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I SITUACIÓN DEL PROBLEMA

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REINTERPRETACIONES

Me alegro de que hayamos despertado el problema del Hombre de los lobos.1 Hemos de confesar que cualquier bibliografía que se elabore a propósito de este caso es evidentemente satírica. En efecto, tenemos a todos aquellos psicoanalistas que se ocuparon de él, a todos sus comentaristas y después a todas las variaciones de esos psicoanalistas y sus comentaristas, lo que alimenta ya una enorme literatura. En el fondo, es un asunto de reinterpretación. Es éste un término que encontramos a menudo en el texto del Hombre de los lobos en todos sus niveles. Por una parte, dicho texto es un escrito que polemiza contra las interpretaciones del psicoanálisis que hicieron Jung y Adler. Por otra, el propio caso es la reinterpretación de una neurosis infantil aparecida quince años antes. Otra reinterpretación, por lo tanto. ¿Qué captamos de verdadero en él quince años después? ¿Verifica este caso, o no, las interpretaciones hostiles que se hicieron de él? Saben ustedes que Freud adoptó distintas posiciones respecto a la realidad o al carácter fantasmático de la escena primitiva. En otras palabras, ese rasgo de reinterpretación está ciertamente presente en todos los planos. El estilo no es en absoluto el que Freud empleó para el Hombre de las ratas: el Hombre de los lobos está atrapado por lo que relata que le sucedió quince años antes. Resulta muy curioso. Es como si no tuviéramos el caso del momento sino el caso que se captó en su reinterpretación.

Freud confecciona este caso extrayendo ciertos rasgos que la cura analítica puso de relieve:2 «la tenacidad de la fijación», su extraordinaria propensión a la ambivalencia e incluso a la vacilación y, «como tercer rasgo, una constitución que debe llamarse arcaica, la facultad de mantener las investiduras libidinales más diversas y más contradictorias», capaces de funcionar codo con codo. En el fondo, la variedad de los diagnósticos recibidos se debe a lo que Freud nos proporciona: un caso en el que coexisten los vínculos libidinales más variados y contradictorios. El esfuerzo de Lacan, acentuando uno u otro punto, se encamina esencialmente a ordenar los diversos vínculos libidinales coexistentes. Intenta ordenarlos y repartirlos, estratificándolos a veces, incluso jerarquizándolos. Los diagnósticos dependen entonces de la manera en que se ordenan esos vínculos libidinales: neurosis con tendencia psicótica, caso límite con tendencia al acting out, obsesión con fuerte tinte paranoide, etc. Sustentando todo ello sobre ese tercer rasgo que Freud pone de relieve.

LA CASTRACIÓN: UN PROBLEMA FREUDIANO

No podremos retomar el conjunto del caso sobre esta base, pero podemos ir a lo esencial, es decir, al problema de la castración. Señalemos rápidamente que no parece que Lacan pusiera la cuestión del Nombre-del-Padre en el centro del caso, aun cuando es algo importante. Cuando introduce, no la forclusión como tal —lo que realizó dos años antes—, sino la forclusión del Nombre del Padre, ya no cuestiona el Hombre de los lobos. Sin embargo, es una indicación que hay que tener en cuenta.

Este problema de la castración, que no está muy claro en Freud, trata de resolverlo Lacan. Son tentativas de solución. Evidentemente, al poco tiempo, esas tentativas de solución pueden convertirse a su vez en problemas. Pero, en fin, son ante todo intentos de solución de un problema freudiano.

Tomemos el pasaje en que Lacan se apoya para su «Respuesta al comentario de Jean Hyppolite».3 Freud hace un resumen extremadamente claro de esa coexistencia de vínculos libidinales. En un sentido, el Hombre de los lobos nunca ha reconocido la castración y, en otro sentido, la reconoce. Les cito a Freud: «Nos ha devenido notoria la inicial toma de posición de nuestro paciente frente al problema de la castración. La desestimó [verwarf] y se atuvo al punto de vista del comercio por el ano. Cuando dije que la desestimó, el significado más inmediato de esta expresión es que no quiso saber nada de ella siguiendo el sentido de la represión [esfuerzo de desalojo]. Con ello, en verdad, no se había pronunciado ningún juicio sobre su existencia, pero era como si ella no existiera. Ahora bien, esta actitud no puede ser la definitiva, ni siquiera podía seguir siéndolo en los años de su neurosis infantil. Existen buenas pruebas de que él había reconocido la castración como un hecho. Se había comportado también en este punto como era característico de su naturaleza, lo cual por otra parte nos dificulta muchísimo tanto la exposición como la empatía».4 Tenemos entonces, en primer lugar, la Verwerfung de la castración y, en segundo, su reconocimiento, pero con el hecho de que este reconocimiento de la castración reviste dos modalidades: primero resistió y luego cedió. Pero la segunda reacción, nos dice Freud, no suprime la primera. Tenemos pues una triple arquitectura:


Freud precisa: «Al final subsistieron en él, lado a lado, dos corrientes opuestas, una de las cuales abominaba de la castración, mientras que la otra estaba pronta a aceptarla y a consolarse con la feminidad como sustituto. La tercera corriente, más antigua y profunda, que simplemente había desestimado la castración, con lo cual no estaba todavía en cuestión el juicio acerca de su realidad objetiva, seguía siendo sin duda activable».

En un sentido, es verdad que el conjunto del caso del Hombre de los lobos se nos presenta en el marco de su neurosis infantil, e incluso de su neurosis adulta. Sin embargo, existe la anotación de una resistencia masculina a la castración y la adopción de una posición femenina, con un asunto, por debajo, capaz siempre de entrar en actividad. Lo que dice Freud es extraordinario a pesar de todo. Indica sin embargo que lo que pasó a continuación ya estaba anunciado. Ahí radica también la importancia de la famosa escena primitiva, puesto que se supone que tuvo el efecto de producir en el paciente la convicción de realidad de la castración. La convicción, Überzeugung, es una posición subjetiva. El punto de partida de Freud es que una neurosis infantil precede a la neurosis ulterior.

En este marco, ¿cuál es el problema teórico que plantea la manera con la que Freud expone este caso en sus diferentes etapas? Freud descubre la Verwerfung de la castración en la teoría anal del coito. La analidad está implicada allí, pero también lo está en la adopción de la posición femenina. La analidad se encuentra pues en dos lugares mientras que, de hecho, tiene dos relaciones diferentes desde el punto de vista estructural.


¿Cuál es entonces el problema teórico? El problema que Lacan plantea simplemente es: ¿cómo formular la coexistencia de la Verwerfung con el reconocimiento de la realidad? No hay treinta y seis soluciones: o decimos que se produce en el mismo punto —rechaza la castración y al mismo tiempo la reconoce—, o bien las repartimos —se distingue a qué nivel se produce una y a qué nivel la otra.

ENTRE SIMBÓLICO E IMAGINARIO

Lacan las repartirá entre simbólico e imaginario. Es la primera distribución que hace diciendo que, desde el punto de vista imaginario, hay una captura homosexualizante, feminizante, etc. Sitúa la identificación con la madre en el registro imaginario, y coloca en el registro simbólico todo lo que se reafirma como identificación con el padre. Tenemos entonces esta distribución: el yo no estoy castrado en el nivel simbólico y la posición femenina en el nivel imaginario. Ésta es su primera tentativa. Freud, nos dice Lacan, reconoce «en el aislamiento simbólico del “yo no estoy castrado”, en que se afirma el sujeto, la forma compulsiva a la que queda encadenada su elección heterosexual».5 Lacan lo convierte en un paquete. Coloca juntos la posición masculina y el yo no estoy castrado. Lo que designa más bien el plano en el que hay una resistencia, en el que se abomina de la castración; lo que en Freud es compatible por completo con la posición masculina. Por un lado, tenemos esa posición subjetiva simbólica del yo no estoy castrado y la constancia de una elección de objeto heterosexual compulsiva: me gustan las sirvientas a cuatro patas cuando friegan el suelo junto a una escoba. Por el otro, tenemos el registro imaginario de la identificación con la madre, es decir «el efecto de captura homosexualizante que ha sufrido el yo conducido a la matriz imaginaria de la escena primitiva».

Agnès Aflalo6 ha señalado este desfase, este emplazamiento de lo imaginario y lo simbólico. En cierta manera, la cuestión fundamental va a ser el reparto de lo imaginario y lo simbólico. La primera distribución consiste en decir que lo imaginario está aquí y lo simbólico allá, entre la protesta viril y la posición femenina. Finalmente se desplaza, y ese reconocimiento será sin embargo esencialmente del orden de la suplencia.

Es totalmente exacto que no hay referencia al Hombre de los lobos en la «Cuestión preliminar...». Sin embargo, me parece que está presente, aun sin ser explícita, cuando Lacan, para sorpresa general y de una manera que no parece desprenderse directamente de la lógica del texto, distingue entre la forclusión del Nombre del Padre y la elisión del falo. Se pregunta si Φ0 es solamente consecuencia de la forclusión del Nombre del Padre o si es un mecanismo independiente. En un primer análisis, me parece que no es ilegítimo distinguirlas en tanto que esa elisión del falo está singularmente próxima al caso por un lado, y por otro a lo que el propio Lacan escribe en esta primera propuesta que menciona, del lado imaginario, «el efecto de captura homosexualizante del yo llevado a la matriz imaginaria de la escena primitiva».

Lacan se esfuerza por solucionar la paradoja distinguiendo dos planos, el del reconocimiento y el de la Verwerfung. Tenemos siempre dos términos que intentan oponerse lógicamente. La respuesta a Jean Hyppolite supone una escansión lógica. Se trata del momento en que aisla la forclusión como el mecanismo simbólico contrario a la Bejahung. El reconocimiento de la castración, incluyendo la protesta viril y la posición femenina, se convierte a partir de ahí en algo imaginario. Una vez planteada como tal, la forclusión permitirá leer el caso Schreber apoyado esencialmente en el Nombre-del-Padre. No parece que Lacan haya puesto nunca en tela de juicio la forclusión del Nombre-del-Padre en el Hombre de los lobos. Lo que traducimos diciendo que es una Verwerfung que no alcanza a implicar al orden simbólico en su totalidad. Si en este momento decimos que es un borderline, avanzamos algo estructural. Si no hay forclusión del Nombredel-Padre, ¿es psicótico o no? ¿Se trataría de un neurótico? Porque hay, pese a todo, esa corriente, la más profunda, que no admite la castración, que es del orden de un: ∃x · Φx.

Esto plantea algunas dificultades respecto a la neurosis. El Hombre de los lobos no es un neurótico como los demás. En cuanto a la dificultad propia de este caso —para nosotros, para quienes nos han precedido y para el propio Freud—, Lacan da la siguiente explicación. En esta ocasión, Freud se encontró en la posición de producir un ∃x · Φx. al plantear que la cura ya había durado bastante; su iniciativa de ponerle un límite a la cura. En esa «iniciativa de Freud —dice Lacan— [...] podemos reconocer, tanto como en su insistencia en volver sobre el caso, la subjetivación no resuelta en él de los problemas que este caso deja en suspenso».7

10 de diciembre de 1987

El hombre de los lobos

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