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Forlí, otoño de 2010

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En una pequeña habitación no muy alejada del centro histórico, un investigador de fenómenos biomagnéticos, o un cazafantasmas si preferís llamarlo así, entrevista a algunos testigos de misteriosos hechos y presencias.

—¿Ha visto por tanto al fantasma, señora? —preguntó el investigador mientras entrevistaba a la señora, que deseaba permanecer en el anonimato.

—¡Sí! Aparece más a menudo al atardecer, o tal vez se vea mejor hacia esa hora —respondió la señora.

—¿Lo ha visto más veces?

—Sí —respondió de nuevo la mujer.

—¿Dónde y cuándo lo ha visto?

—En el palacio comunal de Forlí. Una vez lo vi fuera, en la Piazza Saffi,2 suspendido en el exterior del muro, junto a una ventana del primer piso del palacio —respondió la señora.

—¿Quiere decir que estaba de pie sobre el antepecho de una ventana o sobre una cornisa del muro? —pidió que precisara el investigador.

—No, estaba alejado del muro y parecía suspendido en el vacío.

—¿Tal vez estaba suspendido sobre una cornisa antigua que ya no está en ese muro? —comentó el investigador.

—No lo sé.

—La entiendo, señora. ¿Qué hacía alejado del muro? —continuó el investigador.

—Nada. Solo parecía bailar junto a una ventana —respondió la mujer.

—¿Qué ventana?

—Era la tercera ventana del palacio comunal, contando desde la derecha —respondió la mujer.

—¿Cómo era el fantasma?

—Grisáceo, era una sombra gris y tenía la cabeza abierta y rota por un lado, como si le faltara o lo hubieran cortado una parte de la cabeza.

—No está mal como tarjeta de visita para presentarse a alguien. Imagino que se quedó un poco sorprendida, señora —comentó el investigador.

—Sí, correcto.

—Está bien, señora. ¿Lo ha visto más veces? —preguntó el investigador.

—Sí, varias veces en un pasillo, otra en una sala antigua más grande.

—¿Lo ve cuando está oscuro o hay poca luz? —pregunta el investigador, cada vez más curioso.

—No. Siempre lo he visto al atardecer, pero nunca cuando está completamente oscuro.

—De acuerdo, señora. ¿Qué otras cosas ha visto al respecto?

—Le he oído gemir y decir algo.

—¿Qué decía?

—No le entendí, su voz era muy tenue y débil, igual que su imagen —respondió la mujer.

—Está bien, señora ¿Qué más ha visto?

—Nada más. Eso es todo —respondió la mujer.

—Gracias por sus informaciones, señora. Si es necesario le haré más preguntas —dijo el investigador al tiempo que concluía la entrevista con la señora y se preparaba a entrevistar a otro testigo presente en la habitación.

—¿Y usted cómo llegó a verlo? —preguntó el investigador, dirigiéndose a otro testigo que también decía haber visto al fantasma.

—Supe por unos amigos de esta presencia en el palacio y lo he estado buscando.

—¿Por qué quería buscarlo? —preguntó curioso el investigador.

—Me interesaba verlo.

—¿Y qué vio?

—Más o menos lo que vio la señora, pero con algunos detalles más —respondió el testigo.

—¿Qué es lo que usted vio de más?

—Más bien le oí decir algo —respondió el testigo.

—¿Qué le oyó decir?

—Estaba preocupado por su esposa.

—¿Hablaba directamente con usted?

—Más que otra cosa, se lamentaba ante cualquiera que pudiera escucharlo —respondió el testigo.

—¿Se lamentaba de qué?

—De lo que le habían hecho y quería vengarse contra los traidores y conjurados que le habían atacado—respondió el testigo.

—¿Le dijo quién era su esposa?

—No, pero decía que debía apresurarse a defenderla, porque estaba en peligro en la habitación de al lado.

—¿Así que se preocupaba porque que su mujer estaba en peligro en la habitación contigua? —preguntó el investigador.

—Sí, más o menos se lamentaba de eso y pedía venganza contra los conjurados que habían hecho todo esto —explicó el testigo.

—¿Le dijo el fantasma qué habían hecho?

—No lo dijo, pero sabía bien quiénes eran los conjurados y reclamaba venganza contra ellos —respondió con firmeza el testigo.

—¿Le dijo quiénes eran los sicarios y conjurados?

—Sí. Y sabía quiénes eran los verdaderos instigadores.

—¿Quiénes eran? —preguntó curioso el investigador.

—No se lo voy a decir.

—¿Por qué?

—Es una larga historia y no creo que usted me entienda.

—No es así, pero respeto su parecer. En todo caso, ¿tiene alguna idea de quién podría ser la mujer a la que quería defender? —preguntó el investigador curioso.

—Sí. Era Catalina Sforza, en esa época señora de Imola y de Forlí —respondió el testigo.

—¿Y el fantasma quién sería por tanto? ¿Uno de sus tres maridos?3

—Ese fantasma no era uno cualquiera de sus tres maridos, sino Girolamo Riario, primer marido de Catalina Sforza y sobrino del papa Sixto IV,4 que fue asesinado en ese palacio hace 500 años por una conjura, mientras Catalina se encerraba y parapetaba en la habitación contigua y pedía ayuda desesperadamente. Es una historia que sigue sin aclararse y misteriosa en bastantes puntos hasta hoy —respondió de golpe el testigo.

El investigador quedó ligeramente sorprendido por algo de lo que acababa de oír y luego preguntó:

—¿Y no podía ser Jacopo Feo? ¿No fue él también marido de Catalina Sforza y murió en una emboscada por un golpe de espada en la cabeza?

—No. Era Riario y fue asesinado en ese palacio. Jacopo Feo fue asesinado en la calle en un lugar muy distante a ese, en mitad de la calle del actual corso Garibaldi, donde en su momento estaba el puente de los Morattini5 —respondió el testigo.

—¿Y entonces por qué al fantasma le faltaba parte de la cabeza?

—Porque alguien se la había puesto así — respondió el testigo.

—¿Por qué razón iba a hacer una cosa así? —preguntó el investigador.

—Me parece usted un ingenuo. Puede haber muchos motivos en el mundo para poner así a alguien —respondió sonriendo el testigo.

—Dígalos.

—Ya le he dicho que es una larga historia.

—Intente resumirla —lo apremió el investigador.

—Está bien. Oficialmente Riario fue asesinado por la tarde en la Sala de las Ninfas de ese palacio por tres conjurados a los que consideraba amigos de confianza. Uno de ellos, mientras los demás esperaban fuera, entró con una excusa en aquella sala que ya no existe y lo apuñaló.

»Después de la primera puñalada, Riario cayó al suelo y trató de esconderse detrás de una mesilla, pero enseguida lo alcanzaron y liquidaron los otros dos conjurados, que lo sujetaron y apuñalaron hasta matarlo, mientras Catalina Sforza se parapetaba con unos sirvientes en la habitación de al lado y gritaba pidiendo ayuda.

»Después de cerca de media hora, fue arrojado de mala manera al exterior por la ventana por otros conjurados, que entretanto se habían apoderado del palacio comunal y su cuerpo fue despedazado por otros amotinados que gritaban libertad mientras lo arrastraban por la plaza —respondió el testigo de un tirón.

—Parece una historia muy fea —respondió el investigador, pensando en ella por un momento. Luego, tratando de intuir más o menos cómo pudieron haber pasado las cosas, añadió—: Por tanto, si lo he entendido bien, ¿podría ser que Riario, cuando fue arrojado por la ventana, cayera de cabeza como un peso muerto y se la rompiera?

—No. No he dicho eso ni tampoco me cuadra. Más bien creo que Riario cayó de pie y no de cabeza —explicó el testigo.

—¿Entonces cómo se produjo la fractura de la cabeza?

—Existen muchos modos de romperle al cabeza a alguien —respondió el testigo.

—Entonces, ¿cómo habrían pasado las cosas?

—Hay que conocer un poco otros hechos para entender bien todo.

—¿Y usted los conoce?

—Bastantes sí —respondió el testigo.

—¿Y cómo consiguió saber todas estas cosas? ¿Es que se las contó el fantasma? —preguntó sonriendo un poco el investigador.

—No. Soy hijo del hijo del hijo del hijo de gente de Forlí desde hace muchas generaciones y algo he heredado de ellos —respondió el testigo.

—Vamos… cómo puedo creerle… —El investigador sonrió de nuevo—. ¿Tal vez está intentando ocultarme la realidad?

—No.

—¿Entonces se lo ha contado todo el fantasma? —pregunta el investigador.

—No, él solo ha dicho algunas cosas. Otras, en cambio pasaron después de su muerte y tal vez tampoco él las sepa —explicó el testigo.

—¿Y usted sí las sabe?

—Ya le he dicho que bastantes sí.

—Perdone, pero ¿quién es el fantasma? ¿Usted o él? —preguntó en broma el investigador.

—Él, naturalmente.

—¿Y usted quién es?

—Un ciudadano de este lugar —respondió el testigo.

—¿Y cómo consiguió saber todo esto?

—Lo sé y basta —respondió el testigo, que no parecía querer entrar en detalles.

—¿Tal vez ha leído todo en libros de historia?

—Algunas cosas he tratado de comprobarlas en libros de historia, pero muchas no están escritas en ningún libro de historia —respondió el testigo.

—¿Y entonces cómo las sabe? —insistió el investigador.

—Ya se lo he dicho. Soy hijo del hijo del hijo de gente de estos lugares y he heredado algo…

—Es usted muy curioso. ¿Qué más le ha dicho el fantasma? —preguntó el investigador que cada vez se sentía más envuelto en esta historia.

—Prometía venganza y muerte a quien lo mató y le hizo todo esto.

—¡Usted le preguntó algo?

—Sí.

—Usted también es muy valiente. ¿Qué le preguntó?

—Le pregunté acerca de algunos detalles.

—¿Y qué le dijo?

—No me respondió.

—Espere un momento. ¿Realizó una sesión de espiritismo o algo similar para hacer esas preguntas? —preguntó el investigador, empezando a sospechar que debía haber ocurrido algo por el estilo.

—No, yo no. No soy espiritista —respondió el testigo.

—¿Entonces quiénes las han hecho?

—Muchas personas, por lo que sé, pero no han conseguido nada.

—¿Y por qué no están aquí entonces en su lugar?

—Ha pasado muchísimo tiempo y muchos ya han muerto —respondió el testigo.

—¿Quiénes eran?

—Prefiero no contarle eso tampoco.

—¿Por qué?

—Me temo que no lo entendería.

—Adelante… me lo puede decir con toda tranquilidad. Soy un investigador y he visto muchas cosas a lo largo de mi vida.

—Creo que yo he visto más, pero si eso es lo que quiere… —añadió en testigo.

—Eso quiero.

—Está bien, póngase cómodo, que la historia no es breve —dijo el testigo, mientras se preparaba para contar el resto de la historia.

El Fantasma De Girolamo Riario

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