Читать книгу En pos de los puritanos y su piedad - J. I. Packer - Страница 10

Capítulo dos

POR QUÉ NECESITAMOS
A LOS PURITANOS

Оглавление

1

e dice que las carreras de caballos son el deporte de los reyes. Sin embargo, el deporte de arrojarle lodo a otros tiene un mayor número de seguidores. En ese sentido, el deporte de ridiculizar a los puritanos ha sido por mucho tiempo un pasatiempo muy popular en ambos lados del Atlántico, y la mayoría de las personas todavía tiene una imagen del puritanismo que ha sido deformada por todo el lodo que se le ha arrojado, por eso es necesario remover toda esa suciedad.

De hecho, la palabra «puritano» en sí misma ya desde el principio fue una manera de arrojarles lodo. Fue acuñada en los primeros años de la década de 1560, y siempre fue utilizada como una palabra que denotaba una calumnia satírica y que servía para describir irritabilidad, censura, arrogancia, y cierta medida de hipocresía; y por encima de todo, tenía la implicación básica de un descontento de carácter religioso que era motivado por el comportamiento comprometedor y el Laodiceanismo de la Iglesia de Inglaterra, la cual era encabezada por la reina Isabel I. Después de un tiempo, esta palabra adquirió una connotación política, y se utilizaba para referirse a todo aquello que se oponía a la monarquía de los Estuardo, o para describir alguna especie de republicanismo; sin embargo, la referencia primaria de esa palabra seguía transmitiendo la idea de aquello que era visto como una forma extraña, molesta, y deforme de la religión protestante.

En Inglaterra, se le dio rienda suelta al sentimiento anti puritano en el tiempo de la Restauración, y desde ese entonces hasta ahora, es un sentimiento que ha fluido con toda libertad. En Norteamérica, este sentimiento se desató lentamente después de los días de Jonathan Edwards, y alcanzó su cenit hace cien años en la Nueva Inglaterra post–puritana. Sin embargo, durante los últimos 50 años los eruditos han estado limpiando meticulosamente el lodo, y así como los restauradores de la Capilla Sixtina han removido el barniz oscurecido de los frescos de Miguel Ángel y hoy en día éstos parecen tener colores inusuales, de la misma manera, la imagen convencional de los puritanos ha sido radicalmente renovada, al menos para aquellos que son conocedores (lamentablemente, en algunas partes del mundo el conocimiento viaja lentamente).Gracias a las enseñanzas de Perry Miller, William Haller, Marshall Knappen. Percy Scholes, Edmund Morgan, y una serie de investigadores más recientes, la gente informada ahora puede reconocer que los puritanos típicos no eran hombres salvajes, feroces, extraños, fanáticos religiosos, ni extremistas sociales, sino que eran ciudadanos sobrios, concienzudos, y cultos: personas devotas, determinadas, disciplinadas, con principios y con virtudes domésticas sobreabundantes; y no tenían defectos muy notorios, excepto su tendencia a utilizar muchas palabras para decir algo importante, ya sea a Dios o a los hombres. Y al final, eso ha clarificado la imagen de los puritanos.

Pero a pesar de esto, la sugerencia de que necesitamos a los puritanos —para nosotros que somos personas occidentales de finales del siglo XX, con toda nuestra sofisticación y con todo el dominio que tenemos tanto en las áreas sagradas como en las seculares— puede resultar ser una idea que ofenda y provoque el descontento de algunos. Y eso se debe a que no es fácil que muera la creencia de que los puritanos (aunque ciudadanos responsables) eran cómicos, patéticos, supersticiosos, ingenuos, primitivos, demasiado serios, excesivamente escrupulosos, preocupados por cosas sin importancia, e indispuestos o incapaces de relajarse. Y en ese sentido, muchos se preguntan: ¿Qué cosa que nosotros necesitamos podría ser obtenida de unos fanáticos como esos?

La respuesta se encuentra en una sola palabra: madurez. La madurez es un compuesto de sabiduría, buena voluntad, resiliencia, y creatividad. Los puritanos son un claro ejemplo de madurez; nosotros no lo somos. Nosotros somos enanos espirituales. Un líder que ha viajado por todo el mundo, y que es originario de los Estados Unidos (es importante resaltarlo), una vez declaró que él considera que el protestantismo de los Estados Unidos es abiertamente antropocéntrico, manipulador, permisivo, sentimental y orientado por la búsqueda del éxito, y que su extensión abarca 5 000 kilómetros de ancho y medio centímetro de profundidad. En contraste, los puritanos como un cuerpo eran gigantes. Eran almas grandes que servían a un Dios grande. En ellos se combinaba una pasión serena y una compasión fervorosa. Eran visionarios y prácticos, idealistas y realistas también, tenían objetivos claros y eran metódicos, tenían una gran capacidad para creer, una gran capacidad para esperar, una gran capacidad para hacer, y una gran capacidad para sufrir. Pero sus sufrimientos, en ambos lados del océano (en la vieja Inglaterra a causa de las autoridades, y en la Nueva Inglaterra a causa de las condiciones climáticas), los sazonaron y los maduraron hasta que alcanzaron una estatura heroica. Las comodidades y los lujos de nuestra época llena de abundancia no estimulan la madurez; sin embargo, la adversidad y las dificultades sí lo hacen, y las batallas de los puritanos en contra de los desiertos climáticos y espirituales en los cuales Dios los puso, fueron batallas que produjeron en ellos un carácter viril, impávido e incansable, que les permitía levantarse por encima del desánimo y los temores, lo cual los hacía verdaderos sucesores e imitadores de modelos tales como Moisés, Nehemías, Pedro después de Pentecostés, y el apóstol Pablo.

La guerra espiritual hizo que los puritanos fueran lo que eran. Ellos aceptaron el conflicto como su llamado, mirándose a sí mismos como soldados–peregrinos del Señor, igual que en la alegoría de Bunyan, y sin ninguna expectativa de ser capaces de dar un solo paso sin tener que enfrentar algún tipo de oposición. John Geree, escribió en su tratado The Character of an Old English puritane or Nonconformist [El carácter de un viejo puritano inglés, o inconformista] (1646): «Él consideró su vida entera como una guerra, en la que Cristo era su capitán, sus brazos, sus oraciones, y sus lágrimas. Su estandarte era la Cruz, y su palabra [lema] era Vincit qui patitur [aquel que sufre vencerá]».3

Los puritanos perdieron casi toda batalla pública que pelearon. Aquellos que se quedaron en Inglaterra no lograron cambiar a la Iglesia de Inglaterra como ellos lo deseaban, y no lograron avivar a la mayoría de sus seguidores, sino solo a unos cuantos, y como resultado, fueron expulsados del Anglicanismo a través de la presión deliberada que se ejerció sobre sus conciencias. Por su parte, aquellos que cruzaron el Atlántico no lograron establecer una Nueva Jerusalén en la Nueva Inglaterra; debido a que durante los primeros 50 años sus pequeñas colonias alcanzaron a sobrevivir con gran dificultad. Su permanencia estuvo pendiendo de un hilo. Pero las victorias morales y espirituales que los puritanos ganaron manteniéndose con dulzura, paz, paciencia, obediencia, y esperanza bajo frustraciones y presiones constantes que aparentemente eran imposibles de soportar, son victorias que les dan un lugar de gran honor en el salón de la fama de los creyentes, en el que Hebreos 11 es la primera galería de creyentes. Fue a partir de esta experiencia constante de ser metidos al horno que se forjó su madurez y que su sabiduría concerniente al discipulado fue refinada. George Whitefield, el evangelista, escribió lo siguiente con respecto a ellos:

Los pastores nunca escriben o predican tan bien como cuando están bajo una cruz; pues en ese momento el Espíritu de Cristo y de gloria descansa sobre ellos. Sin duda, eso fue lo que hizo que los puritanos fueran (…) antorchas tan ardientes y luminosas. Cuando fueron expulsados por la ley negra de Bartolomé [El Acta de uniformidad de 1662] y removidos de sus respectivos cargos para predicar en graneros y campos, en los caminos y en los vallados, entonces, de una manera especial, ellos escribieron y predicaron como hombres con autoridad. Y aunque muertos, todavía hablan a través de sus escritos; los cuales siguen conservando una unción especial en nuestros días.4

Esas palabras vienen del prefacio de una reimpresión de las obras de Bunyan, la cual se publicó en 1767; pero esa unción especial sigue vigente, todavía es posible sentir esa autoridad, y esa sabiduría madura sigue siendo capaz de robar el aliento, tal como lo han descubierto por sí mismos todos los que recientemente se han convertido en lectores de la literatura puritana. A través del legado de esta literatura, los puritanos pueden ayudarnos hoy en día a encaminarnos hacia la madurez que ellos conocían, y que nosotros necesitamos.

2

¿De qué maneras pueden hacer eso? Permítanme sugerir algunas maneras específicas. (1) Ellos tienen algunas lecciones para nosotros con respecto a la integración de sus vidas diarias. Como su cristianismo abarcaba todas las áreas, por esa razón toda su vida era una sola pieza. En la actualidad nosotros diríamos que el estilo de vida que ellos tenían era holístico: todo lleno de conocimiento, actividad, y deleite, todo relacionado con «el uso de las criaturas» y el desarrollo de los poderes y la creatividad personales, integrando todo en el único propósito de honrar a Dios por medio de apreciar todos Sus dones, haciendo todo con el sello de «santidad a Jehová». Para ellos no existía una separación entre lo sagrado y lo secular; toda la Creación, en lo que a ellos respectaba, era sagrada, y todas las actividades de cualquier tipo, tenían que ser santificadas, es decir, tenían que ser hechas para la gloria de Dios. Así que, en el ardor de su mentalidad celestial, los puritanos se convirtieron en hombres y mujeres ordenados, realistas, centrados, decididos, prácticos, y entregados a la oración. Debido a que veían a la vida como un todo, ellos integraron la contemplación con la acción, la adoración con el trabajo, la labor con el descanso, el amor por Dios con el amor por el prójimo y por uno mismo, la identidad personal con la identidad social, y relacionaron unas con otras las diferentes áreas del amplio espectro de responsabilidades relacionales, y todo eso de una manera meticulosamente concienzuda y bien estructurada. En ese sentido, su meticulosidad era extrema, y con eso me refiero a que era, por mucho, superior a la nuestra, sin embargo, la manera en la que combinaban de manera completa el amplio rango de responsabilidades cristianas establecidas en la Escritura era algo asombrosamente balanceado. Ellos vivían en conformidad a un «método» (o como nosotros diríamos, una «regla de vida»), ya que planeaban y proporcionaban su tiempo con cuidado, no necesariamente tratando de mantener las cosas malas afuera, sino más bien tratando de mantener todas las cosas buenas e importantes adentro —esa sabiduría era necesaria en ese tiempo, y es necesaria ahora para las personas ocupadas. De manera que, nosotros, quienes en nuestro día a día tenemos una tendencia a vivir vidas aleatorias sin ninguna planeación, y que nos involucramos en una serie de actividades que no tienen conexión estrecha, y que, por lo tanto, nos sentimos abrumados y distraídos la mayor parte del tiempo, en este punto en particular, podemos aprender bastante de los puritanos.

(2) Ellos tienen algunas lecciones para nosotros con respecto a la calidad de su experiencia espiritual. En la comunión con Dios de los puritanos, debido a que Jesucristo tenía un papel central, las Sagradas Escrituras eran de suprema importancia. Ellos consideraban a la Escritura como la Palabra de Dios que era útil para instruirlos con respecto a sus relaciones divino– humanas; y por esa razón su intención era vivir en conformidad a ella, y en este punto, ellos también fueron concienzudamente metódicos. Debido a que se reconocían a sí mismos como criaturas de pensamiento, afecto y voluntad, y debido a que entendían que el camino de Dios hacia el corazón humano (la voluntad) era a través de la cabeza humana (la mente), los puritanos practicaban la meditación discursiva y la meditación sistemática, aplicando toda la gama de verdades bíblicas a sí mismos, tal como ellos lo veían en la Escritura. La meditación puritana de las Escrituras se veía reflejada en los sermones puritanos; en la meditación, el puritano buscaba examinar y poner a prueba su corazón, estimular sus afectos para ser capaz de odiar el pecado y amar la justicia, y, por último, animarse a sí mismo por medio de las promesas de Dios, y eso era justo lo que hacía un predicador puritano desde el púlpito. Esta piedad racional, apasionada, y resuelta era una piedad concienzuda sin convertirse en obsesiva, estaba orientada por la ley sin caer en el legalismo, y expresaba la libertad cristiana sin usar la libertad como una licencia vergonzosa. Los puritanos sabían que la Escritura es la regla inalterable de santidad, y nunca le dieron lugar a olvidarse de esa verdad. Además, debido a que eran conscientes de la deshonestidad y el engaño de los corazones caídos, ellos cultivaban la humildad y la desconfianza en sí mismos, y se auto examinaban constantemente en busca de puntos ciegos en su vida espiritual y con la finalidad de detectar su maldad interna oculta. Sin embargo, esa no es razón para llamarlos mórbidos o introspectivos; ya que, ellos encontraron la disciplina de la auto examinación en la Escritura (es importante resaltar que, auto examinación no es lo mismo que introspección), junto con la disciplina de la confesión y el abandono del pecado, seguidas de la disciplina de renovar la gratitud personal hacia Cristo por Su misericordia al perdonar los pecados, y todo eso, para ellos era una gran fuente de paz interior y gozo. Hoy en día, nosotros, para nuestra propia vergüenza, sabemos que no tenemos mentes limpias, que tenemos afectos desmedidos, y voluntades inestables cuando nos acercamos a servir a Dios, y también sabemos que una y otra vez nos encontramos a nosotros mismos siendo engañados por un romanticismo irracional y emocional que se disfraza de hiper espiritualidad, pero en ese sentido, también podemos beneficiarnos del ejemplo de los puritanos, en todo lo que respecta a esa área.

(3) Ellos tienen algunas lecciones para nosotros con respecto a su pasión por la acción eficaz. A pesar de que los puritanos, como el resto de los seres humanos, tenían sus propios sueños de lo que podría y debería ser, podemos decir de manera determinante que ellos no eran el tipo de personas a las que nosotros llamaríamos «soñadores». Ellos no tenían tiempo para ser el tipo de personas ociosas y despreocupadas que esperan a que los demás cambien al mundo. Ellos eran hombres de acción con una influencia puramente reformada —eran activistas guerreros sin una pizca de confianza en sí mismos; obreros de Dios que dependían totalmente de que Dios obrara en y a través de ellos, y que siempre le daban a Dios la alabanza que Se merece por cualquier cosa que, en retrospectiva, aparentemente podía considerarse como hecha de la manera correcta; eran hombres que oraban fervorosamente para que Dios los capacitara para usar sus propias capacidades, no para su propio alarde, sino para la alabanza de Dios. Ninguno de ellos quería ser revolucionario en la Iglesia o el estado, aunque algunos de ellos terminaron siendo eso en contra de su voluntad; sin embargo, todos ellos tenían el anhelo de ser agentes de cambio eficaces para Dios, en cualquier lugar en el que fuera necesario hacer una transición del pecado a la santidad. Entonces, Cromwell y su ejército levantaban oraciones sólidas y extensas antes de cada batalla; los predicadores en privado levantaban oraciones sólidas y extensas antes de aventurarse a subir al púlpito; y los hombres laicos levantaban oraciones sólidas y extensas antes de atender cualquier asunto cotidiano (matrimonio, negocios, compras importantes, etc.). Sin embargo, hoy en día los cristianos occidentales se caracterizan por ser completamente pasivos, faltos de pasión, y me temo que, también faltos de oración; y debido a que ellos cultivan un ethos que encierra a la piedad personal en un capullo pietista, abandonan los asuntos públicos para seguir sus propios caminos, y la mayor parte de ellos no tiene ninguna expectativa de influenciar a otras personas más allá de su propio círculo cristiano. Por su parte, los puritanos oraban y se esforzaban por ver una Inglaterra y una Nueva Inglaterra santas, ya que sentían que cuando uno es negligente con sus privilegios y cuando la infidelidad reina, es cuando existe una amenaza de juicio nacional; en contraste, los cristianos modernos están dispuestos a conformarse alegremente a la respetabilidad social convencional, y una vez que lo hacen, ya no tienen necesidad de buscar algo más. Ciertamente es muy obvio que también en este punto los puritanos tienen grandes cosas que enseñarnos.

(4) Ellos tienen algunas lecciones para nosotros con respecto a su programa de estabilidad para la familia. No sería exagerado decir que los puritanos crearon la familia cristiana en el mundo de habla inglesa. La ética puritana del matrimonio no consistía en buscar una pareja a la que verdaderamente amaras con mucha pasión en ese momento, sino más bien una pareja a la que pudieras amar constantemente como a tu mejor amigo de por vida, y después proceder con la ayuda de Dios para llevar a cabo eso. La ética puritana de la crianza consistía en entrenar a los hijos en el camino en el que debían andar, cuidar de sus cuerpos y sus almas por igual, y educarlos para ser adultos sobrios, piadosos, y socialmente útiles. La ética puritana del hogar tenía como fundamento el objetivo de mantener el orden, la amabilidad, y la adoración familiar. La buena voluntad, la paciencia, la consistencia y una actitud alentadora eran vistas como las virtudes domésticas esenciales. En una época llena de incomodidades rutinarias, medicamentos rudimentarios, sin analgésicos, y con aflicciones constantes (la mayoría de las familias perdían al menos el mismo número de hijos que criaban), la esperanza de vida promedio era de menos de 30 años, y casi todos los estratos sociales sufrían dificultades económicas (con excepción de los príncipes mercantes y la nobleza terrateniente), la vida familiar era una escuela de carácter en todos los sentidos, y la fortaleza con la que los puritanos resistieron la recurrente tentación de liberar la presión a través de la violencia intrafamiliar, junto con la manera en la que honraron a Dios en sus familias a pesar de todo eso, son cosas dignas de suprema admiración. En el hogar, los puritanos demostraron ser maduros (para reiterar el término que he estado usando), ya que aceptaron las adversidades y las decepciones de manera realista, como de parte de Dios, rehusándose a sentirse intimidados por ellas. Y además en el hogar era el primer lugar en el que el puritano laico practicaba el evangelismo y el ministerio. Geree escribió: «Él se esforzó por hacer de su familia una iglesia (…) trabajando para que aquellos que nacieron en su casa, pudieran nacer de nuevo para Dios».5 En una época en la que la vida familiar se ha vuelto quebradiza, incluso entre los cristianos, una época en la que los cónyuges tienen corazones medrosos y prefieren tomar el camino de la separación antes que esforzarse por mejorar su relación, y en donde los padres narcisistas consienten a sus hijos materialmente al mismo tiempo que los descuidan espiritualmente, por esas razones, una vez más, tenemos mucho que aprender de las formas tan diferentes de los puritanos.

(5) Ellos tienen algunas lecciones para nosotros con respecto a su sentido de la dignidad humana. Gracias a que creían en un Dios grande (el Dios de las Escrituras, irreductible e indomable), ellos obtuvieron un entendimiento vívido de la grandeza de las cuestiones morales, de la eternidad, y del alma humana. La frase de Hamlet: «¡Qué obra maestra es el hombre!» refleja exactamente el sentir puritano; ya que el asombro por la individualidad humana era algo que ellos sentían profundamente. Aunque, bajo la influencia de su herencia medieval, la cual les enseñó que el error no tenía derechos, ellos no lograron tratar respetuosamente a todos y cada uno de los que diferían públicamente con respecto a sus puntos de vista; no obstante, tenían una fuerte apreciación de la dignidad del hombre como criatura hecha para ser amigo de Dios, y particularmente, tenían un fuerte sentido de apreciación de la belleza y la nobleza de la santidad humana. En el hormiguero urbano colectivo donde la mayoría de nosotros vivimos hoy en día, el sentido de la importancia eterna de cada individuo está muy erosionado, y el espíritu puritano es en este punto un remedio del cual podemos obtener grandes ganancias.

(6) Ellos tienen algunas lecciones para nosotros con respecto a su ideal de la renovación de la iglesia. Aunque debemos aclarar que, la palabra «renovación» no era la que ellos utilizaban; ellos solamente hablaban en términos de «reformación» y «reforma», sin embargo, para nuestras mentes del siglo XX estas palabras sólo se limitan a cuestiones relacionadas con elementos externos de la ortodoxia, el orden, las formas de adoración, y los códigos de disciplina de la iglesia. Pero cuando los puritanos predicaban, publicaban escritos, y oraban por una «reforma», lo que tenían en mente de hecho no era algo menor a estos elementos externos, sino que su aspiración era mucho mayor. En la edición original de la obra de Richard Baxter, El pastor renovado, en el título, la palabra «renovado» fue impresa con un tipo de letra mucho más grande que cualquier otro, y además, uno no tiene que adentrarse tanto en la lectura del libro para descubrir que, para Baxter, un pastor «reformado» no era uno que luchaba a favor del Calvinismo, sino uno cuyo ministerio hacia su gente, como predicador, maestro, catequista, y ejemplo a seguir, demostraba que él era, como diríamos nosotros, un pastor «avivado» o «renovado». La esencia de este tipo de «reforma» consistía en enriquecer el entendimiento de la verdad de Dios, despertar los afectos hacia Dios, incrementar el fervor de la devoción personal, y acrecentar el amor, el gozo, y la firmeza del propósito cristiano en el llamado y la vida personal del creyente. Y alineado con esa esencia, el ideal para la iglesia era que, a través de un clero «reformado» todos los miembros de cada congregación llegarían a ser «reformados» —es decir, guiados, por la gracia de Dios sin desorden, hacia un estado que nosotros conocemos como «avivamiento», lo cual implica ser verdadera y meticulosamente convertido, teológicamente ortodoxo y saludable, estar espiritualmente alerta y expectante, tener un carácter sabio y consistente, ser éticamente emprendedor y obediente, y tener una seguridad de salvación con humildad pero lleno de gozo. Este era el objetivo que se buscaba alcanzar a través del ministerio pastoral puritano, tanto en las parroquias inglesas como en las iglesias «reunidas» de tipo congregacionalista, las cuales se multiplicaron a mediados del siglo XVII.

En cierto sentido, esa preocupación puritana por el avivamiento espiritual en comunidad ha sido ocultada de nuestra vista por causa de su institucionalismo; ya que, si traemos a la memoria los altibajos del Metodismo inglés y del Gran Despertar, podemos pensar que el fervor del avivamiento se volvía una carga pesada para el orden establecido, mientras que los puritanos concebían la «reforma» en un nivel congregacional, y creían que ésta tenía que llegar en un estilo disciplinado a través de la predicación fiel, la catequización, y el servicio espiritual de parte del pastor. El clericalismo, con su represión en contra de la iniciativa laica, sin duda fue una limitación puritana, y una que tuvo malas consecuencias cuando el celo laico se desbordó en el ejército de Cromwell, en el movimiento cuáquero, y en el vasto submundo sectario de la época del Commonwealth; pero la otra cara de esa moneda era la nobleza del perfil de un pastor que desarrollaron los puritanos —predicador del evangelio y maestro de la Biblia, pastor y médico de las almas, catequista y consejero, entrenador y modelo de disciplina, todo en uno. De manera que, una vez más tenemos que afirmar que tenemos mucho que aprender de los ideales y las metas puritanas con respecto a la vida eclesiástica, los cuales son indudable y permanentemente correctos, y también necesitamos aprender de los estándares requeridos para el clero, los cuales son desafiantes y muy demandantes, y el cristiano moderno puede y debe considerarlos seriamente.

Existen algunas otras áreas en las que obviamente los puritanos pueden ayudarnos en la actualidad.

3

Es posible que la anterior celebración de la grandeza de los puritanos haya despertado el escepticismo de algunos. Sin embargo, como ya se había insinuado anteriormente, esta celebración concuerda totalmente con la importante reevaluación histórica del puritanismo que ha sido hecha por los círculos académicos. Hace 50 años, el estudio académico del puritanismo tuvo un momento crucial, cuando se descubrió la existencia de toda una cultura puritana, y cuando se hizo evidente que tal cultura era muy rica, que consistía en algo más que una mera serie de reacciones puritanas en contra de las facetas medievales y la cultura renacentista. En ese momento se desmintió la antigua presuposición común de que, en ambos lados del Atlántico, los puritanos se habían caracterizado por ser mórbidos, obsesivos, groseros e ignorantes. La indiferencia satírica en contra de la vida de pensamiento puritana se tornó en una impresionante y vigorosa industria académica y artesanal caracterizada por una atención comprensiva hacia los puritanos, y por una exploración de las creencias e ideales del puritanismo, y eso continúa en nuestros días. En ese sentido, Norte América marcó una pauta importante, con la publicación de cuatro libros en un periodo de dos años, los cuales fueron determinantes para asegurar que los estudios acerca de los puritanos no volverían a ser como antes. Estos libros fueron: The Rise of puritanism [El surgimiento del puritanismo] de William Haller, (Columbia University Press: Nueva York, 1938); Puritanism and Liberty[Puritanismo y libertad] de A.S.P. Woodhouse (Macmillan: Londres, 1938; Woodhouse era maestro en la universidad de Toronto); Tudor puritanism [El puritanismo de la dinastía Tudor] de M. M. Knappen (Chicago University Press: Chicago, 1939); y, The New England Mind Vol I; The Seventeenth Century [La mente de la Nueva Inglaterra. Vol. I; El siglo XVII] de Perry Miller (Harvard University Press: Cambridge, MA, 1939). Muchos libros de los años treinta y posteriores han confirmado la visión del puritanismo que se plasmó en estos cuatro volúmenes, y la imagen general que ha surgido es la siguiente.

El puritanismo era en esencia un movimiento espiritual, que se preocupaba apasionadamente por Dios y por la piedad. Comenzó en Inglaterra con William Tyndale, el traductor de la Biblia (contemporáneo de Lutero), una generación antes de que se acuñara la palabra «puritano», y continuó hasta los últimos años del siglo XVII, algunas décadas después de que la palabra «puritano» entrara en desuso. La creación del puritanismo tuvo como base el biblicismo reformador de Tyndale; la piedad del corazón y la conciencia de John Bradford ; el celo de John Knox por el honor de Dios en las iglesias nacionales; la pasión por la competencia pastoral evangélica que se ve en John Hooper, Edward Dering y Richard Greenham; la visión de la Santa Escritura como el «principio regulador» de la adoración y el orden de la iglesia que causó la expulsión de Thomas Cartwright; el calvinismo anti–romano, anti–arminiano, anti–sociniano y anti–antinomiano expuesto por John Owen y por los estándares de Westminster; el interés ético integral que alcanzó su apogeo en el monumental Christian Directory [Directorio cristiano] de Richard Baxter; y el propósito de popularizar y hacer práctica la enseñanza de la Biblia que se apoderó de Perkins, Bunyan, y muchos más. El puritanismo fue esencialmente un movimiento que buscaba la reforma de la Iglesia, la renovación pastoral, la evangelización, y el avivamiento espiritual; y, además, como una expresión directa del celo por el honor de Dios, era una cosmovisión, una filosofía cristiana total. En términos intelectuales, era un medievalismo protestante actualizado, y en términos espirituales, era un monasticismo reformado que se practicaba fuera de un convento y que no tenía votos monásticos.

El objetivo puritano era completar lo que comenzó la Reforma de Inglaterra, es decir, terminar la remodelación del culto de adoración anglicano, introducir una disciplina eclesiástica efectiva en las parroquias anglicanas, establecer la justicia en los campos políticos, domésticos y socioeconómicos, y convertir a todos los ingleses a una fe evangélica vigorosa. A través de la predicación y la enseñanza del evangelio, junto con la santificación de todas las artes, ciencias y habilidades, Inglaterra se convertiría en una tierra de santos, en un modelo y un ejemplo de la piedad corporativa, y como tal, en un medio de bendición para el mundo.

Ese fue el sueño puritano que brotó durante los reinados de Isabel, Jacobo y Carlos, floreció en el periodo del Interregno, y se marchitó en el oscuro túnel de persecución que ocurrió entre 1660 (en el periodo de la Restauración Inglesa) y 1689 (bajo la Ley de Tolerancia). Ese sueño fue el que engendró a los gigantes de los que estamos hablando en este libro.

4

Confieso que este capítulo es una defensa descarada y sin vergüenza. Pues mi propósito es comprobar que los puritanos pueden enseñarnos lecciones que nosotros urgentemente necesitamos aprender. Por eso les pido que me dejen extender un poco más el argumento que ya les he presentado.

A estas alturas ya debe ser evidente que los grandes pastores–teólogos puritanos —Owen, Baxter, Goodwin, Howe, Perkins, Sibbes, Brooks, Watson, Gurnall, Flavel, Bunyan, Manton y otros como ellos— eran hombres destacados por su poder intelectual y por su visión espiritual. En ellos, los hábitos mentales que eran fomentados por una erudición sobria estaban acompañados de un celo ardiente por Dios y un conocimiento minucioso del corazón humano. Todo el trabajo que ellos hicieron demuestra una fusión única de dones y talentos. Tanto su pensamiento como su manera de ver las cosas eran radicalmente Dios–céntricos. Su apreciación de la majestad soberana de Dios era profunda, y su reverencia al momento de utilizar la palabra escrita era profunda y constante. Eran pacientes, meticulosos, y metódicos para escudriñar las Escrituras, y su comprensión de los diversos hilos y conexiones dentro de la red de la verdad revelada era firme y clara. Ellos entendieron más ricamente los caminos de Dios con los hombres, la gloria de Cristo el Mediador, y la obra del Espíritu en el creyente y en la iglesia.

Y su conocimiento no era una mera ortodoxia teórica. Ellos buscaban «reducir a la práctica» (frase que ellos usaban) todo lo que Dios les enseñaba. Ellos ataron sus conciencias a la Palabra, disciplinándose para poner todas sus actividades bajo el escrutinio de las Escrituras, exigiendo una justificación teológica (no una mera justificación pragmática) para todo lo que hacían. Aplicaron su entendimiento de la mente de Dios a cada rama de la vida, viendo la iglesia, la familia, el estado, las artes, las ciencias, el mundo del comercio y la industria, como nada menos que las devociones del individuo, ya que las consideraban como las esferas en las que Dios debe ser servido y honrado. Ellos veían a la vida como un todo, porque ellos veían al Creador como Señor de cada una de las esferas de la vida, y su propósito era que el sello de «santidad a Jehová» pudiera ser impreso absolutamente en todas las áreas de la vida.

Pero eso no era todo. Ya que, al conocer a Dios, los puritanos también conocieron al hombre. Ellos veían al hombre, en su origen, como un ser noble hecho a la imagen de Dios para gobernar la tierra de Dios, pero en la actualidad, como un ser trágicamente embrutecido y destruido por el pecado. Por otra parte, veían al pecado a través de la triple luz de la ley, el señorío, y la santidad de Dios, y, por lo tanto, lo veían como transgresión y culpa; como rebelión y usurpación; y como impureza, corrupción e incapacidad para hacer el bien. Gracias a que veían todo eso, y al mismo tiempo conocían las formas en que el Espíritu lleva a los pecadores a la fe y a una nueva vida en Cristo, y lleva a los santos, por una parte, a crecer a la imagen de su Salvador y, por otra parte, a aprender su total dependencia de la gracia, los grandes puritanos se convirtieron en excelentes pastores. La profundidad y la unción de sus exposiciones «prácticas y experimentales» en el púlpito no era más sobresaliente que sus habilidades para estudiar y aplicar la medicina espiritual a las almas enfermas. A partir de las Escrituras, cartografiaron el terreno de la vida de fe y comunión con Dios, el cual a menudo nos parece desconcertante, pero ellos lo hicieron con gran minuciosidad (y como ejemplo podemos consultar El progreso del peregrino, para observar un diccionario geográfico ilustrado), y, además, su agudeza y sabiduría para diagnosticar el malestar espiritual y para establecer los remedios bíblicos más apropiados era algo sobresaliente. Por esa razón, ellos permanecen como los pastores clásicos del protestantismo, de la misma manera en la que hombres como Whitefield y Spurgeon tienen su lugar como los evangelistas clásicos por excelencia.

Y, en este sentido, en lo referente al frente pastoral, es donde los cristianos evangélicos de hoy necesitamos tanta ayuda. Ya que, aparentemente, en los últimos años nuestros números se han incrementado, y parece que también ha crecido un nuevo interés por las sendas antiguas de la teología evangélica. Y debemos estar agradecidos con Dios por eso. Sin embargo, no todo celo evangélico es congruente con el conocimiento, y tampoco todas las virtudes y valores de la vida cristiana bíblica aparecen siempre juntos de la manera en la que tendrían que aparecer, de manera que, parece que hay tres grupos en particular que obviamente necesitan la ayuda que los puritanos están capacitados para brindar de manera única (como lo muestran sus escritos). A estos grupos yo los llamo: los experiencialistas incansables, los intelectualistas atrincherados, y los desviacionistas inconformes. Por supuesto, estos grupos no son cuerpos de opinión organizados, sino más bien son individuos con mentalidades características, con los cuales uno se encuentra una y otra vez. Permítanme hablar de ellos en el orden mencionado.

Aquellos a los que les llamo experiencialistas incansables son de una especie muy conocida, tan conocida que a veces los observadores son tentados a definir el evangelicalismo en términos de ellos. Su actitud está caracterizada por ser azarosa y despreocupada, pero al mismo tiempo tienen una impaciencia vehemente, la cual está en busca de las novedades, el entretenimiento, y las «alturas»; además, les dan mucha mayor importancia a los sentimientos fuertes que a los pensamientos profundos. Son personas que tienen poca atracción por el estudio sólido, la auto examinación humilde, la meditación disciplinada, y el trabajo duro ordinario en sus vocaciones y en sus oraciones. Para ellos la vida cristiana es una vida de experiencias extraordinarias y emocionantes, en lugar de ser una vida de justicia racional y firme. Ellos hacen un énfasis constante en los temas del gozo, la paz, la felicidad, la satisfacción, y el descanso del alma; pero no hacen referencias balanceadas del descontento divino de Romanos 7, de la batalla de fe del Salmo 73, o de las «profundidades» de los Salmos 42, 88 y 102. Por causa de la influencia de personas como esas, la gente llega a pensar que un simple hombre extrovertido, espontáneo y alegre es un reflejo de la vida cristiana saludable, de manera que, los santos que tienen una personalidad menos optimista o un temperamento más complejo pueden llegar a sentirse confundidos porque nos son capaces de estallar en alegría en conformidad al estándar prescrito. En medio de su agitación, estos hombres exuberantes se vuelven personas crédulas que no cuestionan nada, y de acuerdo con su razonamiento, mientras más extraña y sorprendente sea su experiencia vivida, más divina, sobrenatural y espiritual será considerada, y casi nunca toman en serio la firmeza de la virtud bíblica.

Las personas que tienen estos defectos no se oponen a la idea de apelar a las técnicas de consejería especializada que han sido desarrolladas con fines pastorales, por los evangélicos extrovertidos de los últimos años; pero la vida espiritual es algo que tiene que fomentarse y la madurez espiritual tiene que ser engendrada, no por técnicas humanas sino por la verdad; de manera que, si nuestras técnicas están fundamentadas en una noción defectuosa de la verdad que hemos de trasmitir y del propósito de la misma, estas técnicas no podrán hacernos mejores pastores o mejores creyentes de lo que éramos antes. La razón por la que los experiencialistas incansables tienen una vida cristiana desequilibrada es porque han sido afectados por una forma de mundanalidad, y por un individualismo antirracional antropocéntrico, que ha convertido a la vida cristiana en un viaje hacia el ego y hacia la búsqueda de emociones. Esos santos necesitan el tipo de ministerio de maduración en el que la tradición puritana se ha especializado.

¿Cuáles son los énfasis puritanos que pueden centrar y darle una dirección correcta a los experiencialistas incansables? Para empezar, los siguientes: Primero, el énfasis en la centralidad de Dios como el requisito divino que es esencial para la disciplina de la autonegación. Segundo, la insistencia de la primacía de la mente, y la imposibilidad de obedecer una verdad bíblica que todavía no ha sido comprendida. Tercero, la necesidad constante de tener humildad, paciencia, y firmeza, y la importancia de reconocer que el principal ministerio del Espíritu Santo no es producir emociones en nosotros, sino formar en nosotros un carácter semejante al de Cristo. Cuarto, el reconocimiento de que los sentimientos suben y bajan, y que Dios constantemente nos pone a prueba, llevándonos a desiertos de simpleza emocional. Quinto, la singularización de la adoración como actividad principal de la vida. Sexto, el énfasis en nuestra necesidad de auto examinarnos constantemente a través de las Escrituras, bajo los términos establecidos por el Salmo 139:23–24. Séptimo, la comprensión de que las grandes medidas de sufrimiento santificador son parte del plan que Dios tiene para que Sus hijos crezcan en la gracia. Ninguna tradición cristiana de enseñanza administra esta medicina que purga y fortalece, con una autoridad más solemne que la de los puritanos, ya que, de acuerdo con lo que hemos visto de su propia experiencia, cuando ellos administraron para sí mismos esta medicina, a lo largo de un siglo (y aún más) formaron un tipo de cristianos que eran maravillosamente fuertes y resilientes.

Pensemos ahora en los intelectualistas atrincherados que existen en el mundo evangélico: una segunda especie muy conocida, aunque no son tan comunes como la primera. Algunos de ellos parecen ser víctimas de un temperamento inseguro y sentimientos de inferioridad, otros reaccionan por orgullo o dolor contra la locura del experiencialismo tal como lo han percibido, pero sea cual sea la fuente de su síndrome, el patrón de comportamiento que ellos manifiestan es distintivo y característico. Constantemente se presentan como cristianos rígidos, argumentativos, críticos, defensores de la verdad de Dios, para quienes la ortodoxia lo es todo. Se esfuerzan por sostener y defender su propia visión de esa verdad, ya sea calvinista o arminiana, dispensacional o pentecostal, reformista de la iglesia nacional o separatista de la Iglesia Libre, o lo que sea; ese es su principal interés, e invierten recursos sin límites en esta tarea. Existe muy poca cordialidad en ellos; relacionalmente son distantes; las experiencias no significan mucho para ellos; ganar la batalla de la corrección mental es su gran propósito. Ellos pueden ver que realmente en nuestra cultura antirracional, gobernada por los sentimientos, y que está en busca de gratificaciones instantáneas, el conocimiento conceptual de las cosas divinas está infravalorado, y, por lo tanto, buscan con pasión restaurar el equilibrio en este punto. Ellos entienden correctamente la prioridad del intelecto; sin embargo, el problema es que, cuando realizan sus interminables campañas en las que promueven su propio tipo de pensamiento correcto, lo único que pueden ofrecer es intelectualismo, ya que eso es casi todo lo que tienen, si no es que lo único. Por eso, yo también los instaría a que se expongan a la herencia puritana para que puedan madurar.

Esa última afirmación puede sonar paradójica, ya que, algún lector pudo haber notado que el perfil que acabamos de describir es idéntico a lo que todavía muchas personas identifican como el típico puritano. Pero cuando nos preguntamos cuáles son los énfasis de la tradición puritana que pueden contrarrestar el intelectualismo árido de estas personas, nos encontramos con toda una serie de puntos que necesitamos abordar. Primero, la verdadera religión requiere tanto de los afectos como del intelecto; pues en esencia, eso es lo que se presupone en la frase de Richard Baxter: «trabajo de corazón». Segundo, la verdad teológica está diseñada para ser puesta en práctica. William Perkins definió la teología como la ciencia de vivir adecuada y felizmente por siempre; por su parte, William Ames la definiría como la ciencia de vivir para Dios. Tercero, el conocimiento conceptual mata, si el individuo no pasa de conocer las nociones a conocer las realidades a las que estas nociones aluden, es decir, si no pasa de «conocer acerca de Dios» a «conocer a Dios» personalmente. Cuarto, la fe y el arrepentimiento son expuestos en una vida de amor y santidad, es decir, en una vida que se caracteriza por expresar gratitud en la buena voluntad y las buenas obras, las cuales son demandadas explícitamente en el evangelio. Quinto, el Espíritu nos es dado para guiarnos a una comunión cercana con otros en Cristo. Sexto, la disciplina de la meditación discursiva tiene el propósito de mantenernos apasionados y adorando en nuestra historia de amor con Dios. Séptimo, es algo de carácter impío y escandaloso convertirse en alborotador y causar división en la iglesia, y, generalmente, lo que lleva a los hombres a crear bandos y a provocar divisiones, no es otra cosa más que el orgullo espiritual en su forma intelectual. Los grandes puritanos eran tanto humildes y afectuosos como sobrios y prudentes, le prestaban atención tanto a las personas como a las Escrituras, y eran apasionados tanto por la paz como por la verdad. Con toda certeza, ellos habrían diagnosticado con atrofia espiritual a los cristianos intelectualistas de nuestros días, y no por causa del celo por la forma de las sanas palabras, sino por causa de su falta de celo por cualquier otra cosa; de manera que, en este caso, la fuerza de la enseñanza puritana acerca de la verdad de Dios en la vida del hombre sigue siendo potente para ayudar a esas almas a convertirse en seres humanos completos y maduros.

Finalmente, me dirijo a aquellos a quienes llamo desviacionistas inconformes, es decir, los que en cierto sentido se han dado de baja y han abandonado el movimiento evangélico moderno, muchos de los cuales ahora se han vuelto en contra de él para denunciarlo como una perversión neurótica del cristianismo. Ésta también es otra especie que todos conocemos bien. Es angustiante pensar en este tipo de personas, en primer lugar, porque hasta la fecha, su experiencia desacredita profundamente nuestro evangelicalismo, y en segundo lugar, porque el número de personas de ese tipo es muy grande. ¿Quiénes son ellos? Son personas que en algún momento de sus vidas se identificaban como evangélicos, ya sea porque fueron criados de manera evangélica o porque profesaron una conversión bajo la influencia de alguna esfera evangélica, sin embargo, ahora están desilusionados de la cosmovisión evangélica y le han dado la espalda, porque sienten que el evangelicalismo les falló. En algunos casos, es por razones intelectuales, debido a que, según el juicio de estas personas, lo que se les enseñó fue algo tan simplista que lo único que logró fue aturdir su mente, y, por otra parte, piensan que fue algo tan poco realista y desconectado de los hechos que realmente lo consideran como algo involuntariamente deshonesto. Otros lo abandonan porque fueron llevados a esperar una vida cristiana en la que gozarían de buena salud, riquezas, circunstancias libres de problemas, creyendo que serían inmunes al dolor de las heridas relacionales y las traiciones, libres de fracasos, y exentos de cometer errores o tomar malas decisiones; en pocas palabras, esperaban un lecho de rosas sobre el cual serían transportados felizmente hacia el cielo —pero todas esas grandes expectativas terminan siendo refutadas a su debido tiempo por diferentes acontecimientos. Y debido a que se encuentran heridos y molestos, sintiéndose como si hubieran sido víctimas de una especie de abuso de confianza, ahora acusan al evangelicalismo que ellos conocieron de haberles fallado y engañado, y lo abandonan con resentimiento en sus corazones; y es por pura misericordia que ellos no terminen acusando y abandonando de igual manera al mismo Dios. El evangelicalismo moderno tiene mucho que responder con respecto al número de bajas de este tipo que ha causado en los últimos años por su ingenuidad mental y sus expectativas irreales. Pero, en este punto, una vez más el evangelicalismo de los gigantes puritanos, que en este sentido es más sobrio, más profundo, y más prudente que el moderno, puede cumplir una función correctiva y terapéutica entre nosotros, si tan solo aprendemos a escuchar su mensaje.

¿Cuál es el mensaje puritano que podría servir para sanar las bajas producidas por la ingenuidad evangélica moderna? Cualquiera que esté familiarizado con los escritos de los puritanos podrá darse cuenta de que ahí podemos encontrar mucha ayuda para resolver este problema. Ya que, en primer lugar, los autores puritanos nos hablan acerca del misterio de Dios: que nuestro dios es demasiado pequeño, pero que el Dios verdadero no puede ser encerrado en una caja conceptual hecha por el hombre para ser entendido por completo; y que él fue, es y siempre será absolutamente inescrutable en Su trato con aquellos que confían en Él y lo aman, de modo que las «pérdidas y cruces», es decir, el desconcierto y la decepción en relación con las esperanzas particulares que uno ha albergado, deben ser aceptadas como un elemento recurrente de la vida de comunión con Él. En segundo lugar, ellos nos hablan acerca del amor de Dios: que éste es un amor que redime, convierte, santifica, y en última instancia glorifica a los pecadores, y que el Calvario fue el único lugar de la historia humana en el que este amor fue revelado plenamente y sin ambigüedad, y que en lo que respecta a nuestra situación propia, podemos saber con toda certeza que nada nos puede separar de ese amor (Romanos 8:38), aunque también es cierto que ninguna situación de este mundo estará completamente libre de espinos y cardos. En tercer lugar, desarrollando el tema del amor divino, los puritanos nos hablan acerca de la salvación de Dios: que el Cristo, Quien quitó nuestros pecados y nos trajo el perdón de Dios, nos está llevando a través de este mundo hacia una gloria, para la cual aún estamos siendo preparados, ya que en esta vida se nos inculca un deseo por esa gloria y se nos capacita para disfrutar de ella, y por otra parte, la santidad en esta tierra, que se manifiesta en forma de un servicio consagrado y una obediencia amorosa en las buenas y en las malas, es el camino a la felicidad en el más allá. Después de esto, en cuarto lugar ellos nos hablan del conflicto espiritual: es decir, las muchas formas en las que el mundo, la carne y el diablo buscan humillarnos; en quinto lugar, nos hablan de la protección de Dios: a través de la cual Él anula y santifica el conflicto, permitiendo que a menudo el mal toque nuestras vidas para protegernos de males mayores; y, en sexto lugar, nos hablan de la gloria de Dios: la cual es nuestro privilegio buscar, por medio de celebrar Su gracia, demostrando Su poder en medio de la confusión y la presión, resignándonos totalmente a Su buena voluntad, y haciéndole nuestro gozo y deleite en todo momento.

Al ministrarnos estas preciosas verdades bíblicas, los puritanos nos brindan los recursos que necesitamos para «sufrir las flechas y las hondas de la insultante fortuna», y también nos dan los recursos para ofrecerle a aquellos que han abandonado el evangelicalismo una visión más clara de lo que les ha sucedido, la cual puede sacarlos de su autocompasión y su resentimiento, restaurando por completo su salud espiritual. Los sermones puritanos demuestran que ese problema no es nuevo en ningún sentido; el siglo diecisiete tuvo su propia cuota de bajas espirituales, santos que habían pensado de manera simplista y que tenían expectativas poco realistas, los cuales estaban decepcionados, descontentos, abatidos y desesperados, y el ministerio de los puritanos hacia nosotros en este punto es simplemente el punto de partida para continuar con lo que ellos constantemente enfatizaban, es decir, la importancia de levantar y alentar a los espíritus heridos entre su propia gente.

Creo que, hasta este punto, la respuesta a la pregunta: ¿por qué necesitamos a los puritanos?, es bastante clara, y concluyo mi argumento en este punto. Yo, siendo una persona que está en deuda con los puritanos más que con cualquier otro teólogo que he leído, y estando consciente de que todavía los necesito, he estado tratando de persuadirte de que quizás tú también los necesitas. Y confieso que, si logro convencerte de esto, eso me llenará de alegría, principalmente porque eso obrará para tu propio bien, y para el bien de la gloria del Señor. Pero eso es algo que debo dejar en las manos de Dios. Mientras tanto, sigamos explorando la herencia puritana juntos. Pues en esta herencia todavía hay más oro por extraer del que hasta ahora he mencionado.

En pos de los puritanos y su piedad

Подняться наверх