle forma a aquello que sostienen como una idea nacida en el corazón de Dios o, en su defecto, terminan abandonando sus iglesias para trasladarse a otras donde sí encuentran los espacios para formularlas y transformarlas en instrumentos de servicio a la comunidad. Si tu caso es que no cuentas con las herramientas para formular tus ideas en proyectos, te sugiero estudiar cuanto encuentres a tu paso y que hagas conversaciones inteligentes con personas que ya hayan transitado por este camino. Existen instituciones que ofrecen tal ayuda por el solo hecho de ver incrementado el potencial de servicio en la sociedad y de buen agrado te apoyarán para estructurar lo que está en tu mente.

Ahora bien, si no encuentras dentro de tu iglesia el apoyo que, según evalúas, requiere tu iniciativa, tendrás que preguntarte si tu idea necesita primero de una tierra abonada para germinar. Si este es tu caso, te animo a seguir adelante. No pongas este hecho como excusa para abandonar tu comunidad de fe, al contrario, constitúyete en el instrumento de Dios para despertar este ámbito en tu iglesia. Si así haces, contarás con la bendición de ayudar en la preparación de la tierra y en la plantación de la semilla. Si otros cosecharán, amén. Si tú lo haces, amén también.

Recuerda: Si tienes una idea, tienes todo. Se cuenta la historia de que el día que se inauguró la Montaña Espacial en Disneylandia, el gobernador dijo a la viuda de Walt Disney mientras daba su discurso: “Es una lástima que el señor Disney no esté aquí con nosotros para ver esta montaña, pero nos da gusto que esté su esposa”.12 Luego, cuando la viuda tomó la palabra, señaló que el gobernador se equivocaba, ya que, según ella, su marido había visto esa montaña rusa muchos años antes. ¿Dónde?, te preguntarás. En la forma de una idea.

En este punto no puedo dejar de compartirte nuestro propio testimonio. Cierto día, mi esposa Gilda y yo visitábamos a un matrimonio de pastores en su iglesia en Córdoba, Argentina. Mientras visitábamos las instalaciones, llegó un camión cargado de verduras y una docena de personas comenzó la tarea de descargarlo y transformar la mercancía en paquetes, los cuales salían en diferentes direcciones en la forma de canasta de ayuda a familias en situación de precariedad económica. Mientras veía esto, vi la fundación Betesda. Desde ese día supe que ese sería su nombre y que se constituiría, algún día, en un instrumento de bendición para muchas personas. Tuvo que pasar mucha agua bajo el puente para que esta idea se materializara y comenzara a dar el fruto para el cual fue creada. ¿Por qué tantos años?, te preguntarás. De eso trata el capítulo dos. Por lo pronto, bueno sería revisar qué nos motiva a impulsar una idea y trabajar para verla concretada en aquello que ocupa nuestra atención.

¿Cuáles son las motivaciones?

La motivación es aquello que impulsa o moviliza a una persona para hacer algo. Sin este elemento movilizador, las personas ven mermadas sus posibilidades de alcanzar aquello que se ha instalado en sus corazones y que ha despertado su interés. El hecho de que tengas la idea, por ejemplo, de crear una casa de acogida para personas en situación de calle, es solo una primera imagen de aquello que ocupa un área de tu preocupación. Sin embargo, la motivación que hay detrás de tal intención podría esconder razones confusas.

Todo creyente verdadero y sano direcciona su amor a Dios y a las personas, poniendo con ello en práctica aquel mandamiento que nos dejó nuestro Señor Jesucristo al ser increpado por la clase religiosa de su tiempo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo”.13 Lo anterior tiene aplicación práctica en todo cuanto hacemos, sea del ámbito que sea, ya que si el amor no es el motor que moviliza nuestras acciones, entonces podríamos descubrir que nuestra motivación quizá sea incorrecta.

Una iglesia que está pensando ocupar parte de su esfuerzo en el área social debe reflexionar sobre su motivación. Es decir, debe preguntarse qué mueve o qué impulsa el deseo de concretar una idea de acción social en un programa regular de esta. La respuesta a esta pregunta parece simple o de Perogrullo, casi tan obvia que podría parecer hasta absurdo formularla. La respuesta canónica es “las personas”, ya que todo cuanto hacemos, sea en la forma de acción social o relativo a aquello que podríamos llamar “ministerio”, tiene sentido solo si es motivado por el motor del amor a ellas. No obstante, tal hecho no inhibe otras motivaciones. Algunas podrían esconder razones no declaradas pero que revelan fallas en el corazón de quien se siente impulsado a traducir en un programa una idea de acción social que ocupa su mente.14 ¿Qué nos mueve a hacer acción social? ¿Las personas? ¿Las personas y algo más?

El punto es que la idea de acción social no tiene por qué venir desde la dirigencia de la iglesia, entiéndase el pastor, la junta directiva, sus diáconos, líderes o como se les denomine según su eclesiología. Sino, como lo veo regularmente, desde alguna persona que forma parte de tal comunidad de fe. Esta persona abriga una idea que se instala en su mente por diversas razones y por las cuales se siente sensiblemente motivada para traducirla en algo más que una acción aislada, más bien en un programa regular de su comunidad. Para escalarla a un ámbito de ministerio y, por tanto, dentro del conjunto de actividades que realiza la iglesia, deberá superar algunas barreras hasta concretar lo que anhela su corazón. Es en este punto donde suelen confluir motivaciones que podrían dañar la pureza de la razón original que mueve la acción social, esto es, el amor al prójimo.

Algunos ejemplos de motivaciones pocos claras podrían ser ver la iglesia llena, alcanzar notoriedad, aumentar el número de bautismos por año, incrementar las ofrendas y los diezmos, reconocimiento social, respeto de las autoridades, necesidad de valoración y otras. Cada una de estas motivaciones, y otras que no menciono, solo reflejan que nuestro corazón podría estar dañado y que la necesidad de la autoafirmación o las heridas asociadas a nuestra identidad como hijas o hijos de Dios podrían necesitar de un examen espiritual. Estoy consciente de que tales razones no se descubren sino cuando son muy evidentes. Sin embargo, la reflexión conjunta, seria, madura y espiritual de aquellos que tienen la prerrogativa de las decisiones en cualquier comunidad de fe, debería constituir un paso previo de evaluación. Es decir, antes de lanzarse a la concreción de un programa de acción social como un ámbito ministerial de sus iglesias. Si el examen muestra daños, ya sea personales o colectivos, la decisión no debería ser abandonar la intención social. Por el contrario, la idea es sanar las motivaciones erradas o confusas y lanzarse con ímpetu a hacer las obras de Dios que nos fueran encomendadas como expresión de nuestro amor a las personas.

Termino este punto señalando que cuando las motivaciones son incorrectas, los programas sociales carecerán del fundamento sólido que necesitan para mantenerse en el tiempo. Vendrán a ser como esa casa que fue fundada sobre la arena, la cual fue derribada cuando el viento sopló con fuerza sobre ella, siendo, como dijo Jesús, “grande su ruina”.15 El problema de ver hundidas iniciativas tan hermosas es que la ruina no solo se podría concentrar en aquellos que las dirigen sino en la iglesia que está detrás y, lo más importante, en aquellas personas que se benefician de la misericordia expresada en el amor de tales programas. Si las personas son el foco de cualquier ministerio, entonces, esto no puede ser descuidado. Se requiere de toda la vigilancia que sea necesaria por parte de quienes dirigen tales programas para no perder el norte de aquello que le da sentido al evangelio de Jesús.

¿Cuál será el ámbito de trabajo?

Una iglesia que proyecta un trabajo social suele encontrar en este punto un problema de definición. La pregunta es ¿en cuál de todos los ámbitos que expresan la necesidad de las personas somos llamados a colaborar? Por cierto, si previamente uno de ellos ha sido incubado en el corazón de una o varias personas, la respuesta es simple. No obstante, no lo es si tal comunidad de fe desea hacer de la acción social un trabajo ministerial por el solo hecho de que entiende que es algo de lo cual debe preocuparse. De la misma forma en que se preocupa de que las personas aprendan de la Biblia o incorporen el hábito de la oración a sus vidas. En tal caso, se requerirá de líderes sabios que ayuden a la iglesia a encaminarse hacia aquello que entiendan es la vocación a la cual han sido llamados.

Este último caso reviste un problema adicional, ya que las iglesias suelen invertir una cantidad importante de esfuerzo en múltiples tareas. En general, todas son válidas desde el punto de vista de la necesidad de las personas, pero no por ello están interconectadas si las observamos desde el punto de vista de un propósito rector. Esto lleva a que muchas iglesias definan su ámbito de trabajo social como uno donde sea posible atender a todo, ya que la especificidad no es justamente una característica que las define. Si tal comunidad va a estar detrás de un trabajo como este, es mejor, según este argumento, que sea lo más abierta posible para que todos tengan oportunidad de servir. Este modo de ver el trabajo parece correcto ante la multiplicidad de necesidades que la vida humana presenta. El problema es que carece de foco, lo cual suele ser más bien una desventaja al momento de integrar este trabajo a los diferentes ministerios de la iglesia.

Lo voy a explicar con un ejemplo. El tema de la definición sobre qué ámbito de la acción social será cubierto por la iglesia debería ser un tema sobre el cual vaciar una buena dosis de reflexión. Todas las sugerencias que resultan de aquellos que ya han transitado por este camino señalan que se debe encontrar un área específica sobre la cual actuar. Aun más, independiente de si esta seguirá el camino de una organización con administración propia o tomará la forma de un ministerio. En nuestro caso, la imagen del camión con verduras fue solo una metáfora que nos indicó que la iglesia debía expresar su fe en obras y que este ejercicio se haría con el esfuerzo conjunto de cada uno de quienes la componen. No había en esta imagen una sugerencia sobre qué necesidad humana atenderíamos. Solo fue el puntapié inicial para ver en terreno que la iglesia podía hacer algo más que predicar sobre el amor.

Con los años y dadas las condiciones para materializar la formación de aquello que se vino a llamar “Fundación Betesda”, nos dimos a la tarea de definir nuestro objetivo. En este nivel deberíamos haber tomado el consejo señalado más arriba. Sin embargo, no lo hicimos, y caímos en la generalidad de tratar de hacer de todo. Nuestro argumento era que de esta manera todas las diferentes áreas quedaban cubiertas y de paso se multiplicaban las posibilidades de postulación a algún fondo público o privado. Este argumento, que tiene mérito en relación con el abanico de opciones de acceso a fondos de interés para las iglesias que desarrollan acción social, no lo tiene desde el punto de vista del foco del trabajo. Es importante destacar que, en general, las organizaciones con fin social se concentran en objetivos bien específicos. Por ejemplo, la atención de personas en situación de calle, comedores infantiles, adultos varones con adicciones, mujeres maltratadas, hogar de ancianos, orientación frente al embarazo precoz, etc. Nuestra iglesia era consciente de que la especificidad era una ventaja, pero no teníamos ni la madurez ni la experiencia concreta para comprender cuál era la nuestra. Solo teníamos el deseo de colaborar.

Sin perjuicio del camino que habíamos iniciado, la especificidad nos llegó igual. Estamos seguros de que fue la gracia de Dios la que nos llevó a focalizarnos. Lo anterior ocurrió ya que en paralelo y mientras dábamos los primeros pasos de creación de nuestro ministerio social, nuestra iglesia dio un salto importantísimo en relación con la focalización de su trabajo. Ambos elementos se encontraron y dieron forma a algo que jamás habíamos imaginado al principio. Decir lo contrario sería presunción y restaría mérito a la intervención de Dios cuando la iglesia se decide a buscar su voluntad.

En fin, los diferentes programas que fueron dando vida orgánica a nuestra fundación fueron convergiendo a la temática de la violencia intrafamiliar. No lo planificamos así, pero estamos seguros de que Dios nos direccionó a tal objetivo; no porque este tema sea más importante que otros, sino por el simple hecho de que este se condecía perfectamente con el propósito que comenzó a regir para nuestra iglesia, esto es, la restauración. En este sentido, ambos elementos forman un binomio en que sus partes se necesitan mutuamente, una suerte de pilares que sostienen una estructura que se desmoronaría si faltara uno de ellos. De esta forma, lo que para muchas iglesias viene a ser un ministerio con la colaboración de algunos pocos voluntarios, para nosotros se transformó en un eje que moviliza todo cuanto hacemos. Ambos elementos vienen a ser uno, ya que desde nuestra interpretación la necesidad de la persona requiere un tratamiento integral. Es decir, uno que permita primeramente ayudarla a superar una situación de precariedad, lo cual se puede hacer a través de programas sociales, y luego colaborar en su habilitación como hija o hijo de Dios.

10 Santiago 2:26.

11 Efesios 2:10.

12 Munroe, M. (2003). Los principios y el poder de la visión. New Kensington, PA: Editorial WhitakerHouse, p.18.

13 Lucas 10:27.

14 Para un análisis más completo sobre las razones que podrían impulsar acciones de renovación en las iglesias, recomiendo ver mi libro “Renovación ¿Transformación o Innovación?”, autopublicación, 2017.

15 Mateo 7:27.

Cómo desarrollar una Pastoral Social desde la Iglesia Local

Подняться наверх