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LA LARGA SOLEDAD DE DOROTHY DAY (1897-1980)

EL 24 DE SEPTIEMBRE DE 2016, en su memorable discurso ante el Congreso norteamericano, el papa Francisco mencionó por cuatro veces a Dorothy Day (1897-1980), «hija de esta tierra» que «luchó por la justicia y la causa de los oprimidos con incesante trabajo», que «soñó en la justicia social y los derechos de las personas»: «En estos tiempos —decía el Papa con fuerza— en que las cuestiones sociales son tan importantes, no puedo dejar de nombrar a la Sierva de Dios Dorothy Day, fundadora del movimiento Catholic Worker. Su activismo social, su pasión por la justicia y la causa de los oprimidos estaban inspirados en el Evangelio, en su fe y en el ejemplo de los santos».

Estas palabras del Papa me llevaron a leer su autobiografía de 1952, La larga soledad (Sal Terrae, 2000), la magnífica biografía de Jim Forest All is Grace: A Biography of Dorothy Day (Orbis, 2011), y varios de sus escritos, entre ellos, la reciente traducción Mi conversión. De Union Square a Roma de 1938 (Rialp, 2014). Me parece que, en esta época nuestra de secularización, Dorothy Day resulta un personaje del todo fascinante por su íntima unión con Dios y por su compromiso con los más necesitados. En la vida de Day se advierte una honda experiencia mística que le lleva a la conversión, a las más altas cotas de espiritualidad, y a la vez a descubrir el rostro de Jesucristo en los más necesitados.

Escribe, por ejemplo, en un pasaje de La larga soledad: «Si te falta tiempo, siembra tiempo y recogerás tiempo. Ve a la iglesia y pásate una hora rezando tranquilamente. Tendrás más tiempo que nunca y conseguirás sacar adelante tu trabajo. Siembra tiempo con los pobres. Siéntate y escúchalos, derrocha tu tiempo con ellos. Recibirás el céntuplo de ese tiempo. Siembra amabilidad y recogerás amabilidad. Siembra amor y recogerás amor. Y, una vez más, decía con san Juan de la Cruz: “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”». ¡Cuánta sabiduría práctica encerrada en estas breves líneas!

Dorothy Day había nacido en 1897 en Brooklyn, Nueva York, hija de un periodista deportivo. Con su familia se trasladó a San Francisco y luego a Chicago; desde sus primeros años trabajó cuidando de sus hermanos y enseguida en múltiples trabajos fuera de casa. Estudia con una beca en la Universidad de Illinois y tras dos años abandona sus estudios. Se traslada a Nueva York, donde lleva una vida bohemia y desarrolla su activismo social en contacto con grupos anarquistas: «Yo oscilaba entre la lealtad al socialismo, el sindicalismo y el anarquismo. Cuando leía a Tolstoi era anarquista; Ferrer [Guardia] con sus escuelas, Kropotkin con sus comunas agrarias, los hombres de Industrial Workers of the World [IWW] con su solidaridad y sus sindicatos: todos ellos me atraían». En su obituario publicado en la revista Time en 1980, se recordaba que, para sus admiradores, como el historiador David J. O’Brien, Dorothy Day había sido «la persona más significativa, interesante e influyente del catolicismo americano». Y esto era así, porque en el movimiento del Catholic Worker se combinaban su celo por reformar por entero la sociedad con su preocupación práctica por ayudar singularmente a cada una de las personas pobres. Fue arrestada una docena de veces, la primera como sufragista en 1917, la última con ocasión de una manifestación en California en 1973, y tomó parte en muchísimas protestas laborales y antibélicas.

Como dijo de ella Benedicto XVI en su audiencia del 13 de febrero de 2013: «En su autobiografía, confiesa abiertamente haber caído en la tentación de resolver todo con la política, adhiriéndose a la propuesta marxista: “Quería ir con los manifestantes, ir a prisión, escribir, influir en los demás y dejar mi sueño al mundo. ¡Cuánta ambición y cuánta búsqueda de mí misma había en todo esto!”. El camino hacia la fe en un ambiente tan secularizado era particularmente difícil, pero la Gracia actúa igual, como ella misma subrayó: “Es cierto que sentí más a menudo la necesidad de ir a la iglesia, de arrodillarme, de inclinar la cabeza en oración. Un instinto ciego, se podría decir, porque no era consciente de orar. Pero iba, me introducía en la atmósfera de oración...”. Dios la condujo a una adhesión consciente a la Iglesia, a una vida dedicada a los desheredados».

A raíz del nacimiento de su hija se convierte al catolicismo en diciembre de 1927. Abandona a su pareja, el anarquista Forster Batterham, que no quería contraer matrimonio, y se concentra en la educación de Tamar Teresa. Marcha a México por unos meses para alejarse de Forster, pero al enfermar la hija de malaria regresa a Nueva York donde se instalará definitivamente. En 1933 Dorothy conoce al radical católico Peter Maurin (1877-1949) —que se inspiraba tanto en Kropotkin como en san Francisco—, con el que funda el periódico Catholic Worker que será en adelante el eje dinámico de su vida, junto con los centros de acogida para pobres en las ciudades y las granjas rurales en el campo. El periódico tuvo gran difusión durante décadas. Actualmente hay más de 200 comunidades del Catholic Worker en Estados Unidos y otras 30 en diversos países.

Llama la atención al lector español la admiración de Day hacia Ferrer Guardia, el anarquista fundador de la Escuela Moderna, condenado y ejecutado en 1909 por su supuesta participación en la Semana Trágica de Barcelona. Sorprendentemente los ideales pedagógicos de Ferrer Guardia tuvieron un notable impacto en los Estados Unidos, aunque algunos de sus textos sean burdamente antirreligiosos. «¿Dónde estaban —escribe Dorothy Day en su autobiografía— los sacerdotes que tenían que haber salido en busca de hombres como el anarquista español Francesc Ferrer i Guardia, actuando con ellos como el Buen Pastor lo había hecho con la oveja perdida, dejando a las noventa y nueve —los buenos feligreses— para ir en pos de la que estaba extraviada, para curar a la que estaba herida? No es de extrañar que en mi mente y en mi corazón hubiera un conflicto muy agudo». Otro elemento llamativo es su activo pacifismo en el Catholic Worker durante la guerra civil española frente al apoyo de la Iglesia católica norteamericana al bando nacional a raíz del martirio de tantos sacerdotes y monjas y frente al apoyo de las instancias oficiales norteamericanas al bando republicano.

En estos tiempos que corren, la figura y el pensamiento de Dorothy Day cobran nueva actualidad, no exenta, por supuesto, de cierta polémica: «Entre las obras de misericordia están: enseñar al que no sabe, reprender al pecador, consolar al afligido y soportar pacientemente a los injustos; a estas nosotros siempre hemos añadido: formar piquetes y distribuir propaganda», escribe, por ejemplo, en su autobiografía.

Quizá merece la pena cerrar esta breve noticia de esta autora con unas hermosas líneas del epílogo de La larga soledad: «La palabra final es amor. [...] No podemos amar a Dios, si no nos amamos unos a otros, y para amar tenemos que conocernos unos a otros. A Él le conocemos en el acto de partir el pan, y unos a otros nos conocemos en el acto de partir el pan y ya nunca estamos solos. El cielo es un banquete y la vida es también un banquete, aun con un mendrugo, allí donde hay comunidad. Todos hemos conocido la larga soledad y todos hemos aprendido que la única solución es el amor y que el amor llega con la comunidad».

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