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Capítulo cuatro

LOS ESCRITOS PRÁCTICOS DE
LOS PURITANOS INGLESES

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l Directorio cristiano de Richard Baxter, compuesto entre 1664–65 e impreso en 1673, de acuerdo con el juicio de los primeros editores, contiene «probablemente el mejor cuerpo de teología práctica que está disponible en nuestro idioma o en algún otro».54En su «Anuncio» preliminar, Baxter dice que lo escribió en parte para que «los ministros más jóvenes que tienen poca experiencia, puedan tener a su alcance un manual de resoluciones prácticas y direcciones acerca de los temas que deben tratar».55 Bajo el título «Casos eclesiásticos de conciencia» aborda, como se vio en el capítulo anterior, muchos asuntos prácticos en los que los ministros más jóvenes podrían necesitar orientación, y cuando responde a la pregunta 174, «¿Cuáles son los libros, especialmente de teología, que debería escoger una persona que, ya sea por falta de dinero o de tiempo, no puede leer mucho?»56 enlista lo que él consideraba «La biblioteca más pobre o más pequeña que uno puede tolerar», y con eso se refería a la colección privada de un ministro joven. Su respuesta, numerada en el estilo puritano estándar, consta de seis elementos: Una Biblia, una concordancia, un comentario, los catecismos, algo acerca de las doctrinas del evangelio, y el sexto elemento es: «todas las obras prácticas y fervorosas que puedas conseguir de escritores ingleses». Después de nombrar más de sesenta obras como esas, él repite: «Todas las que puedas conseguir».57 Tanto su repetición enfática como el tamaño de la lista58 son excepcionales. Es evidente que Baxter no tenía muchas esperanzas para los ministros jóvenes que no se sumergían en las «obras prácticas y fervorosas de los escritores ingleses».

Pero esa recomendación no la hacía únicamente para los ministros. En la carta dedicatoria de su primera obra escrita, The Saints’ Everlasting Rest [El reposo eterno de los santos] (1649; un éxito en ventas de 844 páginas, que fue reimpreso anualmente durante los primeros diez años después de su publicación), instó a su congregación de Kidderminster con las siguientes palabras: «Lean muchos escritos de nuestros teólogos antiguos y sólidos.»59 Y ahí se refería a los mismos escritores «prácticos y fervorosos». La invitación a leerlos, a menudo con recomendaciones particulares, aparece muchas veces en los libros devocionales de Baxter, los cuales fueron puestos juntos para aumentar este corpus. En el prefacio de su sermón acerca de la soberanía absoluta de Cristo (1654), Baxter escribió:

Me he esforzado por adaptar todo, o casi todo, en contenido y forma, a la capacidad de las personas del vulgo. No obstante, el contenido es muy necesario para toda clase de personas, pero lo publico principalmente para los del vulgo; y yo preferiría que este texto fuera contado entre aquellos libros que viajan de puerta en puerta por todo el país, entre la mercancía de los vendedores ambulantes, antes de que se pusiera entre los libros que se encuentran en los estantes de las librerías, o entre los libros que guardan en las bibliotecas de los teólogos eruditos. Y mi intención, si Dios me concede el tiempo y la capacidad, es diseñar de esa manera la mayoría de mis publicaciones.60

Baxter mismo, un cuarto de siglo antes, había aprendido la fe en Cristo de la obra de Sibbes, The Bruised Reed [La caña cascada], la cual compró su padre de manos de un vendedor ambulante en la puerta de su casa,61 y él no podía imaginar una mayor utilidad para sus propios libros que la de cumplir con tal ministerio. Aquí, nuevamente, podemos ver un indicador del valor tan preciado que él había encontrado en «las obras prácticas y fervorosas de los escritores ingleses».

Mi tarea en este momento es introducir o reintroducir a estos hombres ante el mundo cristiano, el cual por lo general los ha descuidado. Ya que en su época ellos fueron populares y apreciados, y después de dos siglos las personas seguían estimándolos de esa manera, pero actualmente son muy poco conocidos. El interés por el puritanismo que se ha despertado en los últimos 50 años es principalmente académico, pero parece que muy pocos creyentes están leyendo las reimpresiones puritanas que afortunadamente están disponibles hoy en día.62 Creo que esta negligencia nos ha empobrecido gravemente, y me gustaría verla llegar a su fin.

De manera que me referiré a estos «escritores ingleses prácticos y fervorosos» como puritanos, de la misma manera en la que todos los demás los llaman. Pero es importante aclarar que así es como los veían en el siglo XVIII,63 y que los autores contemporáneos no tienen la misma perspectiva. Sin embargo, es necesario resaltar que, en el campo de la teología práctica, el uso de la palabra «puritano» no corresponde con ninguna de las aplicaciones que se le daban en el periodo (1564–1642) en el que comenzó a usarse.64 Durante ese período era un insulto, el cual conllevaba uno, o los dos males, de la «iglesia pura»: el elitismo y la censura arrogante —dos formas horribles de orgullo. Esa era la carga semántica de esta palabra, la cual se aplicaba con desprecio a los que aspiraban a ser reformadores de la iglesia nacional y a las personas piadosas en general, como le ocurrió al padre de Richard Baxter, a quien sus vecinos le hacían burla llamándolo «puritano» por quedarse en su casa los domingos por la tarde para leer la Biblia y orar con su familia, en lugar de salir a bailar y jugar con el resto del pueblo.65 Aparte de los oscuros Anabaptistas de Londres, quienes, de acuerdo con el informe de John Stowe, se llamaban a sí mismos «puritanos, los corderos sin mancha del Señor»,66 nadie más reclamó ese nombre, de hecho, William Perkins, la figura paterna de estos «escritores ingleses prácticos y fervorosos» rechazó ese término como una palabra «vil».67 De manera que, es evidente que, esta palabra es inestable y difícil de manejar. R. T. Kendall observa con justicia que, «si hemos de aceptar consistentemente el término «puritano», tenemos dos opciones, o reajustar la definición para que se adapte a un hombre a la vez, o, si estamos tratando con una tradición, comenzar con una definición y terminar con otra». Kendall opta por denominar a estos hombres «prácticos y afectuosos» como: la escuela de los «predistinacionistas experimentales», lo cual es apropiado.68 Sin embargo, por comodidad, me quedaré con la descripción convencional de estos escritores, y me referiré a ellos como puritanos.

La mejor introducción a estos escritores «prácticos y afectuosos» es su historia, la cual a continuación voy a revisar de manera rápida. Ya que, ésta no es muy bien conocida. Pero lo que es más conocido es el hecho de que, a partir de 1564 la etiqueta de «puritano» aplicaba a los defensores de una reforma más externa para la Iglesia de Inglaterra; y una gran cantidad de historiadores a lo largo de dos siglos han definido al puritanismo de esa manera. G. M. Trevelyan, por ejemplo, sigue ese modelo típico cuando explica el puritanismo como «la religión de todos aquellos que deseaban “purificar” a la iglesia establecida de la mancha del papado o que buscaban adorar por separado utilizando formas de adoración más “purificadas”».69 Sin embargo, en raras ocasiones se ha reconocido que la agitación eclesiástica puritana era solo un aspecto de un movimiento religioso multifacético, cuyo principal objetivo era el evangelismo y la educación espiritual. Este movimiento pastoral, en el que los conformistas y los inconformistas, anglicanos, presbiterianos, independientes, bautistas y erastianos eran esencialmente uno, no era un movimiento espectacular, como tampoco lo son la mayoría de los movimientos pastorales. Nunca fue un movimiento con un nombre partidario, y su historia nunca se ha escrito de manera adecuada. Esa historia es una de avivamiento espiritual, que comenzó siendo pequeño, pero que a lo largo del siglo empezó a ganar más ímpetu, hasta que, las políticas de la Restauración Inglesa hicieron que éste se disolviera. En resumen, esta historia contiene los siguientes puntos.

1

Diez años después del asentamiento isabelino, la Iglesia de Inglaterra se encontraba en mal estado. En primer lugar, por causa de la falta de dinero. Las depredaciones reales y aristocráticas en la época de la Reforma habían hecho que los fondos para sostener a la Iglesia fueran tan bajos que era imposible darle sustento económico a un pastor titular. Además de eso, había falta de hombres. Las persecuciones de la reina María habían acabado con los protestantes convencidos; el Juramento de Lealtad impuesto por la reina Isabel había arrasado con los papistas convencidos; y la mayoría de los clérigos que quedaban eran hombres con capacidades muy pobres y sin convicciones claras. Se sabía que muchos de ellos llevaban una vida inmoral. Las necesidades económicas de la iglesia eran solventadas por una pluralidad de extranjeros, y los artesanos sin ninguna preparación ministerial eran ordenados al ministerio, a falta de alguien mejor, de manera que ellos únicamente leían los servicios del domingo, y durante la semana continuaban con sus oficios y sus negocios. Por esa razón, muchas iglesias permanecieron muchos años sin que se predicara un solo sermón. Ni siquiera los obispos isabelinos podían atraer al ministerio a suficientes jóvenes universitarios que ayudaran a solucionar esta podredumbre.

La ignorancia del clero rural de mediados del siglo XVI se puede juzgar a partir de los registros de la investigación del obispo Hooper sobre las condiciones en su diócesis en 1551. A esos ministros se les hicieron las siguientes preguntas:

1. ¿Cuántos mandamientos hay?

2. ¿En dónde se encuentran?

3. Repítelos.

4. ¿Cuáles son los artículos de la fe cristiana?

5. Compruébalos a través de las Escrituras.

6. Repite la oración del Padre nuestro.

7. ¿Quién nos enseñó esa oración y cómo lo sabemos?

8. ¿En dónde se encuentra esa oración?

De 311 ministros examinados, sólo 50 pudieron responder a todas las preguntas, 19 de ellos respondieron de una manera mediocre, 10 de ellos no se sabían el Padre nuestro, y 8 personas no respondieron a ninguna de las preguntas.70

Entre los años 1551 y 1570 no ocurrió nada que mejorara esa situación; sino todo lo contrario, porque como ya hemos visto, los hombres más capacitados, tanto del lado de los protestantes como del lado de los papistas, habían sido erradicados. Los únicos protagonistas competentes de la religión reformada en Inglaterra fueron los exiliados del reinado de María que regresaron, los cuales no se habían convertido en obispos ni decanos, y prácticamente todos se habían establecido en las universidades (Oxford y Cambridge) o en Londres. Y muy pocos regresaron para irse al campo. De manera que, debido a todos los cambios que ocurrieron en la religión de Inglaterra durante 20 años, era posible que la reforma doctrinal de la iglesia inglesa nunca hubiera ocurrido. En el tiempo de Eduardo VI, y también después del reinado de María, hubo algunos movimientos superficiales en dirección hacia el protestantismo en grandes sectores de la comunidad; pero para el año 1570 era evidente que esos cambios no eran nada menos que un movimiento antipapista violento. La religión de la justificación por la fe era prácticamente desconocida, y la superstición estaba extendida y arraigada entre las personas, tal como había sido en el siglo anterior. Aunque Inglaterra profesaba la religión protestante reformada y todas las personas asistían obedientemente a la iglesia los domingos (ya que era ilegal faltar a la iglesia), era una realidad que Inglaterra todavía no se había convertido.

En febrero de 1570, Edward Dering, un célebre líder puritano que predicaba ante Isabel, le habló claramente sobre este asunto.

Primero quisiera centrar su atención en sus prebendas, observe que algunas de ellas son profanadas con negociaciones, otras con reparticiones, otras son acumuladas como pensiones, otras son privadas de sus comodidades (…) Observe (…) a sus patrocinadores. Y he ahí, muchos están vendiendo sus prebendas, otros las están subcontratando, algunos las guardan para sus hijos, otros se las dan a los niños, unos las utilizan para el servicio de los hombres, y muy pocos las aprovechan para buscar pastores preparados (…) Observe a sus ministros, hay algunos de una ocupación, algunos de otra, algunos bravucones, algunos rufianes, algunos vendedores ambulantes, algunos cazadores, algunos jugadores y apostadores, algunos guías ciegos que no pueden ver, algunos perros mudos que no ladrarán…

Y, sin embargo, mientras se cometen todas estas prostituciones, usted, a quien Dios le pedirá cuentas de esto, permanece tranquila y despreocupada; dejando que los hombres hagan como mejor les parece. Debido a que todas esas cosas no afectan su propia comodidad, usted está contenta dejándolos hacer lo que quieren.71

Lo que Dering lamentó no fue la falta de ecos de Ginebra en la Iglesia de Inglaterra, sino la situación pastoral terriblemente estéril junto con el hecho de que Isabel se negara a hacer algo al respecto. En 1571, Cox escribió el siguiente testimonio de ella: «Tiene la costumbre de escuchar con la mayor paciencia los discursos amargos e hirientes;»72 y ella ciertamente se negó a dejar que las denuncias de Dering sacudieran su pasividad. La única reacción que el sermón logró en ella fue que a él se le suspendiera el permiso para predicar.

No es fácil visualizar lo que Isabel pudo haber hecho para mejorar esa situación, incluso si hubiera tenido la disposición de hacer algo; pero la realidad es que ella no quería hacer nada. Por razones políticas, ella deseaba que el clero estuviera constituido por hombres poco distinguidos, sin iniciativa, que se limitaran a seguir la corriente. Sin embargo, aquellos que estaban en busca de la conversión de Inglaterra y de la gloria de Dios en la Iglesia inglesa, no pudieron quedarse quietos igual que ella. Pero, ¿qué se requería de ellos para que alcanzaran ese avivamiento espiritual que estaban buscando? ¿Qué era lo que tenían que hacer? ¿Cuál debía ser su estrategia? Ante esas preguntas podríamos dar diferentes respuestas.

Algunos de ellos, guiados por los veteranos que habían sido exiliados por María, ya estaban haciendo campañas para remover cuatro ceremonias del Libro de oración: el sobrepelliz de los clérigos, el anillo de bodas, la práctica de marcar una cruz en la frente antes del bautismo, y la obligación de arrodillarse en la santa comunión. La objeción que ellos presentaron era que, además de la falta de aprobación de las Escrituras, esas prácticas parecían apoyar las supersticiones medievales que afirmaban que los clérigos eran sacerdotes mediadores, que el matrimonio era un sacramento, que el bautismo era mágico, y que la transubstanciación era real. Se pensaba que, si estas cosas eran quitadas, Dios sería honrado y el cristianismo básico sería apreciado mucho más.

Más adelante, en 1570, tras la destitución de Thomas Cartwright, quien tenía el título «Lady Margaret Professor of Divinity» por parte de Cambridge University, el cual fue destituido por abogar a favor del presbiterianismo en sus enseñanzas acerca del libro de los Hechos, se despertó una inquietud por «presbiterianizar» radicalmente a toda la Iglesia isabelina de Inglaterra por medio de las promulgaciones parlamentarias. Entonces, los hombres jóvenes comenzaron a liderar, y se hicieron muy evidentes la rigidez teórica y la arrogancia argumentativa, que generalmente aparecen cuando los revolucionarios juveniles están determinados a realizar algo. La famosa «Admonición al Parlamento» de John Field y Thomas Wilcocks, (que hizo que sus autores se ganaran un año en prisión) era el manifiesto de este movimiento. Ya que, también en ese escrito se insinuaba la idea de que, a través de algunos cambios, el honor de Dios y la piedad de los ingleses serían favorecidos. Edwin Sandys, arzobispo de York, había sido uno de los exiliados del reinado de María, y siempre fue un protestante valeroso, sin embargo, él veía a los agitadores presbiterianos con cierto escepticismo. En 1573, le escribió a Bullinger en Zúrich:

«Se han levantado nuevos oradores entre nosotros, jóvenes necios, quienes, al mismo tiempo que menosprecian la autoridad y no reconocen a sus superiores, están buscando derrocar y desarraigar por completo nuestra política eclesiástica (…) y se están esforzando por darnos una especie de «nueva plataforma» para la iglesia, que todavía no entiendo cómo funciona (…) para que puedas estar más familiarizado con todo el tema, recibe este resumen del asunto en cuestión, condensado en ciertos encabezados:

1. El magistrado civil no tiene autoridad en materia eclesiástica. Él es solo un miembro de la iglesia, cuyo gobierno debe estar comprometido con el clero.

2. La iglesia de Cristo no admite otro gobierno que el del presbiterio; es decir, el pastor, los ancianos y los diáconos.

3. Los nombres y la autoridad de los arzobispos, archidiáconos, cancilleres, comisarios y otros títulos y dignidades similares deben eliminarse por completo de la iglesia de Cristo.

4. Cada parroquia debería tener su propio presbiterio.

5. La elección de ministros debe estar en las manos del pueblo.

6. Los bienes, posesiones, tierras, ingresos, títulos, honores, autoridades y todas las demás cosas que les pertenecen a los obispos y a las catedrales, deberían serles quitadas desde ahora y para siempre.

7. No se le debería permitir predicar a ninguno que no sea pastor de una congregación; y éste debería predicar para su rebaño exclusivamente, y en ningún otro lugar…

Y de acuerdo con lo que Sandys declaró, nada de eso «podrá obrar para el beneficio y la paz de la iglesia, sino para su ruina y confusión. Si eliminamos la autoridad, la gente se precipitará de cabeza hacia todo lo que sea malo. Si eliminamos el patrimonio de la iglesia, al mismo tiempo estaríamos eliminando no sólo la sana enseñanza, sino la religión misma».73

Sin duda alguna, Sandys tenía razón al declarar que en la Inglaterra que el conoció, en donde la mayoría de las personas eran analfabetas y seguían estando entregadas a la ignorancia y la superstición, ese programa de reforma presbiteriana, sin importar cuales fueran sus motivos y sus justificaciones, era un programa doctrinalmente impracticable y contrario a la causa de la piedad. Lo que Inglaterra necesitaba no era el presbiterianismo sino lo que en realidad era necesario era un cuidado pastoral, es decir, que los pastores se preocuparan por atender a sus rebaños. Estos «presbiterianizadores» farfullaron intermitentemente durante los siguientes 20 años, pero no crearon una corriente de opinión sólida, y no pudieron comprobar que sus ideas eran la manera correcta para completar la búsqueda de la santificación de Inglaterra; sino todo lo contrario, y finalmente, los tratados injuriosos de Marprelate (1588–89) destruyeron la credibilidad moral de ese movimiento. ¡Burlarse de los dignatarios de la manera en la que lo hacían esos tratados, no era la fórmula para ganar almas! Fue otro evento de 1570 el que mostró un camino a seguir más fructífero.

El 24 de noviembre de ese año, el Abraham de la escuela de pastores y escritores «prácticos y afectuosos» abandonó su Mesopotamia y se dirigió hacia la tierra prometida. Su nombre era Richard Greenham y había renunciado a su beca en el Pembroke Hall de Cambridge para convertirse en ministro de Dry Drayton, a unos 12 kilómetros de la ciudad. Él fue el pastor renovado pionero (con las características que Baxter esperaría), ya que, fue el primer hombre genuinamente capaz (hasta donde podemos decir) de abordar, de una manera auténticamente apostólica, la tarea de enraizar el evangelio en la Inglaterra rural. Ya hemos hablado un poco de su trabajo.74 Él se ganó una gran reputación como consejero pastoral o (como él mismo lo concibió) médico espiritual; y para sus amigos fue algo muy lamentable que él no «dejara para la posteridad un Manual en el que comentara acerca de las enfermedades tan particulares que Dios le permitió sanar, junto con los medios que utilizó para realizar sus curaciones». La cita anterior proviene de Henry Holland, el biógrafo de Greenham, quien expandió un poco más ese tema, diciendo:

La dieta y la cura necesarias para restaurar a las almas afligidas, es un misterio muy grande, y en ese sentido, muy pocas personas han logrado trabajar para comprender y desempeñar el buen arte de la medicina espiritual, o para enseñarnos algún buen método para practicar este (…) preciado arte, y transmitirnos gran experiencia; de tal manera que el peligro es grande, pues si no conocemos las reglas y los fundamentos prácticos de este arte, podemos cometer el error de adivinar con incertidumbre cuales son los mejores remedios y discursos que se deben aplicar sobre el alma enferma. Y si un médico natural, en lo que respecta a su oficio y sus facultades, puede decir efectivamente «ars longa, vita brevis [el arte es largo, la vida es corta], cuánto más el médico espiritual puede aplicar este aforismo a ese misterio del que estamos hablando. Los sabios piadosos saben que, es mucho más difícil discernir las causas secretas que producen las mucosidades ocultas del alma; y en esa área, es mucho más peligroso proceder confiando en la mera experiencia, sin conocer este arte ni tener las habilidades necesarias (…)

Pero, este reverendo hombre de Dios, el M. [maestro] GREENHAM, toda su vida fue un hombre que trasmitió gran esperanza, y él posiblemente nos ha dado las mejores reglas para desempeñar esta misteriosa facultad…75

Greenham nunca escribió el tratado sobre dirección pastoral que sus amigos deseaban (aunque la colección de cuarenta páginas titulada «Grave Counsels and Godly Observations [Consejos serios y observaciones divinas]» de Holland, que es la primera parte de las obras de Greenham, nos muestra cuál pudo haber sido la extensión y la fuerza que hubiera tenido ese tratado); sin embargo, sí realizó la segunda mejor opción, que posiblemente fue la mejor: entrenó a muchos de los pastores de la próxima generación. Los ordenandos (aspirantes a pastor) vivían en su casa y estudiaban con él como verdaderos aprendices; y regularmente, durante la comida del mediodía, se reunía con ellos un grupo de ministros locales y visitantes de otros pueblos; de manera que, en palabras de Holland, Greenham «fue un instrumento especial en las manos de Dios para alentar y entrenar a muchos jóvenes piadosos y eruditos en el servicio sagrado de Cristo, y en la obra del ministerio».

Aunque se estableció en Dry Drayton, Greenham continuó ejerciendo una influencia considerable en la universidad, con la cual mantuvo un estrecho contacto. En 1589, estuvo en el púlpito de la iglesia parroquial universitaria de Great St. Mary’s, criticando con dureza uno de los tratados de Marprelate que hostigaba a los obispos con el argumento de que «este libro tiende a hacer el pecado ridículo, cuando debería hacerlo aborrecible». Él se opuso consistentemente a los agitadores presbiterianos de Cambridge. Les decía que su manera de actuar era «equivalente a tratar de colocar el techo antes de colocar los cimientos». «Hay algunos que, ignorando cómo reformarse a sí mismos, están hablando de reformar a la iglesia».76 «Algunos se preocupan por la disciplina de la iglesia, pero ellos mismos no son capaces de ver sus corrupciones personales».77

Toda su influencia en Cambridge se concentró en promover la religión personal y la paz dentro de la iglesia, y en hablar en contra del pecado y el cisma. Él se opuso y se resistió a todo aquello que estuviera en contra del amor cristiano y la paz, incluso cuando simpatizaba con las opiniones expresadas. En su práctica personal era un inconformista en lo que respecta a las cuatro ceremonias desagradables, y aunque simpatizaba con la visión de la reforma presbiteriana; nunca la defendió a capa y espada. Todo lo que él pedía era libertad para obedecer a su conciencia y para predicarle el evangelio a su gente. En 1573, el obispo Cox lo mandó llamar porque no había usado el sobrepelliz, y en respuesta, él escribió una explicación completa acerca de su postura. En la que se manifestó indispuesto a debatir acerca de ese tema:

Percibo por experiencia que la disensión de razones causa la alienación de los afectos. Yo creo que ese tema ya se ha debatido, y sigue siendo debatido entre los hombres piadosos eruditos, y yo, en comparación con ellos, no soy más que un simple hombre de campo, un académico joven, que durante los últimos tres años se ha encargado día con día de predicar al Cristo crucificado para sí mismo y para las personas del campo, de manera que no tengo ninguna necesidad de debatir este asunto con usted.78

Su postura al respecto nunca fue un misterio: «No puedo, ni usaré esa vestimenta, ni estaré de acuerdo con su uso, ni el uso del libro de comunión»; pero cuando fue confrontado con la pregunta: «¿Entonces cómo juzgas las acciones de hombres piadosos que creen que pueden estar de acuerdo con las ceremonias?» él no estuvo dispuesto a comprometer su integridad:

Yo reverencio a los verdaderos siervos de Dios, con sus misterios y sus vidas piadosas; yo no los juzgo en las ceremonias, porque ellos las pueden usar para el Señor, yo no quisiera ser juzgado por rechazarlos, y esto lo hago para el Señor.79

En conclusión, le recordó sutilmente al obispo que el estándar bíblico para los ministros de Cristo no depende de la conformidad a esas ceremonias. Después, él citó Mateo 7:15–16 y continuó diciendo:

Nuestro Señor celestial ha dejado la verdadera insignia, o la vestimenta común, por la cual sus verdaderos siervos serán reconocidos entre los demás (…) Este tipo de juicio, hasta ahora usted sólo lo ha aplicado en contra de mí, y yo no me sublevado; y espero que mientras yo me mantenga así, usted pueda estar contento con eso.80

En otras palabras, él simplemente estaba pidiendo ser juzgado por la calidad de su ministerio pastoral, y que se le dejara en paz para poder desempeñar su cargo. Y esa fue una característica muy marcada entre la nueva generación de pastores puritanos que fueron guiados por él entre la oscuridad espiritual de la Inglaterra rural. Algunos de ellos eran inconformistas, pero muchos estaban satisfechos con el marco existente de la iglesia establecida y la única cosa que ellos reprobaban era su falta de pastores. Así fueron hombres como Laurence Chaderton, Richard Sibbes, William Perkins, y Robert Bolton; cuya membresía de esta hermandad de maestros y médicos espirituales «prácticos y afectuosos» no se vio afectada por sus opiniones acerca de los problemas de las políticas eclesiásticas.

Durante la siguiente mitad de siglo, Cambridge produjo muchos médicos espirituales con el molde de Greenham. El Christ’s College fue su primer semillero; Dering estuvo ahí, primero como estudiante universitario, desde 1560, y después como maestro. Laurence Chaderton, quien se convirtió en protestante durante su tiempo como estudiante universitario allí, fue maestro durante casi dos décadas, antes de convertirse en el Primer Maestro del Emmanuel College, que acababa de ser fundado por Sir Walter Mildmay, en 1584. Chaderton dio una «conferencia» semanal (es decir, un sermón) en St. Clement’s Church durante 50 años, y cuando, a los 82 años, decidió dejar de predicar, recibió cartas de cuarenta clérigos que le rogaban que no lo hiciera y que testificaban que le debían su conversión a su ministerio. Fue Chaderton, a quien la audiencia le recibió sólo una vez su disculpa por haber predicado durante dos horas completas, pero Fuller testifica que, la congregación clamaba: “¡Señor, por amor a Dios, continúe, continúe!”81 Richard Rogers, «otro Greenham»,82 ministro del Wethersfield desde 1574, junto con Arthur Hildersam, predicador durante cuarenta años en Ashby–de–la–Zouch y mentor de William Gouge y John Preston, ambos fueron hombres de Cristo ; como también lo fue William Perkins, alumno de Chaderton, se convirtió cuando era estudiante ,y en 1584 comenzó a ser maestro. Paul Baynes, otro hombre de Cristo, quien sucedió a Perkins como conferenciante semanal en Great St. Andrew’s Church cuando éste murió en 1602, predicó para la conversión de Richard Sibbes, quien predicó para la conversión de John Cotton, quien predicó para la conversión de John Preston. Cuando Thomas Goodwin llegó al Christ’s College en 1613, a la edad de 12 años, este recinto universitario podía jactarse de tener a «seis maestros que eran grandes tutores, los cuales profesaban la religión del tipo más riguroso, y que después serían llamados “puritanos”».83 Un sermón de funeral acerca del arrepentimiento, predicado por Bainbridge, el maestro, muy pronto se convirtió en el instrumento humano que dio lugar a la conversión de Goodwin. De manera que, Chaderton, Rogers, Hildersam, Perkins, Gouge, Baynes, Sibbes, Cotton, Preston, y Goodwin obtuvieron el estatus de «ejemplos a seguir» como predicadores–evangelistas «prácticos y afectuosos». Así que, el movimiento de Cambridge progresó, manteniendo la profundidad espiritual y acumulando fuerza numérica durante mucho tiempo.

Lamentablemente, aunque no era de sorprenderse, los jóvenes que le siguieron la pista a estas grandes figuras patriarcales tuvieron dificultades para encontrar un cargo pastoral. Podemos imaginarnos, con justa razón, que, en esos días, muy pocos patrocinadores estaban dispuestos a ofrecer apoyo económico a los predicadores que, como era la intención de estos hombres, hablaban de una manera severa e intransigente acerca de la justicia y el arrepentimiento. En 1586, algunos estudiantes de Cambridge presentaron una petición al Parlamento, en la cual se solicitaban acciones legales con respecto a ese asunto:

Es imposible negar que ésta, nuestra Universidad, actualmente ha florecido en toda clase de buena literatura, mucho más que en cualquier otra temporada, pero gloria sea dada a Dios por ese florecimiento; sin embargo, también es imposible negar que nosotros, los que escogimos estudiar las Sagradas Escrituras y que nos hemos preparado para el santo ministerio, encontramos menos oportunidades legales para servir a la Iglesia de Dios, y se le da menos preferencia a nuestros servicios de lo que se daba en tiempos pasados, y esa es una lamentable noticia a la luz de este precioso evangelio. Justo ahora, en nuestra Universidad de Cambridge (…) hay hombres capacitados y dotados con las habilidades y dones necesarios para enseñarle a las personas ignorantes, pero esta falta de oportunidades ha sido un tema común que ha causado estragos en casi la mayoría de los rincones de esta tierra, y eso lo sabemos, en parte por experiencia, y en parte por causa de las quejas generales del pueblo, sin embargo, a causa de eso, muy pocos de nosotros tienen condiciones justas e iguales para desempeñar este oficio, y por su parte, los ministros ignorantes, la verdadera escoria del pueblo, prefirieron la ruina de miles de almas, y todo eso acarrea vergüenza para la Iglesia de Dios, y provoca la ruina absoluta del aprendizaje. Porque si nosotros mismos usamos algunos medios para obtener un cargo, la codicia de los patrocinadores es tal, y en la mayoría de los casos es tan insaciable, que no podemos esperar nada de ellos que no sea a través de simonía, perjurio, y en última instancia, una mera mendicidad. De manera que, en medio de esta gran falta de obreros, nos quedamos todo el día desocupados en la plaza, porque casi ningún hombre está dispuesto a contratarnos; así de lamentable es el estado de nuestra Iglesia en estos tiempos.84

Y aunque no se tomaron medidas oficiales al respecto; se comenzaron a hacer conferencias en muchas parroquias, para proporcionar puestos de predicación para estos jóvenes puritanos, y así la levadura del evangelio se extendió por Inglaterra durante los reinados de Isabel, Jacobo y Carlos.

2

Cada movimiento de ideas necesita su propia literatura, y el movimiento pastoral del puritanismo no se quedó atrás en esa área. En ese sentido, Perkins, un erudito con muchos dones, que tenía un estilo claro y sencillo, fue el pionero en esta literatura. En 1589, comenzó una serie de libros populares escritos en estilo de sermón para promover la piedad puritana: A treatise tending unto a declaration, whether a man be in a state of damnation, or in the estate of grace [Un tratado que busca declarar si un hombre se encuentra en el estado de condenación, o en el estado de gracia] (1589); A Golden Chain [Una cadena de oro] (1590: una proyección calvinista del plan de salvación); Spiritual Desertions [La deserción espiritual] (1591); A Case of Conscience . . . how a man may know whether he be the child of God, or no [Un caso de conciencia (…) cómo un hombre puede saber si es hijo de Dios o no] (1592); Two treatises; of the nature and practice of repentance; of the conflict of the flesh and spirit [Dos tratados; de la naturaleza y la práctica del arrepentimiento; del conflicto entre la carne y el espíritu] (1593); y muchos otros (en las obras recopiladas de Perkins, las cuales llenan tres folios, hay 47 artículos diferentes).

Otros hombres continuaron lo que Perkins inició. Richard Rogers produjo una obra extensa, Seven Treatises . . . leading and guiding to true hapiness, both in this life, and in the life to come . . . the practice of Christianity . . . in the which, more particularly true Christians may learn how to lead a godly and comfortable life every day [Siete tratados (…) que nos llevan y nos guían hacia la verdadera felicidad, tanto en esta vida como en la venidera (…) La práctica del cristianismo (…) en los cuales, de manera más particular, los cristianos pueden aprender cómo llevar una piadosa y cómoda todos los días] (1603; quinta edición, 1630; versión reducida, The Practice of Christianity [La Práctica del cristianismo], o, An Epitome of Seven Treatises [Un paradigma de siete tratados], 1618). John Downame también escribió un folio, The Christian Warfare [La guerra cristiana] (1604). Las obras de Greenham aparecieron en folio en 1599, las de Perkins entre 1608 y 1609; y las de Dering salieron a la venta en 1597. Los folios eran para los libreros de los ministros, pero para los laicos se publicaban los cuartos y los octavos (es decir, libros de bolsillo) en abundancia: Las obras separadas de Perkins, ya mencionadas; los dos libros que fueron la dote de la esposa de John Bunyan, The Plain Man’s Pathway to Heaven [El sencillo camino del hombre hacia el cielo] de Arthur Dent (1601), y The Practice of Piety [La práctica de la piedad] de Lewis Bayly (cuadragésima edición, 1640); The Ten Commandments [Los Diez Mandamientos] de John Dod y Robert Cleaver (1603; decimonovena edición, 1635); y una gran cantidad de sermones expositivos en series temáticas. Inglaterra no había tenido literatura devocional de la que valiera la pena hablar hasta que comenzó esta corriente; por lo tanto, gracias a que escribían utilizando un lenguaje laico, el mismo lenguaje que usaban al predicar, los pastores pronto pudieron captar una gran cantidad de lectores, y la influencia de sus obras publicadas en la primera mitad del siglo XVII tuvo un alcance largo y profundo.

Podemos darnos una idea del impacto que los libros puritanos tuvieron durante dos generaciones si comparamos el ministerio de Greenham en Dry Drayton con el de Baxter en Kidderminster. Greenham trabajó durante veinte años (1570–90) prácticamente sin fruto; Baxter trabajó durante catorce (1641–42, 1647–60), con un grupo de personas «que casi nunca habían tenido una predicación avivada y seria entre ellos», pero a él se le permitió ver que la mayor parte de la ciudad, que constaba de unas 800 familias y 2 000 adultos fuertes, hiciera una profesión de fe significativa. «¡Oh, qué soy yo, un gusano sin valor (…) para que Dios me aliente en abundancia, cuando los reverendos instructores de mi juventud trabajaron cincuenta años seguidos en un solo lugar y apenas pudieron decir que habían convertido una o dos de sus Parroquias!»85 Los medios utilizados fueron esencialmente los mismos en ambos casos; Baxter también podría decir con verdad que había dedicado su tiempo a «predicar al Cristo crucificado para sí mismo y para las personas del campo», tanto desde el púlpito como de manera personal con los individuos; pero la Inglaterra de Baxter, ya estaba fermentada por dos generaciones de predicaciones y escritos religiosos puritanos, de manera que era un lugar muy diferente al que le tocó a Greenham. La que antes era tierra sin arar ya había sido ablandada, las semillas ya habían sido sembradas fielmente durante varias décadas, y ahora había llegado el momento de la cosecha. En ministerios como el de Baxter, el anhelo de ver a las comunidades convertidas, que había llevado a hombres como Greenham y Rogers a sus cargos pastorales, finalmente se estaba cumpliendo.

Aunque, espiritualmente hablando, el sol de la cosecha brilló con un gran resplandor en muchas partes de Inglaterra durante la época del Commonwealth, las nubes de tormenta pronto regresaron y la historia de los «escritores ingleses prácticos y fervorosos» no termina felizmente, sino que termina en medio de sombras muy oscuras. Los puritanos que llegaron al poder en la década de 1640, a pesar de su unanimidad en lo que respecta a la religión personal, no pudieron llegar a un acuerdo unánime en las cuestiones de política (por esa razón, Cromwell tuvo que convertirse en un dictador renuente, contrario a lo que él y la mayoría de la gente deseaba). Y de la misma manera, aunque estaban en la búsqueda de la gloria de Dios en su iglesia, no pudieron ponerse de acuerdo en cuestiones eclesiásticas (por eso Cromwell tuvo que establecer una independencia abiertamente pluralista de un tipo no episcopal, no sociniano, no romano —lo cual fue del agrado de muy pocos).

Además, la excentricidad y el fanatismo vinieron a entorpecer los planes puritanos. Ya que, cuando los pastores insistían en que la conciencia debía ser controlada por la Palabra de Dios, los líderes laicos citaban las Escrituras para instar a los hombres a seguir su «luz interior». Cuando los pastores enseñaban el arte de vivir en esta tierra a la luz de la eternidad, los fanáticos soñaban con la idea de ver el reino de los cielos establecido literalmente en la Inglaterra del siglo XVII. Cuando los puritanos exaltaban el oficio pastoral afirmando que la mente de Dios era expuesta a través de las palabras del predicador, la gente, cada vez que veía a un hombre que fuera suficientemente audaz y desinhibido, lo trataba como si sus palabras y sus ideas fueran dignas de ser esparcidas en público como inspiradas por Dios. Cuando los predicadores decían que el aprendizaje sin el Espíritu Santo no producía un entendimiento de las Escrituras, las personas pensaban que la educación no era necesaria para comprender el significado de la Biblia. Y cuando los pastores puritanos, quienes tenían una formación universitaria y contaban con una verdadera erudición teológica, hablaron en contra de las tendencias de los cuáqueros, los ranters, los muggletonianos, y muchos más, las personas les decían que estaban apagando el Espíritu.

Baxter veía algo satánico en el éxito que los impresores estaban alcanzando en medio de todo eso. En 1653, el escribió: «Confieso que (…) siento preocupación por la lujosa fertilidad de la prensa libertina de los últimos tiempos, pues la considero como un designio del enemigo que tiene la intención de abrumar y sepultar (…) a aquellos escritores excelentes, acertados, y piadosos, que en otro tiempo eran leídos regularmente por las personas».86 La confusión y la inestabilidad, tanto política como espiritual, se estaban extendiendo; el avivamiento puritano se estaba consumiendo; y después de que Cromwell murió, ya nada parecía estar bajo control. Por esa razón, era inevitable que, como una reacción natural, en 1660 ocurriera la Restauración de la monarquía y de la Iglesia de Inglaterra.

Para los pastores, todo eso resultó en miseria, ya que, las leyes vengativas del Código Clarendon se encargaron de infundir miedo, expulsarlos, y reprimirlos. Y debido a que estuvieron dispuestos a mantener diligentemente sus ministerios fuera de la Iglesia de Inglaterra, eran considerados como ministros ilegales, por lo que terminaron siendo encarcelados. Ellos vieron a la Iglesia de Inglaterra rendirse ante el latitudinarismo, el legalismo, la fe ligera y la moral relajada, al mismo tiempo que el país entero imitaba ciegamente a su alegre monarca. Los grandes teólogos pastorales —John Owen, Thomas Goodwin, John Howe, Richard Baxter, Stephen Charnock— escribieron sus mejores obras durante estos años, y también las maravillosas alegorías de Bunyan fueron escritas en este periodo. Pero debido a que los pastores no podían estar totalmente de acuerdo con la afirmación de que la Iglesia de Inglaterra era una iglesia «restaurada», se les prohibió la entrada a las universidades, tanto a ellos como a los jóvenes inconformistas, y eso significaba que no podrían seguir transmitiendo sus conocimientos a otros, para preservar su especie. Por lo tanto, las organizaciones inconformistas que comenzaron a tambalearse cuando entro en vigor la Ley de Tolerancia (1689), terminaron por caer dolorosamente, y nunca más volvieron a alcanzar la estatura puritana que las había precedido. Así que, cuando John Howe, el último gigante puritano, murió en 1705, el puritanismo había terminado.

3

Entre los escritores devocionales puritanos, Richard Baxter fue reconocido desde el principio por la «celestialidad» tanto de su contenido como de su forma. La claridad y la energía, el orden y el fervor, la sabiduría y la calidez, la amplitud y la profundidad, la fidelidad ministerial y la autoridad magistral se unen en todas sus producciones «prácticas y afectuosas». De hecho, sus escritos tuvieron esa pasión impactante desde que escribió su primer libro, El reposo eterno de los santos (el cual comenzó a escribir con la intención de dirigir sus pensamientos hacia las cosas de arriba, cuando pensó que estaba en su lecho de muerte): no solo porque el libro se centra íntegramente en aquello que siempre fue esencial para la piedad que vivió y enseñó, es decir, la esperanza de gloria que fortalece el corazón, sino porque la sublime oleada de su retórica trascendió todo lo que los estilistas puritanos habían logrado hasta ese momento (1649). La prosa isabelina puritana, como la mayoría del resto de la prosa isabelina, era una prosa muy ordinaria; por su parte, los escritores de principios del siglo XVII, tales como Richard Sibbes, Robert Bolton y John Preston tenían más color y viveza; sin embargo, la elocuencia de los escritos de Baxter era tan alta que proyectaba una sombra que era capaz de cubrir a los demás escritores. Su libro «Acerca del reposo «, como él solía llamarlo, se convirtió en un éxito en ventas y, de la noche a la mañana, catapultó su prominencia como escritor de textos acerca de la vida espiritual.

James Usher, el eminente cronólogo bíblico, ex arzobispo de Armagh, tenía un mismo corazón con esta escuela de escritores «prácticos y afectuosos» y apreciaba mucho la calidad de Baxter como exponente de la verdad devocional. Al reunirse con Baxter en Londres en 1654, presentó ante él un proyecto para el avance de la religión en Inglaterra, pues consideraba que Baxter estaba totalmente capacitado para llevarlo a cabo.

En ese breve encuentro que tuve con el reverendo siervo de Cristo, el obispo Usher, todo el tiempo fue demasiado insistente para conmigo, pidiéndome que escribiera un directorio para las diversas clases de cristianos profesos, algo que pudiera servir para instruir de manera particular y precisa a cada una de estas clases; comenzando con los inconversos, luego con los bebés en Cristo, y finalmente con los cristianos sólidos; incluyendo diferentes tipos de ayudas especiales para combatir toda la gama de pecados en los cuales son propensos a caer. Por la insistencia que mostró en nuestra primer reunión, yo me di cuenta de que era algo que había estado en su mente desde antes; y le dije que, en primer lugar, muchas otras personas ya habían abundado en ese tema, y en segundo lugar, que debido a que no conocía mis debilidades, él podía tener expectativas de mí que sobrepasaban mis capacidades reales. Pero él no se quedó satisfecho con mi respuesta, y siguió insistiendo con su petición…87

Tres años después, tras la muerte de Usher, Baxter se dio a la tarea de atender esa petición. En 1657 él escribió:

…he resuelto, con la ayuda de Dios, proceder en el siguiente orden. Primero, hablaré de los pecadores inconversos e impenitentes, los cuales todavía no tienen ninguna intención de volverse a Dios (…) y para ellos, en mi opinión, es necesario utilizar un discurso persuasivo que los despierte (…) Mi siguiente objetivo es enfocarme en aquellos que ya tienen alguna intención de volverse a Dios, y en ese sentido, mi intención será dirigirlos hacia una conversión verdadera y concienzuda, evitando que se conviertan en abortivos de la fe. La tercera parte consistirá en las direcciones para los cristianos jóvenes y los más débiles, las cuales tendrán la intención de afirmarlos en la fe, edificarlos, y preservarlos. La cuarta parte, son direcciones para los cristianos distantes y propensos a apartarse, para buscar su restauración segura. Además de eso, incluyo algunas persuasiones y direcciones breves en contra de ciertos errores particulares de estos tiempos, y en contra de algunos de los pecados mortales más comunes. En cuanto a las direcciones para, las conciencias dudosas y problemáticas, ya he hablado de eso en otro lugar.88 Finalmente, la última parte está destinada más especialmente a las familias, con la intención de darles dirección en lo que respecta a las diversas relaciones de los deberes familiares.89

En esa misma línea de pensamiento, durante los siguientes años, Baxter publicó: A Treatise of Conversion [Un tratado acerca de la conversión] (1657): A Call to the Unconverted [Un llamado a los inconversos] (1658); Directions and Persuasions to a Sound Conversion [Direcciones y persuasiones para la conversión sana] (1658); Directions for Weak, Distempered Christians [Direcciones para los cristianos enfermos y débiles] (1669); Crucifying the World by the Cross of Christ [Crucificando al mundo por la cruz de Cristo] (1658); Catholic Unity[Unidad católica] (1659); Self–Denial [La autonegación] (1660); The Vain Religion of the Formal Hypocrite Detected [La religión vana del hipócrita formalista detectada] (1660); The Mischiefs of Self–ignorance[Las consecuencias dañinas de la auto ignorancia] (1662); The Divine Life[La vida divina] (1664); The Life of Faith[La vida de fe] (1670); y el vademécum familiar fue incorporado al Christian Directory [Directorio cristiano] (1673), «probablemente el mejor cuerpo de teología práctica que está disponible en nuestro idioma o en algún otro», junto con el corto Poor Man’s Family Book [Un libro para la familia del hombre humilde] (1674) y el The Catechizing of Families[La catequización de las familias] (1683). Todos estos libros son un punto culminante en la escritura devocional puritana, y puede ser un punto de partida muy útil para orientar a aquellos que buscan encontrar el camino para adentrarse en el amplio mundo de la enseñanza espiritual puritana.

4

Hasta ahora, nuestro análisis histórico nos ha mostrado cuál era el objetivo general y el carácter de las publicaciones de estos «escritores ingleses prácticos y fervorosos». Lo que ahora nos compete hacer es presentar una guía introductoria para entender más de ellos y de sus libros. Y en ese sentido, hay dos puntos generales que nos ayudarán a abordarlos de manera correcta.

Primero, debemos tener en cuenta que la teología puritana práctica era la envidia de los protestantes continentales. Ya que, debido a que tenían que defender su vida teológica en contra de la Contrarreforma romana, y por causa de las incesantes guerras que los atormentaban y los herían, las mentes de las iglesias reformadas y luteranas tuvieron que estar completamente centradas en las controversias que ocurrían a su alrededor, y, por lo tanto, nunca tuvieron la libertad para profundizar en pensamientos acerca de su vida espiritual. En la «Advertencia» de su Christian Directory [Directorio cristiano], Baxter escribió:

Hace algún tiempo, muchos teólogos extranjeros presentaron una solicitud, que fue enviada por el Sr. [John] Dury, en la cual pedían que los ingleses enviáramos un resumen de nuestra teología práctica en latín, por lo cual, doce de nuestros grandes teólogos le escribieron al obispo Usher (…) para que les enviara una forma o un método. Sin embargo, ninguno de ellos se había podido tomar un tiempo para realizar ese encargo. Se dice que el único que había iniciado esa tarea era el obispo [George] Downame, pero lamentablemente murió en el transcurso. Si esa obra hubiera sido realizada, mi trabajo estaría de sobra. Pero debido a que nadie lo ha hecho, he realizado el siguiente ensayo.90

La gran estima que las iglesias continentales tenían por la teología práctica de los puritanos se puede deducir a partir del número de traducciones que se realizaron. El libro The Practice of Piety [La práctica de la piedad] se llevó a un gran número de idiomas europeos. Las obras en inglés de Perkins fueron traducidas en latín, holandés, español, irlandés (gaélico) y galés.91 Por su parte, Baxter fue leído en lugares tan lejanos como Polonia y Hungría,92 y con respecto a las traducciones de sus obras, él escribió en 1691:

Alrededor de doce de mis obras están traducidas en la lengua alemana; y los luteranos dicen que han sido beneficiados por ellas. Algunas están traducidas al francés; una de ellas fue traducida por el Sr. John Eliot al idioma de los nativos de la Nueva Inglaterra. Multitudes de personas testifican que esas obras han sido los medios para su conversión, y que la mayoría de la información contenida en ellas ha servido para su confirmación y consolación. Y mi esperanza es que estas obras produzcan un mayor beneficio para el mundo aun cuando yo esté muerto.93

El libro que se tradujo al idioma de los nativos americanos fue Call to the Unconverted[Un llamado a los inconversos]» que contiene ese tipo de «discurso persuasivo que los despierte» y del cual Baxter escribió en otro lugar:

En poco más de un año, había unos veinte mil ejemplares que fueron impresos bajo mi consentimiento, y después de eso se imprimieron unos diez mil, sin contar muchos millares de impresiones que fueron robadas (…) Por la misericordia de Dios, he sido informado de hogares en los que casi todos los miembros de la familia han sido convertidos a través de este pequeño libro, el cual yo había publicado sin darle mucha importancia: Y por si todo eso (en Inglaterra, Escocia, e Irlanda) no fuera una misericordia suficiente para mí, Dios (a partir de que fui silenciado) ha enviado el mensaje de este libro mucho más allá de los mares; porque después de que el Sr. Eliot imprimió la Biblia en el idioma de los indios americanos, tradujo este libro (…) Pero, además, Dios lo usaría aún más; porque el Sr. Stoop, el pastor de la iglesia francesa se complació en traducirlo al elegante idioma francés e imprimirlo (…) y espero que no sea infructífero allí; ni en Alemania, donde fue impreso en holandés.94

Si nos damos cuenta de que, en su época, los escritos prácticos puritanos fueron valorados en toda Europa (¡sin mencionar Escocia y Nueva Inglaterra!) eso nos puede servir como preparación para valorar estos escritos también.

En segundo lugar, deberíamos apreciar que esta literatura devocional, aunque es «popular» en el sentido de que fue expresada de manera simple y sin presuponer ningún conocimiento técnico, eso no significa que es «popular» en un sentido que reflejara algo trivial, crudo, teológicamente inapropiado, ignorante, inmaduro, o incompetente. El esnobismo moderno del aprendizaje, a través del cual los académicos profesionales se niegan a popularizarse, produce que los que están popularizados se vean obligados a pedir disculpas por no ser académicos profesionales; pero ese no era el síndrome de los escritores del siglo XVII. Los autores puritanos eran hombres eruditos, de mente firme, bien instruidos y académicos, conforme a la tradición de Perkins, a quien Thomas Fuller declaró acertadamente como el pionero que «humilló por primera vez las altísimas especulaciones de los filósofos en lo que respecta a la práctica y a la moral»,95 pero quién en su día también era conocido en toda Europa occidental como un destacado teólogo reformado de la talla de Teodoro de Beza. Para el clero puritano era un privilegio supremo y un deber principal el poder transmitir lo que sabían acerca de Dios, y hacerlo al nivel de la gente común, tanto en sus sermones como en sus escritos, y ellos consideraban que sus escritos prácticos, principalmente el material de sermones, eran tan importantes como cualquier otra cosa que hubieran escrito.

Como todo el mundo sabe, ellos fueron grandes controversistas en cuestiones de doctrina y también en materia del orden eclesiástico, pues ellos lo consideraban esencial para sus ministerios. Ellos afirmaban que los pastores son responsables de reprender la herejía y defender la verdad, para que sus miembros no se confundan, ni se debiliten ni sufran algo peor. La verdad bíblica es algo que alimenta al alma, pero el error humano es algo que mata, por esa razón, los pastores espirituales deben proteger la sana doctrina a toda costa. Como dijo John Owen:

A ellos [los pastores] les corresponde preservar la verdad o doctrina del evangelio, la cual ha sido recibida y profesada en la Iglesia, y su obligación es defenderla de todas las oposiciones en su contra. Existe un fin principal del ministerio (…) Pero el descuido pecaminoso de esa obligación es lo que ha causado que la mayoría de las herejías destructivas y los errores infesten y arruinen la iglesia. Muchos de los que tenían la obligación de preservar íntegramente la doctrina del evangelio, en su profesión pública de la misma, han hablado «cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos». De manera que hay obispos, presbíteros, y maestros públicos, que han sido los principales promotores de herejías. Por lo tanto, esta obligación, especialmente en este momento, en el que las verdades fundamentales del evangelio están siendo impugnadas por todos lados y por todo tipo de adversarios, tiene que ser atendida de una manera muy especial.96

Pero la controversia, aunque era una necesidad dolorosa cuando surgía algún error peligroso, no tenía ningún valor en sí misma, a menos que fuera vista y utilizada como un profiláctico en contra del mal. La única forma de edificar de manera positiva era a través de la exposición directa y la aplicación práctica de la verdad. Por lo tanto, no debería considerarse extraño que los intelectuales y académicos puritanos dedicaran sus mejores esfuerzos a la escritura práctica, viendo los resultados como la corona de sus esfuerzos, y esperando que estos escritos resultaran ser más útiles que cualquier otra cosa que ellos pudieran hacer.

Al darnos cuenta de que, detrás de la elaborada simplicidad de los libros prácticos puritanos se encuentra el cuidado y la competencia de los teólogos brillantes y profundamente instruidos, deberíamos estar dispuestos a estimar en alto el verdadero valor de esta literatura.

Los libros son medios de comunicación de los autores hacia sus lectores, y lo que los autores tienen que comunicar depende directamente de quién es el autor y cuál es su esencia como persona. Existen cinco cualidades positivas que hicieron que constituyeron a los autores puritanos y que les proporcionaron los elementos para plasmar el mensaje que aún es relevante para las personas que los leen hoy en día.

En primer lugar, ellos eran, como ya lo hemos visto, médicos del alma. Ellos valoraban la verdad revelada de Dios por su poder curativo en la vida de los pecadores, y para ellos, las discusiones meramente teológicas parecían ser ajenas a la verdadera naturaleza de la teología. Perkins habló en nombre de todos ellos cuando definió a la teología como «la ciencia de vivir adecuada y felizmente por siempre».97 Y añadió, diciendo: «existe una gran bendición que surge del conocimiento de Dios (Juan 17:3)». Por lo tanto, la teología es esencialmente una cuestión práctica, y se estudia mejor cuando se le da un enfoque que tiene una finalidad práctica directa (o existencial, como diríamos nosotros). Los comentarios de Baxter con respecto a su mala salud en su adultez temprana son significativos aquí:

¡Así me mantuve durante mucho tiempo, con un oído escuchaba los pasos de la muerte acercándose, y con el otro escuchaba los cuestionamientos de una conciencia llena de dudas! y desde entonces descubrí que este método de Dios era muy sabio, y que ningún otro método era mejor para mi bien (…) Eso me llevó a escoger ese método en mis estudios, y desde ese momento comencé a descubrir sus beneficios, aunque en ese momento no me sintiera satisfecho conmigo mismo. También me llevó a buscar primero el reino de Dios y Su justicia, a darle la mayor importancia a la única cosa necesaria; y a determinar primero cuál era mi fin último; por medio de eso terminé eligiendo o rechazando otros estudios, en conformidad a ese fin: Por lo tanto, la divinidad [teología] no sólo fue parte del resto de mis estudios, como si fuera igual que todos los estudios, sino que siempre tuvo el primer lugar y el más importante. Además, eso me llevó a estudiar primero la divinidad práctica, a través de los libros más prácticos, siguiendo un orden práctico; con el propósito de instruir y reformar mi propia alma. De modo que primero me dediqué a leer una gran cantidad de nuestros tratados prácticos en inglés, antes de dedicarme a leer otros cuerpos de divinidad, con la excepción de las obras de Ursine y Amesius98

En otra parte, Baxter recomienda el mismo orden a los demás, y al hacerlo habla en nombre de los escritores «prácticos y afectuosos» como cuerpo. Ellos afirmaban que la verdad revelada de Dios es para promover una práctica que produzca beneficios en la salud espiritual; por lo tanto, la mejor manera de estudiar esta verdad es de forma práctica; así que, los pastores deben predicar y enseñar de esa manera. La doctrina del evangelio debe ser obedecida; y la verdad no sólo debe ser reconocida, sino que debe realizarse, en el sentido de hacer lo que ésta requiere de nosotros. De manera que, el teólogo más bíblico es aquel que es el teólogo más práctico, y viceversa; y a su vez, la manera más bíblica de teologizar es a través del estilo de predicación que contenga la mayor cantidad de aplicaciones y exhortaciones prácticas.

La verdad obedecida, decían los puritanos, producirá sanación. Y esas palabras encajan correctamente con la realidad, porque todos estamos espiritualmente enfermos —enfermos por causa del pecado, el cual es una enfermedad mortal en el corazón. Los inconversos están enfermos de muerte; mientras que los que han venido a Cristo, aunque han nacido de nuevo, siguen enfermos, sin embargo, van sanando gradualmente a medida que la obra de gracia continúa avanzando en sus vidas. No obstante, la iglesia es un hospital en el que nadie se encuentra completamente sano, y todos pueden tener una recaída en cualquier momento. Los pastores no son menos debilitados que otros, por medio de la presión del mundo, la carne, y el diablo; ellos son igualmente afectados por tentaciones de las ganancias terrenales, los placeres, y el orgullo, y como lo vamos a ver más plenamente en un momento, los pastores deben reconocer que aunque son los sanadores, ellos siguen estando enfermos y heridos, por lo tanto, necesitan aplicar las medicinas de la Escritura tanto a sí mismos como a las ovejas que están a su cargo en nombre de Cristo. Todos los cristianos necesitan la verdad de las Escrituras como medicina para sus almas, en cada etapa de sus vidas, y en ese sentido, la elaboración y la aceptación de las aplicaciones prácticas son equivalentes a la administración y a la ingesta del medicamento. La capacidad de aplicar terapéuticamente la verdad de Dios implica la capacidad previa de diagnosticar enfermedades espirituales, y esa capacidad de diagnóstico se adquiere primeramente por medio de la práctica de detectar y darle seguimiento a nuestros propios pecados y debilidades, sin embargo, también puede enriquecerse por otros medios secundarios. La frecuencia con la que los pastores puritanos lamentan su propia pecaminosidad no debe menospreciarse como una convención cultural trivial; más bien, eso debe ser una garantía para nosotros, como lo fue para sus primeros oyentes y lectores, es decir, es algo que nos garantiza que estos hombres sabían de lo que estaban hablando cuando buscaban «rasgar» nuestras conciencias (frase que ellos usaban), y cuando diagnosticaban nuestras enfermedades espirituales y prescribían un régimen de directrices bíblicas para nuestra cura. El secreto de su habilidad para sondear el corazón, clavar al pecado, y mostrarnos cómo el poder sanador de Cristo puede rescatarnos del mal moral y espiritual, radicaba principalmente en su propia auto examinación y su auto conocimiento delante de Dios.

En segundo lugar, ellos eran expositores de la conciencia. Sus escritos prácticos siempre son exposiciones de las Escrituras, dirigidas a los fines que las Escrituras mismas establecen: «para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir [nutrir y entrenar] en justicia» (2 Timoteo 3:16). La hermenéutica puritana, aprendida de la Escritura misma (más precisamente, del uso que el Nuevo Testamento le da al Antiguo), era una hermenéutica que les permitía ver los siguientes aspectos: (1) cómo la palabra escrita nos muestra la naturaleza y las relaciones mutuas entre Dios y los hombres, (2) la forma en la que se vuelve real la relación de pacto de amor en Cristo, y (3) cuál es la manera de vivir una vez que esa relación es una realidad. El método expositivo puritano consistía en establecer las doctrinas —es decir, los principios concernientes a la relación en Dios y nosotros— que estaban implícitas en sus textos, para después aplicarlas. Por esa razón a los escritores se les llamaba «prácticos». Sus aplicaciones estaban dirigidas hacia la conciencia, es decir, presentaban razonamientos prácticos y autocríticos: razonamientos que nos llevan a cuestionarnos con respecto a nuestras obligaciones, nuestras deficiencias, y el estado presente de nuestra relación con Dios. Los puritanos creían que esa era la forma bíblica de exponer las Escrituras, y recurrían al Espíritu Santo en busca de la ayuda para honrar a las Escrituras: por medio de proveerle a la audiencia un buen entendimiento y una convicción de la verdad divina que está siendo expuesta, despertando en ellos un proceso de autocrítica, y proveyéndoles las respuestas apropiadas para respaldar el veredicto al que se ha llegado a través de la exposición bíblica. Estas respuestas abarcaban todas las áreas de la fe, la esperanza y el amor; el arrepentimiento, la humildad y desconfianza hacia uno mismo; la autonegación, la devoción privada y la obediencia; la alabanza, la acción de gracias, la súplica y la adoración; además de los diversos «afectos» resolutivos (no sólo oleadas de emoción pasajera, sino afectos que consolidan las inclinaciones de corazón con un énfasis experiencial) que contribuyen a la comunión y a la unión real con Dios. Su énfasis en la importancia de estos afectos resolutivos, y sus esfuerzos constantes por estimularlos y fortalecerlos (alegría, tristeza, deseo, temor, y muchos otros, todos enfocados hacia un objeto apropiado), explica por qué estos escritores eran llamados «afectuosos».

Y dentro de la hermenéutica puritana estaba incrustada una creencia, la cual había sido argumentada de una manera tan exitosa por los reformadores, que sus sucesores ingleses pudieron darla por sentada y ponerla en práctica, y esa era la creencia de que, la justificación por gracia y por fe a través de los méritos de Cristo, era como un prisma dado por Dios, a través del cual tenían que ser pasadas todas las Escrituras, para poder ver plenamente cuál era la luz y la verdad que éstas tenían para nosotros. William Tyndale, quien, en éste como en muchos otros asuntos, puede ser llamado el abuelo de la teología práctica puritana, explicó la afirmación anterior de la siguiente manera:

Por lo que estos dos puntos, es decir, la ley interpretada espiritualmente, entendiendo cómo es que aquello que no es hecho con un amor sincero desde lo profundo del corazón es un pecado condenable (…) y el hecho de que las promesas que han sido dadas al alma arrepentida que tiene sed de ellas y clama por ellas ante la misericordia paternal de Dios, sólo a través de nuestra fe, sin tener mérito alguno por nuestras obras, sino sólo por Cristo y por los méritos de Sus obras (…) yo considero que, si esos dos puntos están escritos en tu corazón, serán la llave que abrirán las Escrituras ante ti…99

Y las directrices para el estudio de las Escrituras continúan. Tyndale hace referencia a 2 Timoteo 3:16; Romanos 15:4; y 1 Corintios 10:11, y procede diciendo:

Por lo tanto, busque en las Escrituras, conforme las va leyendo, primero la ley (lo que Dios nos manda hacer); y después las promesas (…) en Cristo Jesús nuestro Señor. Luego busque ejemplos, primero de consuelo, cómo Dios purga a todos los que se someten a caminar en Sus caminos, en el purgatorio de tribulación (…) nunca queriendo que ninguno de ellos perezca, sino que se aferren a Sus promesas. Y finalmente note los ejemplos que están escritos para infundir temor a la carne, para que no pequemos; es decir, cómo es que Dios soporta a los pecadores impíos y perversos, permitiendo que continúen en su maldad (…) los cuales endurecen sus corazones contra la verdad, y como consecuencia, Dios los destruye por completo.100

Y continúa instruyendo:

para que pueda usted tomar las historias y las vidas que están contenidas en la Biblia como ejemplos seguros e indubitables de que Dios tratará con nosotros hasta el fin del mundo.101

Una vez que esos principios son aplicados, de acuerdo con Tyndale, las Escrituras se interpretarán a sí mismas: «La Escritura da cuentas de sí misma, y siempre se expone a sí misma por medio de otro texto abierto».102 La llave es la justificación por la fe, y la puerta (como es de esperarse) es la epístola a los Romanos. «Una luz y un camino hacia la Escritura completa», como Tyndale la llama, y traduce el veredicto de Lutero al respecto: «una luz brillante, y suficiente para alumbrar toda la Escritura».103 Estos principios exegéticos fueron transmitidos a la hermandad puritana por Perkins, quien estableció que, si uno comenzaba a estudiar Romanos y continuaba con el Evangelio de Juan, tenía la clave para entender toda la Biblia.104 En ese sentido, los estudios más detallados nos demuestran que, prácticamente estos principios tienen un estado axiomático en toda exégesis puritana.

Los recuentos puritanos acerca de la fe —la fe que trae justificación y por la cual los cristianos viven cada día— no son uniformes en todos los aspectos. Todos los escritores están de acuerdo en que la fe es más que una simple creencia de hechos conocidos, pero cuando intentan mostrar qué más es, sus definiciones divergen un poco. Perkins, consciente de la manera en la que los reformadores utilizaban las Escrituras para correlacionar la fe con el testimonio del Espíritu en las promesas de Dios, llegó a la conclusión de que la esencia de la fe está en la seguridad aplicativa, la cual veía como un ejercicio de la mente; Ames, su discípulo, consciente de la manera en la que los reformadores usaron la Escritura para presentar al Cristo vivo, crucificado y resucitado, como el objeto de la fe, y evidentemente influenciado por la perspectiva voluntarista de los Arminianos, con quienes debatía constantemente, concluyó que la esencia de la fe reside en recibir y confiar personalmente en Cristo a través de los términos del pacto, lo cual él veía como un ejercicio de la voluntad; y la mayoría de los recuentos puritanos que se escribieron después de Ames, y posiblemente también antes, incluyen ambos elementos.105 Pero todos los puritanos ven la fe como algo que involucra la conciencia, es decir, el juzgarse a sí mismo en la presencia de Dios a la luz de la verdad bíblica, y por lo tanto, estructuran todas sus exposiciones bíblicas con el propósito de inducir y nutrir la fe, utilizando directrices prolongadas y apelaciones a la conciencia. Un ejemplo típico de esta disciplina mental consciente en este asunto es la directriz de John Owen al comienzo de su gran y complejo tratado The Doctrine of Justification by Faith[La doctrina de la justificación por la fe]:

Es la dirección práctica de las conciencias de los hombres, en su aplicación a Dios por Jesucristo, para la liberación de la maldición debida al estado apóstata, y para la obtención de la paz para con Él (…) eso es lo único para lo cual está destinado el manejo de esta doctrina (…) Y no podemos tratar esta doctrina de manera segura o útil, sino únicamente en lo que respecta a los mismos fines para los cuales es declarada, y para los cuales se aplica en la Escritura, no debemos (…) apartarnos de atender este caso y su resolución, en todos los discursos de este asunto. Porque nuestra obligación con respecto a la función de esta doctrina es buscar la instrucción, la satisfacción, y la paz de las conciencias de los hombres, en lugar de ocuparnos en las nociones curiosas y las disputas sutiles.106

Y esto sucedía no solamente respecto a la justificación, sino que en todas las cosas, desde el principio hasta el fin, la consideración puritana del enfoque, ejercicio y fruto de la fe, se estructuraba en términos de la conciencia que recibe la Palabra de Dios, y que por Su luz, emite un juicio propio equivalente al de Dios, y considera que su propio estado delante de Él puede ser, o es en misericordia de pacto mediante Cristo. Eso explica por qué, en esa época, ellos a menudo eran llamados «experimentales», y nos aclara a qué se referían cuando hablaban de la «experiencia» cristiana. En ese sentido, no usaban esa palabra para referirse a todos los estados de conciencia y emoción como tales; la usaban con cuidadosa precisión para referirse a todo lo que está relacionado con vivir la vida de fe, a través del ejercicio de conciencia en la palabra de Dios. Y cuando hablaban acerca de la experiencia, tampoco se referían a su propia experiencia como un punto de referencia; en realidad, lo que hacían era leer la Biblia como un libro de experiencia normativa, sin dejar de considerar que también es un libro de doctrina normativa. Así que, cuando hacían eso, estaban en busca de un ideal que era un tesoro peculiar del biblicismo agustiniano, el cual estaba presente en el mismo Agustín, en San Bernardo, en los reformadores, en los puritanos originales, o en los puritanos de los últimos días tales como C. H. Spurgeon y Martyn Lloyd–Jones. De manera que, lo que los agustinos ven, en contraste con lo que otros no ven, es que aquellos documentos bíblicos en los que los escritores transmiten su enseñanza al contar su experiencia, son textos que deben establecer estándares de experiencia espiritual y estándares de verdad divina, y deben exponerse de tal manera que se enfaticen y se hagan cumplir tanto los unos como los otros. Si, en particular, la enseñanza apostólica ha de ser presentada como definitiva, también lo debe ser la experiencia apostólica, ya que los apóstoles regularmente cuentan su doctrina en términos de su efecto en sus propias vidas, y la respuesta de sus propias conciencias ante ella: una y otra vez, tanto su mensaje como su experiencia se expresan en términos que se relacionan unos con otros. (Para ilustrar esto, podemos considerar Romanos, 2 Corintios, Gálatas, Filipenses y 1 Juan como ejemplos). Aquí hay otro asunto sobre el cual es apropiado decir: lo que Dios juntó, no lo separe el hombre.

En ese sentido, los puritanos eran verdaderamente ejemplares. Al estudiar las epístolas del Nuevo Testamento, los Salmos y los «ejemplos» de fe y fidelidad y sus contrapartes en ambos Testamentos, los puritanos, además de elaborar una completa serie de formulaciones de la doctrina de la gracia de Dios, también formularon una serie de experiencias distintivas que deberían resultar de cada una de esas doctrinas; y así como aprendieron a refutar herejías y corregir errores que estaban distorsionando el evangelio apostólico, también aprendieron a diagnosticar y prescribir tratamiento, no como los curanderos charlatanes (que eran «empíricos ciegos» como los llama Holland, los cuales causan estragos en el alma que son mucho más severos que los estragos causados por los curanderos corporales) sino como verdaderos médicos con una base teórica adecuada para respaldar los diagnósticos y los remedios que ofrecen. Aquellos que ven a los reformadores como quienes le han dado a la iglesia las formulaciones clásicas de la doctrina de la gracia salvadora de Dios, deberían reconocer a los puritanos como exponentes clásicos, por su comprensión de la fe y la conciencia, y por la aplicación de esa doctrina a las necesidades espirituales humanas. Si los reformadores son los teólogos clásicos, entonces los puritanos tienen que ser los guías espirituales y pastores clásicos, eso es algo que cualquiera puede descubrir casi inmediatamente después de empezar a leer sus escritos.

En tercer lugar, los puritanos eran educadores de la mente. En este punto hago referencia a su método de enseñanza. Durante los siglos XVI y XVII se le dio mucha importancia a la teoría educativa, de manera que los pastores puritanos como cuerpo tenían una técnica educativa bien planificada, y eso es justo lo que ahora vamos a explorar.

El punto de partida fue su certeza de que la mente debía ser instruida e iluminada antes de que la fe y la obediencia fueran posibles. «La ignorancia constituye casi cada error», escribió Baxter, y una de sus máximas favoritas sobre la predicación era: «primero la luz, después el calor». El calor sin luz, es decir, la pasión en el púlpito sin precisión pedagógica, no le serviría a nadie. Para ellos, si los congregantes de la iglesia demostraban una falta de disposición para aprender la fe y aceptar la instrucción de los sermones, eso era una señal segura de la falta de sinceridad que había en sus corazones. «Si alguna vez llegan a ser convertidos, esfuércense por hallar el verdadero conocimiento», le dijo Baxter a su congregación de la clase trabajadora, y cuando ellos se comportaron como las congregaciones modernas y objetaron diciendo: «nosotros no somos personas letradas, y por lo tanto, Dios no exigirá mucho conocimiento de nosotros», él respondió de la siguiente manera:

(1) Todo hombre que tenga un alma capaz de razonar debe conocer al Dios que lo creó; y saber el fin por el cual debe vivir; y conocer el camino hacia su felicidad eterna, y eso es una realidad tanto para ustedes como para los más eruditos: ¿acaso sólo los hombres letrados tienen la necesidad de que sus almas sean salvadas para que no se pierdan? (2) Dios les ha aclarado Su voluntad en Su Palabra; Él les ha dado maestros y muchas otras ayudas; para que no tengan excusa si son ignorantes; y aunque no sean eruditos tienen la obligación de saber cómo ser cristianos. Ustedes pueden encaminar sus almas hacia el cielo en su lengua materna, aunque no tengan conocimientos del hebreo o del griego; pero si permanecen en la oscuridad de la ignorancia nunca van a encontrar el camino. (3) …Por lo tanto, si ustedes creen que pueden permanecer privados del conocimiento, también pueden creer que estarán privados del amor y de toda obediencia; porque no puede haber ni amor ni obediencia sin conocimiento (…) Si en lo que respecta a la disposición de obtener el conocimiento de Dios y las cosas celestiales tuvieran la misma disposición que tienen para adquirir el conocimiento necesario para trabajar en sus negocios, entonces hoy mismo antes de que empezara el día se habrían encargado de buscar ese conocimiento, y no habrían escatimado en costos ni esfuerzos hasta que lo hubieran obtenido. Pero ustedes consideran que siete años es apenas el mínimo suficiente para aprender un oficio, y no están dispuestos a apartar un día entre siete para aprender diligentemente acerca de los asuntos de su salvación.107

Y en otra parte les dijo:

Si el cielo es algo demasiado alto como para que ustedes piensen en él, y se preparen para entrar en él, entonces también será algo demasiado alto como para que lo posean.108

Todos los puritanos consideraban que los sentimientos religiosos y las emociones piadosas sin conocimiento eran algo peor que inútil. Para ellos, sólo después de haber sentido la verdad, era posible que las emociones se volvieran de alguna manera deseables. Cuando los hombres sentían y obedecían la verdad que conocían, eso se consideraba como una obra del Espíritu de Dios, pero cuando ellos eran sacudidos por sentimientos sin conocimiento, eso era considerado como una señal segura de que el diablo estaba obrando, ya que los sentimientos divorciados del conocimiento, junto con la urgencia por actuar en la oscuridad de la mente, ambas cosas eran consideradas tan dañinas para el alma como lo era el conocimiento sin obediencia. Entonces, la enseñanza de la verdad era la tarea principal del pastor, y de la misma manera, el aprendizaje de la verdad era la tarea principal del laico.

¿Pero de qué manera debía ser enseñada la verdad? Principalmente, desde el púlpito, por medio de un análisis sistemático y una aplicación bíblica de los textos, y todo eso era abordado como declaraciones del Espíritu Santo. El método básico fue establecido por Perkins en su obra The Art of Prophecying [El arte de profetizar]. El predicador tiene la obligación de ser un siervo del texto, convirtiéndose en un simple portavoz de su mensaje. Lo primero que debe hacer es parafrasear el texto, dar la «conexión» (contexto) y señalar su estructura y sus componentes, es decir, «dividir» el pasaje: y todo eso para asegurarse de que sus lectores entiendan el significado general y el alcance que estaba en la mente del escritor bíblico. Después tiene que extraer una o más proposiciones doctrinales que están afirmadas, implicadas, presupuestas, o ejemplificadas en el texto. Por ejemplo, Arthur Hildersam a partir del Salmo 51:1–2 «plantea» las siguientes tres «doctrinas»:

Que el pueblo de Dios, cuando está en aflicción, debe correr a Dios en oración y buscar consuelo de esa manera; que el perdón del pecado es más deseable que la liberación de los juicios más grandes que nos pueden sobrevenir; que aún los mejores siervos de Dios no tienen ningún fundamento para buscar el favor de Dios para el perdón de sus pecados, sino solo el fundamento de la misericordia del Señor.109

John Owen, a partir de la segunda mitad de Romanos 8:13, plantea estas tres doctrinas:

Los creyentes más selectos, quienes tienen la seguridad de que han sido librados del poder condenatorio del pecado, aún deben ocuparse todos los días en la mortificación del poder del pecado interno; El Espíritu Santo (…) es el único suficiente para esta obra (…); El vigor, el poder y el conforte de nuestra vida espiritual dependen de nuestra mortificación de las obras de la carne.110

El libro de Baxter A Call to the Unconverted [Un llamado a los inconversos] es una extensa exposición de siete doctrinas derivadas de Ezequiel 33:11:

Es una ley inmutable de Dios, que los impíos vivirán si se vuelven; Dios se complace en la conversión y la salvación de los hombres, pero no se complace en su muerte o condenación (…); Eso es una verdad innegable, que (…) Dios (…) ha confirmado (…) solemnemente por Su juramento; El Señor reitera Sus mandamientos y persuasiones a los impíos para que se vuelvan; El Señor condesciende al razonar el caso con ellos, y les pregunta a los malvados, ¿por qué moriréis? Si después de todo esto, los malvados no se vuelven, Dios no dejará que pase mucho tiempo antes de que perezcan, pero perecerán por sí mismos (…) ellos morirán porque quisieron morir.111

Una vez que estas doctrinas eran establecidas, los predicadores procedían a «probarlas» por medio de un análisis más profundo del texto, además de apelar a otros pasajes de la Escritura; ellos también tenían la obligación de «aclarar» los posibles malentendidos y dificultades del texto y «confirmar» la veracidad del texto ante las objeciones que pudieran surgir en la mente de los oyentes. Por otra parte, los predicadores debían llevar la «doctrina» hacia la aplicación o «uso». Por lo general ellos subdividían la aplicación en varios «usos» particulares, es decir, los diferentes usos de la información, a través de los cuales la verdad se aplicaría para instruir a la mente y moldear el juicio, de modo que el hombre pudiera aprender a ajustar sus pensamientos y opiniones en conformidad a la mente revelada de Dios. Entre estos usos se encontraban: los usos de exhortación o de disuasión, mediante los cuales le mostraban al oyente qué hacer y qué no hacer a la luz de una doctrina; los usos de lamentación y persuasión, mediante los cuales el predicador intentaba que los oyentes fueran conscientes de la necedad ciega de aquellos que no responden a la gracia de Dios que era demostrada en la doctrina, con el objetivo de despertar en ellos la intención de actuar en respuesta a esta gracia; los usos de consolación, mediante los cuales la doctrina era mostrada como una respuesta a las dudas y la incertidumbre; los usos de juicio, o de auto examinación, mediante los cuales el predicador llamaba a la congregación a juzgar su propia condición espiritual a la luz de una doctrina (la cual, por ejemplo, podía declarar una de las marcas de un hombre regenerado, o alguna obligación o privilegio del cristiano); y muchos otros tipos de usos. Los detalles particulares de este método expositivo pudieron haber variado, pero siempre dentro de los conceptos de la doctrina y los usos. En ese sentido, John Owen comentó: «Si un sermón no tuviera doctrina y uso, sería un sermón muy burdo».112

La aplicación siempre debe ser relevante, de lo contrario lo único que tendríamos en los sermones sería un histrionismo hueco, y debido a que las congregaciones contienen personas con muchas condiciones espirituales diferentes, se debe presentar una amplia gama de aplicaciones constantemente. Siempre debe haber algo de aplicación para cada oyente. Perkins les ofrece a los predicadores una cuadrícula de siete partes para planificar sus aplicaciones.113 En primer lugar, él dice que el predicador se va a encontrar con «no creyentes: sin conocimiento y sin disposición a ser enseñados»; para los cuales propone la estrategia de «reprender en ellos algunos de sus pecados notorios, para que, siendo perforados y aterrados en sus corazones, se vuelvan personas con mayor disposición para ser enseñados». En segundo lugar, habla de que los «no creyentes, sin conocimiento, pero con disposición para ser enseñados», quienes necesitan ser instruidos con las doctrinas fundamentales del evangelio, de preferencia, a través del uso de las preguntas y respuestas del catecismo (un medio de instrucción puritana que tiene muchas ventajas) como ayuda complementaria después de los sermones. En tercer lugar, habla de las «personas con un poco de conocimiento y que no son humildes»: quienes necesitan escuchar la manera en la que la ley de Dios los condena. En cuarto lugar, las «personas humildes»: quienes necesitan escuchar «las doctrinas de la fe y el arrepentimiento, junto con las consolaciones del evangelio». En quinto lugar, las «personas que creen»: quienes necesitan ser cimentados en «(1) las doctrinas relacionadas con el evangelio: la justificación, la santificación y la perseverancia. (2) En la ley sin su maldición, a través de la cual se les debe enseñar a dar frutos dignos de arrepentimiento procedentes de una obediencia renovada». En sexto lugar, las «personas que han caído», ya sea con respecto a la fe o a la verdadera justicia: quienes necesitan « ser instruidos en esa doctrina de la que se han desviado hacia el error (…) siendo persuadidos e inculcados (o en un sentido, siendo azotados) tanto con la doctrina del arrepentimiento, como con un afecto fraternal». Y en séptimo lugar, menciona a «las personas mezcladas, un grupo mixto que se congrega en nuestras iglesias» (esto era cierto. La asistencia a la iglesia era requerida por la ley durante el reinado de Isabel. Existía una cuantiosa multa de un chelín para la primera vez que uno faltaba a la iglesia, la cual se incrementaba si uno repetía la ofensa de faltar. Esta ley, cuyo propósito era acabar con los recusantes católicos, provocó que los pastores tuvieran una audiencia cautiva constantemente, sin embargo, eso no quería decir que siempre fuera una audiencia despierta), ¿qué se recomienda hacer en esos casos? Que los predicadores cambien sus tipos de aplicaciones de manera constante. Luego entonces, las aplicaciones serán relevantes para varios oyentes, y así, el pozo de material para las aplicaciones nunca se quedará sin agua. Muchas formas y niveles de aplicaciones para hacer que uno «regrese a casa» (expresión utilizada por Alexander Whyte) pueden extraerse por inferencia de casi cualquier texto que el predicador esté utilizando.

Y debido a esto, y a causa de que de un mismo texto era posible derivar muchos puntos de doctrina diferentes, y además, ya que una vez que las doctrinas eran introducidas, ellos tenían la inclinación a sentir la necesidad de dar una explicación completa y exhaustiva para evitar malas interpretaciones, los predicadores puritanos podían «quedarse parados» en el mismo texto y usar ese mismo texto para muchos sermones consecutivos, y permanecer con un solo pasaje durante meses o incluso años. Ver el resultado de eso en su forma impresa es algo desalentador para el ojo moderno: el despliegue de tantos títulos y subtítulos es algo imponente, y uno termina fácilmente sintiéndose abrumado. Pero una de las razones principales por la que estas exposiciones nos dejan abrumados, es porque están controladas por un interés muy fuerte por la Biblia como un todo, con mucha más intensidad de lo que estamos acostumbrados. Mientras nosotros estamos acostumbrados a concentrar toda nuestra atención en el flujo de un solo pasaje sin hacer muchas alusiones a otras partes de las Escrituras, los expositores puritanos se esforzaban por mostrar cómo cada pasaje se refleja y se vincula con la enseñanza del resto de la Palabra de Dios. Además, una segunda razón por la que nos sentimos abrumados es porque, nuestra manera de presentar un tema es dar por sentado una ignorancia total e iniciar a construir de manera inductiva a partir de un punto de partida dado; pero los puritanos daban por sentado un conocimiento previo del tema y comenzaban a desglosarlo a través de un análisis transversal. La afirmación de Petrus Ramus, un educador protestante francés del siglo XVI, de que el análisis dicotómico era la mejor manera de entender cualquier tema, llevó a muchos puritanos a «dividir» de esa manera los textos y a explicarlos con lujo de detalle desde el púlpito, bajo el supuesto de que eso haría que todo lo que expusieran fuera claro y memorable. Confiamos que verdaderamente fue así para las personas de entonces, pero no podemos negar que para nosotros la lectura de los tratados puritanos en un inicio resulta ser muy compleja. Sin embargo, el ir anotando los encabezados mientras leemos, puede ayudarnos bastante para seguir la estructura de sus presentaciones en nuestras mentes.

Este método analítico puritano es la razón por la cual las exposiciones puritanas eran tan extensas: 6 000 páginas (en formato de cuarto) de Joseph Caryl acerca del libro de Job; más de 2 000 de John Owen (tamaño folio) acerca de la carta a los Hebreos; 152 sermones de Hildersam sobre el Salmo 51:1–7; más de 800 páginas (con letra pequeña en todas las ediciones modernas) de William Gurnall en su Tratado de Efesios 6:10–20, titulado: El cristiano con toda la armadura de Dios; ¡etcétera! Lo que llevó a los puritanos escribir de una manera tan extensa, fue su pasión por la minuciosidad al extraer todas las doctrinas y desarrollar todas las aplicaciones. Claramente, una vez que comenzaron a extraer implicaciones y aplicaciones, les resultó difícil detenerse. Sin embargo, su variedad de temas es excelente, y muy pocas veces repiten las mismas ideas, por otra parte, la sensación de que comienzan en el medio en lugar de al principio es algo que se olvida fácilmente a medida que continúas leyendo, y finalmente, una vez que atrapan tu interés es muy difícil que éste se desvanezca. Y si hubiera quienes me dijeran que no creen eso, yo les respondería: ¡Gustad y ved!

En cuarto lugar, los puritanos eran encargados de hacer cumplir la verdad. Este punto tiene que ver con la forma de sus palabras. Ellos le dieron la espalda a los aires de grandeza que se ganaban los predicadores «ingeniosos» de gran reputación en la corte o en Oxford y Cambridge. Por lo que, ellos en lugar de eso, escogían un estilo sencillo, directo, y solemne, que a su vez era vivaz y sin pretensiones, y ese era el estilo que tenían sus mensajes; pero esa sencillez estaba acompañada con poder. Perkins dio de qué hablar en Cambridge al predicar resueltamente de esta manera simple y lúcida; algunos que lo escucharon lo describieron como «un hombre vacío y estéril, y un académico insignificante y mezquino»114, pero cuando Thomas Goodwin fue a Cambridge en 1613, encontró el recuerdo del ministerio de Perkins todavía vivo, a pesar de que su muerte había ocurrido 11 años atrás. Al principio, Goodwin había propuesto en su corazón convertirse en un predicador «ingenioso» como el Dr. Senhouse de Saint John’s, cuyos sermones eran «el más eminente y variado fárrago de flores de ingenio en comparación con cualquiera de los padres, los poetas, las historias, o cualquier clase de texto que pudiera tener plasmada la elegancia del ingenio». Sin embargo, después de su conversión, renunció a tal presunción.

Llegué a tomar esta resolución como un principio de vida, que predicaría palabras íntegras y sanas, sin recurrir a los artificios y la vanidad de la elocuencia (…) Yo (…) me he mantenido en ese propósito y práctica durante estos 60 años [Goodwin estaba escribiendo esto al final de su vida]. He predicado lo que considero que ha sido verdaderamente edificante, tanto para la conversión de las almas como para prepararlos en el camino a la vida eterna.115

Eso era algo típico en esa época. Los puritanos como cuerpo tenían claro que el trabajo del predicador no era presumir su propio conocimiento, sino mostrar la gracia de Cristo, diseñando sus sermones con la intención de buscar el beneficio de otros, en lugar de buscar aplausos para sí mismo. Por lo tanto, la predicación puritana giraba en torno a las tres erres de la religión bíblica: ruina, redención, regeneración, y vestía a estas verdades del evangelio con el vestido formal de la simplicidad instruida.

En el prefacio de su Treatise on Conversion [Tratado sobre la conversión], Richard Baxter busca desarmar a los escarnecedores del «estilo sencillo» al explicar que en los sermones que constituyen su tratado «tenía el deber de predicar no solo a una audiencia popular, sino también a la parte más ignorante y torpe de la audiencia». Y después continúa:

Las palabras más sencillas son la oratoria más provechosa que se puede utilizar para tratar los asuntos de mayor importancia. Las palabras finas sirven para adornar, y las palabras delicadas, para deleitar a la gente; (…) y cuando estas dos clases de palabras se unen, para el oyente (…) o para el lector se vuelve muy difícil observar el asunto principal en medio de todos los adornos y las delicadezas, y es casi imposible hacer que la audiencia no se desvíe del tema (…) también es imposible escuchar o leer un discurso meticuloso, breve, y sentencioso, sin ser lastimado por él; porque eso a veces estorba la función del tema, y mantiene al corazón lejos de lo que es importante, y lo detiene por causa de tanta sofisticación, y hace que el corazón se vuelva tan ligero como ese estilo. Ninguna persona se porta con galantería y delicadeza cuando tiene que correr a apagar un incendio, y cuando vemos a una persona en riesgo no le pedimos que salga de ahí con palabras elocuentes. Cuando vemos que una persona cae en el fuego o en el agua, ninguno de nosotros levanta gentil y delicadamente a esa persona (…) Nunca olvidaré el placer que sintió mi alma, cuando Dios avivó mi corazón por primera vez con estos asuntos, y cuando recién ingresé a la seriedad en la religión: cuando leí un libro como el de los sermones del obispo [Lancelot] Andrewes , o cuando escuché ese tipo de predicación, no sentí vida en ella; pensé que estaban jugando con las cosas santas (…) Pero fue ese predicador sencillo y apremiante el único que parecía producir en mí una tristeza buena (…) y el hablar con vida, con luz, y con peso: y fueron ese tipo de escritos los que resultaron extremadamente placenteros y agradables para mi alma. Y sin embargo, debo confesar que, aunque en ese tiempo no podía digerir la exactitud y la sobriedad de esos mensajes como lo hago ahora, aun así, valoro la seriedad y la sencillez: y cuando estoy escuchando o leyendo, siento en mí mismo un desprecio por ese ingenio en la predicación, pues lo veo como una tontería orgullosa, que tiene un sabor a liviandad, y que tiende a evaporar verdades que tienen un peso importante, convirtiéndolas en fantasías y manteniéndolas alejadas del corazón. Así como un actor de teatro, o un bailarín de las danzas Morris, son diferentes a un soldado o a un rey, también existe una gran diferencia entre esos predicadores y los verdaderos ministros fieles de Cristo; pues debido a que estos hombres parecen más jugadores que predicadores en el púlpito, por lo general sus oyentes más bien van a jugar con un sermón en lugar de ir a escuchar un mensaje del Dios del cielo acerca de la vida o la muerte de sus almas.116

La «noble negligencia» del estilo de Baxter, que se puede ver reflejada en parte a lo largo de la cita anterior, no debe tomarse como un ejemplo determinante para indicar que la prosa puritana era de alguna manera una prosa negligente. El estilo latinizado de Owen es tortuosamente exacto, al igual que el enmarañado estilo «familiar» de Goodwin; por su parte, Baxter y Bunyan escribieron con una prosa religiosa llena de fuerza y sagacidad, de una manera tal que, desde sus días hasta la actualidad, nunca ha sido igualada, ni mucho menos superada; mientras que William Perkins, Richard Sibbes, Thomas Watson, Thomas Brooks, Thomas Manton y William Gurnall (sin tener que buscar más) son modelos de lucidez pulcra y ordenada, todos ellos salvo Perkins quien sobreabundaba en el uso de analogías e ilustraciones vívidas. Según los estándares de nuestros días, la franqueza casera de estos hombres no es considerada en lo absoluto como «elocuencia»; pero las expresiones y modismos que ellos utilizaban eran escogidos con propósitos muy bien definidos, y en ese sentido, John Flavel expresó muy bien, aunque de manera sentenciosa, las razones detrás de todo eso:

Un estilo crucificado es el adecuado para los predicadores de un Cristo crucificado (…) La prudencia escogerá las palabras más sólidas, en lugar de las más floridas (…) Las palabras no son más que sirvientes en cada asunto. Una llave de hierro, que se ajusta a la forma de la cerradura, es más útil que una llave de oro que no puede abrir la puerta del tesoro (…) La prudencia echará fuera miles de palabras refinadas y se quedará con una sola palabra que sea apta para penetrar la conciencia y alcanzar el corazón».117

Con el tiempo se hará evidente que la sencillez puritana funciona de esta manera para el lector moderno, tal como lo hizo con los lectores contemporáneos de estos predicadores. Nosotros también experimentamos los beneficios en nuestra vida personal y los vemos como un canal de la unción y el poder de Dios, y por eso podemos perdonar las fallas ocasionales en cuanto a la falta de claridad y la redundancia de sus escritos. «Confieso que mi memoria a menudo se olvida de pasajes que he escrito antes, y en ese olvido los vuelvo a escribir: pero no considero que eso sea un asunto demasiado serio», declaró Baxter con una franqueza cautivadora; «la escritura de las mismas cosas es algo seguro para el lector, y entonces, ¿por qué debería ser algo tan grave para mí?»118 ¡ante eso no hay objeción!

En quinto lugar, los puritanos eran hombres del Espíritu; amantes del Señor, guardadores de Su ley y personas que no escatimaban recursos cuando se trataba de servir a su Señor, esas tres cualidades, en todas las épocas, han sido los elementos principales de una vida verdaderamente llena del Espíritu. El pastor renovadode Baxter comienza con una advertencia hacia los pastores de Dios, que dice:

Tengan cuidado de ustedes mismos, no sea que ustedes se queden sin alcanzar esa gracia salvadora de Dios que les ofrecen a otros (…) también asegúrense de mantenerse ejercitando sus gracias de manera vigorosa y avivada, y procuren predicarse a sí mismos los sermones que están estudiando, antes de que los prediquen a otros (…) por lo tanto, velen por sus propios corazones: echen fuera las pasiones y deseos pecaminosos, y las inclinaciones mundanas; mantengan una vida de fe, amor y celo santo; pasen mucho tiempo en casa, mucho tiempo con Dios (…) tengan cuidado de ustedes mismos, no sea que sus ejemplos contradigan su doctrina (…) no sea que refuten con sus vidas lo que proclamen con sus bocas (…) Debemos estudiar lo suficientemente duro como para saber cómo vivir bien, y cómo predicar bien. Debemos pensar y repensar cuál es la mejor manera de mantener nuestras vidas ocupadas en la salvación de los hombres, y en la preparación de nuestros sermones…119

De hecho, eso fue lo que realmente hicieron los puritanos, y sus escritos testifican de la calidad de su propia vida cristiana. «Un hombre no puede predicarles bien a otras personas si no le ha predicado su sermón primeramente a su propia alma», escribió John Owen. «Y aquel que no se alimenta y se nutre digiriendo primeramente el alimento que está proveyéndole a otros, no puede esperar que esas personas sientan apetito por esa comida; y además de eso, él no puede saber si la comida que está proveyendo está envenenada, a menos que verdaderamente la haya probado por sí mismo. Si la palabra no mora con poder en nosotros, no puede pasar a través de nosotros con poder».120 Perkins dijo: «Las buenas palabras son vanas sino hay una buena vida que las respalde. Que los pastores no piensen que sus palabras de oro harán mucho bien, porque si sus vidas son vidas de plomo harán mucho daño. Así como no existe un hombre más honorable que aquel que es un pastor culto y santo, tampoco existe un hombre más despreciable y miserable en este mundo que aquel que por medio de su vida liviana y lasciva hace que su doctrina sea vituperada».121 Y con respecto a eso, Calvino habló sin rodeos, diciendo: «Si él [el predicador] no se esfuerza por ser el primero en seguir a Dios, lo mejor que le podría pasar sería que se le rompiera el cuello mientras va subiendo al púlpito».122

Los maestros puritanos entendían que eso era verdad, y por lo tanto actuaban en conformidad a ello, ya que, por encima de todas las cosas eran hombres santos, y la autoridad que conllevaban sus palabras impresas no sólo era la autoridad misma de las Escrituras como Palabra de Dios, sino también la autoridad de las Escrituras como poder de Dios aplicado a la experiencia —su propia experiencia— a través de lo que ellos reconocían como la agencia iluminadora y aplicativa del Espíritu Santo. Con respecto a la doctrina de la justificación, Owen escribió:

A aquel que la quiera tratar de la manera correcta, se le exige que pese todo lo que afirma, tanto en su propia mente como en su experiencia, y que no se atreva a sugerirle a otros algo que no es una realidad dentro de él mismo, es decir, algo que no se encuentra en los rincones más íntimos de su mente, ni en sus acercamientos más cercanos a Dios, o algo que no puede testificar como real en su experiencia cuando su corazón es sorprendido por peligros, o cuando es sumergido en profundas aflicciones, ni tampoco sugiera cosas que no ha experimentado cuando piensa en su propia muerte, o cuando piensa humildemente en la infinita distancia que hay entre él y Dios.123

Lo mismo se aplicaba, según lo percibían los puritanos, a todas las demás doctrinas. En consecuencia, los predicadores se dirigían hacia las conciencias y los corazones de otros, no sin antes aplicar a sus corazones y conciencias cada una de las verdades que iban a enseñar. De esa manera ellos pusieron en práctica la fórmula que Pablo enseña en 2 Corintios 2:17: «Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que, con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo».

La autoridad espiritual es difícil de precisar con palabras, pero la reconocemos cuando la encontramos. Es un producto compuesto de una fidelidad concienzuda a la Biblia; una percepción vívida de la realidad y la grandeza de Dios; un deseo firme de honrarlo y complacerlo; una auto examinación profunda y una autonegación radical; un gran amor por la intimidad con Cristo; una generosa compasión hacia los hombres; y una sencillez franca, enseñada por Dios y forjada por Dios, la cual es adulta en su conocimiento, pero infantil en su franqueza. El hombre de Dios tiene autoridad cuando se inclina ante la autoridad divina, y el modelo del poder de Dios en él, es como un modelo bautismal para nosotros, a través del cual aprendemos que debemos ser levantados sobrenaturalmente de las experiencias de muerte que aquejan nuestras vidas.

Los grandes puritanos siguieron este patrón en su propio día mientras luchaban contra la mala salud, las distracciones circunstanciales y las angustias, y sobre todo cuando batallaban con sus propios corazones lentos para predicar el evangelio «con vida, luz y peso»; y nosotros, que leemos tres siglos y medio después lo que ellos prepararon para sus propios púlpitos (porque, como hemos visto, la mayor parte de los materiales puritanos consiste de sermones), descubriremos que esa autoridad todavía tiene la capacidad influenciarnos. Los reformadores dejaron a la iglesia exposiciones magistrales de lo que nuestro Dios lleno de gracia hace por nosotros; mientras que el legado puritano también contiene declaraciones autoritativas de lo que ese mismo Dios hace en nosotros. Recurrir a las obras de los «escritores ingleses prácticos y fervorosos» es como entrar en un mundo nuevo; se despeja la visión, se purgan los pensamientos, se agita el corazón; uno es humillado, instruido, avivado, vigorizado, rebajado en arrepentimiento y elevado en seguridad. ¡No hay una experiencia más saludable que esa! Las iglesias y los cristianos de hoy son lamentablemente laodicenses: complacientes, somnolientos, superficiales, y tibios. Nos estamos sofocando y necesitamos ser avivados. ¿Qué podemos hacer? Abrir las ventanas de nuestras almas para dejar que entre el aire fresco del siglo XVII; creo que esa sería la cosa más sabia que podemos hacer.

En pos de los puritanos y su piedad

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