Читать книгу En pos de los puritanos y su piedad - J. I. Packer - Страница 8
Capítulo uno
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INTRODUCCIÓN
Оглавлениеn una franja estrecha de la costa norte de California crecen las secuoyas gigantes, los seres vivos más grandes del planeta. Algunas secuoyas miden más de 100 metros de alto, y sus troncos pueden llegar a medir más de 18 metros de circunferencia. Éstas no tienen mucho follaje a pesar de su tamaño; toda su fuerza está en sus enormes troncos, el grosor de sus cortezas es de casi 30 centímetros, y alcanzan casi la mitad de su altura antes de comenzar a desarrollar sus ramas. Algunas secuoyas siguen con vida y continúan creciendo aún después de haber sido quemadas. En lo que respecta a su longevidad, algunas tienen muchos cientos de años, y algunas otras sobrepasan los mil años, por todas esas razones, las secuoyas son geniales (en el sentido antiguo, fuerte y estricto de esta palabra que actualmente ha perdido su valor original). Estos árboles te hacen ver como enano, haciéndote sentir tu pequeñez de una manera en la que muy pocas cosas pueden hacerlo. Muchas fueron taladas sin ninguna consideración durante los días de tala de California, sin embargo, recientemente han comenzado a ser apreciadas y preservadas, a tal grado que los parques de secuoyas están investidos de una especie de santidad. La carretera de más de 50 kilómetros que serpentea a través de los bosques de secuoyas es llamada con justa razón “La Avenida de los Gigantes”.
En ese sentido, las secuoyas me hacen pensar en los puritanos de Inglaterra, otra clase de gigantes, quienes también han comenzado a ser apreciados nuevamente en nuestros tiempos. Entre los años 1550 y 1700, estos gigantes también vivieron vidas silvestres en las cuales, espiritualmente hablando, lo más importante era crecer fuertes y resistentes al fuego y las tormentas. De la misma manera en la que las secuoyas atraen la vista porque sobrepasan a todos los demás árboles, así la santidad madura y la fortaleza experimentada de los grandes puritanos brillan ante nosotros como una especie de faro de luz, ya que sobrepasan la estatura de la mayoría de los cristianos en todas las épocas, y especialmente en esta época, en la que el aplastante colectivismo urbano hace que los cristianos occidentales a veces se sientan y se vean como hormigas en un hormiguero y como títeres movidos por cuerdas. La historia podría haber sido diferente detrás de la Cortina de Hierro o dentro de las tierras de África devastadas por el hambre y la guerra, pero en la Gran Bretaña y en Estados Unidos (las partes del mundo que mejor conozco) parece que la abundancia de las generaciones pasadas se ha encargado de convertirnos en árboles enanos y secos. Y en un contexto como este, la enseñanza y el ejemplo de los gigantes puritanos tienen mucho que decirnos.
Anteriormente, se ha estudiado la eclesiología y las políticas de los puritanos, junto con la manera concienzuda (pero reacia y con tropiezos) en la que realizaron la transición de los gremios medievales al individualismo de sus posturas inconformistas y republicanas. Pero sólo recientemente se le ha dado una atención seria y académica a la teología de los puritanos y a su espiritualidad (palabra que ellos utilizaban para referirse a la piedad). Sólo últimamente se ha hecho evidente que, entre la dividida iglesia occidental ocurrió un avivamiento devocional durante el siglo siguiente a la Reforma, y que el puritanismo fue una expresión importante (en mi opinión, la más importante) de este movimiento. Sin embargo, mi interés propio hacia los puritanos siempre se ha centrado en ese punto, y los ensayos de este libro son el fruto de más de 40 años de analizar este aspecto. Mi interés no es meramente académico, aunque mi esperanza es que tampoco sea algo menos que académico. Los gigantes puritanos me han moldeado en al menos siete formas, de manera que, la intención de los siguientes capítulos será más clara para el lector si antes de comenzar enumero estas formas, por las cuales conscientemente reconozco mi deuda para con ellos. (Sin embargo, si algún lector considera que esta información personal se vuelve un tanto tediosa, puede evitar leerla; ya que no le adjudico ninguna importancia intrínseca).
(1) Cuando tuve una especie de crisis justo después de mi conversión, John Owen me ayudó a ser realista (es decir, ni miope ni pesimista) con respecto a mi pecaminosidad continua, y me ayudó a entender la disciplina de la auto examinación y la mortificación, a la cual, junto con todos los cristianos, estoy llamado. Ya he escrito acerca de eso en otro lugar,1 y no es mi intención repetir ese tema aquí. Me conformo con decir que, sin la ayuda de Owen pude haber caído en la locura o me pude haber enredado en una especie de fanatismo místico, y estoy seguro de que mi entendimiento de la vida cristiana no hubiera sido el mismo que tengo actualmente.
(2) Algunos años después de eso, Owen (bajo la autoridad de Dios) me permitió ver cuán consistente e inequívoco es el testimonio bíblico de la soberanía y la particularidad del amor redentor de Cristo (que, por supuesto, también es el amor del Padre y del Espíritu Santo, ya que las Personas de la Trinidad siempre son uno). Las implicaciones teológicas de las palabras: “el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20); “Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella” (Efesios 5:25); “Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8); y muchos otros pasajes como esos se volvieron más claros para mí, después de algunos años de haber estado abrazando lo que ahora sé que se llama amiraldianismo, y después de cinco años, a través de un estudio de la obra de Owen The death of death in the death of Christ [La muerte de la muerte en la muerte de Cristo], se consolidó el ensayo que realicé acerca de este título y que se incluye en este libro. Me he dado cuenta de que pude haber aprendido la misma lección en sustancia a partir de los sermones de Spurgeon, de los himnos de Toplady, o de los discursos de San Bernardo acerca de Cantar de los Cantares; pero en realidad fue Owen el que me lo enseñó, y eso marcó mi cristianismo desde ese momento, y dejó una marca tan importante como la marca que me dejó el entendimiento de una realidad semejante, el cual me había llegado unos años antes, es decir, la realidad de que la religión bíblica es Dios–céntrica y no antropocéntrica. Tener un buen enfoque del amor de Cristo cambia por completo nuestra existencia.
(3) Richard Baxter me convenció hace mucho tiempo de que la meditación discursiva es una disciplina de vital importancia para la salud espiritual, ya que, a través de ella, como él mismo lo expresa, uno puede «imitar al predicador más poderoso que ha escuchado», aplicándose a uno mismo la verdad espiritual y convirtiendo esa verdad en alabanza. Esa era una opinión unánime entre los puritanos, y ahora, esa también es mi opinión. Dios sabe que soy un pobre practicante de esta sabiduría, pero cuando mi corazón está frio, al menos sé qué es lo que necesito. En la mayoría de las enseñanzas actuales acerca de la oración, la contemplación es algo que «está de moda» y hablar con uno mismo ante la presencia de Dios es algo que «pasó de moda». Yo soy suficientemente puritano como para pensar que esta moda contemplativa es, en gran medida, una reacción en contra del formalismo devocional, y que en parte se debe al anti–intelectualismo del siglo XX y al interés por el misticismo pagano, y en parte a las Escrituras, pero una vez que se abandona la forma meditativa de los Salmos, de los Padres, y específicamente de la herencia agustiniana que adoptaron los puritanos, en ese momento se pierde la ganancia. El estilo contemplativo no es el todo de la oración bíblica. De manera que, en este punto, la influencia puritana me ha puesto fuera de sintonía con las tendencias de mi época, sin embargo, creo que eso me ha beneficiado mucho.
(4) Baxter también centró mi visión del oficio pastoral del ministro ordenado. Y de la manera en la que Warfield comenta acerca de la obra de Lutero La esclavitud de la voluntad, yo digo lo mismo con respecto a la obra de Baxter El pastor renovado: sus palabras tienen manos y pies. Éstas trepan encima de ti; encuentran la manera de entrar a tu corazón y conciencia, y no hay manera de desalojarlas. Mi sentido del llamado a predicar el evangelio, enseñar la Biblia, y pastorear a las almas podría haber sido desarrollado a partir del ordinal anglicano que fue usado para mi ordenación pastoral, pero en realidad, este sentido se cristalizó en mí a través del estudio del ministerio de Baxter y de su obra El pastor renovado (o Avivado, como diríamos nosotros). Desde mis días de estudiante he sabido que yo fui llamado a ser pastor conforme a las especificaciones de Baxter, y mi subsecuente involucramiento en la realización de conferencias y escritos, simplemente me ha ayudado a definir la forma en la que debería cumplir ese llamado. Desearía haberlo hecho mejor.
(5) Los puritanos me han enseñado a ver y sentir la transitoriedad de esta vida, y a pensar en ella, con todas sus riquezas, esencialmente como el gimnasio y el vestidor en el cual nos preparamos para el cielo, y me enseñaron a considerar la disposición a morir como el primer paso para aprender a vivir. Aquí tenemos una vez más un énfasis cristiano histórico —patrístico, medieval, reformado, puritano, evangélico— del cual, el protestantismo que yo conozco se ha alejado grandemente. Los puritanos experimentaron una persecución sistemática por causa de su fe; todo lo que podemos pensar hoy con respecto a las comodidades del hogar, era algo desconocido para ellos; los medicamentos y las intervenciones quirúrgicas de su época eran muy rudimentarias; ellos no tenían aspirinas, tranquilizantes, pastillas para dormir, o antidepresivos, y de la misma manera, tampoco tenían seguro social ni seguro de vida; vivían en un mundo en el que más de la mitad de la población adulta moría a una edad joven, y más de la mitad de los niños morían en sus primeros años, un mundo en el que la enfermedad, la angustia, la incomodidad, el dolor, y la muerte eran compañeros constantes. Ellos hubieran estado perdidos si no hubieran mantenido sus ojos en el cielo, y si no se hubieran visto a sí mismos como peregrinos que viajaban a su hogar en la Ciudad Celestial. Al Dr., Johnson se le atribuye la observación de que, cuando un hombre sabe que le quedan dos semanas antes de ser llevado a la horca, su mente tiene una capacidad asombrosa para concentrarse; y en ese mismo sentido, la manera en la que la conciencia puritana reconocía que en medio de la vida nos cruzamos con la muerte, y que estamos a un solo paso de la eternidad, eso les daba una seriedad profunda y apacible, que al mismo tiempo era apasionada, en lo que respecta a los negocios de esta vida; pero eso es algo que rara vez puede ser igualado por los cristianos occidentales de este mundo opulento, sobreprotegido, y ligado a las cosas terrenales. Yo creo que muy pocos de nosotros vivimos al borde de la eternidad, de la manera consciente en la que lo hicieron los puritanos, y como resultado, sufrimos las consecuencias negativas. Porque yo creo que la extraordinaria vivacidad, o incluso la alegría (sí, alegría; como lo podrán notar en la sección de las Fuentes) con la que vivían los puritanos, son cosas que surgieron directamente del realismo inquebrantable y práctico con el cual se preparaban para la muerte, de manera que, por así decirlo, ellos siempre tenían sus maletas listas para partir. Tener en mente la muerte les permitía apreciar cada día de sus vidas, y el conocimiento de que Dios, sin consultar la opinión de ellos, con el tiempo decidiría el momento en el que su obra en esta tierra estaría completa, era algo que les daba energía para continuar con sus labores mientras Dios les siguiera concediendo el tiempo para realizarlas. A medida que me acerco a mi séptima década, con una mejor salud de la que puedo esperar, me siento más alegre de lo que puedo expresar, por causa de lo que puritanos como Bunyan y Baxter me han enseñado acerca de la muerte; era algo que necesitaba, pero los predicadores que escucho en estos días nunca hablan de eso, y pareciera que los escritores cristianos modernos no tienen ni idea acerca del tema — con la excepción de C. S. Lewis y Charles Williams, cuya visión con respecto a este y muchos otros temas es verdaderamente única en el siglo XX.
(6) Los puritanos moldearon mi identidad eclesiástica, al impartirme su visión de la integridad de la obra de Dios que ellos llamaban Reforma, lo que nosotros hoy en día probablemente llamaríamos Renovación. Actualmente, como en mis días de juventud, algunos anglicanos conservadores (yo hablo como uno de ellos) se preocupan por la ortodoxia, algunos por la liturgia y la vida corporativa, algunos por la conversión individual y la alimentación espiritual, algunos por los aspectos de la santidad personal, algunos por las estructuras centrales y congregacionales, algunos por los estándares morales, algunos por dar un testimonio social compasivo, y algunos por avivar la piedad en medio de nuestro Laodiceanismo. Pero todas esas preocupaciones se desvían, se debilitan, y en última instancia se trivializan si no se ligan unas con otras. Si se abordan de manera separada, se derrumban y se caen por la borda. A lo largo de toda mi vida he visto que eso ocurre en todos los ámbitos, tanto dentro como fuera del Anglicanismo. Los puritanos me enseñaron a tener una preocupación por todas esas cosas al mismo tiempo, como si todas se sostuvieran la una a la otra, y me demostraron que todas ellas conllevan el honor y la gloria de Dios en Su iglesia, y estoy agradecido de poder decir que dentro de mí todas esas cosas siguen juntas.
Pude haber aprendido este ideal de la renovación evangélica general de los genios reformadores de Inglaterra que siguen siendo poco apreciados tales como Thomas Cranmer o del coloso del siglo XIX, J. C. Ryle (y yo creo que con mucha dificultad lo hubiera aprendido de algún otro anglicano reciente); pero, en realidad, lo aprendí de los puritanos, pero principalmente del casi anglicano e inconformista reacio, Richard Baxter, a quien le debo tanto en otras áreas, como ya lo he mencionado anteriormente. Seguir ese rayo de luz siendo un anglicano reformado, en algunas ocupaciones me ha puesto fuera de sintonía con todo el mundo, y no digo que mi juicio en asuntos específicos siempre haya sido libre de errores, pero cuando miro hacia atrás, estoy seguro de que la dirección amplia y no sectaria que me dio Baxter fue la correcta. Así que, sigo estando agradecido por esa dirección, y espero que esa gratitud perdure hasta la eternidad.
(7) Los puritanos me hicieron entender que la teología es también espiritualidad, pues en ese sentido, ésta tiene una influencia buena o mala, positiva o negativa, en la relación o la falta de relación con Dios de los que la reciben. Si nuestra teología no aviva nuestra conciencia y ablanda nuestro corazón, endurece tanto la conciencia como el corazón; si no produce una fe comprometida, refuerza una incredulidad indiferente; si no promueve la humildad, definitivamente alimenta el orgullo. De manera que, aquellos que hacen teología en público, ya sea formalmente en un púlpito, en un podio, o por escrito; o ya sea en privado de manera informal desde un sofá, deben pensar seriamente en el efecto que sus pensamientos tendrán sobre las personas —tanto en el pueblo de Dios como en las demás personas. Los teólogos son llamados a ser como ingenieros encargados de la distribución del agua potable y del saneamiento de una ciudad; su trabajo es procurar que la verdad pura de Dios fluya abundantemente cuando se necesita, y a su vez, filtrar y eliminar toda clase de contaminante que pueda ser dañino para la salud espiritual. La lejanía sociológica que separa a los colegios, los seminarios, y las facultades de teología de la verdadera vida de iglesia, es un factor que hace más fácil olvidar esto, y en mi época, el historial de profesores profesionales en estos establecimientos ha sido bastante irregular en lo que respecta a su responsabilidad con la iglesia y con el mundo. De hecho, cualquiera podría aprender la naturaleza de esta responsabilidad a partir de los Padres, o de Lutero, o de Calvino, o incluso del estilo peculiar de Karl Barth, pero en mi caso, yo la aprendí después de observar la manera en la que los puritanos llevaban cada «doctrina» (verdad) que ellos conocían hacia su «uso» (aplicación) apropiado, como un fundamento para la vida. En retrospectiva, me parece que, gracias a esta influencia puritana, desde un inicio, todas mis afirmaciones teológicas acerca de cualquier tema han sido verdaderamente encaminadas hacia la espiritualidad (es decir, hacia la enseñanza para la vida cristiana), y ahora sufro de la incapacidad de escribir o hablar de alguna manera distinta. Y si me preguntan: ¿Eso te alegra? Sinceramente, mi respuesta es sí. Esa incapacidad es algo que puedo sufrir con alegría.
El primer libro cristiano de C. S. Lewis, que en mi opinión fue el más asombroso de sus libros, es su alegoría bunyanesca, titulada El regreso del peregrino (1933). En esta obra, describe el encanto de lo que él llamaba Dulce Deseo, y Gozo: es decir, esa sensación de trascendencia que está presente en el día a día, la cual se siente como una ráfaga que sacude el corazón, cada vez que uno experimenta y disfruta las cosas de esta vida, y que se revela a sí misma como un anhelo que no puede ser satisfecho por ninguna de las realidades creadas ni por las relaciones interpersonales, sino que sólo puede ser mitigado cuando uno se abandona a sí mismo en el amor del Creador a través de Cristo. Y como bien sabía Lewis, ese deseo brota en diferentes personas por medio de diferentes estímulos; en su caso, él habla del «aroma de una fogata, el sonido de los patos cuando vuelan, el título de la obra The Well at the World’s End[El pozo al final del mundo], el inicio del poema Kubla Khan, las telarañas matutinas a finales del verano, el sonido de las olas del mar».2 En mi caso, ninguna de esas cosas produce plenamente ese mismo efecto, sin embargo entiendo por qué otras personas experimentan esa sensación ante ellas; pero si me preguntan a mí, yo mencionaría los paisajes con árboles, las cascadas, el vapor de las locomotoras, el sabor del curry y el cangrejo, las piezas de Bach, Beethoven, Brahms, Bruckner y Wagner, algunos momentos improvisados y las maravillas arquitectónicas de mis grabaciones de las presentaciones de Wilhelm Furtwängler, Edwin Fischer, y Otto Klemperer, junto con algunas de las excelencias de Jelly–Roll Morton, Bubber Miley, y Louis Armstrong, y finalmente —la razón por la que originalmente comencé a hablar de esto— algunos de los toques retóricos que para mí son recurrentemente fascinantes de los cinco escritores que ya he mencionado: el mismo Lewis, y Williams, y (como ya lo estarán anticipando) el seráfico Baxter, el soñador Bunyan, y el colosal Owen. Aunque la forma y el contenido son distintos, están conectados, y yo los conecto aquí diciendo que al escribir como ellos escribían, pues siempre escribían con la misma calidad, estos autores saturaron de Dios sus libros para mi propio beneficio, ya que a medida que ellos me acercaban a Él me hacían quererlo cada vez más. Me parece algo peculiarmente alegre pensar que este material haya sido tan significativo para mí, tanto en su estilo como en su sustancia. Es posible que aquí tu experiencia no coincida con la mía (ya que, particularmente, el pesado lenguaje latinizado de Owen, es algo que deleita a muy pocos); sin embargo, tiene que haber algún aspecto de tu propia experiencia que te permita entender la mía, y por eso quería que comprendieras plenamente de dónde viene mi motivación para, como dicen los estadounidenses, «celebrar» a los gigantes puritanos.
Yo espero que los siguientes capítulos sean estimulantes para ti, porque en ellos te comparto los descubrimientos que durante 40 años me han estimulado personalmente. Estos ensayos no consisten solamente de historia y teología histórica; sino que, como en todas las cosas que he escrito, mi intención es promover la espiritualidad; los ensayos se enfocan en la manera en la que, desde mi punto de vista, los puritanos son gigantes en comparación con nosotros. Y en ese sentido, si buscamos crecer espiritualmente, necesitaremos la ayuda de estos gigantes. Aprender de los héroes cristianos del pasado es, en todos los sentidos, una dimensión importante de ese compañerismo edificante, que, en términos más apropiados, es llamado: la comunión de los santos. Los grandes puritanos, aunque muertos, aun nos hablan a través de sus escritos; y nos dicen cosas que necesitamos escuchar urgentemente en medio de los tiempos presentes. De manera que, en los siguientes capítulos intentaré transmitir algunas de esas cosas.
Fuentes
Gran parte del material de este libro es una reproducción o una revisión de algunos artículos que ya han sido impresos anteriormente: por esa razón habrá algunas repeticiones ocasionales.
«Por qué necesitamos a los puritanos» se basa parcialmente en un capítulo del libro de Leland Ryken, Worldly Saints [Santos del mundo] (Zondervan: Grand Rapids, 1986), p. ix–xvi.
«El puritanismo como un movimiento de avivamiento» fue publicado en la revista The Evangelical Quarterly [Publicación trimestral evangélica], LII: i (enero 1980), p. 2–16.
«Los escritos prácticos de los puritanos ingleses» surgió originalmente como una conferencia para la Biblioteca Evangélica (Evangelical Library) en 1951.
Y de entre un grupo de escritos que originalmente eran publicaciones privadas y después se convirtieron en los reportes de la conferencia anual puritan and Reformed Studies Conference surgen los siguientes ensayos: «John Owen y la comunicación de Dios» (One Steadfast High Intent, 1966, p. 17–30); «Los puritanos como intérpretes de la Escritura» (A Goodly Heritage, 1958, p. 18–26); «La conciencia puritana» (Faith and a Good Conscience, 1962, p. 18–26); «“El desarrollo y el declive de la doctrina de la justificación entre los puritanos» (By Schisms Rent Asunder, 1969, p. 18–30); «La visión puritana de la predicación del Evangelio» (How Shall they Hear?, 1959, p. 11–21); «El testimonio del Espíritu en el pensamiento puritano» (The Wisdom of our Fathers, 1956), p. 14–25; «John Owen y los dones espirituales» (Profitable for Doctrine and Reproof, 1967, p. 15–27); «Los puritanos y el día del Señor» (Servants of the Word, 1957, p. 1–12); «El enfoque puritano de la adoración» (Diversity in Unity, 1963, p. 3–14); «Jonathan Edwards y el Avivamiento» (Increasing in the Knowledge of God, 1960, p. 13–28).
Parte del material de «La espiritualidad de John Owen» fue impreso en mi introducción a la obra de John Owen, Sin and Temptation [Pecado y tentación], condensado y editado por James M. Houston (Multnomah Press: Portland, 1983), p. xvii–xxix, y otra parte fue tomada de «The puritan Idea of Communion with God [La idea puritana de la comunión con Dios]» (Press Toward the Mark, puritan and Reformed Studies Conference report, 1961, p. 5–15).
«La predicación puritana» en su forma original, fue escrito para la revista The Johnian (Lent 1956), p. 4–9.
«El evangelismo puritano» fue publicado en inglés por la editorial The Banner of Truth bajo el título puritan Evangelism, 4 (1957), p. 4–13. Una parte del material de ese capítulo proviene de mi introducción a la obra de Richard Baxter, El pastor renovado, editado por William Brown (Banner of Truth: Londres, 1974), p. 9–19.
Y finalmente, «Salvados por Su preciosa sangre» es mi introducción a la reimpresión de 1958 de la obra de John Owen, The death of death in the death of Christ [La muerte de la muerte en la muerte de Cristo] (Banner of Truth: London).
Citas
La consistencia absoluta en la reproducción de material de los siglos XVI y XVII no ha sido algo que estaba en mis planes, ni algo que se haya logrado en este libro. Los materiales se citan tal como aparecen en los libros impresos que estaba usando mientras escribía cada artículo. Así que, en los casos en los que existen reimpresiones más modernas de material puritano, generalmente las cito, pero no siempre.