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¿NO HAY SALIDA?

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JOSÉ MANUEL ÁLVAREZ

TERMINACIONES

Tomaré una de las posibles declinaciones del significante «terminaciones de análisis», en su acepción de «interrupción». El caso que presento transcurre y «progresa» escandido por varias de ellas, conectadas a su vez con un muy precario logro terapéutico y posteriormente con un silencio —eco de la imposición materna—, que me orientó para situarme en aquel lugar donde es posible extraer una palabra a un goce oscuro que empuja al sujeto a quedar, según sus propias palabras, permanentemente suspendido «encima de un abismo». (Sin duda, el abismo de la forclusión).

Nuria —veintiocho años— se presenta en el CAS1 derivada por una institución psiquiátrica con diagnóstico de patología dual, pues al consumo excesivo de alcohol había que añadirle un trastorno límite de la personalidad (TLP). No obstante, su demanda principal se centrará sobre la temática amorosa, motivo fundamental de todas sus aparatosas crisis.

EROS ESTÁ BORRACHO

En efecto, hasta la primera interrupción su drama se centró sobre la problemática del amor. Declarándose lesbiana, sus relaciones concluían siempre en la catástrofe: se enamoraba de mujeres marcadas por la enfermedad mental, adicción, prostitución, maltrato, carencia económica, rechazo familiar, etc.; y siempre cumpliendo una misma secuencia —exaltación, pasión, ayuda, decepción, violencia y crisis—, que la arrastraba a un sufrimiento intenso y obsesivo; pues una vez que la relación alcanzaba cierto punto aparecían los signos de un rechazo que la enloquecían, emborrachándose repetidamente, siendo más y más agresiva, y finalmente llegando a la violencia verbal y física, acabando la relación en una gran pelea. Como dirá la propia paciente, «soy una enferma de amor», primera formulación en la elaboración de este drama que le consume el ánimo y el espíritu, concluyendo que sus fracasos eran debidos a que «El dios Eros está borracho y lanza las flechas a lugares equivocados».

¡CÁLLATE!

Nuria no tardó en relacionar su drama con la insidiosa figura del padre, alcohólico, violento y maltratador, cuyo objeto de maltrato se alternaba entre la figura materna y la propia paciente, sin obviar al resto de la familia: mientras se abría paso a golpes, no tenía otra frase en la boca que la de «¡Sois unas putas, es por vuestra culpa!», tildando a su hijo varón de «maricón», a la hija mayor de «puta» y a la paciente de «inútil».

La madre jamás tomó medida alguna, y mientras blandía la esperanza de un cambio que nunca llegaba, despachaba las quejas y la insistencia de hacer algo al respecto con un «Nuria, ¡¡¡cállate!!!», cubriendo con un espeso manto de silencio toda la violenta situación familiar.

Ese régimen atroz culminó cuando la paciente contaba con veintiún años, y se produjo otra pelea en la que los hermanos resultaron lesionados y ella con un hombro dislocado... Escena que puso fin al matrimonio ante la presión por parte de los hijos agredidos.

La separación tuvo lugar en medio de un arco temporal que iba de los dieciocho a los veintitrés años, durante los cuales comenzó a sentir, sin entender qué le pasaba, las primeras inclinaciones amorosas por una alumna de un curso superior, y luego por una profesora hacia la cual sentía un amor tan intenso como rechazado, lo que la lleva de bares a emborracharse junto con los chicos del colegio.

SUICIDIO

En esa época, el fracaso personal, el desprecio de sí misma «por ser lesbiana», junto con un vacío profundo que no lograba llenar —dice—, la empujaron al suicido estampándose en su moto contra un coche aparcado. Estuvo cinco días en coma, no quedándole más que algunas secuelas en el rostro, ya que este acto brutal no corrigió ni su deriva personal, ni detuvo nada de su drama subjetivo.

Todos los años posteriores al suicidio estuvieron atravesados por, primero, una serie de intentos de reconvertir su lesbianismo haciéndose la chica demasiado fácil de los grupos de amigos con los que salía. No solo no lo consiguió, sino que junto al significante «lesbiana» surgió otro todavía más estragante como el de «ser una puta».

Segundo, y como ya señalé, sus aventuras amorosas siempre acababan en monumentales borracheras, amenazas, golpes, posterior ideación suicida y en algunas ocasiones autolesiones (cortes en las muñecas y en el interior de los codos, incluidos también otros intentos de suicidio); ya que, como no se cansará de repetir, hay algo que «me impide ser feliz»; a tal punto que se encuentra un día estupefacta soñando que se enamora de una bellísima mujer con la que viaja a Nueva York a un desfile de modelos. La felicidad que experimenta por el lujo, el glamour y el éxito de su amada la impulsan a beber desaforadamente, siendo agresiva con su pareja y arruinando así algo que le es totalmente insoportable: el éxito de su amada, que al verla en ese estado lo abandona todo para estar al lado de la paciente. Justo en ese punto, Nuria se repugna de saberse un ser tan despreciable y despierta completamente angustiada... Como angustiada se despertaba de sus continuas pesadillas en las que su madre volvía con su padre, o en las que se peleaba con él y no conseguía vencer porque en la pesadilla su padre resultaba ser «el hombre más fuerte del mundo».

PRIMERA TERMINACIÓN: LÓGICA Y PRUDENTE (Y DISTANTE)

Un primer periodo de tratamiento de dos años y medio posibilitó una sensible reducción del infierno de cada enamoramiento, manteniéndose abstinente durante bastante tiempo a pesar de alguna puntual recaída a raíz de un nuevo fracaso amoroso.

Además, se dio cuenta de otra cosa evidente: En las situaciones en las que «lo tengo todo para ser feliz, me sale mi parte mala; sí, es una risa interior que se burla de todos. ¿Sabe usted cuando uno tiene un sueño durante toda su vida y ve que se cumple? Pues lo mismo, todo es tan maravilloso que me digo “no, no puede ser, esto no me lo merezco, ¡¡¡a mí no!!!”. Entonces se me llena la cabeza de pensamientos, pienso en hacerme daño, y una voz interior me dice: “Atrévete, ¿por qué no te atreves?”, así que me autocastigo cortándome con el primer cuchillo que tenga a mi alcance... Castigada como cuando me castigaba y me agredía mi padre, igual. Antes de venir aquí me pasaba cada semana, y después de más de un año, como que tenía que dañarme, como que lo necesitaba».

Después de esto, llegó a la conclusión de conducirse con las «ex» de forma «lógica y prudente, aunque me duela un poco, porque lo otro es peor». Y, por si esto fuese poco, logró hacerse con novias que casualmente vivían a cientos, y a veces hasta a miles de kilómetros de distancia... Lo que aun así no evitó, tal y como mencioné, una situación agresiva y violenta con una «ex» que vivía a más de seiscientos kilómetros de Barcelona. Porque además, los dramas con sus novias no abarcaban jamás el espacio-tiempo de la relación, sino que se extendían semanas o meses después de que la novia se convirtiera en «ex» y, la verdad, siempre acababan convirtiéndose en «ex».

«MOBBING»

Su preocupación por el trabajo —tenerlo o recuperarlo en el caso de perderlo— había estado discretamente desde el inicio, así que una vez alcanzada cierta calma y tranquilidad en los asuntos amorosos, dicha temática fue adquiriendo más y más importancia siguiendo un esquema que vendría a repetirse de forma diabólica y siempre idéntica a sí misma: accede, mediante selección, al puesto de trabajo; su euforia va in crescendo a medida que recibe felicitaciones de encargados y jefes; logra ascensos que vienen a ratificar su valioso desempeño laboral, pero entonces, y casi de forma explosiva, todos los demás devienen unos incompetentes, hacen mal su trabajo, colaboran a la desorganización del mismo, interfiriendo y saboteando además el suyo propio (cosa ratificada por discretos fenómenos autorreferenciales). Se enfurece, no puede evitar encontronazos cada vez más frecuentes con sus compañeros, o con algún encargado de rango superior, para más tarde alcanzar a algún jefe y, al borde del colapso, la amonestan para luego despedirla en medio de reivindicaciones de que la empresa incumple su propia normativa, y por ello amenaza con denunciarla en los juzgados por mobbing.

Así que en este punto, luego de faltar a algunas sesiones y ya recuperada de un primer episodio de dificultad «laboral», me dice que viene porque la ha obligado su madre; y dado que ahora se encuentra mucho mejor y que tiene una novia en la otra punta del mundo, prefiere estar en casa y chatear con ella que salir de fiesta, ya que «además de ser mucho menos peligroso para mí, es mucho más barato y divertido». Ha decidido entonces dejar de venir y añade que no me preocupe, que pedirá visita ante el menor signo de dificultad puesto que «yo soy la primera interesada en mi salud».

Primera «terminación», con la que dejó abierta la puerta a otro campo en el que se jugará su ser de goce en otro tablero, con diferentes personajes, otras reglas y con muy distinto resultado... Es decir, fue en el «cierre» de sus problemas amorosos y en la apertura de este nuevo problema, que Nuria interrumpió el tratamiento. En definitiva, una terminación para la paciente pero, como se podrá comprobar, no para el sujeto...

SALIDA DELINCUENCIAL Y RETORNO

Poco más de un año después recibimos en el CAS un fax de una abogada para que, con carácter de urgencia, se le envíe un informe médico de la paciente ante la gravedad de los hechos por los cuales está recluida en prisión. Estupefacto, y después de algunas indagaciones, averigüé que Nuria había cometido un atraco con arma blanca en una gasolinera de las afueras de la ciudad, y que poco después se había entregado a la policía, motivo por el cual había sido condenada a varios años de cárcel. Sin embargo, su excelente comportamiento dentro del recinto penitenciario y las gestiones de su abogada lograron que alcanzase la libertad condicional en un breve espacio de tiempo.

DISCRIMINACIÓN

El inicio de este nuevo trayecto se inaugura presentándose con una ganancia de peso considerable (y un porte apreciablemente masculino), y estará marcado por una torsión que deja prácticamente fuera toda su problemática alcohólica (en cuanto a los excesivos consumos, a la par que sus difíciles relaciones de pareja), para concentrarse en las relaciones familiares y sobre todo laborales marcadas por el lugar de desecho sexual con el cual quedó a su vez marcada al poco de venir al mundo.

En efecto, «en los momentos más necesarios, nosotros no tuvimos padres», y relata que a los tres años se quedó vagabundeando por las calles cercanas al colegio ya que su padre prefirió irse al bar, en vez de esperarla a la salida. Fue recogida por un taxista que abusó de ella oralmente y luego entregada a unos gitanos que la acercaron a su casa. Sintiéndose «culpable por lo sucedido», no dijo nada, como tampoco dijo nada cuando a los doce años el padre le pidió a un amigo suyo que la acercase de regreso a su casa y fue violada por dicho amigo en el parking donde este tenía el coche...

Sobre esa misma edad, era maltratada y golpeada por los chicos del colegio con los que jugaba al fútbol. Posteriormente, en fiestas de adolescentes será objeto de burla y abuso sexual en grupo, sellando lo que para ella es el núcleo de su posición subjetiva con relación al Otro: ser discriminada. Un «me discriminan» que si bien en sus primeros años laborales no pareció tener consecuencia alguna, fue el punto común al conjunto de sucesos que la llevaron hasta su reclusión, y que con mucho trabajo fue reconstruyendo.

«SER LA MALA»

En la ocasión que dio lugar al acto delictivo, pasará por varias empresas siempre con los mismos y nefastos resultados; lo que abrió la puerta hacia una salida que ya estaba preparada de antemano tal y como era la de «ser la mala». Significante con el que tiempo atrás había concluido que era su posición con relación a sus novias, ya que por más ayuda que les prestaba, siempre era la rechazada, la borracha, la agresora y, en definitiva, «la mala».

Las coordenadas a partir de las cuales Nuria da con sus huesos en la cárcel se inician con una deuda con la madre a raíz de quedarse en paro y empeñarse en seguir enviando dinero a una novia de allende los mares —a sus ojos, otra carenciada—. Deuda insoportable que intenta saldar en un nuevo trabajo en la empresa de una amiga mucho más mayor que ella (ideal y alter ego materno, y para la que trabajó tiempo atrás sin ningún conflicto), volviéndose a encontrar discriminada y destrozando por ello las puertas de la empresa —hecho que no fue denunciado—; y continúan con un encuentro con el padre —sobrio y de buen porte, que le dice que les pegaba «porque en aquellos tiempos no era delito»—, desencadenando así un «ahora voy a ser mala», con la comisión de un atraco con el que saca un dinero que entrega a la madre para saldar la deuda pero, siendo insuficiente, vuelve a repetirlo en otro lugar huyendo hacia un monte cercano. Sentada en el bosque, ve que está a punto de salir por otra puerta a partir de la cual ya no habrá vuelta atrás, «pensé que la suerte estaría echada, ya no podría parar; y, además, me di cuenta de una cosa: que no es tan fácil ser mala. Yo creía que sí, pero para ser mala hace falta algo de lo que yo no soy capaz». Se entrega entonces a la policía y pasará unos seis meses en la cárcel durante los cuales se ganará el aprecio y el respeto incluso de las reclusas más peligrosas y con delitos de sangre a sus espaldas.

APELAR A LA LEY

Por supuesto, ni bien pasaron unas pocas semanas la paciente ya estaba en la búsqueda de un nuevo trabajo que —pese a la actual crisis económica— encontró rápidamente. Y antes de volver a desaparecer, por fortuna aisló lo que nunca había dicho hasta ese momento y que contaba con dos vertientes. Por un lado, que su inclinación a meterse en líos era debida a no haber podido nunca denunciar al padre, lo que se fue extendiendo a todas las situaciones de «injusticia» contra las cuales se había enfrentado a lo largo de su vida. Por el otro, «y luego de autoanalizarme», es que inexplicablemente tenía la sensación —junto con un intenso temor— de que la acabarían echando de todos y cada uno de los trabajos que encontraba desde el primer día de trabajo. Y además, su madre, a la que dirigía tanto su odio como su mortificante amor, siendo alternativamente «muy buena», como también «la mala», y con la cual «me siento mucho más atrapada que cuando estaba en la cárcel», quedó reducida —junto con el resto de la familia— a un «mire, mi familia me da dolor, pero me he dado cuenta de que mi familia no tiene arreglo».

A pesar de mi clara reticencia, es en este invencible temor a ser despedida del nuevo trabajo en el que se refugió para dejar de venir, a excepción de un par de ocasiones en las que vino para informarme de que todo iba bien, incluido algún pequeño roce con un compañero de trabajo pero que había resuelto fácilmente.

Sin embargo, pocos meses más tarde y a partir de una fuerte discusión con otro compañero de trabajo, pide la baja y pocas horas después recibe un burofax despidiéndola del mismo. Aquí se acentúan una serie de fenómenos persecutorios donde sospecha escuchas telefónicas, grabaciones, etc., para perjudicarla. Ideación que se fue reduciendo a partir de ser medicada por su médico en el CAS, a pesar de que en un primer momento él mismo estuvo al borde de ser incluido en la serie de los perseguidores.

¡CÁLLATE!, LUEGO HABLEMOS

Así que esta vez tuve que hacerme el encontradizo para interesarme por su estado. Muy excitada, me cuenta brevemente pero con claro acento paranoide el punto en el que estaban las cosas, y al sugerirle que pidiera hora conmigo declina amablemente la invitación alegando que «ahora no es el momento, me siento muy agresiva, y si hablo de esto me voy a poner peor...», a lo que le digo, «no sé, pero usted y yo siempre hemos hablado bien». Pocos días después pide hora, y una vez más su discurso se organiza en torno a su discriminación por ser mujer en un trabajo eminentemente de hombres (automoción), por su condición de lesbiana y por su enfermedad mental. Y dado lo improcedente del despido, se empeñó en llevar a los tribunales de justicia a la empresa, denunciando por fin una situación que nunca se atrevió a denunciar. Así que Nuria no tuvo duda alguna de que una vez citados el analista y el médico por parte de su abogada, acudiríamos al juicio, tal y como así fue aunque luego no se llegase a celebrar porque la juez obligó a las partes a llegar a un acuerdo. Cuando me acerqué a despedirme de ella solo acerté a felicitarla por el acuerdo alcanzado, a lo que ella muy seria me respondió: «Muchas gracias, pero ya hablaremos de esto». Una vez más, y después de un silencio de varias semanas, tuve que llamarla para recordarle sus palabras.

¿NO HAY SALIDA?

Cuando vuelve, todo su afán —además de estar de nuevo buscando trabajo, «usted ya me conoce»— es resolver no lo que le ha pasado con la empresa, sino lo que le pasa a ella. Dice estar muy nerviosa, duerme mal porque cada noche sueña que está con su padre que de nuevo intenta pegarle azuzado por su hermano... Que nadie la entiende, ni entiende(n) su TLP, ni lo que soporta con lo que le ha pasado desde siempre hasta ahora; que ha de solucionar su situación porque de lo contrario «todo va a ir muy mal..., y resulta que la única cosa que me tranquiliza es beber un par de cervezas, porque no bebo más, ni me apetece beber más. Así que estoy en el abismo, ¿sabe usted? Y no hay salida, no veo la salida por ninguna parte...», justo el punto que unos meses atrás me había planteado: «¿Cómo encontrar una salida cuando no hay salida?», construyendo una que sea la buena para usted, le dije en aquella ocasión. Al fin y al cabo, me había dicho un día, «uno también hace la vida que le rodea».

Es decir, mientras que la paciente busca una salida que no hay —bajo un sinfín de pasajes al acto—, el sujeto vuelve a renovar su pregunta, que, me parece, tiene que ver con una posible terminación. Porque hasta ahora, siempre se ha tratado mal que bien de terminaciones para la paciente pero, sin duda, no para el sujeto...

Terminaciones de análisis

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