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II EROTISMO ANAL, CASTRACIÓN, PARANOIA
ОглавлениеLa vez anterior, nuestro hilo conductor consistió en mostrar cómo, en distintas ocasiones, Lacan intenta elaborar un sistema binario a propósito de la posición del Hombre de los lobos con respecto a la castración. Y que no siempre parece que sitúe ese binarismo en idénticos términos. En todo caso, no siempre son los mismos términos los que están explícitamente en juego. Después, cuando adopte una posición radical en relación con la Verwerfung, ya no hablará del Hombre de los lobos. Resumo así las cosas.
Tenemos en primer lugar la ignorancia a propósito de la castración, es decir la concepción oral de la relación sexual. En segundo lugar, el problema planteado sobre la concepción genital de la relación sexual. Después, y respecto a esta concepción genital, tenemos igualmente dos actitudes del Hombre de los lobos: su Verwerfung y su reconocimiento. Pero, como apunta Freud, este elemento nunca fue completamente eliminado y continuó coexistiendo. Ya les cité este pasaje clave: «Al final subsistieron en él, codo con codo, dos corrientes opuestas, una de las cuales abominaba la castración, mientras que la otra estaba pronta a aceptarla y consolarse con la feminidad como sustituto. La tercera corriente, más antigua y profunda, que simplemente había desestimado la castración, con lo cual no estaba todavía en cuestión el juicio acerca de su realidad objetiva, seguía siendo sin duda activable».
Es éste el diagnóstico más completo que formula Freud en su texto sobre el Hombre de los lobos. Existe esa actitud ambivalente respecto a la castración y, por debajo, una actitud de Verwerfung fundamental. Lo que quiere decir que el propio reconocimiento está dividido a su vez: abominar de la castración o aceptarla, lo que hace que el erotismo anal se encuentre en dos lugares. Hay por lo tanto tres corrientes fundamentales: abominar de la castración o aceptarla, pero con la tercera corriente siempre reactivable.
Si Freud se apresuró de esa manera para desembarazarse de este paciente y si, habiéndose desembarazado de él, volvió teóricamente al caso con tanta insistencia es porque él, Freud, no había subjetivado los problemas que estaban en juego. Es el diagnóstico de Lacan. Me permití indicar la última vez que, al quedar como un problema sin resolver, el diagnóstico de Lacan sobre el caso podría extenderse al conjunto de la comunidad analítica.
LO QUE NO SE REABSORBE EN EL SIGNIFICANTE
El punto preciso del que se trata es el que queda fuera del significante. En el momento en que emprende su enseñanza, Lacan no ha adoptado del todo ese punto. Para él, se trata de plantear una teoría del psicoanálisis partiendo ante todo del inconsciente y su interpretación, es decir del sentido. Incluso aunque destaque a continuación la función del significante, es la función del sentido la que se impone. En Freud hay ya una oposición entre la búsqueda de la causa en el plano de la pulsión, del instinto o del desarrollo, y la interpretación de los sueños. Freud parte de la voluntad de encontrar la causa del proceso, de encontrarla a través de las fechas, teniendo en cuenta la maduración del sujeto, con la incidencia del abuso genital, del incidente, etc. Intenta dar una teoría neuronal del aparato psíquico y, al mismo tiempo, atiende a cierto número de pacientes y descifra sueños. Se da cuenta entonces de que no puede dar una forma definitiva a ese proyecto científico, pero que, en cambio, hay resultados por el lado del sueño y de su interpretación. Publica entonces La interpretación de los sueños en lugar de la teoría neuronal. Solamente con los Tres ensayos de teoría sexual vuelve a poner al día la otra corriente.
Tenemos así una doble vertiente del descubrimiento freudiano. Dos vertientes que encontramos formuladas de nuevo, diferenciadas y jerarquizadas por Lacan en su informe de Roma. En él indica de manera especial que en toda interpretación hay fenómenos de sentido. Hay pues una causalidad específica: la causalidad semántica, que se convertirá en la causalidad significante. A este respecto, el psicoanálisis es como la historia y eso no tiene nada que ver con el desarrollo. En psicoanálisis hay que separar por tanto la teoría del desciframiento del inconsciente de la teoría de las pulsiones. La teoría de las pulsiones, que es incluso el fundamento de la Egopsychology, es una dimensión secundaria e hipotética.
Hay que fijarse bien en que éste es el problema princeps del psicoanálisis como disciplina. Es el problema princeps de la unidad del psicoanálisis. Aún permanecemos en él, es decir: ¿hay un desarrollo autónomo del instinto?, ¿y cómo puede hacerse compatible con lo que el propio Otto Kernberg nos aporta tímidamente con la relación de objeto? Precisemos que la relación de objeto representa en el fondo una relación con el Otro. La elección de la Egopsychology, es decir, que haya que orientarse con la teoría de las pulsiones —subordinando a ella los fenómenos de interpretación— es contraria por completo a la de Lacan. Si Lacan se hubiera limitado a eso, habría podido calificarse su actitud, evidentemente, como una represión de la pulsión, o incluso una forclusión de la pulsión. Por lo tanto, se esforzará por escribir de nuevo la llamada teoría instintiva de manera compatible con los datos de la relación con el Otro. Decir, como digo, los datos, es tomar como punto de partida la propia relación analítica. Lo que vincula a Lacan con Freud, y de manera necesaria, es que Freud, para inventar el psicoanálisis, partió de un punto exterior que le sirvió de palanca, mientras que el punto de partida de Lacan es la relación analítica ya existente como tal, lo que pone en primer plano la relación con el Otro, los fenómenos de interpretación, etc.
Vean entonces que expongo un punto de vista que puede fundamentarse de muchas maneras. Se fundamenta en el mismo itinerario de Freud. Se fundamenta en la elección de la Egopsychology. Se fundamenta también en el gesto inaugural de Lacan, que sitúa las pulsiones en un lugar subordinado para luego hacer el esfuerzo de reconocer que no todo es significante y significado.
Dije que lo que ante todo era impensable en el informe de Roma era el objeto a. Agnès Aflalo señala de una manera muy pertinente que eso tiene una incidencia precisa sobre el problema de la represión y la forclusión. No sólo que el objeto a es impensable, sino que también lo es el concepto de forclusión. Entonces, en el fondo, el traumatismo podría ser reabsorbido: o bien se borra y no prende en la cadena indestructible del inconsciente, o bien tiene un sentido que puede ser revelado y modificado. A este respecto, ya no existiría el traumatismo como tal ni el goce que lo acompaña. Se podría reabsorber íntegramente en el discurso, en el significante y el significado. Esto en cuanto al a minúscula.
Pero hay más. Cuando estamos en el campo de la palabra y el lenguaje, todo tiene un sentido, un sentido que puede aprehenderse y circular. Por el contrario la forclusión significa, en su uso radical, que hay un elemento del lenguaje que ya no entra en el circuito, que está aparte, que no deja sentir sus efectos sino a través de su ausencia, y que moviliza gran cantidad de significaciones en torno a esta ausencia sin que tales significaciones lleguen a reunir ese significante. Lo que enseña, entre paréntesis, hasta qué punto el estatuto del significante-amo, el significante solitario, tiene un estatuto bastante próximo al del objeto.
La noción de Verwerfung supone que hay un elemento lingüístico significante —y no un sentido— que queda sustraído del circuito. En caso contrario tendríamos solamente, como dimensión fundamental, la represión del significado. Por otra parte, ¿qué es el síntoma en el informe de Roma? El significante de un significado reprimido. Y cuando son los significados los que se reprimen, ¡pues bien!, la Verwerfung no es pensable.
Hay que situar la tesis de la comunicación invertida en relación con esto. ¿En qué consiste la famosa forma invertida? En la Verdrängung, especialmente apropiada para la denegación. Implica el no es eso, pero acabas de decirlo. Es el je t’aime, moi non plus.* La comunicación invertida es una fórmula seductora para Lacan porque vincula el fenómeno de la denegación con el estadio del espejo, es decir, con la inversión de la relación especular. No olvidemos que, para el Lacan de esa época, la Verdrängung se vincula con el yo. Tiene, en cada ocasión, el estatuto de una inversión especular. Sólo de una manera progresiva separa Lacan la represión de esa inserción en el registro especular. En «Acerca de la causalidad psíquica», donde, en el fondo, la única categoría en funcionamiento es lo imaginario, la noción de inversión lleva a una teoría imaginaria de la denegación. Lo que, evidentemente, empieza a cambiar de sentido a partir del momento en que, en el informe de Roma, lo imaginario y lo simbólico se distinguen.
Para que el concepto de forclusión tenga valor, es preciso un elemento que no sea susceptible de ser comunicado en el lenguaje. Un elemento sin embargo paradójico, puesto que es un significante que no tiene significado y que no puede entrar de ninguna manera en la comunicación. En todo caso, es un elemento que escapa a la dialéctica del sentido. La tesis que Lacan elabora ulteriormente sobre el goce en las psicosis parece tener aquí su origen, su punto de sujeción. Hay una conexión entre reconocer la forclusión en su radicalidad —es decir, como la existencia de un elemento no reabsorbible en el lenguaje— y reconocer la existencia de un goce que, de hecho, no es reabsorbible en el circuito de la palabra. De manera que el plusdegozar no entra en lo universal, contrariamente a lo que Lacan quería hacernos creer en un principio. No olvidemos que el Lacan que inventa el objeto a es el mismo que formuló, al final de su informe de Roma, que la satisfacción de cada cual puede encontrarse, cruzarse y llevarse a efecto en la satisfacción de todos. No hay satisfacción particular en el informe de Roma. La satisfacción particular está destinada a concordar con la satisfacción de todos, teniendo como horizonte la humanidad. En esa época, entre 1946 y 1953, Lacan pensaba en una armonización, en un cierto consenso de la humanidad, en una mediación siempre posible, siempre operante, en que consistiría el oficio de psicoanalista. Por el contrario, el plus-de-gozar, así como la forclusión del Nombre-del-Padre, suponen la idea de una mediación imposible. Es la propia idea de una mediación imposible lo que acerca estos dos términos.
EROTISMO ANAL Y CASTRACIÓN
Es un hecho que lo que se ha retenido en lo imaginario, es el apelativo de «Hombre de los lobos», puesto que Freud se aplica muy especialmente a descifrar todos los elementos del sueño, y existe además un dibujito. Se comprende que, con el tiempo, el paciente haya pasado a ser designado así a causa de ese sueño. Pero desde el punto de vista teórico y de diagnóstico, quizás no sea ése el capítulo central. Puede que lo sea el que se llama «Erotismo anal y complejo de castración». Al oponer la compulsión amorosa del Hombre de los lobos —compulsión viril muy unívoca—, así como su posición homosexual o de captura homosexualizante, Lacan pone de relieve el binarismo del caso.
Tenemos pues estas dos posiciones: actividad viril por un un lado y elementos de pasividad femenina, de identificación con las mujeres, por otro. Freud sitúa un primer estatuto del erotismo anal: «El órgano en que podía exteriorizarse la identificación con la mujer, la actitud homosexual pasiva del varón, era la zona anal».1 Ahí están las dos relaciones sexuales del Hombre de los lobos. Todo lo que se descifra, tras la escena de los lobos y las asociaciones que evoca, remite en definitiva a eso. Tenemos dos nociones de la relación sexual. Está la concepción anal, es decir, que no hay noción de faltadepene (pasdepenis). Y tenemos después lo que es para él un reconocimiento de la castración, es decir una noción de falta de pene: las mujeres tienen una herida en ese lugar. Es concebible entonces que el estatuto del ser humano y el atributo «disponer de un pene» se separen. Freud llama a esto castración. La castración, para retomar sus términos, es la condición necesaria de la feminidad. Es lo que está en juego en lo que él llama castración. Lo que quiere decir que, en el Hombre de los lobos, el debate entre concepción anal y concepción genital o desarrollada, implica el intestino o la vagina. De hecho, formula la elección en estos términos: o ano o castración. O bien el ano, que evita reconocer la posibilidad de la castración, o bien castración. El título del capítulo alude por lo tanto a las dos grandes ramas de la alternativa en que Freud sitúa el caso.
El sueño del Hombre de los lobos, tal como Freud lo analiza, es la prueba del acceso al estadio genital. Distingue, a partir de él, una primera y una segunda actitud del Hombre de los lobos: «Nos ha devenido notoria la inicial toma de posición de nuestro paciente frente al problema de la castración. La desestimó [verwarf] y se atuvo al punto de vista del comercio por el ano. Cuando dije que la desestimó, el significado más inmediato de esta expresión es que no quiso saber nada de ella siguiendo el sentido de la represión». La analidad está en este caso sobredeterminada.
Continúo con el pasaje, puesto que Lacan se apoya en él: «Con ello, en verdad, no se había pronunciado ningún juicio sobre su existencia, pero era como si ella no existiera. Ahora bien, esta actitud no puede ser la definitiva, ni siquiera podía seguir siéndolo en los años de su neurosis infantil. Después se encuentran buenas pruebas de que él había reconocido la castración como un hecho. [...] Primero se había revuelto y luego cedió, pero una reacción no había cancelado la otra. Al final subsistieron en él, lado a lado, dos corrientes opuestas». Siguiendo este hilo, Freud llega a la alucinación del dedo seccionado. Esta alucinación traduce, según Lacan, lo que no había sido reconocido y admitido de la castración. No me parece abusivo.
PARANOIA
De la misma manera, lo que se llamó la paranoia del Hombre de los lobos, que puede localizarse sencillamente como la reactivación de esa corriente más antigua de la que emergerá la alucinación y, después, la queja a propósito de su nariz. La nariz era efectivamente un desplazamiento del órgano genital. Podemos traducir así un enunciado importante del Hombre de los lobos: «He tenido siempre mala pata con mi pene». Da un gran número de ejemplos de esa persistente mala pata: «Llamemos a las cosas por su nombre. He tenido siempre mala pata con mi pene, con mi miembro, incluso antes de la gonorrea. ¿Conoce usted esos bichos que se llaman garrapatas? En la propiedad, corríamos entre los matorrales, rodábamos sobre la hierba, trepábamos a los árboles. Siempre ocurrió que comenzaba a tener picores. Me frotaba, me rascaba. Finalmente vi que eso tomaba proporciones extraordinarias, que el miembro quedaba tumefacto, que se hinchaba y se ponía rojo. Se lo dije a mi padre y fue a buscar a uno de nuestros empleados que era cirujano militar. No era un verdadero médico, solamente un medio médico, pero sabía de este género de cosas. Me libró de las garrapatas de un modo u otro y todo volvió a su orden. Creo que estuve en cama durante dos semanas y me pusieron bolsas de hielo. [Tenía alrededor de] ocho años. Fue quizás por esa desventura por lo que la gonorrea me produjo tan mala impresión. Pero yo se lo... No sé si se lo conté ya a Freud».2 Después le ocurrió otra cosa a la edad de quince años. También se rascó, el miembro se le puso rojo y tumefacto, con inflamación, y un médico le dio un remedio. A continuación, la gonorrea. Tenemos ahí lo que Freud llama un punto débil de su disposición, y considera que se había reactivado con la alucinación del dedo cortado. De la misma manera —no hay motivos para sorprenderse—, eso pudo reactivarse bajo la forma de esa inquietud, de esa insistencia, por el hecho de que le estropearan la nariz.
A este respecto, la posición del Hombre de los lobos es incluso bastante divertida. La historia que cuenta de sus dermatólogos es muy graciosa.3 Uno le dice una cosa, otro le dice otra. Es una historia de médicos y de diagnósticos. Afirma asimismo que sabía muy bien lo que era la paranoia: «Tenía un tío que vivía a la manera de Luis II de Baviera. Un caso típico de salvajismo que huye del contacto humano. Por otra parte, del lado materno, tuve un primo, hijo de la hermana mayor de mi madre, afectado de una forma ligera de paranoia. [...] Por supuesto que esto [el diagnóstico de paranoia] no me gustaba en absoluto. Entonces, de repente, me hice el propósito de no pasar por un paranoico. He estado muy orgulloso de lo que Freud ha escrito de mí: su inteligencia irreprochable, etc. Era, como usted sabe, un adversario de la religión y le conté que, ya en mi infancia, tuve dudas a causa de la contradicción que hay entre un Dios de bondad y todo el mal que existe en el mundo. [...] Y estaba naturalmente orgulloso de que él dijera que sólo un niño podía pensar tan lógicamente, que me alabara como un pensador de primer orden y no sé qué más. Y ahora, de repente, tenía que ser etiquetado de paranoico. Reuní entonces todas mis fuerzas para no mirarme más en el espejo; superé de un modo u otro mis ideas fijas. Duró algunos días. Al cabo de los cuales, se acabó. [...] Ve usted entonces cómo un falso diagnóstico puede llevar a veces a ese resultado, a que un paciente reúna todas sus fuerzas para superar cierto estado».
Es algo que se inscribe perfectamente, me parece, en lo que dice Freud cuando subraya que hay una tercera corriente siempre reactivable en el Hombre de los lobos. Aunque sólo fuera por la agudeza clínica de Freud, este caso me despierta una gran admiración. Lo que se le puede reprochar es que se le ocurriera que era mucho tiempo cuatro años de análisis, cuando el Hombre de los lobos era un paciente moderno, un paciente verdaderamente moderno, es decir, un paciente que pertenece a los que forzaron los límites temporales del tratamiento analítico. Freud no lo reconoció. No reconoció más que lo que él mismo planteaba: que la tercera corriente, siempre reactivable podía, llegado el caso, resquebrajar los diques temporales del análisis.
Podemos volver con detalle a todo lo que Freud encuentra de ambiguo en el acceso a la virilidad del Hombre de los lobos con respecto a la castración. Comprende la castración, en el fondo, como un daño narcisista. Descubre que puede haber ahí un atentado a la integridad del cuerpo. Freud considera que es el yo lo que pone en marcha la represión a causa del narcisismo. En ciertos aspectos, el narcisismo es la causa de la represión. Se pregunta pues en qué medida el Hombre de los lobos ha logrado una represión que ha supuesto un éxito de la virilidad. Dice primero que ha sido un éxito de la virilidad. Después, que la virilidad no ha ganado verdaderamente. Por último, que la homosexualidad se replegó en el intestino y que por eso está histerizado. Por lo tanto, ese impulso violento hacia la mujer, que puede parecer una asunción de la masculinidad, disimula de hecho que la virilidad ha sido asumida de manera incompleta. Puesto que, nos dice Freud, al mismo tiempo que tiene hacia la mujer esa actitud de conquistador, cae bajo su dependencia de manera especialmente constante. Es algo que se aprecia a lo largo de toda la vida del Hombre de los lobos. No deja de tener amantes, pero mostrando al mismo tiempo lo contrario a una actitud de dominio. El Hombre de los lobos se presenta sin cesar en dependencia de las mujeres a las que conquista. Me parece que la manera en que Freud analiza el estilo de conquista del Hombre de los lobos se confirma del todo con lo que sabemos de su vida.
CAUSALIDAD DIFERENCIAL
Las coordenadas imaginarias de la castración que estamos tratando están bastante marcadas. El propio Freud las presenta. El Hombre de los lobos, nos dice, no tiene ninguna idea del padre castrador hasta el momento en que le enseñan religión. En un segundo tiempo, hay como una vuelta de la castración imaginaria que suscita la insurrección del yo a causa del atentado a la integridad de la forma. Freud introduce al padre castrador en un tiempo posterior de la cronología del Hombre de los lobos. Hay una relación constante entre la castración y la figura del padre, y es a Lacan a quien se le ocurrió que había una relación de causalidad entre ambas. ¿Qué es la metáfora paterna? Es la presentación de la relación de causalidad entre el padre como causa y la castración como efecto. En el momento de situar la relación de causalidad que conviene a los fenómenos de sentido —que de hecho son relaciones de causalidad ordenadas según el significante como causa—, Lacan se esfuerza por no abandonar el concepto de causalidad freudiana. Desde el principio el significante aparece como causa. Antes de poder decir que lo que constituye la causa es el objeto a, fue necesario dar un tratamiento bastante sofisticado a un excedente de sexualidad que pudiera a su vez entrar en la relación de causalidad.
Tenemos ahí una relación de causalidad completamente lineal: padre → significación fálica. Lo que vuelve tanto más notable un pasaje del texto de Lacan que parece desconectar esa relación directa, tan estrechamente establecida. Les decía que el caso del Hombre de los lobos estaba ausente de la «Cuestión preliminar...», pero que quizás tuviera en ella su justificación. No sería tan impensable concebir una causa cuyo efecto estuviera retenido, cuyo efecto no se hubiera desplegado. No me parece impensable. Precisamente porque en ese escrito hay un punto que Lacan presenta interrogativamente y que no se comprende, trataba de explicarles que la clínica del Hombre de los lobos quizás pudiera justificarlo. Es una clínica en la que no se oye decir que haya forclusión del Nombre-del-Padre y en la que, sin embargo, todo el problema parece centrarse en la castración. No en la asunción del Nombre-del-Padre o de la función paterna, sino en la asunción de la castración. Entonces, ¿no es oportuno desconectarlas, al menos en parte, y elaborarlo? No sé hasta dónde habría que llevar las cosas. Es cierto que, en el caso del Hombre de los lobos, no puede hablarse de una elisión del falo en el mismo sentido en que puede cuestionarse en Schreber. Hay que introducir pues otro término, utilizando las indicaciones de Freud.
El hecho de que la forclusión tenga como efecto la supresión, la elisión de la emergencia de la significación fálica, supone el reverso de la metáfora paterna. Lo que se interpreta exactamente al revés. Propongo que comentemos este párrafo en enero. Esto flexibiliza la relación de causalidad y la problematiza. Generalmente, no se ve por qué aparece ahí. ¿Por qué no contentarse simplemente con decir que cuando hay Φ0, hay P0? En el caso Schreber hay de todas maneras P0. No tenemos el caso en que se dé P →Φ0. Si queremos tenerlo, habría que construirlo. Tenemos idea sin embargo de dos vías posibles, dos tratamientos, dos salidas posibles. En el caso de los borderlines, la manera más sencilla de comprenderlo sería decir que algunos casos son considerados como neurosis porque hay P pero que, a pesar de todo, hay cierto número de fenómenos que se producen a causa de Φ0. No es una idea absurda.
Estamos verdaderamente en el núcleo de la causalidad de este asunto. En efecto ¿qué dice Freud cuando menciona la gonorrea del Hombre de los lobos? «La ocasión de esta enfermedad no se sitúa entre los “tipos de contracción de neurosis” que me fue posible reunir como casos especiales de “frustración” [...]. El paciente se quebrantó cuando una afección orgánica de los genitales revivió su angustia ante la castración, su narcisismo se desmoronó compeliéndolo a resignar su expectativa de ser un predilecto del destino».4 Vemos ahí al Hombre de los lobos enfermo de una frustración narcisista. Freud sitúa bien la coyuntura del desencadenamiento: en primer lugar, nos dice, cuando hay una afección en el órgano genital; otra se relaciona con la nariz, pero esto no nos preocupa porque sabemos construir, con Freud, la serie de los sustitutos.
En otras palabras, hay aquí la noción de un factor desencadenante que no parece ser en nada un restablecimiento forzado de lo ternario allí donde no está el elemento para responder. Después de todo, el Hombre de los lobos lleva a cabo tranquilamente cuatro años de análisis sin desencadenarse. La coyuntura de desencadenamiento, como la sitúa Freud, se verifica más tarde. La coyuntura de desencadenamiento se produce más bien por el lado Φ0 que por el lado P. De todas formas, tenemos poco más o menos todos los casos posibles. Tenemos el caso estándar de la metáfora paterna: P → Φ. Tenemos el caso, claro para todo el mundo, que ilustra Schreber: P0 → Φ0. Tenemos el caso borderline: P → Φ0. Añadamos, para completar, el P0 → Φ. Con esta plantilla, debemos poder ordenar las lagunas de nuestras series clínicas. Todo reposa sobre la noción que se tenga de causalidad. Lacan impulsó de tal manera la suya —P0 → Φ0—, que podemos tratar de seguirla hasta el final, pero también preguntarnos si no podríamos relajarla un poquitín. Si no se pudiera, habría que decir que se trata entonces de un seudo Nombre-del-Padre. No habría más que semblantes.
Estas diferentes fórmulas no están escritas en el cielo. Se trata de saber lo que se gana con ellas y lo que es posible pensar a partir de estas diferentes formas de causalidad. Una clínica diferencial no consiste simplemente en etiquetar los casos como se etiquetan mariposas. Una clínica diferencial sólo tiene interés si se articula con una causalidad diferencial que la sostiene. Estamos dando vueltas a la idea de una causalidad diferencial de las psicosis.
Admitimos, con Freud, el elemento Φ0 en el Hombre de los lobos. Es así como retranscribimos la Verwerfung de la castración, aunque en su época calificara antes que nada su estatuto imaginario. A este respecto, es necesario desplegar el caso con una mayor profundidad. Hay etapas, pero en fin, a partir del momento en que aceptamos ese rasgo, escribimos Φ0. Puede que con ese Φ0 para nombrar la corriente más arcaica tengamos el principio de cierto número de fenómenos. El problema está en saber si esos fenómenos de tipo psicótico pueden situarse en una línea causal independiente, o relativamente independiente, de la forclusión del Nombre-del-Padre. Después, se plantea el problema de si sólo podemos hablar de psicosis cuando se den Φ0 y P0, o bien cuando solamente se dé Φ0, pero no P0. Es un problema clínico importante pero también una cuestión de terminología. Implicaría que modificáramos nuestro concepto de psicosis, o al menos que lo problematizáramos. En otras palabras, me parece que hay cierto interés en razonar con estas fórmulas. El problema es si se puede concebir Φ0 sin P0, o si la existencia de fenómenos ordenados por Φ0 indica que, en todos los casos, hay P0, es decir, forclusión del Nombre-del-Padre.
17 de diciembre de 1987